Bitácora
Hace poco, un destacado diplomático chileno advirtió a la Cancillería que un fallo adverso, en el contencioso de La Haya, sería más duro para Chile, que “tiene y ejerce soberanía”, que para Perú, que “sólo tiene expectativas”. También recordó las decepciones de Chile tras sus señales amistosas al vecino país. Todo esto según “un documento secreto”, cuya divulgación periodística ocasionó una protesta de la Embajada peruana.
Ignoro por qué ese texto se “filtró” a la prensa y qué recomendación daba el autor tras sus advertencias. Pese a ello, puedo decir que, en lo principal, no hay novedad digna de secreto. Se sabe que, con base en una estrategia integral de largo plazo, Perú construyó un caso jurídico y nos demandó ante la Corte Internacional de Justicia. También se sabe que, para Chile, ese caso fue jurídicamente inexistente, hasta el momento mismo de la demanda. Ergo, la sola tramitación de ésta consagró una asimetría total: Chile sin nada que ganar y Perú sin nada que perder. En esas condiciones cualquier ejercicio de equidad de los jueces significaría ganancias para el vecino país.
Durante los gobiernos chilenos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y peruanos de Alejandro Toledo y Alan García, esa asimetría exasperó la relación bilateral. En el meollo de la tensión estaba, por un lado, la frustración chilena por no haber disuadido jurídicamente al Perú y, por otro, la inquietud peruana ante su propio éxito al posicionar la demanda. En Lima se decía que hasta ahí no más llegaba Chile, pues su gobierno nunca acataría un fallo que lo obligara a ceder soberanía ejercida por más de medio siglo.
El recelo peruano se acentuó en enero de 2008 cuando, tras notificarse la demanda, autoridades chilenas expresaron que ésta reflejaba un gesto inamistoso. Fuentes de la Cancillería peruana apuntaron que esa apreciación contradecía la comparecencia de Chile ante la Corte y las previas declaraciones, de Lagos y Bachelet, de respetar el derecho peruano a la judicialización del caso. Entre acusaciones y reproches creció, como espuma, la esperanza peruana en un fallo rotundamente favorable y surgió la hipótesis, silente y ominosa de que, en tal caso, Chile reaccionaría agresivamente.
Así, a fines del gobierno de García e inicios del gobierno de Sebastián Piñera, lo innombrable estaba en el horizonte estratégico, aunque pocos lo percibieran. La alternativa visualizable era seguir un curso de colisión que explosionaría con el fallo o iniciar un curso de distensión, con ambos presidentes asumiendo, a plenitud, la respetabilidad de cualquier sentencia.
Mediante señales políticas ad usum –visitas, discursos, sonrisas, brindis y regalos- García y Piñera tomaron la segunda opción, subordinando el factor asimetría y exaltando sus respectivos optimismos jurídicos. Legatario de esa decisión, a contrapelo de sus reflejos ideológicos, Ollanta Humala pronto descubrió sus beneficios. En vez de debutar con ese alistamiento estratégico de dudosos resultados, que le exigía un sector de sus electores, comenzó a administrar la bonanza económica del Perú -en la cual Chile había jugado un rol importante- y hasta insinuó una relación bilateral sobre fundamentos mejores. Al efecto, encarpetó su pretensión de que Chile pidiera perdón por la Guerra del Pacífico, repitió las señales de buena voluntad ya producidas y designó un canciller integracionista.
Puede decirse, entonces, que la maduración de la crisis trajo un póker de oportunidades: alejar el fantasma de “lo innombrable”; profundizar la distensión mediante políticas de cooperación en distintos sectores (incluso castrenses); asumir joint ventures en el Asia-Pacífico; desbloquear la integración subregional pendiente y considerar una polìtica común hacia Bolivia desde la perspectiva del “espíritu del tratado de 1929”.
En síntesis, la coyuntura permite pensar, seriamente, en una agenda para después de La Haya que sea positiva para todos. Ante la cuantía de los beneficios posibles, parece disfuncional soslayar los hechos propios consumados, poner el énfasis en los costos mayores para Chile o desenterrar los rencores y errores del pasado.
Las oportunidades históricas no son muy frecuentes y nunca son gratuitas.
(Publicado en diario La Segunda 21.10.2011)
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850