Reseñas
Eso no estaba en mi libro de Botánica
Juan Antonio Martínez de la Fe , 28/11/2020
Ficha técnica
Título: Eso no estaba en mi libro de Botánica
Autora: Rosa Porcel
Edita: Editorial Guadalmazán, Córdoba, 2020
Colección: Divulgación científica
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 384
ISBN: 978-84-17547-27-1
Precio: 19,95 €
¡Qué delicia de libro! Rosa Porcel nos abre la ventana a un mundo que, pese a estar a nuestro lado, con el que convivimos día a día, nos es desconocido en gran medida. De hecho, el libro que comentamos existe gracias a las plantas, que proporcionan la base para el papel.
Es un libro que trata de plantas, eso sí, pero no es un libro de Botánica al uso. La autora nos propone realizar con ella “un recorrido por la historia para saber cómo han influido [las plantas] en nuestra cultura, cómo se alimentan, cómo viven, cómo se relacionan y qué mecanismos tienen para defenderse o adaptarse al entorno, para terminar finalmente con la reproducción y el origen de una nueva planta. Verás que, detrás de cada brote verde, de cada flor o de cada raíz, se esconde una historia increíble”. Y es cierto. El objetivo que se propuso Rosa Porcel al redactar las páginas de esta amenísima obra lo ha alcanzado con creces.
Las plantas y nosotros
En una primera parte, aborda la relación entre las plantas y nosotros, partiendo de los principios del tiempo, hace mil millones de años, con plantas de las que se han encontrado microfósiles, muchos, muchos años antes de que el Homo sapiens hiciera su aparición en la historia. Es apasionante lo que cuenta Rosa Porcel sobre la evolución de las plantas, cómo pasaron del agua a la tierra y cómo se adaptaron al nuevo entorno.
A lo largo de los siglos, nuestra relación con las plantas ha ido creciendo, pues nos han servido de alimento y algunas de ellas, como las especias, llegaron a condicionar las relaciones entre países: el azafrán (del que nos explica su llegada a España), la canela, el palo de Campeche, circulan por las páginas del libro abriéndonos la mirada al importante papel que han desempeñado, y desempeñan, en la historia.
Otra forma de relacionarnos con ellas ha sido algo más enigmática: la magia, las brujas y su arribar a la ciencia. Brujas y hechiceras hacían uso de vegetales muy variados para llevar a cabo sus actividades, muchas de ellas beneficiosas a través de plantas medicinales. Aquí es el beleño, la belladona, la mandrágora o el estramonio, entre otras, las que nos visitan en el recorrido propuesto por Rosa Porcel, quien nos acerca, después, a las páginas de sucesos de los medios de comunicación ya que, en muchos de ellos, las plantas han ocupado un papel protagonista, interviniendo en múltiples asesinatos por envenenamiento o en románticos suicidios.
Y de las crónicas negras, la autora nos traslada al mundo de la economía, hasta el punto de convertirse alguna flor en el símbolo de todo un país, algo que ocurrió con el tulipán, que creó grandes fortunas y ocasionó sonoras ruinas en su mercadeo, concretamente en los Países Bajos. Todo un estudio de diferentes variedades a la búsqueda de la más bella y más rara; es paradigmático el caso del Semper augustus, el tulipán más caro vendido en aquellas tierras en el ya lejano siglo XVII.
Pero si la presencia de las plantas es celebrada en los aspectos ya recorridos, no lo es menos en nuestra cultura. Muchos de los mitos griegos se asocian con ellas, pero no solo acaece dentro de la cultura grecorroromana, ya que, por ejemplo, en la cultura maya abundan ejemplos de tal asociación. A lo que se añade que ellas, las plantas, ocupan primordial rol en la literatura y, especialmente, en la pintura. Afirma, sin que le falte la razón, Porcel que “ de hecho, si no fuera por las plantas, no tendríamos ni literatura ni pintura”.
Plantas hambrientas
“Para que las plantas crezcan y se desarrollen medianamente bien, requieren básicamente luz, agua y nutrientes, que son diferentes moléculas que las plantas no pueden sintetizar por sí mismas y necesitan tomarlas del medio, como nosotros las vitaminas”. Partiendo de este párrafo inicial, la autora nos traslada a la manera de vivir de las plantas. Por supuesto, necesitan nitrógeno y asistimos, no sin asombro, a los variados manejos que realizan para poder obtenerlo. Pero es que, además del nitrógeno, es fundamental la presencia de fósforo y potasio como macronutrientes, a los que se ha de unir algunos micronutrientes importantes como el calcio, magnesio y el azufre; su deficiencia produce alteraciones en el crecimiento de la planta, por lo que ha de ingeniárselas para obtenerlos.
Hay variados métodos. Alguno nos ha llevado, incluso, hasta la tienda de los horrores en un alarde de imaginación, como ocurre con las plantas carnívoras, de las que hay variados tipos y tamaños, buscando todos ellos la mejor manera de cazar a sus víctimas. Otro método no menos importante es el de parasitismo, del que Rosa Porcel nos ilustra abundantemente.
Plantas sociales
La aparente inmovilidad de las plantas nos induce a engaño. Tienen una muy activa e, incluso, estresante actividad social. Y, como sucede en nuestras redes de comunicación, ellas utilizan, de manera recurrente los abundantes recursos que les ofrece el suelo: bacterias y micorrizas (a las que califica como “internet bajo el suelo”). Y, aunque reconoce que se necesita seguir comprendiendo los diálogos moleculares entre estos microorganismos y de estos con las plantas y los mecanismos que ponen en marcha para protegerlas, es apasionante la descripción que hace la autora sobre este mundo que habitualmente pisamos sin conocer la rica vida que encierra.
Igualmente, pese a esa apariencia de inmovilismo, las plantas se mueven; en todas direcciones, con distintos tipos de movimientos. Uno de ellos es el tropismo, que indica una respuesta que depende de la dirección de un estímulo ambiental; otro es el gravitropismo, con la atracción de la gravedad; y añade el electrotropismo, motivado por un campo eléctrico y el fototropismo direccionado por la luz. Con el descubrimiento de los ciclos circadianos en las plantas, la autora nos plantea una muy interesante pregunta: ¿tienen inteligencia las plantas?
Es claro que las plantas no tienen cerebro; pero es que no les hace falta. Es cierto que se comunican entre ellas, a lo largo de kilómetros, a través de las grandes redes de micelio fúngico, informando sobre su estado nutricional o de una amenaza cercana. Pero también lo hacen por el aire; no hablan, cierto; pero tienen su propio lenguaje, que hay que saber interpretar; por ejemplo, algo comunican cuando se expande el olor a césped recién cortado, y Rosa Porcel nos ayuda a interpretar esos mensajes. Y a responder a preguntas tales como si las plantas sienten, cuáles son sus orejas y sus balbuceos, o si tienen consciencia. La respuesta final es que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. Pero el camino por el que la autora nos conduce a esta conclusión, plagado de curiosos ejemplos y sesudas investigaciones científicas, ha de ser recorrido por su amenidad.
Las plantas enferman
Con seres vivos tan vivos, no es extraña la pregunta de si tienen sangre las plantas. Algunas personas se lo plantearon al ver algunas especies de árboles formar savias y resinas de un color rojo brillante muy parecidas a la sangre que, al solidificarse, reciben el nombre de goma roja; desde luego, uno de los ejemplos más conocidos es el de la sangre de drago, ya utilizada por romanos y griegos como barniz, medicina, incienso o tintura.
Aun no teniendo realmente sangre, pese a la posible apariencia, las plantas enferman. Hasta les sube la temperatura y pueden dar muestras de estrés. ¿Quién no recuerda la terrible plaga que afectó a las patatas de Irlanda a mediados del siglo XIX? Fue una auténtica catástrofe económica y social. Y las actuales condiciones de la globalización son un excelente vehículo para transportar plagas, enfermedades, insectos que atacan a las plantas e, incluso, otras plantas que se convierten en invasoras. Olmos, tomates, olivos, etc. se ven expuestos a bacterias, hongos, herbívoros, insectos, babosas, caracoles, arañas, orugas …, y una serie de condiciones climatológicas y ambientales que ponen a prueba su supervivencia. Y no siempre los tratamientos que se les aplican para curarlas dan el resultado apetecido, lo que obliga a una permanente vigilancia y estudios para hallar los remedios anhelados.
Así, pues, tienen las plantas muchos y variados enemigos. En primer lugar, los seres vivos, a quienes acompañan múltiples elementos. Con abundantes ejemplos, algunos recientes en la memoria, Rosa Porcel nos guía, a través de varias páginas, para mejor comprender las situaciones a las que se ven sometidas las plantas y, en ocasiones, el enorme problema que suscitan sus enfermedades.
Las plantas se defienden
Pero existe un mundo de moléculas vegetales que ellas utilizan para defenderse; una fitoquímica que nos puede pasar desapercibida pero que la autora nos descubre. Para ello, nos invita a asistir al menú de una cena íntima, con platos variados. Allí encontraremos rúcula, cuyo sabor no es grato a todo el mundo, algo que ella, la rúcula, utiliza como escudo ante sus depredadores. Hemos domesticado patatas, tomates, berenjenas y pimientos para reducir el alcaloide peligroso que utilizan como defensa, de manera que podamos consumirlos sin peligro; pero, por ejemplo, el tono verdoso que presentan a veces partes de las patatas, es señal de una acumulación peligrosa de solanina que ha creado la planta para su defensa. Por su parte, cebolla y ajo se protegen generando compuestos ricos en azufre, potente veneno para los insectos. Esta cena, a la que hemos asistido y que detalla extensamente la autora, tendrá una mezcla de sabores suaves y explosivos, lo que, a veces, obligará a beber para calmar, por ejemplo, el sabor picante del jengibre. ¿Y qué decir de las almendras amargas, un sabor protector de la planta y que, según nos explica Porcel, si consumimos unas veinte puede producirnos la muerte?
Y nos defienden
Ya desde las antiguas civilizaciones de Oriente, Egipto y Grecia se tenía un conocimiento suficiente como para recurrir a las plantas con el fin de obtener remedios para la salud dañada. Hoy día, se utilizan, según la FAO, más de cincuenta mil especies de plantas con fines medicinales: analgésicos, antitusivos, antihipertensivos, cardiotónicos, antineoplásicos o antipalúdicos, entre una gran variedad de beneficiosos efectos. También tiene un origen vegetal la conocidísima aspirina, que etimológicamente, significa droga fabricada sin el uso de Spiaea ulmaria, de cuyas flores se obtiene su principio activo.
Y, aunque nos ayudan a incrementar nuestra longevidad, ellas no son eternas. Aunque, eso sí, las hay que nos superan ampliamente en edad, como ocurre con las coníferas que viven varios siglos; hay algún pino, como el llamado Matusalén, en Estados Unidos, que cuenta 4.852 años, es decir que, cuando comenzó a crecer, la humanidad se encontraba en la Edad del Bronce. Son también longevos los baobabs y algunas otras variedades. Pero no son eternos: algún día dejarán de existir. Aunque lo verdaderamente interesante son los diversos sistemas de que se han valido para alcanzar tan altas cotas de vida, algo deliciosamente narrado por la autora.
Las plantas crean vida: colores y formas
Si hablamos de colores hay que recurrir, necesariamente a las flores, una belleza desarrollada por las plantas para asegurarse la descendencia. Muchas plantas necesitan la fecundación sexuada, para lo que se valen de insectos y animales, así como del viento, para que su polen sea portado hasta la parte femenina de otra planta generando la fecundación. Todo un espectáculo de vida. Aunque, evidentemente, hay plantas que son capaces de reproducirse sin sexo, mediante una reproducción asexual donde no intervienen las flores ni las células sexuales, ni hay fecundación. En ellas solo participa un progenitor y sus descendientes serán genéticamente idénticos a él.
De manera muy gráfica y cercana, Rosa Porcel titula el capítulo dedicado al resultado de la fecundación: Cariño, vamos a tener un fruto. Los frutos son variadísimos en cuanto aspecto, tamaño, sabor y en la manera de contener las semillas con una visión de futuro. Fresas, frambuesas, aguacates, cocos, … discurren por estas páginas, aclarándonos algunos conceptos erróneos; por ejemplo, el coco no es un fruto, pero sí lo son, por ejemplo, los tomates, pepinos, calabazas, frijoles y guisantes.
Y, como ocurre con nuestros hijos, los niños, los frutos se van de casa también. Rosa Porcel nos explica cómo los diseminan las plantas para crear nuevas generaciones; y nos habla de los bancos de semillas, con especial referencia a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, archipiélago noruego, donde se conservan importantísimas semillas de todo el mundo; valga como ejemplo que alberga más de cien mil variedades solo de arroz.
Concluyendo
Todo lo dicho hasta aquí es poco, muy poco; son solo unas pinceladas acerca de lo que le lector encontrará en las páginas que comentamos. Desde una muy cuidada cubierta, este libro nos está invitando a su lectura. Merece la pena; y mucho. El estilo de la autora es muy cercano; prácticamente, está en continuo diálogo con el lector, al que interpela con preguntas y del que adivina las cuestiones que el libro le sugerirá. En sus páginas, se encuentran muchísimos ejemplos que nos ilustran y nos acercan las descripciones técnicas obligadas por el rigor científico que respalda su contenido. Imágenes abundan; lástima que no sean en color. Por otra parte, la estructura del libro es progresiva, aunque no impide que se pueda disfrutar siguiendo otro orden. En cualquier caso, el disfrute de su lectura está garantizado.
Índice
Introducción
PARTE I.
Las plantas y nosotros
Al principio había
Los vegetales que hicieron historia y nos descubrieron el mundo
Entre la magia y la ciencia: la sabiduría de las brujas
Protagonistas secretas de la página de sucesos
La belleza sí tuvo un precio y nosotros, una crisis financiera
Las plantas en la cultura: el despertar de los sentidos
PARTE II.
Come… Las plantas tienen hambre y se alimentan
Donde comen varios se come mejor
Plantas carnívoras
Plantas parásitas
PARTE III.
Vive … La agitada y estresante vida social de las plantas
¿Hay alguien ahí abajo?
Movimiento de las plantas
Las plantas no tienen cerebro, ni falta que les hace
Por sus venas corre … ¿sangre?
Cuando las plantas enferman
Enemigos de las plantas (I): los seres vivos
Enemigos de las plantas (II): todo lo demás
Fotoquímica: un mundo de moléculas vegetales
La botica verde
Las plantas (no) son eternas
PARTE IV.
Y ama … Las plantas también crean vida
Para gustos se hicieron los colores … y las formas
El florecer del sexo (I): masculino
El florecer del sexo (II): femenino
Secreciones naturales
Cópula vegetal, casi siempre
Cariño, vamos a tener un fruto
Los niños se van de casa
Epílogo
Notas
Índice de plantas que aparecen en el texto
Bibliografía recomendada
Título: Eso no estaba en mi libro de Botánica
Autora: Rosa Porcel
Edita: Editorial Guadalmazán, Córdoba, 2020
Colección: Divulgación científica
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 384
ISBN: 978-84-17547-27-1
Precio: 19,95 €
¡Qué delicia de libro! Rosa Porcel nos abre la ventana a un mundo que, pese a estar a nuestro lado, con el que convivimos día a día, nos es desconocido en gran medida. De hecho, el libro que comentamos existe gracias a las plantas, que proporcionan la base para el papel.
Es un libro que trata de plantas, eso sí, pero no es un libro de Botánica al uso. La autora nos propone realizar con ella “un recorrido por la historia para saber cómo han influido [las plantas] en nuestra cultura, cómo se alimentan, cómo viven, cómo se relacionan y qué mecanismos tienen para defenderse o adaptarse al entorno, para terminar finalmente con la reproducción y el origen de una nueva planta. Verás que, detrás de cada brote verde, de cada flor o de cada raíz, se esconde una historia increíble”. Y es cierto. El objetivo que se propuso Rosa Porcel al redactar las páginas de esta amenísima obra lo ha alcanzado con creces.
Las plantas y nosotros
En una primera parte, aborda la relación entre las plantas y nosotros, partiendo de los principios del tiempo, hace mil millones de años, con plantas de las que se han encontrado microfósiles, muchos, muchos años antes de que el Homo sapiens hiciera su aparición en la historia. Es apasionante lo que cuenta Rosa Porcel sobre la evolución de las plantas, cómo pasaron del agua a la tierra y cómo se adaptaron al nuevo entorno.
A lo largo de los siglos, nuestra relación con las plantas ha ido creciendo, pues nos han servido de alimento y algunas de ellas, como las especias, llegaron a condicionar las relaciones entre países: el azafrán (del que nos explica su llegada a España), la canela, el palo de Campeche, circulan por las páginas del libro abriéndonos la mirada al importante papel que han desempeñado, y desempeñan, en la historia.
Otra forma de relacionarnos con ellas ha sido algo más enigmática: la magia, las brujas y su arribar a la ciencia. Brujas y hechiceras hacían uso de vegetales muy variados para llevar a cabo sus actividades, muchas de ellas beneficiosas a través de plantas medicinales. Aquí es el beleño, la belladona, la mandrágora o el estramonio, entre otras, las que nos visitan en el recorrido propuesto por Rosa Porcel, quien nos acerca, después, a las páginas de sucesos de los medios de comunicación ya que, en muchos de ellos, las plantas han ocupado un papel protagonista, interviniendo en múltiples asesinatos por envenenamiento o en románticos suicidios.
Y de las crónicas negras, la autora nos traslada al mundo de la economía, hasta el punto de convertirse alguna flor en el símbolo de todo un país, algo que ocurrió con el tulipán, que creó grandes fortunas y ocasionó sonoras ruinas en su mercadeo, concretamente en los Países Bajos. Todo un estudio de diferentes variedades a la búsqueda de la más bella y más rara; es paradigmático el caso del Semper augustus, el tulipán más caro vendido en aquellas tierras en el ya lejano siglo XVII.
Pero si la presencia de las plantas es celebrada en los aspectos ya recorridos, no lo es menos en nuestra cultura. Muchos de los mitos griegos se asocian con ellas, pero no solo acaece dentro de la cultura grecorroromana, ya que, por ejemplo, en la cultura maya abundan ejemplos de tal asociación. A lo que se añade que ellas, las plantas, ocupan primordial rol en la literatura y, especialmente, en la pintura. Afirma, sin que le falte la razón, Porcel que “ de hecho, si no fuera por las plantas, no tendríamos ni literatura ni pintura”.
Plantas hambrientas
“Para que las plantas crezcan y se desarrollen medianamente bien, requieren básicamente luz, agua y nutrientes, que son diferentes moléculas que las plantas no pueden sintetizar por sí mismas y necesitan tomarlas del medio, como nosotros las vitaminas”. Partiendo de este párrafo inicial, la autora nos traslada a la manera de vivir de las plantas. Por supuesto, necesitan nitrógeno y asistimos, no sin asombro, a los variados manejos que realizan para poder obtenerlo. Pero es que, además del nitrógeno, es fundamental la presencia de fósforo y potasio como macronutrientes, a los que se ha de unir algunos micronutrientes importantes como el calcio, magnesio y el azufre; su deficiencia produce alteraciones en el crecimiento de la planta, por lo que ha de ingeniárselas para obtenerlos.
Hay variados métodos. Alguno nos ha llevado, incluso, hasta la tienda de los horrores en un alarde de imaginación, como ocurre con las plantas carnívoras, de las que hay variados tipos y tamaños, buscando todos ellos la mejor manera de cazar a sus víctimas. Otro método no menos importante es el de parasitismo, del que Rosa Porcel nos ilustra abundantemente.
Plantas sociales
La aparente inmovilidad de las plantas nos induce a engaño. Tienen una muy activa e, incluso, estresante actividad social. Y, como sucede en nuestras redes de comunicación, ellas utilizan, de manera recurrente los abundantes recursos que les ofrece el suelo: bacterias y micorrizas (a las que califica como “internet bajo el suelo”). Y, aunque reconoce que se necesita seguir comprendiendo los diálogos moleculares entre estos microorganismos y de estos con las plantas y los mecanismos que ponen en marcha para protegerlas, es apasionante la descripción que hace la autora sobre este mundo que habitualmente pisamos sin conocer la rica vida que encierra.
Igualmente, pese a esa apariencia de inmovilismo, las plantas se mueven; en todas direcciones, con distintos tipos de movimientos. Uno de ellos es el tropismo, que indica una respuesta que depende de la dirección de un estímulo ambiental; otro es el gravitropismo, con la atracción de la gravedad; y añade el electrotropismo, motivado por un campo eléctrico y el fototropismo direccionado por la luz. Con el descubrimiento de los ciclos circadianos en las plantas, la autora nos plantea una muy interesante pregunta: ¿tienen inteligencia las plantas?
Es claro que las plantas no tienen cerebro; pero es que no les hace falta. Es cierto que se comunican entre ellas, a lo largo de kilómetros, a través de las grandes redes de micelio fúngico, informando sobre su estado nutricional o de una amenaza cercana. Pero también lo hacen por el aire; no hablan, cierto; pero tienen su propio lenguaje, que hay que saber interpretar; por ejemplo, algo comunican cuando se expande el olor a césped recién cortado, y Rosa Porcel nos ayuda a interpretar esos mensajes. Y a responder a preguntas tales como si las plantas sienten, cuáles son sus orejas y sus balbuceos, o si tienen consciencia. La respuesta final es que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. Pero el camino por el que la autora nos conduce a esta conclusión, plagado de curiosos ejemplos y sesudas investigaciones científicas, ha de ser recorrido por su amenidad.
Las plantas enferman
Con seres vivos tan vivos, no es extraña la pregunta de si tienen sangre las plantas. Algunas personas se lo plantearon al ver algunas especies de árboles formar savias y resinas de un color rojo brillante muy parecidas a la sangre que, al solidificarse, reciben el nombre de goma roja; desde luego, uno de los ejemplos más conocidos es el de la sangre de drago, ya utilizada por romanos y griegos como barniz, medicina, incienso o tintura.
Aun no teniendo realmente sangre, pese a la posible apariencia, las plantas enferman. Hasta les sube la temperatura y pueden dar muestras de estrés. ¿Quién no recuerda la terrible plaga que afectó a las patatas de Irlanda a mediados del siglo XIX? Fue una auténtica catástrofe económica y social. Y las actuales condiciones de la globalización son un excelente vehículo para transportar plagas, enfermedades, insectos que atacan a las plantas e, incluso, otras plantas que se convierten en invasoras. Olmos, tomates, olivos, etc. se ven expuestos a bacterias, hongos, herbívoros, insectos, babosas, caracoles, arañas, orugas …, y una serie de condiciones climatológicas y ambientales que ponen a prueba su supervivencia. Y no siempre los tratamientos que se les aplican para curarlas dan el resultado apetecido, lo que obliga a una permanente vigilancia y estudios para hallar los remedios anhelados.
Así, pues, tienen las plantas muchos y variados enemigos. En primer lugar, los seres vivos, a quienes acompañan múltiples elementos. Con abundantes ejemplos, algunos recientes en la memoria, Rosa Porcel nos guía, a través de varias páginas, para mejor comprender las situaciones a las que se ven sometidas las plantas y, en ocasiones, el enorme problema que suscitan sus enfermedades.
Las plantas se defienden
Pero existe un mundo de moléculas vegetales que ellas utilizan para defenderse; una fitoquímica que nos puede pasar desapercibida pero que la autora nos descubre. Para ello, nos invita a asistir al menú de una cena íntima, con platos variados. Allí encontraremos rúcula, cuyo sabor no es grato a todo el mundo, algo que ella, la rúcula, utiliza como escudo ante sus depredadores. Hemos domesticado patatas, tomates, berenjenas y pimientos para reducir el alcaloide peligroso que utilizan como defensa, de manera que podamos consumirlos sin peligro; pero, por ejemplo, el tono verdoso que presentan a veces partes de las patatas, es señal de una acumulación peligrosa de solanina que ha creado la planta para su defensa. Por su parte, cebolla y ajo se protegen generando compuestos ricos en azufre, potente veneno para los insectos. Esta cena, a la que hemos asistido y que detalla extensamente la autora, tendrá una mezcla de sabores suaves y explosivos, lo que, a veces, obligará a beber para calmar, por ejemplo, el sabor picante del jengibre. ¿Y qué decir de las almendras amargas, un sabor protector de la planta y que, según nos explica Porcel, si consumimos unas veinte puede producirnos la muerte?
Y nos defienden
Ya desde las antiguas civilizaciones de Oriente, Egipto y Grecia se tenía un conocimiento suficiente como para recurrir a las plantas con el fin de obtener remedios para la salud dañada. Hoy día, se utilizan, según la FAO, más de cincuenta mil especies de plantas con fines medicinales: analgésicos, antitusivos, antihipertensivos, cardiotónicos, antineoplásicos o antipalúdicos, entre una gran variedad de beneficiosos efectos. También tiene un origen vegetal la conocidísima aspirina, que etimológicamente, significa droga fabricada sin el uso de Spiaea ulmaria, de cuyas flores se obtiene su principio activo.
Y, aunque nos ayudan a incrementar nuestra longevidad, ellas no son eternas. Aunque, eso sí, las hay que nos superan ampliamente en edad, como ocurre con las coníferas que viven varios siglos; hay algún pino, como el llamado Matusalén, en Estados Unidos, que cuenta 4.852 años, es decir que, cuando comenzó a crecer, la humanidad se encontraba en la Edad del Bronce. Son también longevos los baobabs y algunas otras variedades. Pero no son eternos: algún día dejarán de existir. Aunque lo verdaderamente interesante son los diversos sistemas de que se han valido para alcanzar tan altas cotas de vida, algo deliciosamente narrado por la autora.
Las plantas crean vida: colores y formas
Si hablamos de colores hay que recurrir, necesariamente a las flores, una belleza desarrollada por las plantas para asegurarse la descendencia. Muchas plantas necesitan la fecundación sexuada, para lo que se valen de insectos y animales, así como del viento, para que su polen sea portado hasta la parte femenina de otra planta generando la fecundación. Todo un espectáculo de vida. Aunque, evidentemente, hay plantas que son capaces de reproducirse sin sexo, mediante una reproducción asexual donde no intervienen las flores ni las células sexuales, ni hay fecundación. En ellas solo participa un progenitor y sus descendientes serán genéticamente idénticos a él.
De manera muy gráfica y cercana, Rosa Porcel titula el capítulo dedicado al resultado de la fecundación: Cariño, vamos a tener un fruto. Los frutos son variadísimos en cuanto aspecto, tamaño, sabor y en la manera de contener las semillas con una visión de futuro. Fresas, frambuesas, aguacates, cocos, … discurren por estas páginas, aclarándonos algunos conceptos erróneos; por ejemplo, el coco no es un fruto, pero sí lo son, por ejemplo, los tomates, pepinos, calabazas, frijoles y guisantes.
Y, como ocurre con nuestros hijos, los niños, los frutos se van de casa también. Rosa Porcel nos explica cómo los diseminan las plantas para crear nuevas generaciones; y nos habla de los bancos de semillas, con especial referencia a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, archipiélago noruego, donde se conservan importantísimas semillas de todo el mundo; valga como ejemplo que alberga más de cien mil variedades solo de arroz.
Concluyendo
Todo lo dicho hasta aquí es poco, muy poco; son solo unas pinceladas acerca de lo que le lector encontrará en las páginas que comentamos. Desde una muy cuidada cubierta, este libro nos está invitando a su lectura. Merece la pena; y mucho. El estilo de la autora es muy cercano; prácticamente, está en continuo diálogo con el lector, al que interpela con preguntas y del que adivina las cuestiones que el libro le sugerirá. En sus páginas, se encuentran muchísimos ejemplos que nos ilustran y nos acercan las descripciones técnicas obligadas por el rigor científico que respalda su contenido. Imágenes abundan; lástima que no sean en color. Por otra parte, la estructura del libro es progresiva, aunque no impide que se pueda disfrutar siguiendo otro orden. En cualquier caso, el disfrute de su lectura está garantizado.
Índice
Introducción
PARTE I.
Las plantas y nosotros
Al principio había
Los vegetales que hicieron historia y nos descubrieron el mundo
Entre la magia y la ciencia: la sabiduría de las brujas
Protagonistas secretas de la página de sucesos
La belleza sí tuvo un precio y nosotros, una crisis financiera
Las plantas en la cultura: el despertar de los sentidos
PARTE II.
Come… Las plantas tienen hambre y se alimentan
Donde comen varios se come mejor
Plantas carnívoras
Plantas parásitas
PARTE III.
Vive … La agitada y estresante vida social de las plantas
¿Hay alguien ahí abajo?
Movimiento de las plantas
Las plantas no tienen cerebro, ni falta que les hace
Por sus venas corre … ¿sangre?
Cuando las plantas enferman
Enemigos de las plantas (I): los seres vivos
Enemigos de las plantas (II): todo lo demás
Fotoquímica: un mundo de moléculas vegetales
La botica verde
Las plantas (no) son eternas
PARTE IV.
Y ama … Las plantas también crean vida
Para gustos se hicieron los colores … y las formas
El florecer del sexo (I): masculino
El florecer del sexo (II): femenino
Secreciones naturales
Cópula vegetal, casi siempre
Cariño, vamos a tener un fruto
Los niños se van de casa
Epílogo
Notas
Índice de plantas que aparecen en el texto
Bibliografía recomendada
Reseñas
Todavía seguimos aquí
Redacción T21 , 25/11/2020
Unas memorias del Holocausto
Ficha Técnica
Título: Todavía seguimos aquí
Autora: Esther Safran Foer
Edita: Ediciones Paidós. Barcelona, noviembre de 2020
Traducción: Pablo Hermida Lazcano,
Colección: Contexto
Materia: Biografías y memorias
Encuadernación: Rústica con solapa
Número de páginas: 256
ISBN: 978-84-493-3722-2
PVP: 21,00 €
“Todavía estamos aquí” es un fascinante relato sobre la familia, el Holocausto y la búsqueda de la verdad. Su autora, Esther Safran Foer, creció en una familia con un pasado demasiado terrible como para hablar sobre él. El Holocausto fue el trasfondo en el que discurrió su vida cotidiana —estaba ahí, pero nadie lo mencionaba—, porque sus padres fueron los únicos supervivientes de sus respectivas familias. La infancia de Esther estuvo marcada por silencios dolorosos y un aire trágico. Incluso con una carrera exitosa, su matrimonio y sus tres hijos, Esther siempre sintió que algo se le escapaba.
Todo cambió el día que la madre de Esther reveló un secreto enterrado años atrás: su padre había tenido una esposa y una hija que fueron asesinadas en el Holocausto. Esther decide entonces averiguar quiénes fueron aquellas mujeres y cómo sobrevivió su padre. Con solo una foto en blanco y negro y un mapa dibujado a mano, la autora viaja a Ucrania, decidida a encontrar el shtetl donde se escondió su padre durante la guerra. Lo que encuentra allí le dará una nueva forma a su identidad y la oportunidad de hacer el duelo finalmente.
Todavía seguimos aquí es la conmovedora historia de cuatro generaciones que vivieron a la sombra del Holocausto; cuatro generaciones de supervivientes, de custodios de la memoria dispuestos a que el pasado no se pierda en el olvido.
Reseñas
La especie espiritual. Por qué las creencias son parte de la naturaleza humana
Juan Antonio Martínez de la Fe , 21/11/2020
Ficha Técnica
Título: La especie espiritual. Por qué las creencias son parte de la naturaleza humana
Autor: Melvin Konner
Edita: Editorial Almuzara, Córdoba, 2020
Traducción: Óscar Mariscal
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 250
ISBN: 978-84-18089-05-3
Precio: 19,95 euros
“No creo que la fe vaya a desaparecer, ni creo tampoco que deba hacerlo”. Desde la Introducción a su obra, Melvin Konner deja clara su postura. Hace ya un par de siglos que autorizadas voces vaticinan que la religión y la fe se evaporarán y se esfumarán, pero no es ese el pensamiento del autor de este interesante libro.
Konner pretende entender la fe, sus fundamentos en los genes y en la actividad fisiológica del cerebro, su desarrollo durante la infancia, su profundo trasfondo evolutivo, sus innumerables variedades culturales e históricas, sus relaciones con la moral y sus muchos roles en la vida humana.
Este es el objetivo del libro y lo que se desarrolla, admirablemente bien, en sus páginas. Hay que tener muy presente que términos como fe, religión, religiosidad, espiritualidad se barajan continuamente en ellas y, sin ser términos sinónimos, sí tienen amplios campos en común que permiten la comprensión de las intenciones y explicaciones de Konner.
Por supuesto, se parte de la base de que cada uno es libre de creer en lo que quiera, ya que es una parte esencial de la civilización, que incluye, naturalmente, la libertad de fe. Sí constata el autor que, en el norte de Europa, la religión convencional es ahora una cultura minoritaria, aunque no así la espiritualidad. Algo natural: a medida que los países se modernizan y se enriquecen, mejora el estado de bienestar, sus habitantes viven más y mejor mientras que la religiosidad decrece; parece que son los países menos desarrollados los más religiosos.
Por su parte, los ateos, concretamente los ateos beligerantes, atacan la fe porque rechazan la idea de que nuestras acciones a veces pueden estar legítimamente motivadas por algo que no sea la pura razón; el ateísmo, pues, pese a su racionalidad, ha tomado un giro fundamentalista que intenta excluir las demás formas de creencias. El autor, que se declara ateo, pretende con este libro comprender científicamente la religión y hacer una defensa atea de ella, como parte de la naturaleza humana, como muchos piensan; porque hay quienes niegan una “naturaleza humana”.
Naturaleza de la religión
Y de eso va la obra. “Este libro trata de la naturaleza de la fe, un conjunto de inclinaciones e ideas evolucionadas, biológicamente fundadas, psicológicamente íntimas y socialmente fuertes que, aun no siendo universales, están tan extendidas y profundamente arraigadas que, en mi opinión, la fe nunca desaparecerá”. Y eso porque Konner cree que la religión es parte de la naturaleza humana y que su futuro depende de tendencias competitivas en el proceso de evolución biológico-cultural.
Partiendo de su experiencia personal, el autor nos ofrece, inicialmente, una breve reseña de su propia trayectoria a través de sus encuentros con autores, ideas, tendencias, religiones, etc. Así, cuenta cómo hoy la teología y la metafísica prosperan en algunos círculos, aunque, sin embargo, han perdido sus milenarias guerras de conquista para alcanzar su estatus actual, en los que influyen pero ya no gobiernan.
¿Y qué ocurrió con el alma, con su alma, la sede de la fe y de la creencia? Pues llega a la conclusión de que el alma es más bien el producto del efecto de la interacción de los circuitos cerebrales, los flujos y reflujos corporales y las vicisitudes de la vida.
Ciencia de la religión
Hay que hablar de la ciencia de la religión, cuyos inicios establece en la obra Las variedades de la experiencia religiosa, publicada en 1902 por el fundador de la psicología moderna, William James. Partiendo de los presupuestos de James, que examina con detenimiento, Konner nos lleva a visitar las posturas de pensadores como Jung y Freud, con sesudos análisis de sus planteamientos, que resultan del mayor interés, para, seguidamente, ahondar en las variedades de la experiencia religiosa, antes de dedicarse a intentar entender qué ocurre en el cerebro cuando de religión se trata, como producto de la evolución.
Toca, pues, abordar el origen de las religiones; Konner arranca de la afirmación de Émile Durkheim de que los totems de los aborígenes australianos pueden explicar el origen de la religión y explone su propia experiencia personal entre los san, tribu del noroeste de Botswana a orillas del desierto del Kalahari, una experiencia a la que acude recurrentemente a lo largo de la obra.
Antes de que James, Jung y Freud abordaran los aspectos comunitarios de la fe, lo hicieron los científicos sociales, de los que Edward Tylor es el fundamentalmente estudiado, con un discreto acercamiento a Bronislaw Malinowski.
El mapa de Dios
¿Podemos hablar de un mapa de Dios? Konner lo hace. Nos dice: “nadie versado en la ciencia del cerebro se tomaría en serio la idea de que la religiosidad pueda residir en un punto. Esto podría hallarse en un circuito que uniera muchos puntos”. Desde luego, sería del mayor interés preguntarse cómo el cerebro genera estados religiosos o espirituales y, para intentar hallar una respuesta, se exponen una serie de experimentos sociológicos, llevados a cabo con el mayor rigor científico. Aquí se consideran las bases cerebrales de una presencia o poder superior sentida; de visiones inspiradoras como la música o voces; de la aceptación de ideas religiosas; de la comunión con Dios y de la oración; de la sensación de ser sanado tras rezar pidiéndolo; de las experiencias de la meditación o del ritual; … Un amplio recorrido con un resultado final similar: una mayor sensación de unidad con los mundos naturales y sobrenaturales.
La cuestión es que hay una serie de sustancias capaces de activar las regiones del cerebro para producir efectos similares con estados alterados del conciencia. Konner habla aquí de sustancias más cotidianas, como el tabaco o el alcohol y el chocolate, la coca o el betel, y de otras más conocidas en el entorno chamánico, como son el peyote, el hachís, la marihuana, el cánnabis o la ayahuasca entre otras.
Todo lo cual plantea interesantes interrogantes a los que el autor intenta dar explicación. ¿Cómo pueden los ritos chamánicos, especialmente los llevados a cabo bajo la influencia de sustancias alucinógenas, arrojar luz sobre las actuales religiones mayoritarias, teniendo en cuenta que los actuales estudios muestran similitudes entre la espiritualidad inducida por sustancias y las del tipo más convencional? La respuesta puede ser que hay otros métodos, además de las drogas, para cambiar el cuerpo y el cerebro. Hay quien dice que los circuitos cerebrales son como antenas de Dios que nos llevan a ellos: “El hecho de que los alucinógenos usen neuronas de serotonina debería ayudarnos a determinar las vías espirituales del cerebro: el mapa de Dios”.
Religión y cerebro
En cualquier caso, resume Konner, la investigación cerebral sobre la religión confirma que: 1) La religión no es solo cognitiva, sino también emocional, social, corporal y mística; 2) La amplia variedad de la experiencia religiosa implica el solapamiento de diferentes circuitos cerebrales; y 3) La religión puede, en principio, ser explicada, pero no diluida con nuestras explicaciones.
“Los neurocientíficos buscan, y a veces encuentran, espiritualidad y fe en circuitos cerebrales y sustancias químicas; entretanto, las investigaciones realizadas por psicólogos, antropólogos y filósofos muestran cómo se ha formado la religión, no solo en el cerebro, sino también la mente”. Con estas líneas aborda Konner un nuevo capítulo de su obra, para acercarnos al concepto de religión; él la ve como una propiedad emergente de la función cerebral humana, que surge de una compleja interacción de las capacidades cognitivas, emocionales y sociales humanas para convertirse en un todo que es más que la suma de sus partes: adaptativa y, por tanto, seleccionada por derecho propio, durante la mayor parte del pasado humano. Dicho esto, ¿cómo la definiría? Sus palabras: “un conjunto de compromisos y experiencias apasionadas, y a menudo comunales, con agentes y fuerzas sobrenaturales que no requieren de una explicación basada en evidencias de la experiencia ordinaria”. Muy claro y contundente.
¿Adoctrinamiento?
Seguidamente, Konner nos propone un planteamiento de gran envergadura. Alude a Richard Dawkins, quien afirma que etiquetar a un niño de cuatro años con la religión de sus padres es abuso infantil, ya que el niño es demasiado joven para tener puntos de vista religiosos. La cuestión, claro, es saber si la religiosidad es algo innato o surge por el adoctrinamiento. Y Dawkins es benigno en sus afirmaciones, si las comparamos con las de Nicholas Humphrey, quien compara la enseñanza de cualquier fe a los niños con la mutilación genital femenina y el infanticidio ritual.
¿Qué pasaría si los niños fueran criados sin adoctrinamiento religioso? Pues que la mayoría de esos niños crecerían normalmente sin creencias religiosas, aunque muchos afirman ser espirituales. Sin embargo es evidente que la religiosidad, definida de manera diversa, está grabada en el cerebro y este se desarrolla.
Investigaciones llevadas a cabo con metodología científica muestran que la religión posee un moderado componente genético. Aunque sorprenda, algo tan sujeto a influencias personales como la religión o la espiritualidad es moldeado por los genes.
Tras analizar los posicionamientos de autoridades como Piedmont, Mark Leach, Rican o Janosova, Konner recapitula: “Tenemos evidencias de una dimensión espiritual con una heredabilidad del 30 al 40%, vinculada con circuitos cerebrales y neurotransmisores conocidos, y relevante en sujetos con un bajo nivel de creencia religiosa convencional; tal vez una dimensión de personalidad en sí misma”.
Está claro que aún queda mucho por aprender, pero sí se puede afirmar que el simple adoctrinamiento no puede explicar la complejidad del desarrollo religioso; es cierta la influencia del adoctrinamiento, pero también hay que tener presentes otros condicionantes: genes, apego positivo y negativo, imaginación, individualidad, estados alterados de conciencia, crisis de identidad, valores familiares, compañeros y búsqueda, etc. Aunque es normal que surja una pregunta: si existen aspectos innatos de la espiritualidad, ¿por qué están ahí?
Origen de la religión
Konner nos habla de varias teorías sobre el origen de la religión, para tratar de responder a esa pregunta: la religión es una adaptación evolutiva para controlar la ansiedad y la depresión; que mejoró la cohesión grupal y fue favorecida por la selección grupal; que dio a algunos individuos control sobre el grupo; o que no es más que un subproducto de nuevos poderes cognitivos que tenían un valor adaptativo que la fe no tenía. Todas ellas teorías que pueden ser parcialmente ciertas. En definitiva, gran parte del pensamiento actual sobre los orígenes de la religión tiene su fundamento en las sociedades que se encuentran en el registro antropológico. Y, seguidamente, el autor nos ofrece un acertado bosquejo de la historia religiosa.
Se ha hablado mucho sobre si la religiosidad hace a las personas más sinceras y más cooperativas, o si la religión tiene efectos positivos sobre la enfermedad y la salud, además de inspirar a quienes nos cuidan; o, también, si quienes se manifiestan religiosos, son más felices y más caritativos. Al parecer, esto es así. Y si es así, si la fe ayuda, entonces no es solo una droga adormecedora del pueblo, sino que puede resultar un alimento para el futuro de la gente.
¿Y en vez de religión, qué? Pensar que los productos que la ciencia u otros de diferente origen pueden ocupar el lugar de la fe, revela una visión empobrecida de la religión. Porque, como dictamina Kunner, “puede usted enumerar tantas como desee, pero no hallará nada que satisfaga la necesidad humana de comprometerse con algo que, realmente, le dé un sentido más amplio a la vida como la religión para muchos. Critíquela tanto como guste, pero ¿eliminarla? No lo creo posible”.
Como cierre de su trabajo, el autor nos ofrece en un concentrado epílogo una serie de conclusiones, ya expresadas a lo largo de la obra, pero que ahora presenta como un apretado resumen de todo su contenido. Su lectura es obligada; pero adelantamos algunas: “¿Qué es lo que creo que sucederá? El número de no creyentes crecerá debido a la evolución cultural”, pero “no veremos el fin de la fe. Las inclinaciones religiosas están arraigadas en la naturaleza humana: evolucionadas, desarrolladas y parcialmente codificadas en genes que construyen circuitos cerebrales”; “predigo un equilibrio en el que una minoría sustancial será convencionalmente religiosa, muchos serán religiosos o espirituales poco convencionales, y habrá una minoría sustancial de ningunos [alude a quienes, en las encuestas, no se encuadran en alguna de las opciones que se les presentan]”; “la búsqueda de un sentido para la vida no tiene por qué ser religiosa”. Son solo unas pocas ideas, pero que, con seguridad, invitarán al lector a introducirse en las páginas de esta apasionante obra.
Concluyendo
El tema abordado en este libro de Melvin Konner es sumamente atractivo. Y el autor se encarga de que el interés inicial que despierta se mantenga a lo largo de toda la obra. Su estilo, tan cercano, lleno de experiencias personales y de descripciones de investigaciones sociológicas llevadas a cabo y que sustentan sus tesis, hacen que la lectura resulte amena e instructiva; lo que no es óbice para que algún capítulo revista un carácter más técnico por la abundancia de datos sobre nuestro cerebro, cuya lectura pueda resultar un poco más complicada. Pero, de lo que no cabe duda, es de que el argumentario de su hipótesis de trabajo es sólido, muy sólido, aunque, lógicamente, puede no ser compartido.
Índice
Introducción
I. Encuentros
II. Variedades
III. Formas elementales
IV. El mapa de Dios
V. Cosechando la fe
VI. Convergencias
VII. ¿Buena para pensar?
VIII. La voz del niño
IX. Asombro en evolución
X. ¡Gracias al cielo!
XI. ¿Y en vez de religión, qué?
Epílogo
Apéndice: Para saber más
Agradecimientos
Título: La especie espiritual. Por qué las creencias son parte de la naturaleza humana
Autor: Melvin Konner
Edita: Editorial Almuzara, Córdoba, 2020
Traducción: Óscar Mariscal
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 250
ISBN: 978-84-18089-05-3
Precio: 19,95 euros
“No creo que la fe vaya a desaparecer, ni creo tampoco que deba hacerlo”. Desde la Introducción a su obra, Melvin Konner deja clara su postura. Hace ya un par de siglos que autorizadas voces vaticinan que la religión y la fe se evaporarán y se esfumarán, pero no es ese el pensamiento del autor de este interesante libro.
Konner pretende entender la fe, sus fundamentos en los genes y en la actividad fisiológica del cerebro, su desarrollo durante la infancia, su profundo trasfondo evolutivo, sus innumerables variedades culturales e históricas, sus relaciones con la moral y sus muchos roles en la vida humana.
Este es el objetivo del libro y lo que se desarrolla, admirablemente bien, en sus páginas. Hay que tener muy presente que términos como fe, religión, religiosidad, espiritualidad se barajan continuamente en ellas y, sin ser términos sinónimos, sí tienen amplios campos en común que permiten la comprensión de las intenciones y explicaciones de Konner.
Por supuesto, se parte de la base de que cada uno es libre de creer en lo que quiera, ya que es una parte esencial de la civilización, que incluye, naturalmente, la libertad de fe. Sí constata el autor que, en el norte de Europa, la religión convencional es ahora una cultura minoritaria, aunque no así la espiritualidad. Algo natural: a medida que los países se modernizan y se enriquecen, mejora el estado de bienestar, sus habitantes viven más y mejor mientras que la religiosidad decrece; parece que son los países menos desarrollados los más religiosos.
Por su parte, los ateos, concretamente los ateos beligerantes, atacan la fe porque rechazan la idea de que nuestras acciones a veces pueden estar legítimamente motivadas por algo que no sea la pura razón; el ateísmo, pues, pese a su racionalidad, ha tomado un giro fundamentalista que intenta excluir las demás formas de creencias. El autor, que se declara ateo, pretende con este libro comprender científicamente la religión y hacer una defensa atea de ella, como parte de la naturaleza humana, como muchos piensan; porque hay quienes niegan una “naturaleza humana”.
Naturaleza de la religión
Y de eso va la obra. “Este libro trata de la naturaleza de la fe, un conjunto de inclinaciones e ideas evolucionadas, biológicamente fundadas, psicológicamente íntimas y socialmente fuertes que, aun no siendo universales, están tan extendidas y profundamente arraigadas que, en mi opinión, la fe nunca desaparecerá”. Y eso porque Konner cree que la religión es parte de la naturaleza humana y que su futuro depende de tendencias competitivas en el proceso de evolución biológico-cultural.
Partiendo de su experiencia personal, el autor nos ofrece, inicialmente, una breve reseña de su propia trayectoria a través de sus encuentros con autores, ideas, tendencias, religiones, etc. Así, cuenta cómo hoy la teología y la metafísica prosperan en algunos círculos, aunque, sin embargo, han perdido sus milenarias guerras de conquista para alcanzar su estatus actual, en los que influyen pero ya no gobiernan.
¿Y qué ocurrió con el alma, con su alma, la sede de la fe y de la creencia? Pues llega a la conclusión de que el alma es más bien el producto del efecto de la interacción de los circuitos cerebrales, los flujos y reflujos corporales y las vicisitudes de la vida.
Ciencia de la religión
Hay que hablar de la ciencia de la religión, cuyos inicios establece en la obra Las variedades de la experiencia religiosa, publicada en 1902 por el fundador de la psicología moderna, William James. Partiendo de los presupuestos de James, que examina con detenimiento, Konner nos lleva a visitar las posturas de pensadores como Jung y Freud, con sesudos análisis de sus planteamientos, que resultan del mayor interés, para, seguidamente, ahondar en las variedades de la experiencia religiosa, antes de dedicarse a intentar entender qué ocurre en el cerebro cuando de religión se trata, como producto de la evolución.
Toca, pues, abordar el origen de las religiones; Konner arranca de la afirmación de Émile Durkheim de que los totems de los aborígenes australianos pueden explicar el origen de la religión y explone su propia experiencia personal entre los san, tribu del noroeste de Botswana a orillas del desierto del Kalahari, una experiencia a la que acude recurrentemente a lo largo de la obra.
Antes de que James, Jung y Freud abordaran los aspectos comunitarios de la fe, lo hicieron los científicos sociales, de los que Edward Tylor es el fundamentalmente estudiado, con un discreto acercamiento a Bronislaw Malinowski.
El mapa de Dios
¿Podemos hablar de un mapa de Dios? Konner lo hace. Nos dice: “nadie versado en la ciencia del cerebro se tomaría en serio la idea de que la religiosidad pueda residir en un punto. Esto podría hallarse en un circuito que uniera muchos puntos”. Desde luego, sería del mayor interés preguntarse cómo el cerebro genera estados religiosos o espirituales y, para intentar hallar una respuesta, se exponen una serie de experimentos sociológicos, llevados a cabo con el mayor rigor científico. Aquí se consideran las bases cerebrales de una presencia o poder superior sentida; de visiones inspiradoras como la música o voces; de la aceptación de ideas religiosas; de la comunión con Dios y de la oración; de la sensación de ser sanado tras rezar pidiéndolo; de las experiencias de la meditación o del ritual; … Un amplio recorrido con un resultado final similar: una mayor sensación de unidad con los mundos naturales y sobrenaturales.
La cuestión es que hay una serie de sustancias capaces de activar las regiones del cerebro para producir efectos similares con estados alterados del conciencia. Konner habla aquí de sustancias más cotidianas, como el tabaco o el alcohol y el chocolate, la coca o el betel, y de otras más conocidas en el entorno chamánico, como son el peyote, el hachís, la marihuana, el cánnabis o la ayahuasca entre otras.
Todo lo cual plantea interesantes interrogantes a los que el autor intenta dar explicación. ¿Cómo pueden los ritos chamánicos, especialmente los llevados a cabo bajo la influencia de sustancias alucinógenas, arrojar luz sobre las actuales religiones mayoritarias, teniendo en cuenta que los actuales estudios muestran similitudes entre la espiritualidad inducida por sustancias y las del tipo más convencional? La respuesta puede ser que hay otros métodos, además de las drogas, para cambiar el cuerpo y el cerebro. Hay quien dice que los circuitos cerebrales son como antenas de Dios que nos llevan a ellos: “El hecho de que los alucinógenos usen neuronas de serotonina debería ayudarnos a determinar las vías espirituales del cerebro: el mapa de Dios”.
Religión y cerebro
En cualquier caso, resume Konner, la investigación cerebral sobre la religión confirma que: 1) La religión no es solo cognitiva, sino también emocional, social, corporal y mística; 2) La amplia variedad de la experiencia religiosa implica el solapamiento de diferentes circuitos cerebrales; y 3) La religión puede, en principio, ser explicada, pero no diluida con nuestras explicaciones.
“Los neurocientíficos buscan, y a veces encuentran, espiritualidad y fe en circuitos cerebrales y sustancias químicas; entretanto, las investigaciones realizadas por psicólogos, antropólogos y filósofos muestran cómo se ha formado la religión, no solo en el cerebro, sino también la mente”. Con estas líneas aborda Konner un nuevo capítulo de su obra, para acercarnos al concepto de religión; él la ve como una propiedad emergente de la función cerebral humana, que surge de una compleja interacción de las capacidades cognitivas, emocionales y sociales humanas para convertirse en un todo que es más que la suma de sus partes: adaptativa y, por tanto, seleccionada por derecho propio, durante la mayor parte del pasado humano. Dicho esto, ¿cómo la definiría? Sus palabras: “un conjunto de compromisos y experiencias apasionadas, y a menudo comunales, con agentes y fuerzas sobrenaturales que no requieren de una explicación basada en evidencias de la experiencia ordinaria”. Muy claro y contundente.
¿Adoctrinamiento?
Seguidamente, Konner nos propone un planteamiento de gran envergadura. Alude a Richard Dawkins, quien afirma que etiquetar a un niño de cuatro años con la religión de sus padres es abuso infantil, ya que el niño es demasiado joven para tener puntos de vista religiosos. La cuestión, claro, es saber si la religiosidad es algo innato o surge por el adoctrinamiento. Y Dawkins es benigno en sus afirmaciones, si las comparamos con las de Nicholas Humphrey, quien compara la enseñanza de cualquier fe a los niños con la mutilación genital femenina y el infanticidio ritual.
¿Qué pasaría si los niños fueran criados sin adoctrinamiento religioso? Pues que la mayoría de esos niños crecerían normalmente sin creencias religiosas, aunque muchos afirman ser espirituales. Sin embargo es evidente que la religiosidad, definida de manera diversa, está grabada en el cerebro y este se desarrolla.
Investigaciones llevadas a cabo con metodología científica muestran que la religión posee un moderado componente genético. Aunque sorprenda, algo tan sujeto a influencias personales como la religión o la espiritualidad es moldeado por los genes.
Tras analizar los posicionamientos de autoridades como Piedmont, Mark Leach, Rican o Janosova, Konner recapitula: “Tenemos evidencias de una dimensión espiritual con una heredabilidad del 30 al 40%, vinculada con circuitos cerebrales y neurotransmisores conocidos, y relevante en sujetos con un bajo nivel de creencia religiosa convencional; tal vez una dimensión de personalidad en sí misma”.
Está claro que aún queda mucho por aprender, pero sí se puede afirmar que el simple adoctrinamiento no puede explicar la complejidad del desarrollo religioso; es cierta la influencia del adoctrinamiento, pero también hay que tener presentes otros condicionantes: genes, apego positivo y negativo, imaginación, individualidad, estados alterados de conciencia, crisis de identidad, valores familiares, compañeros y búsqueda, etc. Aunque es normal que surja una pregunta: si existen aspectos innatos de la espiritualidad, ¿por qué están ahí?
Origen de la religión
Konner nos habla de varias teorías sobre el origen de la religión, para tratar de responder a esa pregunta: la religión es una adaptación evolutiva para controlar la ansiedad y la depresión; que mejoró la cohesión grupal y fue favorecida por la selección grupal; que dio a algunos individuos control sobre el grupo; o que no es más que un subproducto de nuevos poderes cognitivos que tenían un valor adaptativo que la fe no tenía. Todas ellas teorías que pueden ser parcialmente ciertas. En definitiva, gran parte del pensamiento actual sobre los orígenes de la religión tiene su fundamento en las sociedades que se encuentran en el registro antropológico. Y, seguidamente, el autor nos ofrece un acertado bosquejo de la historia religiosa.
Se ha hablado mucho sobre si la religiosidad hace a las personas más sinceras y más cooperativas, o si la religión tiene efectos positivos sobre la enfermedad y la salud, además de inspirar a quienes nos cuidan; o, también, si quienes se manifiestan religiosos, son más felices y más caritativos. Al parecer, esto es así. Y si es así, si la fe ayuda, entonces no es solo una droga adormecedora del pueblo, sino que puede resultar un alimento para el futuro de la gente.
¿Y en vez de religión, qué? Pensar que los productos que la ciencia u otros de diferente origen pueden ocupar el lugar de la fe, revela una visión empobrecida de la religión. Porque, como dictamina Kunner, “puede usted enumerar tantas como desee, pero no hallará nada que satisfaga la necesidad humana de comprometerse con algo que, realmente, le dé un sentido más amplio a la vida como la religión para muchos. Critíquela tanto como guste, pero ¿eliminarla? No lo creo posible”.
Como cierre de su trabajo, el autor nos ofrece en un concentrado epílogo una serie de conclusiones, ya expresadas a lo largo de la obra, pero que ahora presenta como un apretado resumen de todo su contenido. Su lectura es obligada; pero adelantamos algunas: “¿Qué es lo que creo que sucederá? El número de no creyentes crecerá debido a la evolución cultural”, pero “no veremos el fin de la fe. Las inclinaciones religiosas están arraigadas en la naturaleza humana: evolucionadas, desarrolladas y parcialmente codificadas en genes que construyen circuitos cerebrales”; “predigo un equilibrio en el que una minoría sustancial será convencionalmente religiosa, muchos serán religiosos o espirituales poco convencionales, y habrá una minoría sustancial de ningunos [alude a quienes, en las encuestas, no se encuadran en alguna de las opciones que se les presentan]”; “la búsqueda de un sentido para la vida no tiene por qué ser religiosa”. Son solo unas pocas ideas, pero que, con seguridad, invitarán al lector a introducirse en las páginas de esta apasionante obra.
Concluyendo
El tema abordado en este libro de Melvin Konner es sumamente atractivo. Y el autor se encarga de que el interés inicial que despierta se mantenga a lo largo de toda la obra. Su estilo, tan cercano, lleno de experiencias personales y de descripciones de investigaciones sociológicas llevadas a cabo y que sustentan sus tesis, hacen que la lectura resulte amena e instructiva; lo que no es óbice para que algún capítulo revista un carácter más técnico por la abundancia de datos sobre nuestro cerebro, cuya lectura pueda resultar un poco más complicada. Pero, de lo que no cabe duda, es de que el argumentario de su hipótesis de trabajo es sólido, muy sólido, aunque, lógicamente, puede no ser compartido.
Índice
Introducción
I. Encuentros
II. Variedades
III. Formas elementales
IV. El mapa de Dios
V. Cosechando la fe
VI. Convergencias
VII. ¿Buena para pensar?
VIII. La voz del niño
IX. Asombro en evolución
X. ¡Gracias al cielo!
XI. ¿Y en vez de religión, qué?
Epílogo
Apéndice: Para saber más
Agradecimientos
Reseñas
Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo
Redacción T21 , 16/11/2020
Ficha Técnica
Título: Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo
Autores: Anne Case y Angus Deaton
Edita: Ediciones Deusto. Barcelona, noviembre de 2020
Traducción: Ramón González Férriz y Marta Valdivieso
Materia: Política y Sociología
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 384
ISBN: 978-84-234-3196-0
PVP: 19.95 €
eBook (Epub 2): 9.99 €
"Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo", de los catedráticos de Economía Anne Case y Angus Deaton, trata de dar respuesta a la cuestión: ¿Está destruyendo el capitalismo la vida de la clase trabajadora blanca estadounidense?
Por primera vez desde la primera guerra mundial, en Estados Unidos la esperanza de vida ha disminuido durante tres años consecutivos. Es algo que no ha pasado recientemente en ningún otro país rico. En las dos últimas décadas, las muertes por desesperación debidas a sobredosis de droga, suicidios o enfermedades relacionadas con el alcohol han aumentado de manera drástica entre los trabajadores blancos y, en la actualidad, cada año son la causa de cientos de miles de fallecimientos en Estados Unidos.
¿Por qué ha sucedido esto en el país más rico y poderoso del mundo? ¿Qué fuerzas económicas y sociales han hecho que la clase trabajadora blanca ya no pueda acceder a los empleos buenos y prosperar, y recurra a los opioides para calmar el dolor y la desesperación? ¿Por qué cada vez más no contar con un título universitario supone estar condenado a una vida insatisfecha?
En este libro demoledor, los autores retratan el declive del sueño americano para muchos trabajadores blancos que ven cómo sus familias se rompen y sus esperanzas se frustran. Mientras las élites universitarias y profesionales prosperan y alcanzan unas cotas de riqueza sin precedentes, una parte importante de la población es testigo de cómo el capitalismo le deja de lado y su vida es cada vez más corta.
«Muertes por desesperación» fue el término que Case y Deaton acuñaron para designar estas muertes cuyas causas son socioeconómicas y que revelan hasta qué punto el capitalismo ha dejado de funcionar para una parte importante de la clase trabajadora estadounidense. Pero ¿hay solución? ¿Existe una salida para los trabajadores blancos de mediana edad estadounidenses? La hay, y este libro explica cómo es posible alcanzar un nuevo capitalismo inclusivo, eficiente y próspero.
Sumario
Prefacio
Introducción: Muerte en la tarde
Primera Parte. El pasado como prólogo
- La calma antes de la tormenta
- Las cosas se desmoronan
- Muertes por desesperación
Segunda Parte. La anatomía del campo de batalla
- La vida y la muerte de quienes tienen más (y menos) estudios
- Muertes negras y blancas
- La salud de los vivos
- La desgracia y el misterio del dolor
- Suicidio, drogas y alcohol
- Opioides
Tercera Parte. ¿Qué tiene que ver la economía con esto?
- Pistas falsas: la pobreza, los ingresos y la Gran Recesión
- Apartarse del trabajo
- Las brechas crecientes en el hogar
Cuarta Parte. ¿Por qué el capitalismo está fallando a tanta gente?
- Cómo la sanidad estadounidense está destruyendo vidas
- Capitalismo, inmigrantes, robots y China
- Empresas, consumidores y trabajadores
- ¿qué hacer?
Agradecimientos
Reseñas
Un mundo en llamas
Redacción T21 , 11/11/2020
Una breve historia entre 1914 y 1945
Ficha Técnica
Título: Un mundo en llamas
Autor: Fernando Cohnen
Edita: Editorial Crítica. Barcelona, noviembre de 2020
Colección: Memoria Crítica
Materia: Historia
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 368
ISBN: 9788491992530
PVP: 20,80 €
Un mundo en llamas propone una nueva visión de las grandes contiendas bélicas que se produjeron en la primera mitad del siglo XX, unificándolas en una sola que denominamos Segunda Guerra Europea de los Treinta Años. La Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la invasión japonesa en Manchuria, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial configuran ese sangriento período histórico de treinta años.
Una vez concluyó la matanza de 1914, las naciones vencedoras reunidas en Versalles impusieron a Berlín severísimas compensaciones económicas que indignaron a los alemanes y sembraron las semillas de un nuevo conflicto mundial que estallaría veinte años más tarde.
El auge del fascismo y del nazismo como respuesta a la amenaza comunista, el descrédito de las democracias y las nefastas secuelas económicas del crac financiero de 1929 también contribuyeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial, que fue el último y más dramático capítulo de esas tres décadas de masacres.
El devastador escenario social, político y económico que provocó la Gran Depresión recuerda en parte al que sufrimos hoy día en Occidente, con el auge de los populismos y la constante amenaza de una devastadora crisis económica que vuelva a poner en entredicho el valor de las democracias.
Índice
Prólogo
- Los antecedentes del apocalipsis
- De la lucha romántica al horror de la guerra
- El final de los imperios. La democracia parlamentaria coge el testigo
- La convivencia inestable entre democracia y crisis económica
- Hacia el desastre global
- La solución final y la guerra total
- Luz al final del túnel. El eje del mal se derrumba
Índice onomástico
Redacción T21
Este canal ofrece comentarios de libros seleccionados, que nuestra Redacción considera de interés para la sociedad de nuestro tiempo. Los comentarios están abiertos a la participación de los lectores de nuestra revista.
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Anatomía del cristianismo
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Diccionario de los símbolos
21/02/2023
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850