Reseñas
Eso no estaba en mi libro de Botánica
Juan Antonio Martínez de la Fe , 28/11/2020
Ficha técnica
Título: Eso no estaba en mi libro de Botánica
Autora: Rosa Porcel
Edita: Editorial Guadalmazán, Córdoba, 2020
Colección: Divulgación científica
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 384
ISBN: 978-84-17547-27-1
Precio: 19,95 €
¡Qué delicia de libro! Rosa Porcel nos abre la ventana a un mundo que, pese a estar a nuestro lado, con el que convivimos día a día, nos es desconocido en gran medida. De hecho, el libro que comentamos existe gracias a las plantas, que proporcionan la base para el papel.
Es un libro que trata de plantas, eso sí, pero no es un libro de Botánica al uso. La autora nos propone realizar con ella “un recorrido por la historia para saber cómo han influido [las plantas] en nuestra cultura, cómo se alimentan, cómo viven, cómo se relacionan y qué mecanismos tienen para defenderse o adaptarse al entorno, para terminar finalmente con la reproducción y el origen de una nueva planta. Verás que, detrás de cada brote verde, de cada flor o de cada raíz, se esconde una historia increíble”. Y es cierto. El objetivo que se propuso Rosa Porcel al redactar las páginas de esta amenísima obra lo ha alcanzado con creces.
Las plantas y nosotros
En una primera parte, aborda la relación entre las plantas y nosotros, partiendo de los principios del tiempo, hace mil millones de años, con plantas de las que se han encontrado microfósiles, muchos, muchos años antes de que el Homo sapiens hiciera su aparición en la historia. Es apasionante lo que cuenta Rosa Porcel sobre la evolución de las plantas, cómo pasaron del agua a la tierra y cómo se adaptaron al nuevo entorno.
A lo largo de los siglos, nuestra relación con las plantas ha ido creciendo, pues nos han servido de alimento y algunas de ellas, como las especias, llegaron a condicionar las relaciones entre países: el azafrán (del que nos explica su llegada a España), la canela, el palo de Campeche, circulan por las páginas del libro abriéndonos la mirada al importante papel que han desempeñado, y desempeñan, en la historia.
Otra forma de relacionarnos con ellas ha sido algo más enigmática: la magia, las brujas y su arribar a la ciencia. Brujas y hechiceras hacían uso de vegetales muy variados para llevar a cabo sus actividades, muchas de ellas beneficiosas a través de plantas medicinales. Aquí es el beleño, la belladona, la mandrágora o el estramonio, entre otras, las que nos visitan en el recorrido propuesto por Rosa Porcel, quien nos acerca, después, a las páginas de sucesos de los medios de comunicación ya que, en muchos de ellos, las plantas han ocupado un papel protagonista, interviniendo en múltiples asesinatos por envenenamiento o en románticos suicidios.
Y de las crónicas negras, la autora nos traslada al mundo de la economía, hasta el punto de convertirse alguna flor en el símbolo de todo un país, algo que ocurrió con el tulipán, que creó grandes fortunas y ocasionó sonoras ruinas en su mercadeo, concretamente en los Países Bajos. Todo un estudio de diferentes variedades a la búsqueda de la más bella y más rara; es paradigmático el caso del Semper augustus, el tulipán más caro vendido en aquellas tierras en el ya lejano siglo XVII.
Pero si la presencia de las plantas es celebrada en los aspectos ya recorridos, no lo es menos en nuestra cultura. Muchos de los mitos griegos se asocian con ellas, pero no solo acaece dentro de la cultura grecorroromana, ya que, por ejemplo, en la cultura maya abundan ejemplos de tal asociación. A lo que se añade que ellas, las plantas, ocupan primordial rol en la literatura y, especialmente, en la pintura. Afirma, sin que le falte la razón, Porcel que “ de hecho, si no fuera por las plantas, no tendríamos ni literatura ni pintura”.
Plantas hambrientas
“Para que las plantas crezcan y se desarrollen medianamente bien, requieren básicamente luz, agua y nutrientes, que son diferentes moléculas que las plantas no pueden sintetizar por sí mismas y necesitan tomarlas del medio, como nosotros las vitaminas”. Partiendo de este párrafo inicial, la autora nos traslada a la manera de vivir de las plantas. Por supuesto, necesitan nitrógeno y asistimos, no sin asombro, a los variados manejos que realizan para poder obtenerlo. Pero es que, además del nitrógeno, es fundamental la presencia de fósforo y potasio como macronutrientes, a los que se ha de unir algunos micronutrientes importantes como el calcio, magnesio y el azufre; su deficiencia produce alteraciones en el crecimiento de la planta, por lo que ha de ingeniárselas para obtenerlos.
Hay variados métodos. Alguno nos ha llevado, incluso, hasta la tienda de los horrores en un alarde de imaginación, como ocurre con las plantas carnívoras, de las que hay variados tipos y tamaños, buscando todos ellos la mejor manera de cazar a sus víctimas. Otro método no menos importante es el de parasitismo, del que Rosa Porcel nos ilustra abundantemente.
Plantas sociales
La aparente inmovilidad de las plantas nos induce a engaño. Tienen una muy activa e, incluso, estresante actividad social. Y, como sucede en nuestras redes de comunicación, ellas utilizan, de manera recurrente los abundantes recursos que les ofrece el suelo: bacterias y micorrizas (a las que califica como “internet bajo el suelo”). Y, aunque reconoce que se necesita seguir comprendiendo los diálogos moleculares entre estos microorganismos y de estos con las plantas y los mecanismos que ponen en marcha para protegerlas, es apasionante la descripción que hace la autora sobre este mundo que habitualmente pisamos sin conocer la rica vida que encierra.
Igualmente, pese a esa apariencia de inmovilismo, las plantas se mueven; en todas direcciones, con distintos tipos de movimientos. Uno de ellos es el tropismo, que indica una respuesta que depende de la dirección de un estímulo ambiental; otro es el gravitropismo, con la atracción de la gravedad; y añade el electrotropismo, motivado por un campo eléctrico y el fototropismo direccionado por la luz. Con el descubrimiento de los ciclos circadianos en las plantas, la autora nos plantea una muy interesante pregunta: ¿tienen inteligencia las plantas?
Es claro que las plantas no tienen cerebro; pero es que no les hace falta. Es cierto que se comunican entre ellas, a lo largo de kilómetros, a través de las grandes redes de micelio fúngico, informando sobre su estado nutricional o de una amenaza cercana. Pero también lo hacen por el aire; no hablan, cierto; pero tienen su propio lenguaje, que hay que saber interpretar; por ejemplo, algo comunican cuando se expande el olor a césped recién cortado, y Rosa Porcel nos ayuda a interpretar esos mensajes. Y a responder a preguntas tales como si las plantas sienten, cuáles son sus orejas y sus balbuceos, o si tienen consciencia. La respuesta final es que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. Pero el camino por el que la autora nos conduce a esta conclusión, plagado de curiosos ejemplos y sesudas investigaciones científicas, ha de ser recorrido por su amenidad.
Las plantas enferman
Con seres vivos tan vivos, no es extraña la pregunta de si tienen sangre las plantas. Algunas personas se lo plantearon al ver algunas especies de árboles formar savias y resinas de un color rojo brillante muy parecidas a la sangre que, al solidificarse, reciben el nombre de goma roja; desde luego, uno de los ejemplos más conocidos es el de la sangre de drago, ya utilizada por romanos y griegos como barniz, medicina, incienso o tintura.
Aun no teniendo realmente sangre, pese a la posible apariencia, las plantas enferman. Hasta les sube la temperatura y pueden dar muestras de estrés. ¿Quién no recuerda la terrible plaga que afectó a las patatas de Irlanda a mediados del siglo XIX? Fue una auténtica catástrofe económica y social. Y las actuales condiciones de la globalización son un excelente vehículo para transportar plagas, enfermedades, insectos que atacan a las plantas e, incluso, otras plantas que se convierten en invasoras. Olmos, tomates, olivos, etc. se ven expuestos a bacterias, hongos, herbívoros, insectos, babosas, caracoles, arañas, orugas …, y una serie de condiciones climatológicas y ambientales que ponen a prueba su supervivencia. Y no siempre los tratamientos que se les aplican para curarlas dan el resultado apetecido, lo que obliga a una permanente vigilancia y estudios para hallar los remedios anhelados.
Así, pues, tienen las plantas muchos y variados enemigos. En primer lugar, los seres vivos, a quienes acompañan múltiples elementos. Con abundantes ejemplos, algunos recientes en la memoria, Rosa Porcel nos guía, a través de varias páginas, para mejor comprender las situaciones a las que se ven sometidas las plantas y, en ocasiones, el enorme problema que suscitan sus enfermedades.
Las plantas se defienden
Pero existe un mundo de moléculas vegetales que ellas utilizan para defenderse; una fitoquímica que nos puede pasar desapercibida pero que la autora nos descubre. Para ello, nos invita a asistir al menú de una cena íntima, con platos variados. Allí encontraremos rúcula, cuyo sabor no es grato a todo el mundo, algo que ella, la rúcula, utiliza como escudo ante sus depredadores. Hemos domesticado patatas, tomates, berenjenas y pimientos para reducir el alcaloide peligroso que utilizan como defensa, de manera que podamos consumirlos sin peligro; pero, por ejemplo, el tono verdoso que presentan a veces partes de las patatas, es señal de una acumulación peligrosa de solanina que ha creado la planta para su defensa. Por su parte, cebolla y ajo se protegen generando compuestos ricos en azufre, potente veneno para los insectos. Esta cena, a la que hemos asistido y que detalla extensamente la autora, tendrá una mezcla de sabores suaves y explosivos, lo que, a veces, obligará a beber para calmar, por ejemplo, el sabor picante del jengibre. ¿Y qué decir de las almendras amargas, un sabor protector de la planta y que, según nos explica Porcel, si consumimos unas veinte puede producirnos la muerte?
Y nos defienden
Ya desde las antiguas civilizaciones de Oriente, Egipto y Grecia se tenía un conocimiento suficiente como para recurrir a las plantas con el fin de obtener remedios para la salud dañada. Hoy día, se utilizan, según la FAO, más de cincuenta mil especies de plantas con fines medicinales: analgésicos, antitusivos, antihipertensivos, cardiotónicos, antineoplásicos o antipalúdicos, entre una gran variedad de beneficiosos efectos. También tiene un origen vegetal la conocidísima aspirina, que etimológicamente, significa droga fabricada sin el uso de Spiaea ulmaria, de cuyas flores se obtiene su principio activo.
Y, aunque nos ayudan a incrementar nuestra longevidad, ellas no son eternas. Aunque, eso sí, las hay que nos superan ampliamente en edad, como ocurre con las coníferas que viven varios siglos; hay algún pino, como el llamado Matusalén, en Estados Unidos, que cuenta 4.852 años, es decir que, cuando comenzó a crecer, la humanidad se encontraba en la Edad del Bronce. Son también longevos los baobabs y algunas otras variedades. Pero no son eternos: algún día dejarán de existir. Aunque lo verdaderamente interesante son los diversos sistemas de que se han valido para alcanzar tan altas cotas de vida, algo deliciosamente narrado por la autora.
Las plantas crean vida: colores y formas
Si hablamos de colores hay que recurrir, necesariamente a las flores, una belleza desarrollada por las plantas para asegurarse la descendencia. Muchas plantas necesitan la fecundación sexuada, para lo que se valen de insectos y animales, así como del viento, para que su polen sea portado hasta la parte femenina de otra planta generando la fecundación. Todo un espectáculo de vida. Aunque, evidentemente, hay plantas que son capaces de reproducirse sin sexo, mediante una reproducción asexual donde no intervienen las flores ni las células sexuales, ni hay fecundación. En ellas solo participa un progenitor y sus descendientes serán genéticamente idénticos a él.
De manera muy gráfica y cercana, Rosa Porcel titula el capítulo dedicado al resultado de la fecundación: Cariño, vamos a tener un fruto. Los frutos son variadísimos en cuanto aspecto, tamaño, sabor y en la manera de contener las semillas con una visión de futuro. Fresas, frambuesas, aguacates, cocos, … discurren por estas páginas, aclarándonos algunos conceptos erróneos; por ejemplo, el coco no es un fruto, pero sí lo son, por ejemplo, los tomates, pepinos, calabazas, frijoles y guisantes.
Y, como ocurre con nuestros hijos, los niños, los frutos se van de casa también. Rosa Porcel nos explica cómo los diseminan las plantas para crear nuevas generaciones; y nos habla de los bancos de semillas, con especial referencia a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, archipiélago noruego, donde se conservan importantísimas semillas de todo el mundo; valga como ejemplo que alberga más de cien mil variedades solo de arroz.
Concluyendo
Todo lo dicho hasta aquí es poco, muy poco; son solo unas pinceladas acerca de lo que le lector encontrará en las páginas que comentamos. Desde una muy cuidada cubierta, este libro nos está invitando a su lectura. Merece la pena; y mucho. El estilo de la autora es muy cercano; prácticamente, está en continuo diálogo con el lector, al que interpela con preguntas y del que adivina las cuestiones que el libro le sugerirá. En sus páginas, se encuentran muchísimos ejemplos que nos ilustran y nos acercan las descripciones técnicas obligadas por el rigor científico que respalda su contenido. Imágenes abundan; lástima que no sean en color. Por otra parte, la estructura del libro es progresiva, aunque no impide que se pueda disfrutar siguiendo otro orden. En cualquier caso, el disfrute de su lectura está garantizado.
Índice
Introducción
PARTE I.
Las plantas y nosotros
Al principio había
Los vegetales que hicieron historia y nos descubrieron el mundo
Entre la magia y la ciencia: la sabiduría de las brujas
Protagonistas secretas de la página de sucesos
La belleza sí tuvo un precio y nosotros, una crisis financiera
Las plantas en la cultura: el despertar de los sentidos
PARTE II.
Come… Las plantas tienen hambre y se alimentan
Donde comen varios se come mejor
Plantas carnívoras
Plantas parásitas
PARTE III.
Vive … La agitada y estresante vida social de las plantas
¿Hay alguien ahí abajo?
Movimiento de las plantas
Las plantas no tienen cerebro, ni falta que les hace
Por sus venas corre … ¿sangre?
Cuando las plantas enferman
Enemigos de las plantas (I): los seres vivos
Enemigos de las plantas (II): todo lo demás
Fotoquímica: un mundo de moléculas vegetales
La botica verde
Las plantas (no) son eternas
PARTE IV.
Y ama … Las plantas también crean vida
Para gustos se hicieron los colores … y las formas
El florecer del sexo (I): masculino
El florecer del sexo (II): femenino
Secreciones naturales
Cópula vegetal, casi siempre
Cariño, vamos a tener un fruto
Los niños se van de casa
Epílogo
Notas
Índice de plantas que aparecen en el texto
Bibliografía recomendada
Título: Eso no estaba en mi libro de Botánica
Autora: Rosa Porcel
Edita: Editorial Guadalmazán, Córdoba, 2020
Colección: Divulgación científica
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 384
ISBN: 978-84-17547-27-1
Precio: 19,95 €
¡Qué delicia de libro! Rosa Porcel nos abre la ventana a un mundo que, pese a estar a nuestro lado, con el que convivimos día a día, nos es desconocido en gran medida. De hecho, el libro que comentamos existe gracias a las plantas, que proporcionan la base para el papel.
Es un libro que trata de plantas, eso sí, pero no es un libro de Botánica al uso. La autora nos propone realizar con ella “un recorrido por la historia para saber cómo han influido [las plantas] en nuestra cultura, cómo se alimentan, cómo viven, cómo se relacionan y qué mecanismos tienen para defenderse o adaptarse al entorno, para terminar finalmente con la reproducción y el origen de una nueva planta. Verás que, detrás de cada brote verde, de cada flor o de cada raíz, se esconde una historia increíble”. Y es cierto. El objetivo que se propuso Rosa Porcel al redactar las páginas de esta amenísima obra lo ha alcanzado con creces.
Las plantas y nosotros
En una primera parte, aborda la relación entre las plantas y nosotros, partiendo de los principios del tiempo, hace mil millones de años, con plantas de las que se han encontrado microfósiles, muchos, muchos años antes de que el Homo sapiens hiciera su aparición en la historia. Es apasionante lo que cuenta Rosa Porcel sobre la evolución de las plantas, cómo pasaron del agua a la tierra y cómo se adaptaron al nuevo entorno.
A lo largo de los siglos, nuestra relación con las plantas ha ido creciendo, pues nos han servido de alimento y algunas de ellas, como las especias, llegaron a condicionar las relaciones entre países: el azafrán (del que nos explica su llegada a España), la canela, el palo de Campeche, circulan por las páginas del libro abriéndonos la mirada al importante papel que han desempeñado, y desempeñan, en la historia.
Otra forma de relacionarnos con ellas ha sido algo más enigmática: la magia, las brujas y su arribar a la ciencia. Brujas y hechiceras hacían uso de vegetales muy variados para llevar a cabo sus actividades, muchas de ellas beneficiosas a través de plantas medicinales. Aquí es el beleño, la belladona, la mandrágora o el estramonio, entre otras, las que nos visitan en el recorrido propuesto por Rosa Porcel, quien nos acerca, después, a las páginas de sucesos de los medios de comunicación ya que, en muchos de ellos, las plantas han ocupado un papel protagonista, interviniendo en múltiples asesinatos por envenenamiento o en románticos suicidios.
Y de las crónicas negras, la autora nos traslada al mundo de la economía, hasta el punto de convertirse alguna flor en el símbolo de todo un país, algo que ocurrió con el tulipán, que creó grandes fortunas y ocasionó sonoras ruinas en su mercadeo, concretamente en los Países Bajos. Todo un estudio de diferentes variedades a la búsqueda de la más bella y más rara; es paradigmático el caso del Semper augustus, el tulipán más caro vendido en aquellas tierras en el ya lejano siglo XVII.
Pero si la presencia de las plantas es celebrada en los aspectos ya recorridos, no lo es menos en nuestra cultura. Muchos de los mitos griegos se asocian con ellas, pero no solo acaece dentro de la cultura grecorroromana, ya que, por ejemplo, en la cultura maya abundan ejemplos de tal asociación. A lo que se añade que ellas, las plantas, ocupan primordial rol en la literatura y, especialmente, en la pintura. Afirma, sin que le falte la razón, Porcel que “ de hecho, si no fuera por las plantas, no tendríamos ni literatura ni pintura”.
Plantas hambrientas
“Para que las plantas crezcan y se desarrollen medianamente bien, requieren básicamente luz, agua y nutrientes, que son diferentes moléculas que las plantas no pueden sintetizar por sí mismas y necesitan tomarlas del medio, como nosotros las vitaminas”. Partiendo de este párrafo inicial, la autora nos traslada a la manera de vivir de las plantas. Por supuesto, necesitan nitrógeno y asistimos, no sin asombro, a los variados manejos que realizan para poder obtenerlo. Pero es que, además del nitrógeno, es fundamental la presencia de fósforo y potasio como macronutrientes, a los que se ha de unir algunos micronutrientes importantes como el calcio, magnesio y el azufre; su deficiencia produce alteraciones en el crecimiento de la planta, por lo que ha de ingeniárselas para obtenerlos.
Hay variados métodos. Alguno nos ha llevado, incluso, hasta la tienda de los horrores en un alarde de imaginación, como ocurre con las plantas carnívoras, de las que hay variados tipos y tamaños, buscando todos ellos la mejor manera de cazar a sus víctimas. Otro método no menos importante es el de parasitismo, del que Rosa Porcel nos ilustra abundantemente.
Plantas sociales
La aparente inmovilidad de las plantas nos induce a engaño. Tienen una muy activa e, incluso, estresante actividad social. Y, como sucede en nuestras redes de comunicación, ellas utilizan, de manera recurrente los abundantes recursos que les ofrece el suelo: bacterias y micorrizas (a las que califica como “internet bajo el suelo”). Y, aunque reconoce que se necesita seguir comprendiendo los diálogos moleculares entre estos microorganismos y de estos con las plantas y los mecanismos que ponen en marcha para protegerlas, es apasionante la descripción que hace la autora sobre este mundo que habitualmente pisamos sin conocer la rica vida que encierra.
Igualmente, pese a esa apariencia de inmovilismo, las plantas se mueven; en todas direcciones, con distintos tipos de movimientos. Uno de ellos es el tropismo, que indica una respuesta que depende de la dirección de un estímulo ambiental; otro es el gravitropismo, con la atracción de la gravedad; y añade el electrotropismo, motivado por un campo eléctrico y el fototropismo direccionado por la luz. Con el descubrimiento de los ciclos circadianos en las plantas, la autora nos plantea una muy interesante pregunta: ¿tienen inteligencia las plantas?
Es claro que las plantas no tienen cerebro; pero es que no les hace falta. Es cierto que se comunican entre ellas, a lo largo de kilómetros, a través de las grandes redes de micelio fúngico, informando sobre su estado nutricional o de una amenaza cercana. Pero también lo hacen por el aire; no hablan, cierto; pero tienen su propio lenguaje, que hay que saber interpretar; por ejemplo, algo comunican cuando se expande el olor a césped recién cortado, y Rosa Porcel nos ayuda a interpretar esos mensajes. Y a responder a preguntas tales como si las plantas sienten, cuáles son sus orejas y sus balbuceos, o si tienen consciencia. La respuesta final es que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. Pero el camino por el que la autora nos conduce a esta conclusión, plagado de curiosos ejemplos y sesudas investigaciones científicas, ha de ser recorrido por su amenidad.
Las plantas enferman
Con seres vivos tan vivos, no es extraña la pregunta de si tienen sangre las plantas. Algunas personas se lo plantearon al ver algunas especies de árboles formar savias y resinas de un color rojo brillante muy parecidas a la sangre que, al solidificarse, reciben el nombre de goma roja; desde luego, uno de los ejemplos más conocidos es el de la sangre de drago, ya utilizada por romanos y griegos como barniz, medicina, incienso o tintura.
Aun no teniendo realmente sangre, pese a la posible apariencia, las plantas enferman. Hasta les sube la temperatura y pueden dar muestras de estrés. ¿Quién no recuerda la terrible plaga que afectó a las patatas de Irlanda a mediados del siglo XIX? Fue una auténtica catástrofe económica y social. Y las actuales condiciones de la globalización son un excelente vehículo para transportar plagas, enfermedades, insectos que atacan a las plantas e, incluso, otras plantas que se convierten en invasoras. Olmos, tomates, olivos, etc. se ven expuestos a bacterias, hongos, herbívoros, insectos, babosas, caracoles, arañas, orugas …, y una serie de condiciones climatológicas y ambientales que ponen a prueba su supervivencia. Y no siempre los tratamientos que se les aplican para curarlas dan el resultado apetecido, lo que obliga a una permanente vigilancia y estudios para hallar los remedios anhelados.
Así, pues, tienen las plantas muchos y variados enemigos. En primer lugar, los seres vivos, a quienes acompañan múltiples elementos. Con abundantes ejemplos, algunos recientes en la memoria, Rosa Porcel nos guía, a través de varias páginas, para mejor comprender las situaciones a las que se ven sometidas las plantas y, en ocasiones, el enorme problema que suscitan sus enfermedades.
Las plantas se defienden
Pero existe un mundo de moléculas vegetales que ellas utilizan para defenderse; una fitoquímica que nos puede pasar desapercibida pero que la autora nos descubre. Para ello, nos invita a asistir al menú de una cena íntima, con platos variados. Allí encontraremos rúcula, cuyo sabor no es grato a todo el mundo, algo que ella, la rúcula, utiliza como escudo ante sus depredadores. Hemos domesticado patatas, tomates, berenjenas y pimientos para reducir el alcaloide peligroso que utilizan como defensa, de manera que podamos consumirlos sin peligro; pero, por ejemplo, el tono verdoso que presentan a veces partes de las patatas, es señal de una acumulación peligrosa de solanina que ha creado la planta para su defensa. Por su parte, cebolla y ajo se protegen generando compuestos ricos en azufre, potente veneno para los insectos. Esta cena, a la que hemos asistido y que detalla extensamente la autora, tendrá una mezcla de sabores suaves y explosivos, lo que, a veces, obligará a beber para calmar, por ejemplo, el sabor picante del jengibre. ¿Y qué decir de las almendras amargas, un sabor protector de la planta y que, según nos explica Porcel, si consumimos unas veinte puede producirnos la muerte?
Y nos defienden
Ya desde las antiguas civilizaciones de Oriente, Egipto y Grecia se tenía un conocimiento suficiente como para recurrir a las plantas con el fin de obtener remedios para la salud dañada. Hoy día, se utilizan, según la FAO, más de cincuenta mil especies de plantas con fines medicinales: analgésicos, antitusivos, antihipertensivos, cardiotónicos, antineoplásicos o antipalúdicos, entre una gran variedad de beneficiosos efectos. También tiene un origen vegetal la conocidísima aspirina, que etimológicamente, significa droga fabricada sin el uso de Spiaea ulmaria, de cuyas flores se obtiene su principio activo.
Y, aunque nos ayudan a incrementar nuestra longevidad, ellas no son eternas. Aunque, eso sí, las hay que nos superan ampliamente en edad, como ocurre con las coníferas que viven varios siglos; hay algún pino, como el llamado Matusalén, en Estados Unidos, que cuenta 4.852 años, es decir que, cuando comenzó a crecer, la humanidad se encontraba en la Edad del Bronce. Son también longevos los baobabs y algunas otras variedades. Pero no son eternos: algún día dejarán de existir. Aunque lo verdaderamente interesante son los diversos sistemas de que se han valido para alcanzar tan altas cotas de vida, algo deliciosamente narrado por la autora.
Las plantas crean vida: colores y formas
Si hablamos de colores hay que recurrir, necesariamente a las flores, una belleza desarrollada por las plantas para asegurarse la descendencia. Muchas plantas necesitan la fecundación sexuada, para lo que se valen de insectos y animales, así como del viento, para que su polen sea portado hasta la parte femenina de otra planta generando la fecundación. Todo un espectáculo de vida. Aunque, evidentemente, hay plantas que son capaces de reproducirse sin sexo, mediante una reproducción asexual donde no intervienen las flores ni las células sexuales, ni hay fecundación. En ellas solo participa un progenitor y sus descendientes serán genéticamente idénticos a él.
De manera muy gráfica y cercana, Rosa Porcel titula el capítulo dedicado al resultado de la fecundación: Cariño, vamos a tener un fruto. Los frutos son variadísimos en cuanto aspecto, tamaño, sabor y en la manera de contener las semillas con una visión de futuro. Fresas, frambuesas, aguacates, cocos, … discurren por estas páginas, aclarándonos algunos conceptos erróneos; por ejemplo, el coco no es un fruto, pero sí lo son, por ejemplo, los tomates, pepinos, calabazas, frijoles y guisantes.
Y, como ocurre con nuestros hijos, los niños, los frutos se van de casa también. Rosa Porcel nos explica cómo los diseminan las plantas para crear nuevas generaciones; y nos habla de los bancos de semillas, con especial referencia a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, archipiélago noruego, donde se conservan importantísimas semillas de todo el mundo; valga como ejemplo que alberga más de cien mil variedades solo de arroz.
Concluyendo
Todo lo dicho hasta aquí es poco, muy poco; son solo unas pinceladas acerca de lo que le lector encontrará en las páginas que comentamos. Desde una muy cuidada cubierta, este libro nos está invitando a su lectura. Merece la pena; y mucho. El estilo de la autora es muy cercano; prácticamente, está en continuo diálogo con el lector, al que interpela con preguntas y del que adivina las cuestiones que el libro le sugerirá. En sus páginas, se encuentran muchísimos ejemplos que nos ilustran y nos acercan las descripciones técnicas obligadas por el rigor científico que respalda su contenido. Imágenes abundan; lástima que no sean en color. Por otra parte, la estructura del libro es progresiva, aunque no impide que se pueda disfrutar siguiendo otro orden. En cualquier caso, el disfrute de su lectura está garantizado.
Índice
Introducción
PARTE I.
Las plantas y nosotros
Al principio había
Los vegetales que hicieron historia y nos descubrieron el mundo
Entre la magia y la ciencia: la sabiduría de las brujas
Protagonistas secretas de la página de sucesos
La belleza sí tuvo un precio y nosotros, una crisis financiera
Las plantas en la cultura: el despertar de los sentidos
PARTE II.
Come… Las plantas tienen hambre y se alimentan
Donde comen varios se come mejor
Plantas carnívoras
Plantas parásitas
PARTE III.
Vive … La agitada y estresante vida social de las plantas
¿Hay alguien ahí abajo?
Movimiento de las plantas
Las plantas no tienen cerebro, ni falta que les hace
Por sus venas corre … ¿sangre?
Cuando las plantas enferman
Enemigos de las plantas (I): los seres vivos
Enemigos de las plantas (II): todo lo demás
Fotoquímica: un mundo de moléculas vegetales
La botica verde
Las plantas (no) son eternas
PARTE IV.
Y ama … Las plantas también crean vida
Para gustos se hicieron los colores … y las formas
El florecer del sexo (I): masculino
El florecer del sexo (II): femenino
Secreciones naturales
Cópula vegetal, casi siempre
Cariño, vamos a tener un fruto
Los niños se van de casa
Epílogo
Notas
Índice de plantas que aparecen en el texto
Bibliografía recomendada
Notas sobre la autora
Rosa Porcel (Granada, 1976) es licenciada en Ciencias Biológicas y doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Granada. La mayor parte de su trayectoria investigadora la ha realizado en el CSIC estudiando la interacción planta-microorganismo y la tolerancia de las plantas a sequía y la salinidad. Recibió el Premio Nacional de Investigación en Relaciones Hídricas, otorgado por la Sociedad Española de Fisiología Vegetal y ha publicado numerosos artículos científicos sobre la relación simbiótica entre plantas y hongos beneficiosos del suelo. Actualmente es investigadora en la Universitat Politècnica de València, docente en el Máster de Mejora Genética Vegetal y en la Universitat Jaume I de Castellón. En su faceta de divulgadora científica es autora del blog «La Ciencia de Amara», además de colaboradora habitual en medios de comunicación sobre temas relacionados con la biotecnología vegetal. Es premio Antama de divulgación científica y su cuenta de twitter (@bioamara) es de las más populares de una científica española. Este es su primer libro.
Rosa Porcel (Granada, 1976) es licenciada en Ciencias Biológicas y doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Granada. La mayor parte de su trayectoria investigadora la ha realizado en el CSIC estudiando la interacción planta-microorganismo y la tolerancia de las plantas a sequía y la salinidad. Recibió el Premio Nacional de Investigación en Relaciones Hídricas, otorgado por la Sociedad Española de Fisiología Vegetal y ha publicado numerosos artículos científicos sobre la relación simbiótica entre plantas y hongos beneficiosos del suelo. Actualmente es investigadora en la Universitat Politècnica de València, docente en el Máster de Mejora Genética Vegetal y en la Universitat Jaume I de Castellón. En su faceta de divulgadora científica es autora del blog «La Ciencia de Amara», además de colaboradora habitual en medios de comunicación sobre temas relacionados con la biotecnología vegetal. Es premio Antama de divulgación científica y su cuenta de twitter (@bioamara) es de las más populares de una científica española. Este es su primer libro.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850