Artículos y comunicaciones
Viernes, 9 de Enero 2009 - 21:04
Una de las partes rituales más importantes en la práctica del culto divino diario desarrollado en los templos egipcios consistía en la ejecución de los actos que procuraban el pacífico despertar de la divinidad. Al amanecer se entonaban por los sacerdotes responsables de dicho culto una serie de cantos especiales para hacer despertar al dios.
En la Capilla-Templo de Debod de Madrid tales salmodias están dirigidas a Im-Hotep divinizado.
Este personaje, que está reputado haber sido arquitecto del Horus Netcheryjet (Dyeser), durante la dinastía III (hacia 2667-2684 a. C.) y diseñador responsable de la construcción de la célebre pirámide escalonada de Sakara, fue considerado a partir de la Baja Época como una divinidad vinculada al prestigioso dios Ptah de Menfis, y en época grecorromana fue directamente identificado en Egipto con el dios griego de la medicina, Asclepios.
En efecto, en el templo egipcio de Debod, en el registro inferior de la jamba Norte de la Capilla de Adijalamani, que forma actualmente la parte central del templo, se muestra a Im-Hotep divinizado, detrás del dios Thot, en el acto de purificar con el agua vertida de una vasija kebeh al oficiante (faraón o sacerdote) que entra al santuario.
Los textos allí inscritos dicen:
‘El sacerdote ritualista Jefe, el escriba real, Im-Hotep, el grande.
Palabras dichas por Thot, dando la vuelta en cada una de las Dos Tierras:
[(Él es) quien viene a aquél que le llama en todos los lugares].
(Él es) el hijo de Ptah, de sagrada apariencia…..[en] los templos, como Horus….(de) las Dos Tierras, [cuando aparece] hace la vida de......espíritu renacido junto con los dioses’.
‘¡Despierte tu bello rostro, que ama tu divino padre!, (entonces) los dioses viven en paz cuando lo contemplan.
¡Despierten tus ojos sagrados, resplandezcan!; (cuando) miran tus dos pupilas, clarean las Dos Tierras.
¡Despierten tus dos orejas, escuchen la oración!, su nombre es 'mirra'.
¡Despierte tu nariz (y) atraiga el aliento vital para henchir todos los cuerpos con tu belleza!.
¡Despierte [tu] lengua......la mentira! ; (ella) se nutre de toda cosa que sale de los vivientes, (de la que) se alimentan tus dos labios.
¡Despierten estas (tus) dos pupilas! (entonces) se descubre el sol naciente (Horus)....para ver resplandecer al que (es) de electrum.
¡Despierta todo tú entero.....bajo tu... ruta...¡; se alzan las ofrendas alimentarias............¡mira!.....las Dos Tierras.............’ .
Por su parte, en el registro inferior de la jamba Sur, se muestra también a Im-Hotep divinizado, situado detrás del dios Horus, en idéntica acción de purificar al oficiante que entra.
Dicen las inscripciones existentes en este lugar:
‘[El Jefe Superior] de los escribas del rey en el Alto y en el Bajo Egipto; [el conocedor (de las cosas sagradas)], el que es dulce (en cuanto a sus) dos manos cuando anuncia [la concesión de la] salud; [la paz para toda abominación, dotado de vida, como Ra, eternamente.] Grande, en la tierra entera (lit. ‘hasta sus confines’), [Im-Hotep].
Ensalzar al hijo de Ptah, nacido de Je[redu-Anj], [am]ado del carnero, Señor de Dyedu (Mendes)…….[Amado de Ptah en Anj-Tauy, dotado de vida, como Ra], eternamente.’:
[Despierten] tu espalda con tus dos manos!.
¡(Despierte) tu cuerpo espléndido hecho por El-de-bello-rostro (Ptah)!.
¡(Despierte tu) parte trasera (y) puedas sentarte confortablemente (sobre) [tu barca]!. ¡Haz lo que amas en las Dos Tierras, conforme a tu deseo!.
¡[Despierten] tus muslos y tus dos huesos de tus dos piernas, (y) lo que está [en] el lugar que tu amas!.
¡Despierten las dos plantas de tus pies y tus uñas!. (Entonces) Debod permanece.
¡Despierte todo tu divino cuerpo en paz y salud!. ¡Despierte la Corona Blanca (y) la diadema que ha hecho Ptah!.
¡Despierten las Dos Altas Plumas estables sobre tu cabeza!… los kau para todas las tierras. ¡[Despierte] tu Doble Corona, junto contigo!.
¡(Despierte) tu Corona Blanca (y) los dos úreos (que) te protegen!.
¡Despierte.........[con] tu poder, con tu ojo (y) tu resplandor, como Ojo izquierdo (de Ra)!. ¡Tú (eres) Ra!.'
Esta doble representación de Im-Hotep divinizado es otra de las especiales características de la Capilla de Adijalamani en el Templo egipcio de Debod. Sin embargo, tal hecho coincide con la tradición meroíta.
En efecto, aunque el culto a este ser de naturaleza semi-divina, patrón de los escribas y de la medicina, dotado con un especial carácter de protector de la realeza, y sanador de todas las enfermedades y dolencias, tanto espirituales como físicas, está constatado durante el periodo ptolemaico en numerosos templos de Egipto, no es menos cierto que también recibió culto en Meroe, como lo prueban las imágenes de dicha divinidad realizadas por orden de Arkamani (Ergamenes II) en el templo de Kalabsha, y en la Capilla de dicho rey en el templo de Dakka.
La presencia de Im-Hotep en la Capilla de Debod debe ser relacionada con la devoción que los soberanos meroítas (en este caso, Adijalamani) tenían a este dios para poder obtener su protección. Así lo indican los textos de la Capilla de Arkamani en Dakka, y lo sugieren las inscripciones insertas en el templo de Im-Hotep existente en la isla de Filé:
‘Yo te doy todo lo que he hecho con mis manos. Palabras dichas por Im-Hotep, hijo de Ptah y de Jenum que está en Elefantina, sublime aparición para aquel que le es propicio. ¡Oh Gran Im-Hotep, hijo de Ptah , tú vuelas como un halcón en el firmamento, tú viajas con tu alma sublime!. Tú vienes, ¡Oh halcón divino!, en compañía de los que no conocen el reposo. Tú viajas en la barca solar en compañía de los que no desfallecen y ellos abren las grandes puertas de marcha solemne. Tu gran rostro se ilumina sobre tu camino...Osiris se regocija al verte llegar al Gran Palacio. Tú recibes cada día el pan de las ofrendas, como Horus...’ .
Sin embargo es curioso contrastar como Im-Hotep, hijo del dios Ptah y de la Dama Jeredu-Anj, también fue invocado por los reyes alejandrinos, quienes buscaron la protección de este ser humano divinizado al igual que sus enemigos indirectos, los meroítas. Ptolomeo V Epifanes (205-180 a. C.) se colocó bajo la protección de Im-Hotep en el pequeño templo dedicado a esta divinidad en la isla de Filé. No obstante, resulta sospechoso el hecho de que el rey ptolemaico mostrara su interés por Im-Hotep en la misma zona y, casi al mismo tiempo, que lo habían hecho los reyes negros de Meroe.
En cualquier caso es claro que la presencia de Im-Hotep en la Capilla de Adijalamani, en Debod, demuestra que los reyes meroítas trajeron desde su capital en Meroe la advocación a este santo personaje, cuyo culto probablemente había tenido su origen en el Bajo Egipto, y su principal lugar de culto fue la ciudad de Menfis, aunque ello no impidió que fuese objeto de adoración en el profundo Sur del Nilo.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Las traducciones de las inscripciones recogidas en este artículo han sido realizadas por el autor.
Bibliografía:
Almagro Basch, M. El Templo de Debod. Instituto de Estudios Madrileños. Madrid 1971
Baines, J. ‘Kingship, Definition of Culture, and Legitimation’. En O'Connor-Silverman (Eds.) Ancient Egyptian Kingship. Leyden-Nueva York-Colonia, 1995
Daumas, F. y Derchain, Ph. Debod, Textes hiéroglyphiques et description archéologique. CDE. El Cairo, 1960
Roeder, G. Dedob bis Bab Kalabscha. 3 vols. El Cairo, 1911
Roeder, G. Der Tempel von Dakke. 2 vols. El Cairo, 1930
Wildung, D. Imhotep und Amenhotep Gottwerdung im alten Ägypten. MÄS 36 (1977)
Wildung, D. ‘Imhotep’, LÄ, III, 145-148
Este personaje, que está reputado haber sido arquitecto del Horus Netcheryjet (Dyeser), durante la dinastía III (hacia 2667-2684 a. C.) y diseñador responsable de la construcción de la célebre pirámide escalonada de Sakara, fue considerado a partir de la Baja Época como una divinidad vinculada al prestigioso dios Ptah de Menfis, y en época grecorromana fue directamente identificado en Egipto con el dios griego de la medicina, Asclepios.
En efecto, en el templo egipcio de Debod, en el registro inferior de la jamba Norte de la Capilla de Adijalamani, que forma actualmente la parte central del templo, se muestra a Im-Hotep divinizado, detrás del dios Thot, en el acto de purificar con el agua vertida de una vasija kebeh al oficiante (faraón o sacerdote) que entra al santuario.
Los textos allí inscritos dicen:
‘El sacerdote ritualista Jefe, el escriba real, Im-Hotep, el grande.
Palabras dichas por Thot, dando la vuelta en cada una de las Dos Tierras:
[(Él es) quien viene a aquél que le llama en todos los lugares].
(Él es) el hijo de Ptah, de sagrada apariencia…..[en] los templos, como Horus….(de) las Dos Tierras, [cuando aparece] hace la vida de......espíritu renacido junto con los dioses’.
‘¡Despierte tu bello rostro, que ama tu divino padre!, (entonces) los dioses viven en paz cuando lo contemplan.
¡Despierten tus ojos sagrados, resplandezcan!; (cuando) miran tus dos pupilas, clarean las Dos Tierras.
¡Despierten tus dos orejas, escuchen la oración!, su nombre es 'mirra'.
¡Despierte tu nariz (y) atraiga el aliento vital para henchir todos los cuerpos con tu belleza!.
¡Despierte [tu] lengua......la mentira! ; (ella) se nutre de toda cosa que sale de los vivientes, (de la que) se alimentan tus dos labios.
¡Despierten estas (tus) dos pupilas! (entonces) se descubre el sol naciente (Horus)....para ver resplandecer al que (es) de electrum.
¡Despierta todo tú entero.....bajo tu... ruta...¡; se alzan las ofrendas alimentarias............¡mira!.....las Dos Tierras.............’ .
Por su parte, en el registro inferior de la jamba Sur, se muestra también a Im-Hotep divinizado, situado detrás del dios Horus, en idéntica acción de purificar al oficiante que entra.
Dicen las inscripciones existentes en este lugar:
‘[El Jefe Superior] de los escribas del rey en el Alto y en el Bajo Egipto; [el conocedor (de las cosas sagradas)], el que es dulce (en cuanto a sus) dos manos cuando anuncia [la concesión de la] salud; [la paz para toda abominación, dotado de vida, como Ra, eternamente.] Grande, en la tierra entera (lit. ‘hasta sus confines’), [Im-Hotep].
Ensalzar al hijo de Ptah, nacido de Je[redu-Anj], [am]ado del carnero, Señor de Dyedu (Mendes)…….[Amado de Ptah en Anj-Tauy, dotado de vida, como Ra], eternamente.’:
[Despierten] tu espalda con tus dos manos!.
¡(Despierte) tu cuerpo espléndido hecho por El-de-bello-rostro (Ptah)!.
¡(Despierte tu) parte trasera (y) puedas sentarte confortablemente (sobre) [tu barca]!. ¡Haz lo que amas en las Dos Tierras, conforme a tu deseo!.
¡[Despierten] tus muslos y tus dos huesos de tus dos piernas, (y) lo que está [en] el lugar que tu amas!.
¡Despierten las dos plantas de tus pies y tus uñas!. (Entonces) Debod permanece.
¡Despierte todo tu divino cuerpo en paz y salud!. ¡Despierte la Corona Blanca (y) la diadema que ha hecho Ptah!.
¡Despierten las Dos Altas Plumas estables sobre tu cabeza!… los kau para todas las tierras. ¡[Despierte] tu Doble Corona, junto contigo!.
¡(Despierte) tu Corona Blanca (y) los dos úreos (que) te protegen!.
¡Despierte.........[con] tu poder, con tu ojo (y) tu resplandor, como Ojo izquierdo (de Ra)!. ¡Tú (eres) Ra!.'
Esta doble representación de Im-Hotep divinizado es otra de las especiales características de la Capilla de Adijalamani en el Templo egipcio de Debod. Sin embargo, tal hecho coincide con la tradición meroíta.
En efecto, aunque el culto a este ser de naturaleza semi-divina, patrón de los escribas y de la medicina, dotado con un especial carácter de protector de la realeza, y sanador de todas las enfermedades y dolencias, tanto espirituales como físicas, está constatado durante el periodo ptolemaico en numerosos templos de Egipto, no es menos cierto que también recibió culto en Meroe, como lo prueban las imágenes de dicha divinidad realizadas por orden de Arkamani (Ergamenes II) en el templo de Kalabsha, y en la Capilla de dicho rey en el templo de Dakka.
La presencia de Im-Hotep en la Capilla de Debod debe ser relacionada con la devoción que los soberanos meroítas (en este caso, Adijalamani) tenían a este dios para poder obtener su protección. Así lo indican los textos de la Capilla de Arkamani en Dakka, y lo sugieren las inscripciones insertas en el templo de Im-Hotep existente en la isla de Filé:
‘Yo te doy todo lo que he hecho con mis manos. Palabras dichas por Im-Hotep, hijo de Ptah y de Jenum que está en Elefantina, sublime aparición para aquel que le es propicio. ¡Oh Gran Im-Hotep, hijo de Ptah , tú vuelas como un halcón en el firmamento, tú viajas con tu alma sublime!. Tú vienes, ¡Oh halcón divino!, en compañía de los que no conocen el reposo. Tú viajas en la barca solar en compañía de los que no desfallecen y ellos abren las grandes puertas de marcha solemne. Tu gran rostro se ilumina sobre tu camino...Osiris se regocija al verte llegar al Gran Palacio. Tú recibes cada día el pan de las ofrendas, como Horus...’ .
Sin embargo es curioso contrastar como Im-Hotep, hijo del dios Ptah y de la Dama Jeredu-Anj, también fue invocado por los reyes alejandrinos, quienes buscaron la protección de este ser humano divinizado al igual que sus enemigos indirectos, los meroítas. Ptolomeo V Epifanes (205-180 a. C.) se colocó bajo la protección de Im-Hotep en el pequeño templo dedicado a esta divinidad en la isla de Filé. No obstante, resulta sospechoso el hecho de que el rey ptolemaico mostrara su interés por Im-Hotep en la misma zona y, casi al mismo tiempo, que lo habían hecho los reyes negros de Meroe.
En cualquier caso es claro que la presencia de Im-Hotep en la Capilla de Adijalamani, en Debod, demuestra que los reyes meroítas trajeron desde su capital en Meroe la advocación a este santo personaje, cuyo culto probablemente había tenido su origen en el Bajo Egipto, y su principal lugar de culto fue la ciudad de Menfis, aunque ello no impidió que fuese objeto de adoración en el profundo Sur del Nilo.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Las traducciones de las inscripciones recogidas en este artículo han sido realizadas por el autor.
Bibliografía:
Almagro Basch, M. El Templo de Debod. Instituto de Estudios Madrileños. Madrid 1971
Baines, J. ‘Kingship, Definition of Culture, and Legitimation’. En O'Connor-Silverman (Eds.) Ancient Egyptian Kingship. Leyden-Nueva York-Colonia, 1995
Daumas, F. y Derchain, Ph. Debod, Textes hiéroglyphiques et description archéologique. CDE. El Cairo, 1960
Roeder, G. Dedob bis Bab Kalabscha. 3 vols. El Cairo, 1911
Roeder, G. Der Tempel von Dakke. 2 vols. El Cairo, 1930
Wildung, D. Imhotep und Amenhotep Gottwerdung im alten Ägypten. MÄS 36 (1977)
Wildung, D. ‘Imhotep’, LÄ, III, 145-148
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
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Artículos y comunicaciones
Jueves, 8 de Enero 2009 - 22:38
En el antiguo Egipto la magia y la religión estaban íntimamente unidas, hasta tal punto que, si se profundiza en el estudio de la segunda, inevitablemente se termina encontrando la primera. Es imposible separar la religión de la magia en la concepción de las creencias y prácticas religiosas de los antiguos egipcios.
Tradicionalmente se ha querido considerar que la magia en Egipto era un mundo aparte de la religión, como una especie de disciplina inferior, fruto de la superstición de los egipcios . Esta idea, desacertada en su planteamiento maniqueo del simple enfrentamiento entre lo bueno y lo malo, debe ser revisada.
Los egipcios siempre fueron conocedores de las leyes que rigen el universo. Plantearon su explicación cosmológica desde claros axiomas tales como la adecuada inserción del hombre, una parte más de la creación, en el ámbito en el cual debía desarrollar su periodo de vida. Veneraron las potencias, manifestación de lo divino, como orden superior, y lo cultivaron.
Pero, para acercarse al mundo de sus divinidades o, mejor dicho, de lo divino, utilizaron toda una serie de herramientas propiciatorias que no fueron, sino lo que nosotros hemos llamado magia. Gracias a los actos favorables y a la armonía con la naturaleza, ellos esperaban alcanzar los objetivos propuestos, que iban, desde la obtención de una buena cosecha, pasando por la adecuada crecida del río Nilo, hasta la destrucción de los enemigos o la curación de las enfermedades. Todo ello, se alcanzaba por medio de la magia.
Y los dioses crearon el mundo por medio del Verbo
Los magos de Egipto hacían remontar sus conocimientos al mundo de los dioses. Ellos crearon el universo, ellos se desenvolvieron en combates por el poder, ellos tuvieron enemigos, sufrieron las envidias, los odios; ellos padecieron enfermedades y curaron de ellas...y todo lo consiguieron a partir del poder mágico que poseían.
Desde tal punto de vista, los primeros actos mágicos que recuerda la ancestral memoria egipcia fueron los ejecutados por los dioses cosmogónicos para llevar a cabo la creación del mundo.
Gracias a los más antiguos escritos religiosos conocidos, que son los Textos de las Pirámides de las dinastías V y VI (hacia el 2.600 a. de C.), existentes en la necrópolis de Sakara, podemos conocer la manera en que los egipcios imaginaban el universo antes de la creación.
En aquél tiempo no existía todavía el cielo, ni la tierra; no había hombres, y los dioses no habían nacido todavía, ni siquiera existía aún la muerte. Los gérmenes de todo ser y de toda cosa se encontraban en estado inerte, confundidos en el seno de un abismo llamado el Nun.
En el Nun flotaba un espíritu divino indefinido que llevaba en sí mismo la semilla de todas las existencias que vendrían después. De ahí su nombre, Tum, o Atum, que quiere decir al mismo tiempo la nada y la totalidad. Tum se encontraba en estado informe, inestable e inconsistente. En un momento determinado, Tum sintió la necesidad de desarrollar una actividad creadora y deseó dar vida en su corazón a todo lo que existe. Y entonces, se alzó fuera del Nun y de las cosas inertes. En ese puntual momento, se hizo la luz y existió el sol.
Estas nociones, que servirán para comprender más fácilmente lo que a continuación se va a exponer, eran la base primera de la explicación egipcia del paso de la no existencia a la existencia.
Pero, en realidad, los egipcios no estuvieron sujetos al dogma como sucede con nuestras religiones reveladas, de modo que tampoco parece que les preocupase demasiado la exactitud de tales nociones, fruto de las escuelas teológicas de turno.
Así, eran perfectamente compatibles las creencias que hacían creadores del cosmos y de todo lo que existe a dioses diferentes, según la localidad egipcia de que se tratase. Solamente se discutía quien fue antes, si Ptah de Menfis, o Atum de Heliópolis, pero, la verdad sea dicha, sin demasiadas complicaciones.
Menfis
La teología de la ciudad de Menfis, una de las más prestigiosas y antiguas de Egipto, hacía del dios Ptah el creador primigenio del mundo.
Ptah era una divinidad habitualmente representada como una momia con las manos fuera de sus vendajes en las que sujetaba tres amuletos de gran poder mágico: el cetro Uas, el pilar Dyed y la cruz de vida, Anj.
El dios estaba tocado con un casquete que dejaba al aire sus dos orejas. Una barba recta adornaba su rostro.
Siempre se le mostraba subido sobre un objeto trapezoidal que era la expresión ideográfica de la idea de ‘Justicia’, ‘Equilibrio’; es decir, la Maat. De este modo se quería representar que, cuando se produjo la creación del primer día, él ya se alzaba sobre el principio regulador del orden que organizó el caos.
Los relatos religiosos de la teología de Menfis nos relatan que este dios creador realizó desde el principio su labor actuando con sus poderes mágicos.
Al inicio, según nos cuentan dichos textos, solo existía el gran, inmóvil e infinito mar de las aguas del caos. No se había hecho la luz, pero tampoco la oscuridad. La gran materia universal estaba inerte.
Pero Ptah, el increado, ya estaba allí. Y en su corazón se concibió la imagen del dios Atum. Y Ptah utilizó su lengua para pronunciar el nombre del nuevo dios, y en su virtud, Atum fue creado por Ptah.
Y lo mismo hizo Ptah para dar vida a las primeras aguas, llamadas Nun y Nunet; las primeras extensiones vacías, a las que llamó Huh y Huhet; y creó también las primeras fuerzas negativas para hacer equilibrio contra las positivas, y las llamó Niau y Niauet; y creó a Amón y a Amonet, dioses de lo que no se vé.
Él ordenó la vida de todos los dioses y de sus Kau, o esencias energéticas.
De esta manera, se manifestó la supremacía del corazón y de la lengua sobre todos los seres, conforme a la enseñanza antigua que explica que, el corazón es el elemento dominante de cada cuerpo, y la lengua, el elemento dominante de cada boca, en todos los dioses, todos los hombres, todos los animales y todo lo que vive.
El corazón concibe y la boca ordena. Estos fueron los medios mágicos de los que se valió el dios Ptah para crear el mundo, los dioses y todos los seres vivos. En su virtud, deseando con el corazón, centro de todo sentimiento y sede del conocimiento consciente, el dios concibió los elementos del universo que, enseguida, fueron exteriorizados por medio del Verbo Creador.
El valor mágico de la palabra estaba, pues, omnipresente en la civilización egipcia. Sin duda, la palabra fue el más importante instrumento de trabajo de todos sus magos.
Heliópolis
Otra gran ciudad santa de Egipto, la prestigiosa Iunu, la Heliópolis de los griegos, concibió su propio mito creador en torno, esta vez, al dios Atum-Ra.
Este dios, cuyo nombre significaba ‘lo que está completo, perfecto’ , era normalmente representado bajo la forma de un hombre que llevaba sobre su cabeza la doble corona del Alto y del Bajo Egipto.
Antes de la creación se decía que había estado sumergido en el océano primordial, el Nun. Esto sucedió antes de que la tierra y el cielo fueran separados. Estas aguas primordiales que contenían a Atum, tenían también en sí mismas todas las esencias de los demás dioses, de los hombres y de los otros seres vivos.
Atum estaba, pues, inerte, sin posibilidad de ponerse erecto sobre sí mismo.
En ese momento, cuentan los textos, Atum habló al Nun y le dijo: ‘Yo flotaba absolutamente inerte, entonces mi hijo, la Vida, me hizo consciente haciendo vivir mi corazón, reuniendo mis miembros, hasta entonces inmóviles.’ Y Nun dijo a Atum: ‘Respira tu hija Maat, elévala hasta tu nariz, a fin de que tu corazón viva. Que tu hija Maat y tu hijo Shu, cuyo nombre es también Vida, no se aparten de ti’.
El dios, masturbándose, ingirió su propio semen, semilla de vida, y de este modo, parió a Shu, el aire, el vacío, y a Tefnut, la humedad, expulsándolos de su boca en forma de saliva. Después, procedió a separar a los dos dioses que yacían juntos, interponiéndose entre ambos. Así, del Uno surgió el Tres.
De la unión carnal entre el dios Shu y su hermana, la diosa Tefnut, la primera pareja del mundo, nacieron los elementos espaciales del universo: Gueb, el dios de la tierra, y Nut, la diosa del cielo.
La tierra era, pues, para los egipcios el elemento masculino y el cielo, el principio femenino y fecundo del mundo, pues de él partía la luz imprescindible para el nacimiento de la vida.
Esta segunda pareja tuvo, a su vez, cuatro hijos : Osiris, Isis, Seth y Neftis.
Eran dos nuevas parejas que se unirían de nuevo entre sí, practicando el incesto ritual. La primera de ellas, constituida por Osiris e Isis, simbolizaba las potencias de fertilidad del suelo y el equilibrio de la vida; la segunda, la esterilidad y los trastornos infelices. De este modo se contraponía el valle, verde y fértil, frente al desierto, estéril y amenazador.
Así, la Eneáda de los dioses fue perfecta: el número Nueve regía la creación.
La narración heliopolitana de la creación del mundo, deja testimonio en los textos que la relatan de la gran fuerza mágica utilizada para llevarla a cabo.
En estos relatos se hace una mención casi constante del término ‘Jeper’, que viene a significar algo parecido a ‘venir a la existencia, manifestarse’, y de su derivado ‘Jeperu’ que significa ‘formas o manifestaciones materializadas’.
Los textos repiten, en forma mántrica dichas palabras enormemente poderosas. Era la invocación repetida para instar la ‘manifestación de lo que se quería crear’.
Hermópolis
La ciudad de Hermópolis, situada en el Egipto Medio y lugar de culto del dios Thot, también concibió su propio mito cosmogónico en torno a los métodos mágicos empleados por este dios, el gran mago por excelencia, patrón de la sabiduría y de la escritura, que era representado bajo la forma de un hombre con cabeza de Ibis sagrado, (Threskiornis aethiopicus), o bajo el aspecto de un babuino (Papio Cynocephalus).
Thot llevó a cabo su acto creador por medio de la utilización mágica del número Ocho, el elegido para expresar la perfección de la obra del demiurgo.
Así pues, y de creer a la cosmogonía hermopolitana, al principio, existían ocho dioses primordiales que estaban situados sobre la colina primigenia, el primer montículo de tierra que emergió de las aguas del océano caótico.
Eran cuatro parejas divinas compuestas de un macho y una hembra, cada una de ellas. Habían tomado la forma de ranas y serpientes. Sus nombres eran Nun y Nunet, representaciones del elemento líquido; Hehu y Hehet, símbolos de la eternidad del tiempo; Keku y Keket, la oscuridad del mundo sin luz; y, finalmente, Amon y Amonet, la potencia divina Oculta que guardaba dentro de sí misma el caos primordial.
Según la expresada doctrina, fueron estos ocho dioses los que concibieron la creación del mundo. Elaboraron un gran huevo que depositaron sobre la colina primordial donde residían, del cual salió, brillante y esplendente, el propio astro solar, el dios Ra.
Conforme a otras versiones, lo que los Ocho de Hermópolis crearon fue un nenúfar, la hermosa flor de las aguas, cuyos pétalos se abrieron para dar vida al sol en forma de niño con el dedo en la boca y tocado con una corona que llevaba el Úreus.
De este modo, la elevación de esta flor de las aguas hasta la nariz de los dioses o de los difuntos, tal y como vemos en las tumbas egipcias, quería significar la creación de la vida solar y el nacimiento a una nueva vida de eternidad, a ejemplo e imitación del dios Ra.
De la obra del autor Los Magos del Antiguo Egipto. Madrid, 2002, 17-24
Francisco J. Martín Valentín.
Egiptólogo
Bibliografía
Bourghouts, J. F. ‘Magie’. LÄ, III, 1137-1151
Erman, A. La religion des Égyptiens. Paris, 1952
Faulkner, R. O. The papyrus Bremner-Rhind. Bruxelles, 1933
Faulkner, R. O. The Ancient Egyptian Pyramid Texts. Oxford, 1969
Faulkner, R. O. The Ancient Egyptian Coffin Texts. I-III. Warminster, 1973-1978
Hornung, E. Introducción a la egiptología. Madrid, 2000
Kákosy, L. ‘Atum’. LÄ, I, 550-552
Kurt, D. ‘Thot’. LÄ, VI, 497-523
Libro de los Muertos. Ed. de Federico Lara Peinado. Madrid, 1989
Sethe, K. Das Denkmal Memphitischer Theologie. Der Shabako Stein des Britischen Museums. Leipzig, 1928
Te Velde, H. ‘Ptah’. LÄ, IV, 1177-1180
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Miércoles, 7 de Enero 2009 - 23:25
Si se estudia el contenido de las escenas litúrgicas recogidas en los muros de los templos egipcios, no importa de que época, el investigador percibirá que, probablemente, la única regla presente en todos ellos de manera permanente es la diferencia entre sí, dentro de su homogeneidad.
El dios Thot purificando al oficiante. Templo de Debod. Foto IEAE
En modo alguno puede negarse que todas las escenas podrían clasificarse en una suerte de catálogo canónico utilizado con carácter general; por ejemplo, en todos encontraremos al rey ofreciendo Maat a la divinidad, las invocaciones a la divinidad, las ofrendas de alimentos sólidos o líquidos, el soberano tañendo los sistros, o la escena de ofrenda de los collares.
Sin embargo, el ritmo de su presentación, sus interrelaciones, los tocados ceñidos en la cabeza del rey, el orden de las escenas con los juegos simbólicos de los puntos cardinales, u otras variables, utilizadas de modo aleatorio por los sacerdotes diseñadores, hacen de cada templo un conjunto diferente, de modo que se puede afirmar, en el sentido que se deja dicho, que no se hallarán en todo Egipto dos templos idénticos, ni siquiera parecidos entre sí.
De tal modo, cada uno de ellos constituye un compendio teológico con sus particulares instrucciones rituales y litúrgicas, netamente diferenciado de cualquier otro.
Se trataba de una oración individualizada e inconfundible, elaborada con la intención específica de su ordenante, y en función de su concreta vinculación al principio sagrado del lugar en el que dicho edificio se alzaría.
Sin embargo, en todos los templos egipcios había de recogerse en sus muros la representación las acciones rituales elementales que hicieran al recinto sagrado útil para el fin que había sido concebido.
Desde tal perspectiva sinóptica, los investigadores han clasificado en doce apartados las acciones rituales básicas del culto divino diario en el templo egipcio:
1. La purificación del rey (o del sacerdote) y del santuario, al amanecer.
2. La apertura del naos y el despertar del dios.
3. El apaciguamiento del dios por la música y el incienso.
4. El abrazo ritual de la estatua divina.
5. La recitación de himnos de adoración.
6. La presentación de las ofrendas alimenticias líquidas.
7. La presentación de las ofrendas alimenticias sólidas.
8. La ofrenda de Maat a la divinidad.
9. La limpieza y aseo rituales de la estatua del dios.
10. La presentación de vestidos, unciones con los ungüentos, aceites, perfumes.
11. La ofrenda de insignias y de joyas.
12. La última serie de purificaciones.
Pues bien, en la Capilla de Adijalamani, en Debod, todas las partes litúrgicas de ese rito son perfectamente identificables. Si examinamos las escenas que cubren sus paredes interiores percibiremos un esquema ordenado con una intención bien determinada.
En primer término, se advierte el viaje ritual y de transformación del rey, desde su entrada en el santuario hasta su llegada al fondo, el lugar donde se ubicaban las estatuas divinas.
Este ‘ascenso místico’ hacia el santuario, siguiendo el curso solar, desde el Este hacia el Oeste, acogido por la divinidad, desembocaría, después de la experimentación de los ritos teogámicos de su renacimiento como ‘infante divino’, en la identificación del soberano como hijo carnal del dios Amón de Debod y de la diosa Isis-Hesat/Mut de Filé.
En segundo término, observaremos la distribución de los espacios sagrados de la Capilla en su ideal división longitudinal, en una clara evocación mística y simbólica del Norte y el Sur.
El Sur, lugar de procedencia de los reyes meroítas, amparado por las divinidades que lo representan, y el Norte, el lugar prometido por Amón a los soberanos de Kush para reinar en el Alto y en Bajo Egipto: su destino como hijos elegidos del dios Amón del Dyebel Barkal, en Napata.
En este universo cerrado se puede percibir también la presencia de todos los actos litúrgicos necesarios para que el faraón Adijalamani, como sacerdote/oficiante, pudiera propiciar a las divinidades que fueron sido seleccionadas para proteger su caminar como rey del Alto y del Bajo Egipto y como hijo carnal de los propios dioses tutelares de la Capilla.
Veamos el primer apartado del rito:
La purificación del rey (o del sacerdote) y del santuario, al amanecer, (Realizada con fumigaciones y aspersiones con aguas lustrales).
En el templo de Debod están representados los dioses Thot y Horus, en la mitad Norte y Sur del muro Este, respectivamente, junto a la puerta de acceso a la Capilla, haciendo la purificación del oficiante con aguas lustrales vertidas desde sendas vasijas kebeh y con los siguientes textos:
Dice el dios Thot:
'[Tu purificación, (es mi purificación y recíprocamente).... [palabras dichas por Thot]...... el Hijo de Ra, [Adijalamani eternamente viviente, amado de Isis] (es purificado) con el agua de vida y de fuerza salida [del centro de] la Gruta del Nun, en Biga eternamente...
Dice la inscripción del dios Horus:
'Tu purificación (es mi purificación y recíprocamente)....Palabras dichas por Horus...el rey del Alto y del Bajo Egipto, el señor de las Dos Tierras ‘(aquél que es) la imagen de Ra, el elegido de los dioses’. (Él) (es purificado) con el agua de vida y fuerza salida de las dos cavernas, [venida desde] Set-Nebet. La iniquidad y el mal están limpios y no existen. Yo te doy toda vida y toda fuerza, toda salud, eternamente.’
La escena de la purificación del rey-oficiante es un elemento clásico en la escenografía templaria egipcia. En el relieve existente en la ‘Capilla de la Barca’ de Filipos Arrhideos, en el templo de Amón, en Karnak, los textos dicen: ‘Thot, el señor de las divinas palabras, da toda vida, toda estabilidad, toda fuerza. (Él dice):Tu purificación es mi purificación, y recíprocamente. Filipos Arrhideos. Horus de Edfú da toda vida, toda estabilidad, toda fuerza. (Él dice): Tu purificación es mi purificación, y recíprocamente.’
En el templo de Horus en Edfú las purificaciones del oficiante durante el servicio diario, ceremonias que era imprescindible realizar antes de cada entrada en el recinto sagrado, se hacían con toda probabilidad en las aguas del Lago Sagrado.
Sin embargo, para Debod no tenemos esa constancia arqueológica, puesto que no hay documentados restos de la existencia del Lago Sagrado adscrito al templo.
Pero, cabe pensar, bien que debería existir algún lugar alternativo que no conocemos para realizar las abluciones y las purificaciones rituales prescritas, o bien, que las purificaciones del rey-sacerdote se practicaban antes de entrar en el templo para realizar cualquier ceremonia.
El rey, en estos casos, era purificado por dos sacerdotes que, debidamente vestidos para ello, representaban los papeles de Horus y de Thot, o de Horus y de Seth, en otros casos.
Esta purificación, que tenía lugar en la ‘Casa de la Mañana’ consistía, cuando se hacía de modo completo, en una aspersión con agua al rey que, en ocasiones, llevaba natrón diluido, una fumigación del soberano con incienso y la presentación al rey del mismo material (natrón) para masticar, para de este modo, limpiar su boca. También se le ofrecía comida y bebida.
El agua llamada en los textos ‘agua de vida y buena fortuna’ y ‘aquélla que renueva la vida’ era extraída del lago sagrado. La purificación, además de limpiar al faraón le imbuía de las cualidades divinas; también se supone que le reconstituía tal y como parece desprenderse de alguna de las fórmulas que se recitaban durante la ceremonia purificadora.
Este rito tenía mucho que ver con las ceremonias funerarias de purificación del difunto.
Probablemente, en situaciones ordinarias, el rey simplemente se lavaba las manos después de haber sido ligeramente rociado con agua por los dos sacerdotes purificadores.
Las fumigaciones con incienso, sin embargo, se harían de modo habitual. En las escenas de los templos dedicadas a esta parte del rito, se dice del rey que ‘..tiene las manos puras cuando realiza las ceremonias.’
La importancia de estas purificaciones preliminares era suprema.
Por medio de ellas, el rey-sacerdote, se convertía en un verdadero dios consagrado por los ritos que en realidad eran los de los dioses y los de los difuntos divinizados.
También desde este momento, poseía el nombre y los poderes de los dioses, en particular la fuerza creadora por medio de la voz que permitía transmitir al dios cuyo culto se practicaba la vida y las ofrendas.
Desde el inicio del ritual el rey-sacerdote poseía este poder. Se decía de él que ‘...el Horus (divinidad con la que el rey se identifica) es Justo de Voz por su Ojo’. Esta expresión venía a significar que, después de las purificaciones, el rey-sacerdote poseía la energía creadora de la que el demiurgo había estado dotado en el momento de la creación del mundo por el Ojo y por la Voz.
Las purificaciones experimentadas en la ‘Casa de la Mañana’ le habían proporcionado esta potencia divina que le permitiría entrar en comunicación con el dios para el que debía realizar el sagrado servicio.
Cuando el rey era sustituido por el sacerdote de turno, antes del amanecer, el oficiante realizaba las mismas purificaciones que se harían para el rey, pero, por y para sí mismo.
Se bañaba en el lago sagrado, recibía incensaciones y masticaba el natrón. Después de estas purificaciones se vestía y equipaba.
Consagraba las ofrendas depositadas en el vestíbulo. Al amanecer, penetraba en el santuario, iluminaba la penumbra para dispersar las tinieblas e incensaba la cámara.
Francisco J. Martín Valentín.
Egiptólogo
Bibliografía:
Alliot, M. Le culte d’Horus á Edfou au temps des Ptolemées. 2 vols. El Cairo, 1949-1954
Blackman, A. M. ‘Purification (Egyptian)’. En Gods, Priests and Men. Londres, 1998
Cauville, S. y otros dos. Dendara. Les chapelles osiriennes. 3 vols. IFAO. Bibliothèque d’étude 117-119. El Cairo, 1997
Cauville, S. Le Temple de Dendara. La Porte d’Isis. IFAO, El Cairo, 1999
Daumas, F. y Derchain, Ph. Le temple de Debod, Textes hiéroglyphiques et description archéologique. CDAE. El Cairo, 1960
Porter, B. y Moss, R. L. B. Topographical Bibliography of Ancient Egyptian Hieroglyphic Texts, Reliefs and Paintings. Volumen VII. Oxford, 1952. Dâbôd, 1-5
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Sábado, 27 de Diciembre 2008 - 08:31
El estudio de las claves religiosas del Templo de Debod, a la vista de su epigrafía jeroglífica, ofrece muy interesantes resultados. Sin embargo, su completa comprensión como instrumento ritual de los cultos religiosos que allí se practicaron, implicaría un detallado estudio arquitectónico que excede de la finalidad de este artículo, cuyo objeto es únicamente el estudio de las inscripciones jeroglíficas del monumento. Veamos, no obstante, algunos de los datos que ofrece el conjunto del edificio religioso.
La capilla de Adijalamani
La reivindicación de la tutela de Amón como divinidad protectora de los soberanos nubios reprodujo una ideología religiosa muy semejante a la que se había desarrollado en Egipto durante el Imperio Nuevo. Probablemente, el origen de este planteamiento teocrático estuvo en la maduración de un proceso de aculturación experimentado por los nubios de Kush durante siglos que se manifestó explícitamente cuando llegó el momento político oportuno.
Cuando el rey Pi(anj)y (747-716 a. C.), el primero de la dinastía XXV, subió al trono de Kush, y fue coronado en el templo de Amón en el Dyebel Barkal como el Horus ‘Toro poderoso que aparece radiante en Napata’, el de las Dos Señoras ‘Duradero de realeza como Ra en el cielo’ y el de Horus de Oro ‘(el de) Sagrada aparición radiante, poderoso de fuerza’, estaba asumiendo todos estos nombres a partir de los usados anteriormente por el célebre rey guerrero Thutmosis III.
Efectivamente, sabemos que, en el templo de Amón, en el Dyebel Barkal hubo depositada una estela con los nombres de este rey de la dinastía XVIII. Este dato podría servirnos de indicio para confirmar cual fuese la idea de los reyes nubios respecto a sus expectativas de dominio sobre ‘las tierras del Norte’, es decir, Egipto.
A ello ha de añadirse que, en tiempo de los reyes meroítas, la utilización de esta idea de la hegemonía tutelar del dios Amón sobre la realeza era una efectiva herramienta religiosa para ser opuesta frente a otra semejante, esgrimida por los monarcas alejandrinos, haciendo en este caso del dios Ptah de Menfis su divinidad protectora.
Es muy posible que Adijalamani eligiera a Debod, lugar muy cercano a Filé, situado en la frontera meridional de Egipto, para erigir su capilla por dos razones de índole religiosa.
La primera de ellas, habría sido la existencia anterior, quizás desde el Imperio Medio, de un Amón local que a partir del Imperio Nuevo se convirtió en un trasunto del Amón del Dyebel Barkal. La segunda, la proximidad del enclave sagrado de la divinidad más influyente de la Baja Nubia. Se trata de la diosa Isis del Abatón, muy identificada en esta zona con 'la diosa lejana', entidad leonina vinculada al ciclo solar, que está absolutamente presente a través de diferentes divinidades femeninas en muchos templos del Sur de Egipto pertenecientes a este periodo.
Con la adscripción devocional de la capilla al dios Amón se dejaba de manifiesto el programa religioso en el que se apoyaba la reivindicación de la realeza meroítica sobre Egipto. De otra parte, con la trascendente presencia en el monumento, de la diosa Isis, el rey se sometía y se ponía bajo la protección de la divinidad más importante e influyente de la frontera nubia. Además, ello consagraba las excelentes relaciones que con toda seguridad existieron entre el clero de la isla de Filé y los reyes meroíticos.
En este punto es interesante comentar el contenido del único documento conocido de Adijalamani, junto con su capilla en Debod. Se trata del fragmento de la estela hallada en Filé.
Los relieves y los textos que en ella se recogen nos muestran otras devociones del rey meroítico, manifestadas específicamente en el área religiosa neurálgica de la primera catarata.
En el cintro, debajo del disco alado, del que descienden dos úreos, tocados con la corona del Alto Egipto, está representado el rey haciendo ofrendas a diferentes divinidades. A la derecha, Adijalamani ofrece incienso y una libación a los dioses Osiris, Isis, y a una divinidad con cabeza de halcón, llamada Pa-enty-en-Pa-iu-Uab (El-que-está-en-el-Abatón). En la izquierda el rey ofrece dos jarras de vino al dios Jenum-Ra, a la diosa Hat-Hor y a Pa-enty-en-Pa-iu-Uab, esta vez representado con cabeza de carnero.
Frente a la divinidad con cabeza de halcón se lee: ‘El que está en el Abatón, el dios noble, el que preside Dyu-Ka oculto de nombre en el lugar del silencio.’
Por su parte, frente a la divinidad con cabeza de carnero se lee: ‘El que está en el Abatón, el dios noble, el que preside la sagrada sede, grande de prestigio, amado de Maat.’
Por la naturaleza de las representaciones, los epítetos utilizados y las circunstancias del hallazgo, es fácil comprender que, de algún modo es posible que se haya querido reproducir en esta estela el misterio de Debod, en virtud del cual, Adijalamani se proclama hijo de Osiris e Isis, y también hijo de Amón. Las dos divinidades momiformes son ‘antonomasias’, respectivamente, del dios Sokar-(Osiris), (‘El que está en el Abatón’), y del dios Amón, quien en la capilla de Debod también es llamado: ‘El toro rojo de la (gran) sede, en el Abatón’.
Los datos reflejados en este monumento, siquiera parciales, complementan nuestro conocimiento sobre las ideas religiosas de Adijalamani en relación con el área de la Baja Nubia, ayudando a entender aún mejor los ofrecidos por los relieves e inscripciones de la capilla del rey en el Templo de Debod.
Así pues, podríamos afirmar que la capilla de Adijalamani en Debod recoge en sus muros la expresión de un proyecto teológico que ampara otro, de naturaleza política.
Los motivos por los cuales el rey meroítico Adijalamani decidió su construcción en el lugar de Debod, parecen claros en su planteamiento general. Adijalamani, lejano sucesor de los reyes nubios que, antaño, habían gobernado Tebas y, en algún momento, todo Egipto, se encontraba legitimado para tratar de cumplir el designio divino del dios Amón del Dyebel Barkal de reinstaurar su realeza sobre las Dos Tierras.
Como es sabido, el dios Amón de 'La Montaña Pura' era considerado como 'el doble o ka' del dios Amón de Tebas. Los reyes de Napata y de Meroe estuvieron bajo su protección y consideraron que era esta divinidad la que les entregaba la legitimidad para ocupar el trono de Egipto.
De este modo, cuando los soberanos meroíticos avanzaron hacia el norte desde su capital, aprovechando el vacío de poder que se produjo durante los reinados de los reyes Ptolomeo IV y V, comenzaron a construir diversos monumentos en la frontera sur de Egipto, tales como la capilla dedicada al dios Thot de Pnubs, en Dakka, el templo de Arensnufis en Filé, o la propia capilla de Amón de Debod e Isis, además de diversas aportaciones en otros santuarios, como en el templo de la diosa Isis.
Con estos trabajos constructivos se quería dejar constancia del programa ideológico que amparaba las apetencias de conquista sobre Egipto de los reyes meroítas.
Las advocaciones de la capilla de Adijalamani en Debod
La reivindicación de la tutela de Amón como divinidad protectora de los soberanos nubios reproducía la misma ideología religiosa de los reyes del Imperio Nuevo y servía para oponerse a análoga idea esgrimida por los monarcas alejandrinos, en este caso haciendo del dios Ptah de Menfis, su divinidad tutelar.
Es muy probable que Adijalamani eligiera a Debod para erigir su capilla por dos razones de índole religiosa. La primera, la existencia anterior, quizás desde el Imperio Medio, de un Amón local que a partir del Imperio Nuevo se convirtió en un trasunto del Amón del Dyebel Barkal. La segunda, su proximidad respecto del enclave sagrado de la divinidad más influyente de la Baja Nubia.
Se trata de la diosa Isis, muy identificada en esta zona con 'la diosa lejana', ente divino leonino vinculado al ciclo solar, que estaba absolutamente presente en muchos templos del sur de Egipto, pertenecientes a este periodo, a través de diferentes divinidades femeninas.
Con la adscripción devocional de la capilla al dios Amón se dejaba de manifiesto el programa religioso en el que se apoyaba la reivindicación de la realeza meroítica sobre Egipto. De otra parte, dedicando el monumento también a la diosa Isis, el rey se sometía y se ponía bajo la protección de la divinidad más importante de la frontera nubia como consecuencia de las excelentes relaciones que debieron existir entre el clero de la isla de File y los reyes meroíticos.
En Debod, Adijalamani insiste en proclamarse hijo de Isis y de Amón.
Estando en Filé, no obstante, también proclama como su padre a Osiris, en su mentalidad asimilado al dios Apedemak, el dios leonino nubio. Al contemplar este conjunto de divinidades de las que Adijalamani parece que ha querido rodearse, se ve claramente el interés religioso del rey meroíta tal como queda plasmado en el área religiosa Filé/Debod.
De otra parte, se ha constatado, a la vista de los epítetos utilizados por las distintas divinidades en las inscripciones de los templos que, cuando llevan la preposición m, significa que el dios está en el templo, es, así pues, la divinidad local. Cuando lleva la preposición Hery-ib, indica una residencia temporal, la condición de ‘huésped’ de los dioses que lo llevan en la localidad o capilla nombrada. La preposición Jenty, finalmente, la más complicada, insiste sobre la importancia de la residencia del dios.
En consonancia con esta idea, en el templo-capilla de Debod se puede comprobar la presencia de otras diecisiete divinidades diferentes del Amón de Debod o de la Isis del Abatón, que son residentes o invitados, según sus epítetos, a saber:
• Shu-Arensnufis y Sejmet-Tefnut
• Min y Neftis
• El faraón de Biga (Petensenis) y Anukis
• Ra Hor-Ajty y Upset
• Harpócrates, Uadyet y Nejbet
• Jenum-Ra y Satis
• Harendotes y Hat-Hor
• Apedemak
• Im-Hotep divinizado
La disposición de los relieves de la capilla de Adijalamani en Debod.
En la jamba exterior sur de la puerta se recogía la inscripción dedicatoria de la capilla a la diosa Isis , en tanto que la jamba exterior norte debió albergar probablemente similar dedicatoria a favor del dios Amón.
Consecuentemente, el muro interior sur, lo que equivale a la mitad sur de la capilla, habría estado, dedicado a la diosa Isis, en tanto que el muro interior norte, lo sería al dios Amón.
De este modo, un eje imaginario la dividía longitudinalmente. Amón, una divinidad norteña para los nubios, cuyo ka o doble residía en la montaña sagrada del Dyebel Barkal , regía su mitad norte; Isis de File, una diosa del sur para los egipcios, gobernaba la mitad sur.
Finalmente, se debe citar la presencia en la capilla de Adijalamani de otra divinidad típicamente meroíta. Se trata del dios leonino Apedemak. Se halla mencionado formando parte de la titulatura del rey y, probablemente, está representado también en uno de los laterales de la estela que hoy se exhibe en el Museo instalado en la terraza del templo .
En cualquier caso, estamos en presencia de uno de los más interesantes y peculiares datos documentales ofrecidos por el santuario. Parece frecuente la mención del dios Apedemak en otros templos de la Baja Nubia, casi siempre como expresión religiosa sincrética que, tanto hace referencia a una divinidad guerrera, como se vincula con la figura del dios Osiris.
Por tanto, queda presente la inconfundible marca de los soberanos meroítas en este recinto sagrado, plagado de divinidades típicamente egipcias. Todo ello permite contemplar al visitante, siquiera sea de soslayo, la visión que, del país de Egipto se tenía desde las regiones nubios en el curso sur del río Nilo.
Las funciones de Mammisi de la capilla
En los dos muros de la capilla se puede observar cómo las divinidades titulares y sus asociados (Osiris para Isis y Mut para Amón) se sitúan al principio y al final de los cuadros de representación religiosa que muestran a otros dioses, (cuatro paneles, dos en el registro superior y dos en el inferior), como acogiendo en su interior el principal misterio que allí se recoge.
En la capilla de Adijalamani en Debod también está presente el llamado fenómeno de la 'diastasis', o 'separación de los Harpócrates', conocida en algún otro templo del Alto Egipto.
El muro norte y el muro sur evocan en este lugar especiales funciones en relación con el rito 'mammisiaco', en tanto que representan al Horus-niño, expresión de la realeza divina, protegido por diversas divinidades.
El muro norte revela un Harpócrates (identificado simbólicamente con el rey) que reivindica la paternidad del dios Amón y está protegido por la diosa Uadyet (Patrona del Bajo Egipto), por los dioses de la catarata (el Faraón de Biga y su nodriza, Anukis, Jenum y Satis), y por 'la diosa lejana' Tefnut, y su pareja nubia, Shu-Arensnufis.
El muro sur, en un evidente paralelismo, expresión de la típica dualidad egipcia, muestra a Harpócrates, como hijo de Isis y de Osiris , protegido por la diosa Nejbet (patrona del Alto Egipto), por el Horus vengador de su padre, Harendotes, por la diosa Hat-Hor, por Min y por Neftis (la hermana de Isis y, con ella, protectora del Horus niño).
Como representante de 'la diosa lejana' se encuentra aquí a la diosa Upset, en compañía del propio dios sol, Ra Hor-Ajty.
Es decir, que en ambos muros se observa la existencia del Horus niño (el mismo faraón por definición), protegido por cada una de las diosas tutelares correspondientes al Alto y al Bajo Egipto, reivindicando, respectivamente, la paternidad y la maternidad de Amón (y de Mut, y la de Osiris ¿?) e Isis; y, todo ello, se desarrolla ante divinidades que estaban estrechamente vinculadas con el mito de 'la diosa lejana', muy presente en Nubia.
Desde este punto de vista, la contemplación de las decoraciones parietales descritas permite comprender lo que, parece, hubiera sido la idea fundamental de la capilla. Las dos escenas litúrgicas referidas al dios Horus niño, Harpócrates, situadas en el tercer registro inferior de cada uno de los muros de la capilla, están consideradas como si se tratara del principal motivo del monumento.
En ellas, el rey da culto al ‘niño real’, protegido por las diosas tutelares del sur y del norte, figurando en cada uno de los muros como hijo de Amón o de Osiris, respectivamente. En suma, se trata de la exaltación del niño-rey con legitimidad para gobernar, recibida a través del dios Amón (posiblemente del Dyebel Barkal) y del dios Osiris, (en tal caso, como divino heredero de su padre).
Al considerar estas reflexiones es inevitable pensar que la capilla debió tener un profundo significado vinculado con las ceremonias de la regeneración real de Adijalamani como faraón y, que, en cierto modo, pudo haber estado concebida para cumplir funciones rituales como ‘casa de nacimiento’ del infante divino, asimilado aquí al propio rey Adijalamani.
Los actos litúrgicos del culto divino diario en la capilla de Adijalamani
Los relieves de Debod reflejan también, a través de las imágenes de las distintas divinidades que constituyen los protagonistas del programa teológico diseñado por los constructores, la realización particularizada de ciertos actos puntuales del rito del culto divino diario, por medio de algunos de los principales pasos prescritos a tal fin.
Allí se pueden contemplar la purificación del rey como oficiante, el despertar del dios, la revelación del rostro divino, la realización de ofrendas alimentarias líquidas y sólidas, la de perfumes y ungüentos, vestidos y joyas, las incensaciones y la ofrenda musical; en suma, todo lo preciso para garantizar la presencia de la divinidad en Debod.
Más concretamente, el ritmo de las representaciones rituales, conforme al desarrollo del misterio de la ‘ascensión del rey-oficiante hacia el interior del templo’ es el siguiente:
1) La purificación del Oficiante por Thot, (registro inferior del muro este, mitad norte).
2) La purificación del Oficiante por Horus, (registro inferior del muro este, mitad sur).
3) El despertar del dios, (registro superior del muro este, mitad norte).
4) La contemplación del rostro divino, (registro superior del muro este, mitad sur).
5) La dedicación de la capilla al dios Amón, (primer registro inferior del muro norte).
6) La ofrenda del collar Usej a la diosa Isis, (primer registro inferior del muro sur).
7) La ofrenda de panes a Amón, (primer registro superior del muro norte).
8) La ofrenda de pan a Isis, ( primer registro superior del muro sur).
9) La adoración a Shu-Arensnufis y Sejmet-Tefnut, (segundo registro inferior del muro norte).
10) La ofrenda del Gran Ojo Udyat a los dioses Min y Neftis, (segundo registro inferior del muro sur).
11) La ofrenda de agua al Faraón de Biga y a Anukis, (segundo registro superior del muro norte).
12) La ofrenda de Maat a los dioses Ra Hor-Ajty y Upset, (segundo registro superior del muro sur).
13) La ofrenda de alimentos a los dioses Harpócrates y Uadyet, (tercer registro inferior del muro norte).
14) La ofrenda de alimentos a los dioses Harpócrates y Nejbet (tercer registro inferior del muro sur).
15) La ofrenda de libación de agua a los dioses Jenum y Satis, (tercer registro superior del muro norte).
16) La ofrenda del Gran Ojo Udyat a los dioses Harendotes y Hat-Hor (tercer registro superior del muro sur).
17) La ofrenda de leche a los dioses Amón y Mut, (cuarto registro inferior del muro norte).
18) La ofrenda de incienso a los dioses Osiris e Isis, (cuarto registro inferior del muro sur).
19) La ofrenda vino a los dioses Amón y Mut, (cuarto registro superior del muro norte).
20) La ofrenda del collar Bebe a los dioses Osiris e Isis, (cuarto registro superior del muro sur).
21) La ofrenda (?) al dios Jenum-Ra, (registro inferior del muro oeste, mitad norte).
22) La ofrenda de aceite a la diosa Isis, (registro inferior del muro oeste, mitad sur).
23) La ofrenda de Maat a los dioses Amón y Mut (¿), (registro superior del muro oeste, mitad norte).
24) La ofrenda musical con los sistros a la diosa Isis, (registro superior del muro oeste, mitad sur).
Se puede hablar, así pues, de un ritual de Debod.
Sabemos que los especialistas no se han puesto de acuerdo para establecer un orden regular e idéntico para todos los santuarios egipcios en cuanto al desarrollo del culto divino diario se refiere.
Sin embargo, a pesar de la, necesariamente limitada, representación de cuadros rituales en la capilla de Adijalamani en Debod, se advierte que allí están recogidos todos los pasos esenciales para garantizar la efectividad del culto divino diario.
Además, existe un armónico y equilibrado paralelismo en el juego de las escenas mostradas, dirigidas por medio de los epígrafes que las subrayan para dar pie al sacerdote de servicio, a fin de completar el rito por el medio más seguro, con la lectura de los textos sagrados, probablemente recogidos de modo completo en soportes más manejables, como los rollos de papiro o cuero.
Si comparamos, por ejemplo, los cuadros existentes en nuestra capilla con el conjunto litúrgico representado en los muros del templo de Sethy I en Abidos, a título de modelo más completo, comprobaremos que el caso de Debod no es inferior en modo alguno a aquél.
Todo lo necesario, desde un punto de vista ritual, está allí.
La presencia de Im-Hotep en la capilla de Adijalamani
El programa de decoración religiosa de la capilla de Debod se completa con la doble imagen, ubicada en los registros inferiores norte y sur de su muro este, del personaje divinizado Im-Hotep.
Se trata de una curiosa advocación que tiene su paralelo más cercano en la capilla de Arkamani en el templo de Thot de Pnubs, en Dakka. La existencia de estas representaciones en Debod parece obedecer a ideas muy concretas que ponen de manifiesto la preeminencia y alta consideración de las que Im-Hotep gozaba en la zona de la Baja Nubia.
La presencia de Im-Hotep divinizado es otra de las especiales características de la capilla-templo de Debod.
El culto a este ser de naturaleza semi-divina, patrón de los escribas y de la medicina, con especial carácter protector de la realeza y sanador de todas las enfermedades y dolencias, tanto espirituales como físicas, se constata durante el periodo ptolemaico en numerosos templos de Egipto , aunque no es menos cierto que Im-Hotep también recibió culto en Meroe , y que sus representaciones están acreditadas en la obra que dejó realizada Arkamani (Ergamenes II) en el templo de Kalabsha y en la capilla del templo de Dakka.
Las imágenes de Im-Hotep en la capilla de Debod deben ser relacionadas con la protección ejercida por él sobre el rey. Así lo indican los textos de la capilla de Arkamani en Dakka y lo sugieren las inscripciones insertas en el templo de esta divinidad, en la isla de Filé. Ptolomeo V también se colocó bajo la protección de Im-Hotep en el pequeño templo dedicado él en la isla de Filé.
Parece, pues, claro que fueron los reyes meroítas quienes trajeron a Debod desde su capital en Kush la advocación a este santo personaje, cuyo culto probablemente tuvo su origen en el Bajo Egipto, y su principal centro religioso en la ciudad de Menfis.
Además, estos relieves y sus correspondientes inscripciones parecen implicar que en Debod se daba culto a este ser divinizado al que se atribuían facultades curativas. He aquí el indicio que ha permitido considerar que Debod pudiera haber sido un ‘sanatorium’.
El proyecto ptolemaico de la ampliación arquitectónica religiosa de Debod
Finalizada la presencia meroíta en la frontera de Egipto con la Baja Nubia, tras la derrota de los insurgentes tebanos, los ptolomeos tomaron posesión, al menos nominalmente, del Dodecasqueno.
Durante el reinado de Ptolomeo V no se llevaron a cabo obras en la zona, pero su sucesor, Ptolomeo VI, continuó desarrollando los proyectos constructivos iniciados por Arkamani y Adijalamani. Si bien da la impresión que en los templos de la isla de Filé se llevaron a cabo algunos actos de damnatio memoriae contra los soberanos meroítas, este no fue el caso en los templos de Dakka y de Debod, donde los nombres y relieves de estos reyes fueron respetados.
En Debod, la capilla dedicada a los dioses Isis y Amón por Adijalamani fue rodeada y cubierta con una sensible ampliación del templo según los principios arquitectónicos ptolemaicos. Iniciadas las obras por orden de Ptolomeo VI Filometor (180-145 a. C.), el templo también recibió aportaciones de Ptolomeo VIII Evergetes II (145-116 a. C.), entre las cuales un naos de granito rosa dedicado a la diosa Isis. También se añadieron tres pilonos con su vía procesional, y un nuevo embarcadero.
El último rey ptolemaico que dejó testimonio suyo en Debod fue Ptolomeo XII, Filopator, Filadelfos, Neos Dionysos, Auletes (80-51 a. de C.).
Se trataba de un naos dedicado, esta vez, al dios Amón; este monumento constituye la evidencia ptolemaica más tardía conocida, al sur de Filé.
En todo caso, el desarrollo de la reforma y ampliación del templo durante esta época obedeció a etapas no lo suficientemente claras como para ser concretamente atribuidas con seguridad a cada uno de estos soberanos.
Baste con admitir que el programa constructivo se llevó a cabo más allá de sus turbulentos reinados, quizá por decisión y designio del propio clero de Debod, con independencia de quien ocupara el trono en la lejana Alejandría en cada momento concreto.
No deja de ser curioso que, salvo las inscripciones jeroglíficas conservadas en la gola del portal del segundo pilono, y en los dos naos que existieron en el santuario central, en Debod no se insertó texto alguno por orden de los reyes alejandrinos. Quizás el turbulento ambiente político de la época no permitió el cumplimiento y desarrollo completo del programa de decoración religiosa de las nuevas estancias de Debod.
La ampliación del conjunto implicó añadir dos salas a cada uno de los lados de la capilla construida por orden de Adijalamani, quizás dedicadas, la norte, a ser utilizada como Uabet, y la sur, como biblioteca del templo; también se añadió un vestíbulo que daba distribución arquitectónica y ritual a tres nuevos santuarios, dotados con pequeñas cámaras auxiliares.
Para poder acceder a la terraza del templo se construyó una escalera y, a su término, una capilla lateral, probablemente destinada a desarrollar en su interior las prácticas rituales propias de una capilla osiriana.
Un pronaos con intercolumnios, y dos pilonos y su vía procesional, a los que se añadiría un tercero, en época no determinada, completarían las reformas de naturaleza ritual del templo. Parece lógico pensar que el añadido del pronaos con los intercolumnios habría podido ser concebido dentro del proyecto ptolemaico de ampliación, aunque no tenemos certidumbre respecto de la época exacta de su ejecución material.
La Decoración del Pronaos
El programa decorativo religioso de época romana en Debod obedece a análogos criterios y fines a los empleados por orden de Adijalamani en su capilla.
Las escenas conservadas muestran al emperador haciendo ofrendas rituales a las principales divinidades veneradas en Debod. Sin embargo, en este caso, no se advierten ritmos y significados como los existentes en la capilla de Adijalamani. Más bien se hace alarde por el soberano extranjero, a quién la expresión religiosa egipcia no importaba nada en sí misma, de un puro acto de propaganda política y formal integración con los cultos de la zona.
Como en los otros templos de la misma época, el ‘Kaisaros Autokrator’ asume el aspecto de faraón dando culto a los dioses. Dado que solo se han conservado parte de los relieves, resulta arriesgado proponer una interpretación del programa teológico previsto en su momento (si es que realmente lo hubo), al igual que se ha hecho con la decoración de la capilla de Adijalamani.
Originalmente, en los intercolumnios exteriores se veía representado a Augusto adorando a Amón, ofreciendo Maat a Osiris y haciendo ofrendas líquidas a Isis y a Ma-Hesa.
En la mitad norte de los intercolumnios interiores se mostraba al emperador Augusto saliendo del palacio real seguido de estandartes y del sacerdote Iun-Mutef y al emperador Tiberio siendo purificado delante del dios Amón por los dioses Thot y Horus.
El muro interior norte del pronaos recogía la representación de dos de las horas de la noche con los dioses que las regían. Después, Augusto ofreciendo una imagen de la diosa Maat a Amón-Ra y a Ma-Hesa, e incensando y haciendo una libación a Osiris, Isis y Horus. En el muro interior sur del pronaos mostraba a un emperador no determinado delante de Osiris y de Isis y, de nuevo, ante Osiris, Isis, Shepses-Nofret, Harpócrates e Im-Hotep divinizado.
Lo que sí parece que queda de manifiesto es la representación de los principales dioses de Debod en época romana, Amón, Osiris, Isis y Ma-Hesa . La presencia del dios Thot de Pnubs , muestra también el formal respeto romano a la tradición nubia en relación con el mito de 'la diosa lejana'.
Las cuatro escenas conservadas exhiben el desarrollo de otros tantos actos rituales diferentes que quieren ser un resumen de diferentes momentos del culto divino diario y de celebraciones vinculadas con el final y el comienzo del año egipcio, aunque cada una de ellas se desarrolla delante de divinidades diferentes.
En primer lugar, se representa la escena de la hecatombe de toros y gacelas que es una ceremonia de control de las fuerzas del mal, figuradas en los animales salvajes o procedentes del desierto.
No se trata, por tanto, de ofrendas alimentarias; por el contrario, se está eliminando o controlando ante la diosa Isis a las fuerzas sethianas simbolizadas en los animales del desierto que han sido decapitados, no descuartizados, como sucede en los sacrificios de los bóvidos que conocemos por otras representaciones.
Se muestra también la escena de 'La Ofrenda de los Campos a Isis y Osiris'. Como es sabido, ésta es una imagen habitual que reproduce el acto de entregar los campos a su padre y a su madre, asumiendo el rey con tal gesto, el papel de Horus como heredero de la tierra y garante del orden en la misma. Las ofrendas sólidas y líquidas muestran dos de las más importantes y representativas ceremonias rituales propias del culto divino diario en los templos.
En suma, el programa decorativo romano exhibe al rey en una actitud resumida como garante del culto diario en el templo y conjurador del caos o desorden, a la vez que custodio de la tierra, herencia recibida de Osiris.
Pero, realmente, la parte 'política' del programa decorativo romano tiene más que ver con la determinación de la frontera sur de Egipto, al borde de la primera catarata, y el deseo de Augusto y, por ende de Roma, de establecer relaciones pacíficas con las tribus nubias , que con puras manifestaciones de corte ritual o teológico.
Bibliografia
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Zabkar, L. V. Apedemak, Lion God of Meroe. Warminster, 1975
Ver en este mismo blog el artículo LA CAPILLA DE ADIJALAMANI : UN EJEMPLO DE ARQUITECTURA MEROÍTICA EN EL TEMPLO DE DEBOD
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Jueves, 25 de Diciembre 2008 - 11:50
La invención de un sistema de escritura siempre se ha considerado como la evidencia del nacimiento de una cultura. La Historia, con mayúscula, para poder tomar cuerpo, requirió que las tradiciones orales de las comunidades fueran recogidas en soportes materiales que garantizasen su pervivencia a través de los siglos, codificando el acervo de la experiencia colectiva para su entrega a los descendientes, en una rueda de cesiones sucesivas para las que normalmente no se concebía un término final.
Por estas razones, entre otras muchas, los pueblos que ‘inventaron’ los primeros sistemas de escritura de la humanidad siempre tuvieron, a los ojos de la posteridad, un alto prestigio, sensación que todavía nos alcanza cuando nos acercamos al estudio de las lenguas escritas antiguas.
Los egipcios crearon su sistema de escritura en un momento muy temprano, si consideramos su contexto sincrónico con otras culturas del Próximo Oriente. Esta circunstancia se puede ubicar a partir de la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo. De hecho, todo indica que la escritura egipcia, junto con la sumeria, pudiera haber sido la más antigua del mundo.
La invención de la escritura nació aparentemente al amparo de las necesidades administrativas de las sociedades primitivas en su construcción de lo que podríamos llamar las ‘paleoestructuras estatales’. En concreto, la práctica de establecer marcas y elaborar registros e inventarios.
Los primeros rastros del egipcio escrito y del sumerio escrito pueden datarse hacia el 3.300-3.250 antes de Cristo y consisten en marcas de ceramistas sobre jarras, inscripciones en placas de marfil o hueso que recogen nombres reales, o anotaciones hechas sobre pequeñas tabletas de arcilla que se sujetaban, utilizadas como etiquetas, a los objetos a los que designaban.
Para obtener una referencia fácilmente entendible de lo que, dentro del proceso civilizador universal, pudo suponer la creación de la escritura egipcia, basta pensar que, por ejemplo, la escritura china tomó cuerpo alrededor de algo más de un milenio y medio después que la egipcia, hacia el 1.500 antes de Cristo.
Lo más curioso del fenómeno creador de la escritura jeroglífica egipcia es que surgió de una manera completamente formada y definida, tal como permanecería durante los tres mil años siguientes de un modo prácticamente inalterable. Durante este largo lapso de tiempo el sistema de la escritura jeroglífica, y su expresión cursiva, la escritura hierática, estuvieron presentes sobre todo tipo de monumentos y objetos. La escritura en Egipto configuró de manera decisiva, si cabe más que en otras civilizaciones antiguas, la estructura de la sociedad.
Desde la época tinita (hacia el 3.300 a C.) esa sociedad se organizó en una suerte de pirámide en cuya cima se encontraba el rey. Bajo el soberano, sus hijos, hermanos y familiares, más o menos cercanos, engrosaron las filas de la organización administrativa del país del Nilo en todos sus aspectos: el religioso, el político y el militar.
La supervivencia de este sistema requería la existencia de un verdadero ejército de gentes letradas, de escribas dedicados a colaborar con el cumplimiento del ‘benéfico mandato del Horus sobre la tierra’ (el rey), para que la obra creadora de los dioses cosmogónicos se mantuviera intacta.
De este modo, todo cuanto ordenase el rey debía ser recogido por escrito y ser cumplido. Era preciso mantener en buenas condiciones los diques de los canales para administrar adecuadamente la crecida del río Nilo. Lo era también controlar las superficies de los terrenos cultivables por medio de la agrimensura, para poder fijar de antemano la cantidad de grano que se produciría y, en consecuencia, las cantidades que habrían de ser entregadas al tesoro de la corona, o a los templos.
Era necesario conocer el número de hombres que debían ser reclutados para acometer las obras de construcción a favor del rey, o de los dioses y, consecuentemente, saber cuantas raciones de alimentos y de bebida serían necesarias para sostener tales equipos de trabajadores.
Había que dar culto a los dioses para estar seguros de que su presencia sobre la tierra de Egipto estuviera garantizada y, a tal fin, era preciso recoger sobre papiro, o sobre los muros de los templos las fórmulas del culto y las compilaciones teológicas que describían los distintos sistemas de creación del mundo.
La supervivencia en el más allá, después de la muerte, también formó parte de las preocupaciones básicas de los antiguos egipcios y, en consecuencia, se sintió la necesidad de plasmar por escrito recopilaciones de fórmulas religiosas que habían sido transmitidas por vía oral desde tiempos inmemoriales.
De este modo, la organización de la corte de los primeros soberanos egipcios, especialmente a partir del momento en que se produjo la mítica unificación de las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, implicó el uso de todo un sofisticado sistema de escritura sobre el que descansarían todos y cada uno de los aspectos de esta civilización que tanto nos admira.
Pero, desde otro punto de vista, la escritura sirvió para dividir y separar a la sociedad egipcia, desde sus orígenes, en dos partes netas y bien diferenciadas: las gentes letradas y las gentes iletradas.
Las primeras, conocedoras de un complejo sistema de escritura, podían leer y escribir. Constituían el tejido-sostén de todas las manifestaciones culturales de la sociedad. Eran los escribas que controlaban el país en nombre del faraón y de los dioses.
Esta casta social de gentes letradas era, verdaderamente, la administradora de Egipto. Por sus manos pasaban todas las actividades económicas, religiosas, políticas, y militares. Desde la casa del rey, hasta los almacenes y las obras públicas, todo estaba bajo el control y la organización de la clase dirigente por excelencia de la sociedad egipcia antigua: los escribas.
Las gentes iletradas, por el contrario, formaban parte de la base social dedicada a desarrollar el trabajo físico y, en su conjunto, eran los encargados de ejecutar lo previsto y ordenado por las gentes letradas. Ya fuese en las labores agrícolas y ganaderas, o en el desarrollo de las obras públicas, ellos eran la mano de obra del faraón, controlada por los escribas.
El hombre egipcio fue sensible desde muy pronto a esta división social necesaria, pero no igualmente deseada por todos los que formaban parte de ella.
La primera referencia que conocemos acerca de tal sentimiento es la composición literaria de sabiduría moral y crítica social llamada ‘La instrucción de Dua-Jety’, también conocida como ‘Sátira de los oficios’.
Se trata de un ejemplo del género de las instrucciones o principios de sabiduría (Sebayt) que fue compuesto durante el Imperio Medio (hacia el 1994-1797 a. C.). En ella se pondera la superioridad de la carrera o profesión de escriba, sobre cualquier otra de las existentes en la sociedad egipcia. El mejor y más completo ejemplar de esta obra que se conserva, está recogido en el papiro B.M. 10.182, también llamado ‘Papiro Sallier II’. En realidad se trata de una copia de la obra original, realizada durante la dinastía XIX, más de setecientos años después de la redacción del original.
Que este tipo de instrucciones estuviera permanentemente presente en la mente de los egipcios a lo largo de toda su historia, indica claramente la importancia que, para ellos, tenía el conocimiento de la escritura y de la lectura.
La enseñanza comienza de una manera muy interesante, explicando lo que realmente pensaban los egipcios acerca del asunto:
Un padre viaja con su hijo desde el nordeste del Delta, hacia la Residencia Real, probablemente en la ciudad de Menfis, la capital del norte de Egipto, para hacer ingresar al muchacho en la ‘Escuela Oficial de Escribas’ formados en el palacio real. Durante la navegación , Dua-Jety, ilustrará a su hijo, Pepy, haciéndole comprender las razones existentes para considerar que ser escriba en Egipto, es lo mejor que podía sucederle.
Dice el padre al hijo: ‘…Lee hasta el final del Libro de Kemet; hallarás que dice esto: ‘El escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia (real), no carecerá de nada’. El que ejecuta los deseos de otro no podrá salir satisfecho. Yo no veo otra profesión comparable a la del escriba de la que pueda ser dicha esta máxima. Voy a hacerte amar los libros más de lo que tu puedas amar a tu madre, y a mostrarte sus magnificiencias. Es la más grande de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella. Apenas el escriba comienza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea un niño. Lo envían a ejecutar una tarea y ¡ya no volverá a ponerse el delantal (del trabajador manual)!...’.
Para confirmar aún más la idea según la cual, el egipcio iletrado no podía esperar a lo largo de su vida más que miseria y malos tratos, el padre dice al hijo: ‘…He visto a muchos que han sido golpeados. ¡Pon tu corazón en los libros!. He observado a los que han sido reclutados para el trabajo forzado:¡Mira, nada es superior a los libros: son como un barco sobre el agua!...’.
Resulta, pues, evidente que la organización social egipcia requería y estimaba el desempeño de las funciones del escriba, tanto o más que el trabajo material de los canteros, o el de los labradores, aunque es muy cierto que sin el esforzado sacrificio de los segundos, los primeros nunca habrían tenido la posibilidad de escribir demasiadas cosas…
Sin embargo, lo definitivo es que los escribas fueron los rectores del universo egipcio.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Los egipcios crearon su sistema de escritura en un momento muy temprano, si consideramos su contexto sincrónico con otras culturas del Próximo Oriente. Esta circunstancia se puede ubicar a partir de la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo. De hecho, todo indica que la escritura egipcia, junto con la sumeria, pudiera haber sido la más antigua del mundo.
La invención de la escritura nació aparentemente al amparo de las necesidades administrativas de las sociedades primitivas en su construcción de lo que podríamos llamar las ‘paleoestructuras estatales’. En concreto, la práctica de establecer marcas y elaborar registros e inventarios.
Los primeros rastros del egipcio escrito y del sumerio escrito pueden datarse hacia el 3.300-3.250 antes de Cristo y consisten en marcas de ceramistas sobre jarras, inscripciones en placas de marfil o hueso que recogen nombres reales, o anotaciones hechas sobre pequeñas tabletas de arcilla que se sujetaban, utilizadas como etiquetas, a los objetos a los que designaban.
Para obtener una referencia fácilmente entendible de lo que, dentro del proceso civilizador universal, pudo suponer la creación de la escritura egipcia, basta pensar que, por ejemplo, la escritura china tomó cuerpo alrededor de algo más de un milenio y medio después que la egipcia, hacia el 1.500 antes de Cristo.
Lo más curioso del fenómeno creador de la escritura jeroglífica egipcia es que surgió de una manera completamente formada y definida, tal como permanecería durante los tres mil años siguientes de un modo prácticamente inalterable. Durante este largo lapso de tiempo el sistema de la escritura jeroglífica, y su expresión cursiva, la escritura hierática, estuvieron presentes sobre todo tipo de monumentos y objetos. La escritura en Egipto configuró de manera decisiva, si cabe más que en otras civilizaciones antiguas, la estructura de la sociedad.
Desde la época tinita (hacia el 3.300 a C.) esa sociedad se organizó en una suerte de pirámide en cuya cima se encontraba el rey. Bajo el soberano, sus hijos, hermanos y familiares, más o menos cercanos, engrosaron las filas de la organización administrativa del país del Nilo en todos sus aspectos: el religioso, el político y el militar.
La supervivencia de este sistema requería la existencia de un verdadero ejército de gentes letradas, de escribas dedicados a colaborar con el cumplimiento del ‘benéfico mandato del Horus sobre la tierra’ (el rey), para que la obra creadora de los dioses cosmogónicos se mantuviera intacta.
De este modo, todo cuanto ordenase el rey debía ser recogido por escrito y ser cumplido. Era preciso mantener en buenas condiciones los diques de los canales para administrar adecuadamente la crecida del río Nilo. Lo era también controlar las superficies de los terrenos cultivables por medio de la agrimensura, para poder fijar de antemano la cantidad de grano que se produciría y, en consecuencia, las cantidades que habrían de ser entregadas al tesoro de la corona, o a los templos.
Era necesario conocer el número de hombres que debían ser reclutados para acometer las obras de construcción a favor del rey, o de los dioses y, consecuentemente, saber cuantas raciones de alimentos y de bebida serían necesarias para sostener tales equipos de trabajadores.
Había que dar culto a los dioses para estar seguros de que su presencia sobre la tierra de Egipto estuviera garantizada y, a tal fin, era preciso recoger sobre papiro, o sobre los muros de los templos las fórmulas del culto y las compilaciones teológicas que describían los distintos sistemas de creación del mundo.
La supervivencia en el más allá, después de la muerte, también formó parte de las preocupaciones básicas de los antiguos egipcios y, en consecuencia, se sintió la necesidad de plasmar por escrito recopilaciones de fórmulas religiosas que habían sido transmitidas por vía oral desde tiempos inmemoriales.
De este modo, la organización de la corte de los primeros soberanos egipcios, especialmente a partir del momento en que se produjo la mítica unificación de las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, implicó el uso de todo un sofisticado sistema de escritura sobre el que descansarían todos y cada uno de los aspectos de esta civilización que tanto nos admira.
Pero, desde otro punto de vista, la escritura sirvió para dividir y separar a la sociedad egipcia, desde sus orígenes, en dos partes netas y bien diferenciadas: las gentes letradas y las gentes iletradas.
Las primeras, conocedoras de un complejo sistema de escritura, podían leer y escribir. Constituían el tejido-sostén de todas las manifestaciones culturales de la sociedad. Eran los escribas que controlaban el país en nombre del faraón y de los dioses.
Esta casta social de gentes letradas era, verdaderamente, la administradora de Egipto. Por sus manos pasaban todas las actividades económicas, religiosas, políticas, y militares. Desde la casa del rey, hasta los almacenes y las obras públicas, todo estaba bajo el control y la organización de la clase dirigente por excelencia de la sociedad egipcia antigua: los escribas.
Las gentes iletradas, por el contrario, formaban parte de la base social dedicada a desarrollar el trabajo físico y, en su conjunto, eran los encargados de ejecutar lo previsto y ordenado por las gentes letradas. Ya fuese en las labores agrícolas y ganaderas, o en el desarrollo de las obras públicas, ellos eran la mano de obra del faraón, controlada por los escribas.
El hombre egipcio fue sensible desde muy pronto a esta división social necesaria, pero no igualmente deseada por todos los que formaban parte de ella.
La primera referencia que conocemos acerca de tal sentimiento es la composición literaria de sabiduría moral y crítica social llamada ‘La instrucción de Dua-Jety’, también conocida como ‘Sátira de los oficios’.
Se trata de un ejemplo del género de las instrucciones o principios de sabiduría (Sebayt) que fue compuesto durante el Imperio Medio (hacia el 1994-1797 a. C.). En ella se pondera la superioridad de la carrera o profesión de escriba, sobre cualquier otra de las existentes en la sociedad egipcia. El mejor y más completo ejemplar de esta obra que se conserva, está recogido en el papiro B.M. 10.182, también llamado ‘Papiro Sallier II’. En realidad se trata de una copia de la obra original, realizada durante la dinastía XIX, más de setecientos años después de la redacción del original.
Que este tipo de instrucciones estuviera permanentemente presente en la mente de los egipcios a lo largo de toda su historia, indica claramente la importancia que, para ellos, tenía el conocimiento de la escritura y de la lectura.
La enseñanza comienza de una manera muy interesante, explicando lo que realmente pensaban los egipcios acerca del asunto:
Un padre viaja con su hijo desde el nordeste del Delta, hacia la Residencia Real, probablemente en la ciudad de Menfis, la capital del norte de Egipto, para hacer ingresar al muchacho en la ‘Escuela Oficial de Escribas’ formados en el palacio real. Durante la navegación , Dua-Jety, ilustrará a su hijo, Pepy, haciéndole comprender las razones existentes para considerar que ser escriba en Egipto, es lo mejor que podía sucederle.
Dice el padre al hijo: ‘…Lee hasta el final del Libro de Kemet; hallarás que dice esto: ‘El escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia (real), no carecerá de nada’. El que ejecuta los deseos de otro no podrá salir satisfecho. Yo no veo otra profesión comparable a la del escriba de la que pueda ser dicha esta máxima. Voy a hacerte amar los libros más de lo que tu puedas amar a tu madre, y a mostrarte sus magnificiencias. Es la más grande de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella. Apenas el escriba comienza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea un niño. Lo envían a ejecutar una tarea y ¡ya no volverá a ponerse el delantal (del trabajador manual)!...’.
Para confirmar aún más la idea según la cual, el egipcio iletrado no podía esperar a lo largo de su vida más que miseria y malos tratos, el padre dice al hijo: ‘…He visto a muchos que han sido golpeados. ¡Pon tu corazón en los libros!. He observado a los que han sido reclutados para el trabajo forzado:¡Mira, nada es superior a los libros: son como un barco sobre el agua!...’.
Resulta, pues, evidente que la organización social egipcia requería y estimaba el desempeño de las funciones del escriba, tanto o más que el trabajo material de los canteros, o el de los labradores, aunque es muy cierto que sin el esforzado sacrificio de los segundos, los primeros nunca habrían tenido la posibilidad de escribir demasiadas cosas…
Sin embargo, lo definitivo es que los escribas fueron los rectores del universo egipcio.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Martes, 17 de Junio 2008 - 12:40
Los magos en Egipto tuvieron la consideración de ‘funcionarios de Estado’. Ellos eran los encargados de ejercer la magia como sacerdotes, en sustitución del propio faraón, el mago por excelencia de todo Egipto, pues él poseía las Dos Coronas que eran los más poderosos instrumentos mágicos. Estos profesionales de la magia, por así decirlo, ejercían sus funciones dentro de un marco oficial, como parte del sistema de orden y organización del cosmos y del mundo egipcio, y pertenecían a un estamento profesional formado en las Casas de la Vida de los templos.
Amen-Hotep III. Museo de Arte Egipcio de Luxor
Conforme al pensamiento egipcio la magia consistía en la facultad de poseer el ‘Heka’, o poder mágico.
El ‘Heka’ era un atributo de los dioses y, por extensión, del rey, y tenía por finalidad y fundamento el conocimiento de la naturaleza del universo y de los medios sensibles, para controlarlos en bien de la humanidad y de la creación.
Así pues, el primer y más importante propósito de la magia consistía en prestar la colaboración humana para facilitar el cumplimiento de los planes divinos; y su principal actuante, era el rey.
Si el rey, dotado ‘per se’ de Heka, tenía entre sus principales obligaciones el mantenimiento de la creación del primer día, como sucesor que era de los dioses sobre la tierra, su poder mágico estaba principalmente encaminado a garantizar que la vida diaria y cíclica en la tierra de Egipto estuviese permanentemente asegurada por la celebración de los ritos en los templos y por la fuerza de su propio poder.
El rey era el oficiante por excelencia. Él era el ‘Señor de los Ritos’ y el ‘Señor de las Coronas’. Estos eran los dos atributos de naturaleza especialmente mágica que se recogían en las titulaturas o nombres de los reyes.
La condición de ‘Señor de los Ritos’ equivalía a ser dueño, propietario, titular de todas las actuaciones mágicas. Él conocía todo lo necesario para mantener la vida; la noche y el día; el sol, las estrellas, la luna y los planetas.
Él tenía el poder para hacer crecer el Nilo en su tiempo. El faraón poseía el conocimiento de las actuaciones mágicas para neutralizar a los enemigos de los ‘Nueve Arcos’, las nueve naciones enemigas tradicionales de Egipto.
Como ‘Señor de los Ritos’, el rey ordenaba al cielo y a la tierra, porque había sido iniciado y sabía lo que había más allá de la vida terrena. El rey controlaba por la magia los vientos del sur y los vientos del norte. Ellos eran sus nodrizas. Respirando el viento del norte se beneficiaba de una abundancia vivificadora.
Tenía los medios para poseer los cuatro vientos celestes que no podían oponerse a su voluntad. Tenía la virtud de combatir las tormentas del cielo. Estaba facultado para dispersar las nubes cargadas de lluvia y, según los Textos de las Pirámides, subido sobre una nube podía llegar a alcanzar la luz divina.
Con su poder, el rey era capaz de vencer los elementos desencadenados y convertirse en un viajero cósmico, en el más allá.
Todo lo dicho era así porque él había sido concebido y puesto en el mundo, a partir de la energía primordial para gobernar todos los reinos o colinas primordiales. Los textos así lo indican: ¡Ve, oh rey! ¡Que puedas gobernar las colinas de Horus. Que puedas gobernar las colinas de Seth. Que puedas gobernar las colinas de Osiris!
Esto demuestra que el faraón era para el mundo egipcio el centro del Pensamiento Creador, era el medio a través del cual el universo creado se hacía visible y sensible a los ojos del resto de los mortales.
Engendrado por la tierra y el cielo, era el heredero del trono del dios Gueb, y el hijo de todas las potencias divinas que le permitían ser, a su vez, el padre alimenticio de toda la creación que de él dependía.
Como ‘Señor de las Coronas’, de la Corona Roja y de la Corona Blanca, él era el dueño de su poder mágico. Ellas eran su protección. El rey podía ordenar a la Corona Roja, terrible serpiente de fuego, para que se le aclamase como faraón, al igual que ella era aclamada.
Las dos coronas eran las madres del rey; la Corona Roja le amamantaba; la Corona Blanca le daba la posesión de la tierra. Cuando el rey colocaba la Corona Blanca sobre su cabeza, ella era como la cabeza del propio dios Ra. Cuando ceñía la Corona Roja, se abrían para él las puertas de las regiones luminosas, porque se había convertido en el dueño del ureo cuyo nombre era ‘la que es Grande de Magia’.
Esta terrible serpiente de fuego otorgaba al rey sus poderes mágicos. Nadie más podía poseerla porque solo él conocía las palabras mágicas que la aplacaban. Con su posesión el faraón podía obtener de la Corona que le temiesen como ella era temida; producir el terror como ella podía hacerlo; ser aclamado como a ella se la aclamaba y ser amado como ella era amada. Ella era quien entregaba al faraón los dos cetros, Heka y Nehaha, el poder mágico y la eternidad, para gobernar a los seres vivos y a todos los Aj, o seres luminosos.
La Corona Blanca, la diosa madre de Nejen, también tenía atribuidos poderes semejantes. Ella era la Grande que protege a Horus, en medio de las dos enéadas. Por ella, el faraón era como el mismo dios Ra.
Faraón aparecía en gloria ante los dioses provisto de la luz divina, y su aparición radiante bajo las Dos Coronas, le hacía, como a Ra al amanecer, Señor del Alto y del Bajo Egipto. El temor surgía en todos los corazones cuando el rey, el mago por excelencia, se mostraba revestido de todo su poder y toda su gloria.
De la obra Los magos del Antiguo Egipto. Madrid, 2002
Autor: Francisco J. Martín Valentín
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
El próximo 16 de abril se abrirá al público, en las salas del Centro Cultural 'Matadero Madrid' de nuestra capital, la Exposición 'Los tesoros sumergidos de Egipto', bajo el patrocinio de la Fundación Hilti y la dirección técnica del arqueólogo submarino Franck Goddio. Se trata de un acontecimiento cultural de interés mundial. Las antiguas ciudades egipcias de Alejandría, Heraklion y Canopus podrán ser conocidas por los visitantes a través de la espléndida exposición de sus magníficos restos hallados bajo el mar por Frank Goddio y su equipo.
El año 2002 se dio a conocer el hallazgo realizado por el equipo de arqueólogos del Instituto Europeo de Arqueología Submarina de Franck Goddio en colaboración con el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, en la bahía de Abukir consistente en los restos de dos importantes ciudades desaparecidas en el mar hace 1.200 años.
Se trataba de Canopus y una de sus barriadas, llamada Menuthis, y de otra destacada metrópoli conocida en los textos clásicos como Herakleion.
Según la opinión de técnicos de la Universidad de Stanford, estas ciudades fueron destruídas como consecuencia de una serie de terremotos y maremotos que asolaron las costas egipcias a causa del nacimiento de una grieta surgida en la falla marina que iba desde Sicilia hasta El Cairo.
El proceso de su desaparición no debió ser repentino, puesto que sabemos por las fuentes escritas que, al menos, hubo 34 terremotos en la zona del norte de Africa, entre el 320 y el 1303 de C., siendo el más riguroso de ellos el sufrido en el 365. Con el tiempo la costa se fue hundiendo y las ciudades existentes a lo largo de ella se fueron derrumbando y cayendo bajo el empuje de las olas, siendo gradualmente enterradas por el limo que todos los años depositaban las crecidas del Nilo.
No obstante, alguno de los hallazgos parecen indicar que, en el caso Herakleion, el abandono de la ciudad se llevó a cabo de modo precipitado.
De hecho, las más recientes investigaciones comunicadas en su día aclaran que, en realidad, la ciudad de Herakleion probablemente se hundió en el mar mucho antes que Canopus.
En todo caso sabemos que estas poblaciones estuvieron ubicadas en lo que una vez fue la desembocadura del brazo Canópico del Nilo, la cual desapareció a causa de repetidos fenómenos sísmicos.
La parte más importante de la destrucción de las ciudades pudo producirse, según la tesis más verosímil, hacia los siglos VII-VIII, es decir, después de la conquista de Egipto por los árabes, aunque entre los restos encontrados en Canopus hay monedas de oro del periodo Ayyubí (1117-1150 de C), lo que avalaría la idea de que el hundimiento completo de los restos de las ciudades y su abandono final debieron producirse bastante más tarde.
Las Leyendas de Canopus y Herakleion
La mitología griega cuenta que el rey espartano Menelao hizo alto en la ciudad de Herakleion cuando regresaba desde Troya con Helena. Entonces, Canopus, el timonel que gobernaba su barco, fue mordido por una serpiente venenosa y como consecuencia de ello se transformó en un ser divino.
Por tal razón Canopus y Menuthis, su esposa, fueron inmortalizados fundándose las poblaciones que llevaron sus nombres.
Por su parte, el viajero griego Heródoto escribió en su libro Euterpe cómo Helena y Paris, fugitivos de Troya fueron rechazados a las puertas de Egipto por un mítico personaje llamado Thonis, encargado de vigilar la entrada de los extranjeros por la llamada ‘Boca Canópica’ del Nilo.
Más tarde, Diodoro de Sicilia aclararía a la posteridad que este Thonis de Heródoto era, en realidad, el nombre del centro comercial egipcio que comunicaba en la Boca Canópica con el ‘mar de los griegos’ que, en la lengua de los faraones se denominó Ta-Hone. En realidad una población portuaria que, en el Decreto de Canopo recibía el nombre griego de Herakleion.
La mítica urbe contaba con un gran templo, relatan los textos, dedicado al dios Herakles (el Hércules latino). Para explicar la presencia de este monumento los cronistas clásicos nos contaron la historia a su modo.
Diodoro relata que en una ocasión en la que las aguas del Nilo crearon una gran ola que rompió todos los diques de contención, Hércules consiguió frenarla y conducir al río a su cauce por lo que, en gratitud, el pueblo le erigió en aquél lugar un templo y llamó a la ciudad Herakleion. Para ellos Amón era Zeus y Jonsu, Hércules.
Un poco de historia
Los reyes egipcios de la dinastía XXVI, saíta, habían autorizado, alrededor del 570 a. de C. asentamientos griegos de mercenarios milesios y carios en la zona del Delta, relativamente cerca del emplazamiento de la futura Alejandría. La capital de estas poblaciones fue Naukratis, cuyo nombre egipcio fue Na-Keredye.
La entrada a Egipto estaba en aquéllos tiempos absolutamente prohibida a los extranjeros y solo se permitían contactos regulares en puntos de tráfico comercial perfectamente establecidos por la administración faraónica. Dos de ellos fueron Canopus y Herakleion, cuyos nombres egipcios fueron Pe-Guti y Ta-Hone, respectivamente.
Ambas, situadas a poco más de cinco kilómetros de distancia entre sí, estuvieron ubicadas en el brazo canópico de la desembocadura del río Nilo, y, ambas, tuvieron sus orígenes en los tiempos del Imperio Nuevo (hacia el 1580 a. de C.).
Realmente fueron dos emporios comerciales, en el caso de Herakleion con importantes instalaciones portuarias, que estaban rodeados de numerosas casas y contaban con grandes santuarios.
En el caso de Canopus los templos se sabe que estuvieron dedicados a la diosa Isis, cuyo lugar sagrado estaba construido en un barrio de la ciudad llamado Menuthis, y los dioses Osiris y Serapis; en Herakleion se alzaban los dedicados al dios Amon-Guereb, que otorgaba la legitimidad al faraón para regir Las Dos Tierras y al dios Jonsu; ambos estaban dotados con estatuas y con los demás elementos habitualmente existentes en un recinto religioso egipcio.
Ambas ciudades fueron desbancadas por la esplendente Alejandría que, fundada en el 331 a. C., captó toda la riqueza comercial de los demás puertos egipcios del Mediterráneo.
Los hallazgos
Los restos encontrados en las dos campañas dadas a conocer hasta ahora han sido de suma importancia y han establecido la identificación sin género de dudas de las dos importantes ciudades egipcias de las que nos hablaban los viajeros grecorromanos.
El naos de los decanes
En los momentos iniciales el equipo de Franck Goddio halló en Canopus un importantísimo fragmento de un monumento que fue inmediatamente identificado. Se trataba de una capilla de granito negro llamada por los egiptólogos ‘el naos de los decanes’.
La parte superior fue hallada en la playa de la bahía de Abukir en 1776 por los integrantes de la Expedición francesa a Egipto y hoy se exhibe en el Museo del Louvre. Otra parte fue descubierta en 1934 y recuperada en 1940 por el arqueólogo turco, príncipe Omar Tusson, y hoy forma parte de los fondos del Museo Greco-Romano de Alejandría.
Finalmente, la nueva porción encontrada contiene numerosas inscripciones que facilitan gran información sobre los conocimientos que en materia de calendario y astrología poseían los egipcios.
La capilla, construida por orden del rey Nectanebo I (380-362 a. C.), llevaba textos e imágenes de las estrellas que gobernaban el cielo nocturno a lo largo del año egipcio. Con estas imágenes e inscripciones se representaba el calendario anual de 36 decanes o periodos de 10 días, la semana de los antiguos egipcios.
Estos periodos de diez días estaban marcados en su inicio y en su conclusión por la aparición y desaparición en el cielo nocturno de las estrellas conocidas como ‘los decanes’.
La ciudad de Canopus también entregó a los arqueólogos otros restos de gran importancia tales como un torso de una diosa Isis de tamaño natural vestida con una sugerente túnica de increíbles pliegues, una monumental cabeza de mármol del dios Serapis, o una magnífica cabeza de un faraón desconocido, quizá de época ptolemaica, esculpida en granito negro.
La Estela de Herakleion-Thonis.
Durante la campaña del 2000-2001 la misión arqueológica francesa de Goddio y el Servicio de Antigüedades de Egipto han dedicado sus trabajos preferentemente a la zona de Herakleion. De hecho, las prospecciones, concentradas en un área de unos 80.000 metros cuadrados, han entregado una enorme cantidad de hallazgos.
El más importante de ellos parece haber sido una gran estela prácticamente idéntica a la conocida como ‘Estela de Naukratis’, hoy en el Museo Egipcio de El Cairo, que fue encontrada durante la campaña de 1899 por el arqueólogo británico D. G. Hogarht en la localidad de Kom Gaif.
La ciudad de Naukratis estaba situada en la orilla este de la boca canópica del Nilo, a pocos kilómetros de la ciudad de Sais, y la estela estuvo erigida en el recinto del templo de Neith de dicha ciudad.
Esculpida en un bloque de granito negro, mide 1,58 m. de alto por 0.68 de ancho y en el cintro, bajo el disco solar alado, se ve representado al rey Nectanebo I ofreciendo en dos registros simétricos, a la diosa Neith entronizada, un collar de oro y alimentos.
El documento está fechado exactamente en el año 1, cuarto mes del verano, día trece del reinado de Nectanebo I (hacia el mes de noviembre del 380 a. C.) y recoge la creación del pago de un impuesto del diez por ciento del oro, plata y madera en bruto o trabajada que viniera del llamado ‘mar de los griegos’, así como de todas las cosas a favor del dominio del rey en la ciudad, y otro diez por ciento de los mismos artículos, salvo la madera, que se manufacturasen en Naukratis, a favor de la diosa Neith.
La ‘estela de Herakleion-Thonis’, difiere de la de Naukratis solamente en la mención del lugar al que cada ejemplar de este decreto real iba destinado para ser erigido.
Si la segunda se ordenaba fuera colocada en ‘Naukratis, en la orilla de Anu’ , la ahora encontrada refleja que debería ser erigida en ‘la entrada del mar de los griegos’, es decir, en el puerto de Herakleion.
El gran templo de Amon-Guereb y de Jonsu-Herakles.
Otro importante hallazgo llevado a cabo en Herakleion ha sido un magnífico naos hecho sobre un solo bloque de granito rosa, según todos los indicios epigráficos y en opinión del Profesor Jean Yoyotte, perteneciente al periodo ptolemaico, aunque su factura recuerda enormemente al naos del templo de Edfu, construido por orden de Nectanebo II.
El hallazgo, ubicado cerca del antiguo muelle, se encuentra entre los restos del gran templo de Ta-Hone dedicado principalmente al dios Zeus-Amon Guereb y a su hijo el dios Herakles-Jonsu, cuyo nombre era La-Casa-de-Amon-Guereb-en-la-boca-de-Ta-Hone.
Muy cerca se han hallado también, al menos, tres colosales estatuas de granito rosa que representan al dios Hapy, el Nilo divinizado, y a un rey y una reina, por el momento, no identificados.
Las futuras excavaciones del recinto del gran templo entregarán seguramente gran cantidad de restos de sumo interés puesto que, de momento, han librado a los arqueólogos gran cantidad de piezas tales como alcuzas de bronce, monedas de oro y numerosas piezas de joyería datables a finales del siglo I a. C.
Los restos de diez barcos hundidos posiblemente durante la época greco-egipcia, prueban como mudos testigos la gran actividad portuaria que Herakleion debió alcanzar antes de ser sustituida por la gran Alejandría.
En suma, las ciudades sumergidas de Herakleion y Canopus aún continuarán desvelándonos sus secretos en el futuro.
A pesar de ello, por el momento, todo invita a pensar en la existencia bajo el mar, en la costa mediterránea de Egipto, de más ciudades hundidas en el agua y en la bruma de los tiempos que todavía duermen a la espera de su descubridor.
Francisco Martín Valentín y Teresa Bedman
Egiptólogos
Para saber más:
Diodoro Sículo.- Bibliotheca Historica. Libro I.
Erman, A. y Wilcken, U. ‘ Die Naukratisstele’. ZÄS, 38 (1900), 127-135.
Goddio, F.- Project Abukir. Mission Reports Summary 1999-2001.
Heródoto.- Los Nueve libros de la Historia. Libro II, Euterpe.
Homero.- La Ilíada.
Lichtheim, M. Ancient Egyptian Literature. III, 86-89. 1980.
Se trataba de Canopus y una de sus barriadas, llamada Menuthis, y de otra destacada metrópoli conocida en los textos clásicos como Herakleion.
Según la opinión de técnicos de la Universidad de Stanford, estas ciudades fueron destruídas como consecuencia de una serie de terremotos y maremotos que asolaron las costas egipcias a causa del nacimiento de una grieta surgida en la falla marina que iba desde Sicilia hasta El Cairo.
El proceso de su desaparición no debió ser repentino, puesto que sabemos por las fuentes escritas que, al menos, hubo 34 terremotos en la zona del norte de Africa, entre el 320 y el 1303 de C., siendo el más riguroso de ellos el sufrido en el 365. Con el tiempo la costa se fue hundiendo y las ciudades existentes a lo largo de ella se fueron derrumbando y cayendo bajo el empuje de las olas, siendo gradualmente enterradas por el limo que todos los años depositaban las crecidas del Nilo.
No obstante, alguno de los hallazgos parecen indicar que, en el caso Herakleion, el abandono de la ciudad se llevó a cabo de modo precipitado.
De hecho, las más recientes investigaciones comunicadas en su día aclaran que, en realidad, la ciudad de Herakleion probablemente se hundió en el mar mucho antes que Canopus.
En todo caso sabemos que estas poblaciones estuvieron ubicadas en lo que una vez fue la desembocadura del brazo Canópico del Nilo, la cual desapareció a causa de repetidos fenómenos sísmicos.
La parte más importante de la destrucción de las ciudades pudo producirse, según la tesis más verosímil, hacia los siglos VII-VIII, es decir, después de la conquista de Egipto por los árabes, aunque entre los restos encontrados en Canopus hay monedas de oro del periodo Ayyubí (1117-1150 de C), lo que avalaría la idea de que el hundimiento completo de los restos de las ciudades y su abandono final debieron producirse bastante más tarde.
Las Leyendas de Canopus y Herakleion
La mitología griega cuenta que el rey espartano Menelao hizo alto en la ciudad de Herakleion cuando regresaba desde Troya con Helena. Entonces, Canopus, el timonel que gobernaba su barco, fue mordido por una serpiente venenosa y como consecuencia de ello se transformó en un ser divino.
Por tal razón Canopus y Menuthis, su esposa, fueron inmortalizados fundándose las poblaciones que llevaron sus nombres.
Por su parte, el viajero griego Heródoto escribió en su libro Euterpe cómo Helena y Paris, fugitivos de Troya fueron rechazados a las puertas de Egipto por un mítico personaje llamado Thonis, encargado de vigilar la entrada de los extranjeros por la llamada ‘Boca Canópica’ del Nilo.
Más tarde, Diodoro de Sicilia aclararía a la posteridad que este Thonis de Heródoto era, en realidad, el nombre del centro comercial egipcio que comunicaba en la Boca Canópica con el ‘mar de los griegos’ que, en la lengua de los faraones se denominó Ta-Hone. En realidad una población portuaria que, en el Decreto de Canopo recibía el nombre griego de Herakleion.
La mítica urbe contaba con un gran templo, relatan los textos, dedicado al dios Herakles (el Hércules latino). Para explicar la presencia de este monumento los cronistas clásicos nos contaron la historia a su modo.
Diodoro relata que en una ocasión en la que las aguas del Nilo crearon una gran ola que rompió todos los diques de contención, Hércules consiguió frenarla y conducir al río a su cauce por lo que, en gratitud, el pueblo le erigió en aquél lugar un templo y llamó a la ciudad Herakleion. Para ellos Amón era Zeus y Jonsu, Hércules.
Un poco de historia
Los reyes egipcios de la dinastía XXVI, saíta, habían autorizado, alrededor del 570 a. de C. asentamientos griegos de mercenarios milesios y carios en la zona del Delta, relativamente cerca del emplazamiento de la futura Alejandría. La capital de estas poblaciones fue Naukratis, cuyo nombre egipcio fue Na-Keredye.
La entrada a Egipto estaba en aquéllos tiempos absolutamente prohibida a los extranjeros y solo se permitían contactos regulares en puntos de tráfico comercial perfectamente establecidos por la administración faraónica. Dos de ellos fueron Canopus y Herakleion, cuyos nombres egipcios fueron Pe-Guti y Ta-Hone, respectivamente.
Ambas, situadas a poco más de cinco kilómetros de distancia entre sí, estuvieron ubicadas en el brazo canópico de la desembocadura del río Nilo, y, ambas, tuvieron sus orígenes en los tiempos del Imperio Nuevo (hacia el 1580 a. de C.).
Realmente fueron dos emporios comerciales, en el caso de Herakleion con importantes instalaciones portuarias, que estaban rodeados de numerosas casas y contaban con grandes santuarios.
En el caso de Canopus los templos se sabe que estuvieron dedicados a la diosa Isis, cuyo lugar sagrado estaba construido en un barrio de la ciudad llamado Menuthis, y los dioses Osiris y Serapis; en Herakleion se alzaban los dedicados al dios Amon-Guereb, que otorgaba la legitimidad al faraón para regir Las Dos Tierras y al dios Jonsu; ambos estaban dotados con estatuas y con los demás elementos habitualmente existentes en un recinto religioso egipcio.
Ambas ciudades fueron desbancadas por la esplendente Alejandría que, fundada en el 331 a. C., captó toda la riqueza comercial de los demás puertos egipcios del Mediterráneo.
Los hallazgos
Los restos encontrados en las dos campañas dadas a conocer hasta ahora han sido de suma importancia y han establecido la identificación sin género de dudas de las dos importantes ciudades egipcias de las que nos hablaban los viajeros grecorromanos.
El naos de los decanes
En los momentos iniciales el equipo de Franck Goddio halló en Canopus un importantísimo fragmento de un monumento que fue inmediatamente identificado. Se trataba de una capilla de granito negro llamada por los egiptólogos ‘el naos de los decanes’.
La parte superior fue hallada en la playa de la bahía de Abukir en 1776 por los integrantes de la Expedición francesa a Egipto y hoy se exhibe en el Museo del Louvre. Otra parte fue descubierta en 1934 y recuperada en 1940 por el arqueólogo turco, príncipe Omar Tusson, y hoy forma parte de los fondos del Museo Greco-Romano de Alejandría.
Finalmente, la nueva porción encontrada contiene numerosas inscripciones que facilitan gran información sobre los conocimientos que en materia de calendario y astrología poseían los egipcios.
La capilla, construida por orden del rey Nectanebo I (380-362 a. C.), llevaba textos e imágenes de las estrellas que gobernaban el cielo nocturno a lo largo del año egipcio. Con estas imágenes e inscripciones se representaba el calendario anual de 36 decanes o periodos de 10 días, la semana de los antiguos egipcios.
Estos periodos de diez días estaban marcados en su inicio y en su conclusión por la aparición y desaparición en el cielo nocturno de las estrellas conocidas como ‘los decanes’.
La ciudad de Canopus también entregó a los arqueólogos otros restos de gran importancia tales como un torso de una diosa Isis de tamaño natural vestida con una sugerente túnica de increíbles pliegues, una monumental cabeza de mármol del dios Serapis, o una magnífica cabeza de un faraón desconocido, quizá de época ptolemaica, esculpida en granito negro.
La Estela de Herakleion-Thonis.
Durante la campaña del 2000-2001 la misión arqueológica francesa de Goddio y el Servicio de Antigüedades de Egipto han dedicado sus trabajos preferentemente a la zona de Herakleion. De hecho, las prospecciones, concentradas en un área de unos 80.000 metros cuadrados, han entregado una enorme cantidad de hallazgos.
El más importante de ellos parece haber sido una gran estela prácticamente idéntica a la conocida como ‘Estela de Naukratis’, hoy en el Museo Egipcio de El Cairo, que fue encontrada durante la campaña de 1899 por el arqueólogo británico D. G. Hogarht en la localidad de Kom Gaif.
La ciudad de Naukratis estaba situada en la orilla este de la boca canópica del Nilo, a pocos kilómetros de la ciudad de Sais, y la estela estuvo erigida en el recinto del templo de Neith de dicha ciudad.
Esculpida en un bloque de granito negro, mide 1,58 m. de alto por 0.68 de ancho y en el cintro, bajo el disco solar alado, se ve representado al rey Nectanebo I ofreciendo en dos registros simétricos, a la diosa Neith entronizada, un collar de oro y alimentos.
El documento está fechado exactamente en el año 1, cuarto mes del verano, día trece del reinado de Nectanebo I (hacia el mes de noviembre del 380 a. C.) y recoge la creación del pago de un impuesto del diez por ciento del oro, plata y madera en bruto o trabajada que viniera del llamado ‘mar de los griegos’, así como de todas las cosas a favor del dominio del rey en la ciudad, y otro diez por ciento de los mismos artículos, salvo la madera, que se manufacturasen en Naukratis, a favor de la diosa Neith.
La ‘estela de Herakleion-Thonis’, difiere de la de Naukratis solamente en la mención del lugar al que cada ejemplar de este decreto real iba destinado para ser erigido.
Si la segunda se ordenaba fuera colocada en ‘Naukratis, en la orilla de Anu’ , la ahora encontrada refleja que debería ser erigida en ‘la entrada del mar de los griegos’, es decir, en el puerto de Herakleion.
El gran templo de Amon-Guereb y de Jonsu-Herakles.
Otro importante hallazgo llevado a cabo en Herakleion ha sido un magnífico naos hecho sobre un solo bloque de granito rosa, según todos los indicios epigráficos y en opinión del Profesor Jean Yoyotte, perteneciente al periodo ptolemaico, aunque su factura recuerda enormemente al naos del templo de Edfu, construido por orden de Nectanebo II.
El hallazgo, ubicado cerca del antiguo muelle, se encuentra entre los restos del gran templo de Ta-Hone dedicado principalmente al dios Zeus-Amon Guereb y a su hijo el dios Herakles-Jonsu, cuyo nombre era La-Casa-de-Amon-Guereb-en-la-boca-de-Ta-Hone.
Muy cerca se han hallado también, al menos, tres colosales estatuas de granito rosa que representan al dios Hapy, el Nilo divinizado, y a un rey y una reina, por el momento, no identificados.
Las futuras excavaciones del recinto del gran templo entregarán seguramente gran cantidad de restos de sumo interés puesto que, de momento, han librado a los arqueólogos gran cantidad de piezas tales como alcuzas de bronce, monedas de oro y numerosas piezas de joyería datables a finales del siglo I a. C.
Los restos de diez barcos hundidos posiblemente durante la época greco-egipcia, prueban como mudos testigos la gran actividad portuaria que Herakleion debió alcanzar antes de ser sustituida por la gran Alejandría.
En suma, las ciudades sumergidas de Herakleion y Canopus aún continuarán desvelándonos sus secretos en el futuro.
A pesar de ello, por el momento, todo invita a pensar en la existencia bajo el mar, en la costa mediterránea de Egipto, de más ciudades hundidas en el agua y en la bruma de los tiempos que todavía duermen a la espera de su descubridor.
Francisco Martín Valentín y Teresa Bedman
Egiptólogos
Para saber más:
Diodoro Sículo.- Bibliotheca Historica. Libro I.
Erman, A. y Wilcken, U. ‘ Die Naukratisstele’. ZÄS, 38 (1900), 127-135.
Goddio, F.- Project Abukir. Mission Reports Summary 1999-2001.
Heródoto.- Los Nueve libros de la Historia. Libro II, Euterpe.
Homero.- La Ilíada.
Lichtheim, M. Ancient Egyptian Literature. III, 86-89. 1980.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Lunes, 25 de Febrero 2008 - 11:30
La determinación de la raza a la que pertenecieron los pobladores del antiguo Egipto constituye un tema muy estudiado como base de un más profundo conocimiento de la civilización faraónica
I. La llamada ‘raza dinástica’
Desafortunadamente todas las cuestiones étnicas o antropológicas están siempre teñidas y contaminadas por el ‘utilitarismo político’ de turno. Por esa razón este tema ha sido deliberadamente manipulado a conveniencia de cada cual en según qué momento de nuestra historia más reciente. Las últimas corrientes investigadoras quieren ver en la civilización egipcia la expresión más elevada de una civilización africana negra.
La egiptología tiene, no obstante, la obligación científica de investigar objetivamente esta cuestión. Ello debe hacerse desde la prudencia, la independencia y el rigor. Se trata básicamente de reivindicar la auténtica naturaleza de la personalidad y esencia del antiguo pueblo egipcio, del cual es heredera toda la humanidad. Podemos afirmar que la aportación racial de los primitivos pobladores del valle del Nilo fue plural. Basta con examinar de modo somero la configuración de la geografía física de Egipto para entender la lógica de este planteamiento.
Egipto se desenvuelve desde siempre en torno y a lo largo de la arteria vital que constituye el río Nilo. Este río cuya longitud alcanza los 6741 kilómetros desde el corazón de la actual Uganda, en el centro de África, hasta el Mediterráneo, ha sido, y es, el camino de descenso hacia el mar, no sólo de los nutrientes limos inundatorios, sino de las sangres y las culturas africanas que han bajado desde el sur hacia el norte, a lo largo de sus orillas, desde el principio de los tiempos durante toda la historia de Egipto. Cada una de las dos orillas del río supuso, a su vez, una especie de ventana o puerta de acceso a otros dos mundos diferentes.
Por Occidente, en el desierto libio, y a lo largo de la ribera marítima del Mediterráneo una concurrencia de pueblos que se vieron acosados por la progresiva desecación del Sahara, vino a asentarse en oleadas sucesivas desde las altas mesetas rocosas hasta la misma orilla pantanosa del río.
De la parte de Oriente, se produjeron infiltraciones permanentes a través de dos vías básicas: el Delta oriental y la prolongación natural del pasillo sirio, a lo largo del Mediterráneo, puerta abierta a todas las razas y pueblos cuya procedencia última tendría su origen, de una parte, en el Asia central y las áreas mesopotámicas y, de otra, en las orillas ribereñas con el Mar Rojo a las que accedían gentes a través de la península del Sinaí, procedentes de la actual península Arábiga.
El valle y el delta fueron el crisol dónde todas estas aportaciones sanguíneas de origen Kamito-Tchadiano-Berebero-Semítico se amalgamaron formando un nuevo genotipo: la raza egipcia.
II. El nacimiento de la lengua y la escritura
En la mezcla resultante del encuentro de los grupos africanos, semíticos y beréberes, el grupo humano del Este, verosímilmente el más importante, parece que dio a la lengua egipcia una fuerte coloración semítica tanto en su estructura como en su vocabulario.
Sin embargo, la lengua egipcia también posee grandes elementos que la emparentan con lenguas africanas empleadas en el ámbito nilótico y sudanés, tales como el somalí, el gala, el saho o el afar. Si las razas se mezclaron en el valle, también lo hicieron sus lenguas, nada más natural. La creación del sistema jeroglífico no resultó como consecuencia de un proceso lineal. Se trató de un sistema que prevaleció sobre otros que se intentaron.
Sin duda este sistema es heredero de los pictogramas que se ven sobre ciertas cerámicas de la época prehistórica.
La escritura jeroglífica fue el soporte para integrar sólidamente entre sí, en una sola lengua, las diferentes aportaciones lingüísticas de los pueblos que acudieron a poblar el valle del Nilo. Una sola cultura, una sola escritura, un solo pueblo, eran las premisas de los reyes de la unificación. Las ausencia de las vocales en la escritura y la presencia de los determinativos permitían a cualquier escriba fuera oriundo del norte o del sur, descifrar un texto oficial.
III. Los aspectos históricos
Los testimonios de vida humana en el valle del Nilo se remontan al Paleolítico Inferior, como atestiguan los hallazgos de útiles de piedra.
Hacia el quinto milenio antes de Cristo aparecen en Egipto los primeros grupos de cultura neolítica que parecen haberse mezclado o superpuesto a los grupos ya existentes en el valle. Sólo esta posibilidad permitiría comprender los aspectos heterogéneos del neolítico egipcio.
En un proceso de colonización interna y de fusión de componentes culturales dispares surgió una cultura propia, realmente egipcia. En los umbrales del cuarto al tercer milenio se produjo la formación del estado faraónico y el surgimiento de la civilización egipcia.
El yacimiento de Merimde Beni-Salamé, en el Bajo Egipto, situado en el vértice sur del borde occidental del Delta del Nilo, constituye el más antiguo del neolítico egipcio. Su período cronológico abarca desde el sexto al quinto milenios a. de C.
Hay otros yacimientos en el Omarí y en Heluán, cerca de El Cairo que se corresponden con el período cronológico de Merimde. Los asentamientos de época más reciente en el Bajo Egipto se han encontrado en la localidad de Maadi, también al sudeste de El Cairo.
Los materiales hallados en Maadi, incluidos restos de material de cobre para uso cosmético, parecen indicar la posibilidad de un gran entramado comercial y político de esta zona con el sur de Palestina y el Oriente Próximo. Pero la gente de Maadi también se relacionaba con los habitantes del Sur del valle, en el Alto Egipto. Por ejemplo esto se nota en la cerámica roja, primero importada y luego fabricada y en las paletas de esquisto, también traídas del Alto Egipto.
Así pues, este lugar era un punto de tránsito en las relaciones comerciales entre el Alto Egipto y los pueblos del Oriente Medio. En el sur se daban en estos momentos (hacia el 4400 a. de C.) focos culturales representados básicamente por el Badariense, cuyos yacimientos se han encontrado en las inmediaciones de Assiut, en el Egipto medio. A la cultura de Badari le sucede, en el Alto Egipto la de Nagada, la más importante de las culturas prehistóricas en el sur.
Convencionalmente dividida en tres grandes fases (I a III) nos ofrece el hilo conductor que lleva directamente a la fundación del Estado Egipcio. Una característica decisiva de la cultura de Nagada es su dinámica geográfica. Partiendo de su foco geográfico situado en el meandro que el río hace a la altura de la actual ciudad de Kena, en principio se fue expandiendo hacia el norte hasta la actual Assiut, y hacia el sur, hasta más allá de la primera catarata.
Las distintas fases de la cultura nagadiense van mostrando la evolución cultural de sus integrantes. Asentamientos regulares, cementerios, útiles cerámicos rojos con boca negra, esculturas vinculadas con la fertilidad, paletas de esquisto con formas animales, vasijas de marga con representaciones de barcos que discurren por el ríos nos muestran el avance cultural de los pobladores del Alto Egipto. Se advierte la creación de una elite del período de Nagada II que funda ciudades amuralladas que controlan grandes superficies con asentamientos agrícolas.
También se han descubierto espacios ceremoniales que recuerdan a las primeras instalaciones dinásticas para la celebración de los festivales Sed. En Hierakonpolis, al sur de Luxor, se encontró una hermosa tumba pintada (la llamada Tumba nº 100), en la que se ven representadas escenas de navegación, caza y lucha entre hombres que proclaman abiertamente el anuncio de los tiempos históricos.
Este periodo es ahora identificado como la dinastía ‘00’ (desde Nagada II tardía a principios de Nagada III) y la dinastía ‘0’ (Nagada IIIB).
Desde el punto de vista de los antiguos egipcios este segmento cronológico representa lo que ellos identificaron como ‘la época legendaria’, que fue previa a la histórica y que constituye un banco nebuloso donde parece que arranca todo lo faraónico. Se trata de la idea del inicio mismo de la raza dinástica.
Los textos no cuentan nada y tampoco nos hablan de los Shemsu Hor (Seguidores de Horus) término que sirve para designar a los reyes que, al parecer, precedieron a las dinastías históricas. Se trata de relatos orales, transmitidos entre los sacerdotes que hablan acerca de que los primeros reyes de Egipto fueron los propios dioses, los creadores del mundo, conforme nos relata el ciclo heliopolitano.
Después (siempre según los relatos egipcios) intervinieron los semi-dioses, hijos de los anteriores. Después de las dinastías divinas y las semi-divinas, se contabilizaban por los sacerdotes una serie de reyes no determinados que recogen los anales reales más antiguos
que conocemos. El Papiro de Turín varía ligeramente esta descripción.
En suma, para los egipcios el conjunto de los semi-dioses, los espíritus ancestrales y los hombres que reinaron antes de la dinastía I formaron el conjunto de los llamados ‘seguidores de Horus’.
El único documento preciso que se refiere al final del período legendario, la llamada ‘Piedra de Palermo’, representa a una serie de personajes que llevan la corona roja del Bajo Egipto de los que nos facilita los nombres que para nada se parecen a los nombres egipcios habituales, tales son Seka, Jaau, Tiu, Tchesh, Neheb, Uadyined y Mehe.
Quizás estos formaran parte de la lista manetoniana de los reyes menfitas y, en tal caso, los tinitas deberían ser identificados con algunos de los propietarios de los monumentos de Abidos que habitualmente han sido integrados dentro de la dinastía I, y que, en puridad, deberían ser considerados como los inmediatos antecesores de Menes, el unificador.
IV. Conclusiones
No se puede negar que la aportación de sangre extranjera a la población egipcia no cesó a lo largo de toda su historia, igual que hoy mismo sigue sucediendo. La afluencia de invasores, ya fueran estos asiáticos o negros del sur, siguió marcando las modificaciones genéticas del pueblo de los faraones, pero no se puede ignorar que aquellos rostros antiguos siguen poblando los días y las noches de Egipto.
Esto es válido tanto en el caso del actual pueblo copto, que se reputa ser el más directo descendiente de los antiguos egipcios, cuanto en el de la población campesina del valle y el delta. No es exagerado, pues, afirmar a guisa de conclusión final que el hombre egipcio no fue nada especialmente diferente del que, en rasgos generales, se puede ver hoy en día en Egipto.
Para hablar con propiedad se ha de considerar que Egipto está poblado hoy por una masa de coptos islamizados que, si bien ha soportado a lo largo de siglos, tras la invasión árabe, las mezclas con razas vecinas de Asia, África o el Mediterráneo, ha mantenido estable un prototipo de hombre que fue la materia prima con que se construyó una de las civilizaciones más esplendentes de la humanidad.
Ellos son los herederos de aquellos que descubrieron antes que nadie la inmortalidad y los dioses, los que inventaron la vida eterna a orillas del Nilo eterno.
Dr. Francisco J. Martín Valentín
Anexo
Estimación de la población del Egipto faraónico en las distintas épocas de su historia
(de Butzer, 1976, 83 y 85; fig. 13)
4000 a. de C. (Predinástico) 548.000
3000 a. de C. (Época Tinita) 866.000
2500 a. de C. (Imperio Antiguo) 1.614.000
1800 a. de C. (Imperio Medio) 1.900.000
1250 a. de C. (Imperio Nuevo) 2.850.000
130 a. de C. (Época Grecorromana) 4.322.000
Bibliografía básica de referencia
Anta Diop, Ch.- 'Origen de los antiguos egipcios', en Historia general de África de la UNESCO, Tomo II, Antiguas civilizaciones de África. Madrid, 1983.
Bernal, M. - Black Athena: The Afro-Asiatic roots of classical civilization.]i Dos volúmenes. Londres 1987-1991.
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Wilson, J. A.- 'Fuera del Cieno. La larga lucha prehistórica', en La Cultura Egipcia. México, D. F., 1973.
Yurco, F. J.- 'Were the ancient Egyptians black or white ?.' BAR 15/5 (1989), 24-9, 58.
Desafortunadamente todas las cuestiones étnicas o antropológicas están siempre teñidas y contaminadas por el ‘utilitarismo político’ de turno. Por esa razón este tema ha sido deliberadamente manipulado a conveniencia de cada cual en según qué momento de nuestra historia más reciente. Las últimas corrientes investigadoras quieren ver en la civilización egipcia la expresión más elevada de una civilización africana negra.
La egiptología tiene, no obstante, la obligación científica de investigar objetivamente esta cuestión. Ello debe hacerse desde la prudencia, la independencia y el rigor. Se trata básicamente de reivindicar la auténtica naturaleza de la personalidad y esencia del antiguo pueblo egipcio, del cual es heredera toda la humanidad. Podemos afirmar que la aportación racial de los primitivos pobladores del valle del Nilo fue plural. Basta con examinar de modo somero la configuración de la geografía física de Egipto para entender la lógica de este planteamiento.
Egipto se desenvuelve desde siempre en torno y a lo largo de la arteria vital que constituye el río Nilo. Este río cuya longitud alcanza los 6741 kilómetros desde el corazón de la actual Uganda, en el centro de África, hasta el Mediterráneo, ha sido, y es, el camino de descenso hacia el mar, no sólo de los nutrientes limos inundatorios, sino de las sangres y las culturas africanas que han bajado desde el sur hacia el norte, a lo largo de sus orillas, desde el principio de los tiempos durante toda la historia de Egipto. Cada una de las dos orillas del río supuso, a su vez, una especie de ventana o puerta de acceso a otros dos mundos diferentes.
Por Occidente, en el desierto libio, y a lo largo de la ribera marítima del Mediterráneo una concurrencia de pueblos que se vieron acosados por la progresiva desecación del Sahara, vino a asentarse en oleadas sucesivas desde las altas mesetas rocosas hasta la misma orilla pantanosa del río.
De la parte de Oriente, se produjeron infiltraciones permanentes a través de dos vías básicas: el Delta oriental y la prolongación natural del pasillo sirio, a lo largo del Mediterráneo, puerta abierta a todas las razas y pueblos cuya procedencia última tendría su origen, de una parte, en el Asia central y las áreas mesopotámicas y, de otra, en las orillas ribereñas con el Mar Rojo a las que accedían gentes a través de la península del Sinaí, procedentes de la actual península Arábiga.
El valle y el delta fueron el crisol dónde todas estas aportaciones sanguíneas de origen Kamito-Tchadiano-Berebero-Semítico se amalgamaron formando un nuevo genotipo: la raza egipcia.
II. El nacimiento de la lengua y la escritura
En la mezcla resultante del encuentro de los grupos africanos, semíticos y beréberes, el grupo humano del Este, verosímilmente el más importante, parece que dio a la lengua egipcia una fuerte coloración semítica tanto en su estructura como en su vocabulario.
Sin embargo, la lengua egipcia también posee grandes elementos que la emparentan con lenguas africanas empleadas en el ámbito nilótico y sudanés, tales como el somalí, el gala, el saho o el afar. Si las razas se mezclaron en el valle, también lo hicieron sus lenguas, nada más natural. La creación del sistema jeroglífico no resultó como consecuencia de un proceso lineal. Se trató de un sistema que prevaleció sobre otros que se intentaron.
Sin duda este sistema es heredero de los pictogramas que se ven sobre ciertas cerámicas de la época prehistórica.
La escritura jeroglífica fue el soporte para integrar sólidamente entre sí, en una sola lengua, las diferentes aportaciones lingüísticas de los pueblos que acudieron a poblar el valle del Nilo. Una sola cultura, una sola escritura, un solo pueblo, eran las premisas de los reyes de la unificación. Las ausencia de las vocales en la escritura y la presencia de los determinativos permitían a cualquier escriba fuera oriundo del norte o del sur, descifrar un texto oficial.
III. Los aspectos históricos
Los testimonios de vida humana en el valle del Nilo se remontan al Paleolítico Inferior, como atestiguan los hallazgos de útiles de piedra.
Hacia el quinto milenio antes de Cristo aparecen en Egipto los primeros grupos de cultura neolítica que parecen haberse mezclado o superpuesto a los grupos ya existentes en el valle. Sólo esta posibilidad permitiría comprender los aspectos heterogéneos del neolítico egipcio.
En un proceso de colonización interna y de fusión de componentes culturales dispares surgió una cultura propia, realmente egipcia. En los umbrales del cuarto al tercer milenio se produjo la formación del estado faraónico y el surgimiento de la civilización egipcia.
El yacimiento de Merimde Beni-Salamé, en el Bajo Egipto, situado en el vértice sur del borde occidental del Delta del Nilo, constituye el más antiguo del neolítico egipcio. Su período cronológico abarca desde el sexto al quinto milenios a. de C.
Hay otros yacimientos en el Omarí y en Heluán, cerca de El Cairo que se corresponden con el período cronológico de Merimde. Los asentamientos de época más reciente en el Bajo Egipto se han encontrado en la localidad de Maadi, también al sudeste de El Cairo.
Los materiales hallados en Maadi, incluidos restos de material de cobre para uso cosmético, parecen indicar la posibilidad de un gran entramado comercial y político de esta zona con el sur de Palestina y el Oriente Próximo. Pero la gente de Maadi también se relacionaba con los habitantes del Sur del valle, en el Alto Egipto. Por ejemplo esto se nota en la cerámica roja, primero importada y luego fabricada y en las paletas de esquisto, también traídas del Alto Egipto.
Así pues, este lugar era un punto de tránsito en las relaciones comerciales entre el Alto Egipto y los pueblos del Oriente Medio. En el sur se daban en estos momentos (hacia el 4400 a. de C.) focos culturales representados básicamente por el Badariense, cuyos yacimientos se han encontrado en las inmediaciones de Assiut, en el Egipto medio. A la cultura de Badari le sucede, en el Alto Egipto la de Nagada, la más importante de las culturas prehistóricas en el sur.
Convencionalmente dividida en tres grandes fases (I a III) nos ofrece el hilo conductor que lleva directamente a la fundación del Estado Egipcio. Una característica decisiva de la cultura de Nagada es su dinámica geográfica. Partiendo de su foco geográfico situado en el meandro que el río hace a la altura de la actual ciudad de Kena, en principio se fue expandiendo hacia el norte hasta la actual Assiut, y hacia el sur, hasta más allá de la primera catarata.
Las distintas fases de la cultura nagadiense van mostrando la evolución cultural de sus integrantes. Asentamientos regulares, cementerios, útiles cerámicos rojos con boca negra, esculturas vinculadas con la fertilidad, paletas de esquisto con formas animales, vasijas de marga con representaciones de barcos que discurren por el ríos nos muestran el avance cultural de los pobladores del Alto Egipto. Se advierte la creación de una elite del período de Nagada II que funda ciudades amuralladas que controlan grandes superficies con asentamientos agrícolas.
También se han descubierto espacios ceremoniales que recuerdan a las primeras instalaciones dinásticas para la celebración de los festivales Sed. En Hierakonpolis, al sur de Luxor, se encontró una hermosa tumba pintada (la llamada Tumba nº 100), en la que se ven representadas escenas de navegación, caza y lucha entre hombres que proclaman abiertamente el anuncio de los tiempos históricos.
Este periodo es ahora identificado como la dinastía ‘00’ (desde Nagada II tardía a principios de Nagada III) y la dinastía ‘0’ (Nagada IIIB).
Desde el punto de vista de los antiguos egipcios este segmento cronológico representa lo que ellos identificaron como ‘la época legendaria’, que fue previa a la histórica y que constituye un banco nebuloso donde parece que arranca todo lo faraónico. Se trata de la idea del inicio mismo de la raza dinástica.
Los textos no cuentan nada y tampoco nos hablan de los Shemsu Hor (Seguidores de Horus) término que sirve para designar a los reyes que, al parecer, precedieron a las dinastías históricas. Se trata de relatos orales, transmitidos entre los sacerdotes que hablan acerca de que los primeros reyes de Egipto fueron los propios dioses, los creadores del mundo, conforme nos relata el ciclo heliopolitano.
Después (siempre según los relatos egipcios) intervinieron los semi-dioses, hijos de los anteriores. Después de las dinastías divinas y las semi-divinas, se contabilizaban por los sacerdotes una serie de reyes no determinados que recogen los anales reales más antiguos
que conocemos. El Papiro de Turín varía ligeramente esta descripción.
En suma, para los egipcios el conjunto de los semi-dioses, los espíritus ancestrales y los hombres que reinaron antes de la dinastía I formaron el conjunto de los llamados ‘seguidores de Horus’.
El único documento preciso que se refiere al final del período legendario, la llamada ‘Piedra de Palermo’, representa a una serie de personajes que llevan la corona roja del Bajo Egipto de los que nos facilita los nombres que para nada se parecen a los nombres egipcios habituales, tales son Seka, Jaau, Tiu, Tchesh, Neheb, Uadyined y Mehe.
Quizás estos formaran parte de la lista manetoniana de los reyes menfitas y, en tal caso, los tinitas deberían ser identificados con algunos de los propietarios de los monumentos de Abidos que habitualmente han sido integrados dentro de la dinastía I, y que, en puridad, deberían ser considerados como los inmediatos antecesores de Menes, el unificador.
IV. Conclusiones
No se puede negar que la aportación de sangre extranjera a la población egipcia no cesó a lo largo de toda su historia, igual que hoy mismo sigue sucediendo. La afluencia de invasores, ya fueran estos asiáticos o negros del sur, siguió marcando las modificaciones genéticas del pueblo de los faraones, pero no se puede ignorar que aquellos rostros antiguos siguen poblando los días y las noches de Egipto.
Esto es válido tanto en el caso del actual pueblo copto, que se reputa ser el más directo descendiente de los antiguos egipcios, cuanto en el de la población campesina del valle y el delta. No es exagerado, pues, afirmar a guisa de conclusión final que el hombre egipcio no fue nada especialmente diferente del que, en rasgos generales, se puede ver hoy en día en Egipto.
Para hablar con propiedad se ha de considerar que Egipto está poblado hoy por una masa de coptos islamizados que, si bien ha soportado a lo largo de siglos, tras la invasión árabe, las mezclas con razas vecinas de Asia, África o el Mediterráneo, ha mantenido estable un prototipo de hombre que fue la materia prima con que se construyó una de las civilizaciones más esplendentes de la humanidad.
Ellos son los herederos de aquellos que descubrieron antes que nadie la inmortalidad y los dioses, los que inventaron la vida eterna a orillas del Nilo eterno.
Dr. Francisco J. Martín Valentín
Anexo
Estimación de la población del Egipto faraónico en las distintas épocas de su historia
(de Butzer, 1976, 83 y 85; fig. 13)
4000 a. de C. (Predinástico) 548.000
3000 a. de C. (Época Tinita) 866.000
2500 a. de C. (Imperio Antiguo) 1.614.000
1800 a. de C. (Imperio Medio) 1.900.000
1250 a. de C. (Imperio Nuevo) 2.850.000
130 a. de C. (Época Grecorromana) 4.322.000
Bibliografía básica de referencia
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Yurco, F. J.- 'Were the ancient Egyptians black or white ?.' BAR 15/5 (1989), 24-9, 58.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Artículos y comunicaciones
Jueves, 18 de Octubre 2007 - 12:35
El día 21 de octubre se conmemora el 75 aniversario de la creación del Centro Polaco de Arqueología en El Cairo y el inicio de la intervención del equipo de la Universidad de Varsovia en los templos de Deir El Bahari. Por ello, consideramos oportuno insertar en nuestra sección este artículo de Teresa Bedman sobre el templo de la reina Hatshepsut, texto de su conferencia en el ciclo 'Tebas, los dominios de Amón' que se impartió en el Museo de San Isidro en Madrid entre los días 25 de noviembre al 20 de diciembre de 2001
Templo de la reina Hatshepsut en Deir El Bahari
Deir El Bahari, 'El Convento del Norte', es uno de los lugares más espléndidos de entre todos los monumentos de la antigua Tebas. Allí, en la orilla occidental, en el lugar de las necrópolis y de los templos funerarios reales, se estableció el Castillo de Millones de Años de la reina Maat-Ka-Ra Hatshepsut-Jenumet-Amon, uno de los personajes más atractivos del antiguo Egipto.
Hatshepsut fue la quinta soberana de la dinastía XVIII, y su reinado estuvo cargado de controversias.
Obligada a seguir una tradición que la colocaba en segundo término cuando ella era la primogénita, los sentimientos de la reina debieron ser profundamente atormentados. Reina sin rey, esposa sin esposo, madre preocupada por el futuro de sus dos pequeñas hijas, fue una soberana llena de la grandeza de su tierra.
Hatshepsut se vio obligada a hacerse a sí misma. Para poder llevar a cabo sus planes ella supo rodearse de un equipo de servidores que le fueron fieles hasta la muerte. El personaje más relevante de todos ellos, fue, sin duda, el Mayordomo Real Sen-en-Mut.
La legitimidad de Hatshepsut para ocupar el trono.
La llegada al poder de Hatshepsut estuvo envuelta en una de las cuestiones más habituales y problemáticas, entre las que tradicionalmente habían afectado a la sucesión al trono de las Dos Tierras.
Ella era la hija primogénita del rey Thutmosis I y de la Gran Esposa real Ahmose, descendiente, por tanto, en línea directa de Amen-Hotep I. Cuando Thutmosis I murió sin heredero varón legítimo, su hijo, Thutmosis II, nacido de la esposa secundaria Mut-Nefert, desposó a Hatshepsut para poder obtener por matrimonio lo que no podía alcanzar por nacimiento.
Al fallecimiento de Thutmosis II, se reprodujo el problema por tercera vez en la dinastía. Para suceder al difunto rey solo había dos hijas nacidas de la Gran Esposa Real Hatshepsut, la única con legitimidad para transmitir la corona. Estas eran Neferu-Ra y Merit-Ra Hatshepsut.
Pero Thutmosis II había tenido un hijo varón de una esposa secundaria llamada Isis, que poseía el sorprendente título de "Ornamento Real". Este niño, que no contaba con más de cinco o seis años, fue elegido como sucesor bajo el nombre de Thutmosis III.
Fue en este momento cuando la ancestral tradición egipcia dio un giro para cambiar el curso de la historia.
Según todos los indicios, para que el pequeño príncipe Thutmosis pudiera acceder al trono debería haber desposado a la primogénita de sus hermanastras: la princesa Neferu-Ra. Pero este hecho nunca llegó a producirse.
Durante toda la dinastía XVIII, los hijos de esposas secundarias se casaban con princesas reales y ésto les proporcionaba la legitimidad necesaria para acceder al trono de Egipto. Pero con Hatshepsut este principio iba a cambiar por varios motivos. El primero, porque ella era la Gran Esposa Real, aunque no la madre del futuro rey, por lo que la lógica corregencia entre madre e hijo no se podría dar.
Por otro lado, Hatshepsut probablemente consideraba, al igual que ya lo hicieran su abuela y su madre que, al ser hija legítima de matrimonio real, ella, y sólo ella, poseía derecho a ocupar el trono de Kemet.
Así pues, en el año siete, después de haber ejercido con su hijastro Thutmosis III una tácita corregencia que no parecía ser de su agrado, parece que Hatshepsut ya se había autoproclamado Rey del Alto y Bajo Egipto, postergando al joven Thutmosis a un segundo plano. Ello supuso un vuelco en las aspiraciones del clero de Heliópolis que veía en el joven faraón el vehículo perfecto para tratar de controlar los resortes del poder, hasta ese momento en manos del clero de Amón.
Pero para poder dar este paso, la reina Hatshepsut se supo rodear de influyentes, poderosos y fieles colaboradores que la ayudaron a hacer realidad su sueño: ser rey por sí y ante sí misma.
Contaba con el apoyo del Sumo Sacerdote de Amón, Visir y Jefe de todos los Templos, Hapu-Seneb, el cual tenía entre sus manos al mismo tiempo el control de los poderes político y religioso de Egipto. Al propio tiempo, en la corte, su hombre de confianza era el Gran Confidente de la Esposa del dios; El que era agradable a la Señora de las Dos Tierras, El Gran Mayordomo de la Esposa del Dios, El Regente de la totalidad de las Dos tierras, El Jefe de todas las Obras : Sen-en-Mut, el baluarte de la reina.
Estos fueron los hombres que hicieron posible que la reina Hatshepsut fuera la cabeza visible de Egipto a pesar de la oposición a tales planes de los partidarios del príncipe Thutmosis.
Hapu-Seneb concibió para ella el más bello mito religioso: la teogamia; en su virtud, la reina resultaba ser la hija carnal del mismísimo dios Amón, quien había fecundado a la reina Ahmose asumiendo la apariencia física del difunto Thutmosis I.
Así, el Sumo Sacerdote de Amón elevó por encima de todos los mortales a su venerada soberana, convirtiéndola en un ser de naturaleza divina que había heredado el trono de Egipto por el derecho que la concedía la paternidad carnal del más poderoso de los dioses.
Sen-en-Mut, mientras tanto, desplegó toda su inteligencia e ingenio plasmándolos en suave piedra dorada de rampas ascendentes. Construyó para reina el Dyeser-Dyeseru, el templo de Millones de Años más hermoso que nunca antes se hubiera construido en Egipto. Un sueño de sol, oro, ricas maderas, jardines exóticos… Sin duda, un toque de eternidad…. posiblemente como el amor que, se cree, profesó a su reina.
El reinado de Hatshepsut duró alrededor de veintidós años.
Parece muy probable, a la vista de los restos arqueológicos y de los datos que los mismos nos proporcionan que, una vez desaparecida la reina, pudiera haber comenzado la persecución de su memoria, de manera no demasiado radical al principio pero, total y completa a partir de la época ramésida. Fue entonces cuando la persecución se consumó al ser suprimido su nombre de todas las Listas Reales.
Dyeser-Dyeseru: El esplendor de los esplendores.
Cuando la reina se erigió en soberana única del Alto y del Bajo Egipto, ya había decidido que se construiría su Castillo de Millones de Años en la misma zona donde el rey de la dinastía XI, Montu Hetep Neb-Hepet-Ra se había hecho edificar un magnífico templo funerario.
Se dice que, en el año séptimo de su reinado, el mismo que vio su coronación, se retomó la ejecución de las obras para la construcción del Dyeser-Dyeseru. Parece claro que el proyecto constructivo había sido ya probablemente concebido bajo Thutmosis II, en cuyo reinado, incluso, podrían haber dado comienzo las obras.
Para llevar a cabo la construcción, previamente hubo de ser desmontado otro templo de ladrillo, construido para Amen-Hotep I y la madre de éste, la reina Ahmose.Nefert-Ary, que ocupaba el área del cuadrante sur-este de lo que sería la segunda terraza del nuevo templo.
En todo caso el Dyeser-Dyeseru era un edificio dotado de una originalidad de diseño que, nunca antes, ni después, se volvió a dar en Egipto.
Para estudiar y desarrollar este espléndido proyecto se contó con una pléyade de arquitectos a las órdenes del gran Sen-en-Mut quien probablemente lo concibió personalmente y fue su principal responsable. Pero también trabajaron allí otros altos funcionarios y técnicos tales como Hapu-seneb, Nehesy, Min-Mose, Uadye-Renput, Pa-Hik-Men, Nebu-auy y Amen-em-Hat. Sus nombres quedaron unidos para siempre con esta obra imperecedera.
Sen-en-Mut concibió para su reina y señora un templo que hundiría su parte más santa en el corazón de la montaña, excavando el santuario en la pared rocosa de Deir El Bahari. Para llegar hasta este santuario habría que subir por terrazas sucesivas desde el valle, lentamente, en una progresión que evocaba las distintas etapas de avance espiritual necesarias para acceder por una simbólica colina primordial hasta la cima, donde la reina resurgiría de sí misma como una diosa.
Desde un punto de vista teológico parece claro que se eligió el circo rocoso de Deir El Bahari para instalar el templo por tratarse de un evidente caso de topografía sagrada, puesto que allí se identificaban los cuernos de la cabeza de la vaca sagrada Hat-Hor, señora del Occidente, cuyo cuerpo se extiende, representado en las colinas hacia el sur, hasta llegar al lugar llamado Ta Set Neferu, el actual Valle de las Reinas, donde, se creía, estaba la divina vagina hathórica.
También se estableció como elemento arquitectónico dominante el juego de las líneas horizontales. Tal efecto estaba representado por las terrazas apoyadas contra el circo y por los muros de sujeción enmarcados, a su vez, por los pórticos; todo ello, dividido por las rampas de acceso.
Además, se estableció una simbólica doble unión mística del nuevo edificio religioso. De una parte, con el templo del dios Amón en Karnak, en cuyo eje central se insertaba idealmente la calzada del nuevo templo funerario; de otra, con la propia tumba de la reina en el Valle de los Reyes, la cual había sido excavada justo detrás de la colina donde se hallaba ubicado el santuario del nuevo templo.
Estas vinculaciones místico-simbólicas encajan perfectamente con el significado del templo. Aunque su naturaleza es extremadamente compleja, se pueden distinguir en él dos aspectos esenciales.
El primero de ellos es el de templo funerario, puesto que estaba destinado al culto del ka de la reina divinizada, asociada al culto funerario de Thutmosis I.
La presencia de las escenas del Nacimiento Divino de la reina (la Teogamia) y las de la capilla de Anubis se entremezclan estableciendo un origen divino de Hatshepsut, como hija carnal del propio dios Amón, origen al cual retorna una vez muerta y divinizada de nuevo. Así queda absolutamente claro en Deir El Bahari que lo que se evoca allí es el nacimiento y renacimiento de una divinidad: la reina Hatshepsut Maat-Ka-Ra.
Pero el templo es, además un lugar santo construido para la gloria del dios imperial de Tebas, Amon-Ra en sus diversas manifestaciones. Uno de los aspectos esenciales allí representados es la naturaleza solar del dios tebano al dedicar parte de la construcción al culto del dios Ra Hor-Ajty; otro aspecto es el de Amon-Min procreador y fecundador.
Finalmente, la diosa Hat-Hor que también está allí presente como gran personaje divino que acoge y patrocina todo el conjunto como soberana del Occidente, la tierra de los difuntos.
Da la sensación de que, en un solo templo, se mezclasen varios santuarios, íntimamente entrelazados entre sí, en una expresión de arquitectura simbólica y religiosa, formulación pétrea de un programa mágico, destinado a amparar la divina personalidad de la reina en el Más Allá.
La descripción del templo.
Es sabido que los templos egipcios se comenzaban a construir desde lo que hoy se nos revela como la parte más íntima y sagrada hacia fuera, de tal modo, que nuestras visitas siempre se inician por la parte más exterior. Este era de todos modos el ritmo ritual que la arquitectura egipcia imponía a sus construcciones sagradas.
Es decir, que el diseño preveía que los ritos se desarrollasen desde el pabellón o templo de acogida, junto al valle y el río, a lo largo de una calzada que conducía en un ascenso progresivo a unos jardines, antesala de las terrazas, hasta concluir en el santuario.
Por estas razones nuestra descripción del templo se llevará a cabo de esa manera: desde fuera hacia adentro en una suerte de peregrinación ritual a favor de la divina Maat-Ka-Ra Hatshepsut.
Los excavadores y restauradores de Deir El Bahari.
El templo se fue revelando progresivamente a los exploradores desde finales del siglo XVIII. En 1743 el viajero inglés Pococke realizó una breve descripción del lugar llamado Deir El Bahari que entonces era un convento copto.
En el transcurso de la Expedición napoleónica a Egipto, en 1798, Jollois y Devilliers, miembros de la Comission des Savants en sus exploraciones de la orilla occidental de Tebas, pudieron ver bajo los restos y ruinas del mismo convento copto una avenida de esfinges y una puerta monumental con un techo en forma de bóveda. Champollion, Wilkinson, Rosellini, Lepsius y Düminchen también visitaron las ruinas de dicho monumento.
Mariette lo desescombró efectuando allí excavaciones desde 1858 a 1866. Luego prosiguieron las tareas Edouard Naville desde 1892 a 1897 y Baraize desde 1910 a 1937. Los americanos bajo la dirección de Winlock aportaron brillantes resultados desde 1911 a 1931. Desde 1961 se ocupó de la zona una misión del Centro de Arqueología Mediterránea de la Universidad de Varsovia bajo la dirección de sucesivos encargados de los que, el primero fue Leszek Dabrowski. Actualmente la misión polaca comparte sus trabajos en la reconstrucción con la Organización de Antigüedades de Egipto.
Después de tantos años de trabajo hoy el templo se alza soberbio, casi plenamente en su antiguo esplendor, y todavía se trabaja en la zona del santuario, en su patio peristilo para concluir su restauración y recomposición total.
El templo de Acogida y el Patio inferior.
Es el llamado 'Templo del Valle' que formaba parte de todos los conjuntos funerarios reales existentes en la orilla occidental tebana. Su descubrimiento fue hecho por Howard Carter en 1910. El mismo estaba ubicado en el límite con el terreno cultivado y constaba de un desembarcadero y un edificio que comprendía dos terrazas, anticipo de la arquitectura del templo.
Desde allí, partía una avenida de esfinges que conducía al patio inferior al que se accedía a través de un pilono. En el patio se había plantado un delicado jardín del que formaban parte los célebres árboles de incienso, provenientes de la expedición al País de Punt.
Había esfinges de la reina y cuatro lagos en forma de T, con evidentes finalidades rituales, puesto que se han encontrado entre el barro seco bumerangs y restos de troncos de plantas de papiro.
El Pórtico Inferior y la Primera Terraza.
Desde el patio se accede, al fondo, a un pórtico de una parte y de otra, de la rampa de ascenso. Está sostenido por once columnas fasciculadas y, delante de ellas, por otros once pilares cuya parte anterior es plana.
Los relieves existentes en el muro sur representan el transporte de los obeliscos de Karnak así como las ceremonias de su erección. Los relieves del muro norte muestran a la reina bajo la forma de un león triunfante sobre sus enemigos nubios, beduinos, libios y asiáticos.
También representan las ofendas de cuatro terneros al dios Amon-Min, una procesión de antepasados y el ejercicio de caza ritual en los pantanos.
La balaustrada de la rampa de ascenso a la segunda terraza muestra a la reina, de nuevo bajo la apariencia de un león.
La Segunda Terraza y el Pórtico Medio.
En la parte norte, al fondo de esta terraza, se halla un segundo pórtico sujeto por quince columnas fasciculadas con dieciséis caras cada una de ellas. Bajo este pórtico desembocan cuatro nichos inacabados.
El pórtico medio está sujeto por veintidós pilares cuadrangulares. En la parte sur del muro están recogidos los relieves que representan la expedición al País de Punt , mientras los de la parte norte representan el Misterio de la Teogamia, la entronización y la coronación de Hatshepsut.
La expedición al País de Punt tenía por objeto llevar a Egipto mirra y árboles de incienso para ser plantados en los jardines del templo ya citados más arriba. Los relieves describen como el mismo dios Amón ordenó a la reina que se llevara a cabo la expedición y muestran la ciudad de Punt. Se ve que la ciudad tenía casas construidas sobre el agua en las se penetraba por medio de escalas. Están representados el Jefe de la ciudad, los habitantes, el ganado y hasta los perros. El capitán egipcio de la expedición y la tropa que le acompaña son saludados por los habitantes del Punt mientras muestran la mercancía que han llevado desde Egipto para el trueque. También se ve allí a la reina de Punt que tenía un aspecto de mujer gruesa y deforme.
Sobre el muro del fondo la flota egipcia aparejada llega al Punt y se puede ver el transporte de los árboles de incienso plantados en macetas. En el centro del muro del fondo se puede ver a la reina ofreciendo al dios Amon los frutos de su expedición, árboles de incienso, animales salvajes, ganado, electrum y arcos.
Las escenas de la Teogamia fueron diseñadas para legitimar los derechos al trono de la reina Hatshepsut. Se trataba de reivindicar el origen divino de la reina.
Se ve al dios Jenum con cabeza de carnero modelando a la niña Hatshepsut y a su Ka sobre su torno de alfarero siguiendo las instrucciones de Amón quién, bajo la forma carnal de Thutmosis II ha fecundado a la reina madre Ahmose.
Se muestra a la reina madre embarazada mientras es conducida a la sala del parto. También se incluía en la representación de la teogamia las imágenes del dios Amón y de la madre de Hatshepsut alzados sobre las manos de diosas al cielo. Hoy estos relieves están casi desaparecidos.
Una vez que el parto se produce, la diosa Hat-Hor presenta a Hatshepsut al dios Amón y los doce 'kau' del divino infante son amamantados por doce diosas. La madre de Hatshepsut es mostrada en presencia del dios Thot, de Jenum y de Heket con cabeza de rana. Finalmente el dios Amon extiende su mano para proteger a la reina, su hija.
La Capilla de Hat-Hor.
El santuario de la diosa Hat-Hor se encuentra ubicado al lado del segundo pórtico, mitad sur, en la segunda terraza. Se accedía al mismo directamente desde el exterior al recinto del templo de Hatshepsut por una rampa. El santuario comprende un vestíbulo en forma de sala hipóstila que da acceso a una segunda sala hipóstila y el santuario propiamente dicho. Los techos estaban sostenidos por columnas fasciculadas y hathóricas y por pilares.
En la primera sala hipóstila, Hat-Hor en su forma de vaca celeste amamanta a la reina. En la segunda sala se ven desfiles de fiesta y a la reina delante de diferentes divinidades. Allí se ve la coronación de la reina por Amón y la diosa Ueret-Hekau. Otras escenas muestran a la reina amamantada por la diosa y a ella misma y a Thutmosis III haciendo ofrendas a la diosa Hat-Hor.
Otras representaciones abundantes allí como en otras partes del templo son las de Sen-en-Mut.
La capilla de Anubis está situada en el extremo norte del muro y se la dio el nombre de 'Maat-Ka-Ra es duradera de provisiones en la Casa de Anubis'.
El techo azul con estrellas está sostenido por doce columnas acanaladas. Hatshepsut y Thutmosis III hacen ofrendas a los dioses Anubis, Amón y Sokar. Anubis introduce a la reina en una serie de ofrendas a las divinidades. A esta sala desembocan tres pequeños santuarios.
La segunda rampa y la Tercera Terraza.
En la balaustrada se representa a un halcón con el cuerpo de serpiente a lo largo de todo el muro. El pórtico del fondo está sostenido por veintiséis pilares osiriacos de la reina. Una puerta de granito rosa da acceso al patio interior. Este patio interior está rodeado por una doble columnata que, en tres de sus lados, tuvo cuatro hileras de columnas.
A la derecha, en la parte norte, se abre el santuario a Ra Hor-Ajty. A través de una puerta se accede a un vestíbulo con columnas en el que hay un nicho dedicado a la reina, representada aquí como una mujer de avanzada edad. Desde la puerta este se accede al patio en el que se encuentra el altar solar al que se sube por medio de nueve escalones.
En la pared norte de esta sala hay otra capilla dedicada al culto de Anubis, al que, a su vez, adoran Thutmosis I y una reina, (probablemente Ahmose). Otra pequeña interior muestra a Thutmosis I y a su madre Senseneb y a Hatshepsut y a la madre de esta, Ahmose.
Una puerta abierta desde la parte norte del fondo del patio de la tercera terraza permite penetrar en una capilla dedicada al dios Amon-Min, adorado por Thutmosis II, Hatshepsut y Thutmosis III; la presencia de esta capilla en la parte del templo dedicada al culto real expresaba el poder generador del propio soberano bajo la forma de Ka-mut-ef, 'Toro de su Madre'. Otra capilla está consagrada a Amon y su paredra Amonet. El acceso a la estancia principal se halla en la mitad este del muro sur, a partir de un vestíbulo rectangular, al oeste del cual se accede a las capillas del rey Thutmosis I y de la reina Hatshepsut.
En esta sala espléndidamente decorada, al igual que en los nichos osirianos del patio columnado se encuentra representado Sen-en-Mut, prácticamente escondido detrás de la puerta.
La capilla consagrada al culto funerario de Hatshepsut recoge en sus muros las procesiones de sacerdotes que llevan las ofrendas, se ven también porteadores de carne, de pan y otras ofrendas como vestidos, flores, ungüentos y objetos de tocador. Sobre el muro del fondo se encontraba la estatua de culto de la reina. Una estela representa a Hatshepsut en la barca solar y en el techo hay un mapa celeste que representa las constelaciones y los decanes horarios, diurnos y nocturnos.
El Santuario.
Al fondo del patio se abre la sala del santuario que concluye en forma cruciforme. La parte inicial es la original de época de Hatshepsut en tanto que al fondo se abre una sala de época ptolemaica.
La primera sala está dotada de techo abovedado y tiene una decoración simétrica. En la parte superior del muro norte Hatshepsut y Thutmosis III, los dos de rodillas, están representados haciendo ofrendas ante la barca solar, detrás está representada la princesa Neferu-Ra.
De nuevo se ve a ambos haciendo ofrendas a las estatuas de los reyes Thutmosis I y II, seguidos de las de la reina Ahmose y de la princesa Neferu-Bity , todos ellos ya difuntos cuando fueron representados en aquél lugar.
En el muro sur se repite la misma ofrenda a todos los personajes citados.
La sala interior recoge los títulos de Cleopatra y de Ptolomeo VII, Evergetes II, bajo cuyo reinado la misma fue excavada. Allí están representados Im-Hotep seguido de su madre Jeredu-Anj, su esposa Renpet-Nefert, Neith-Amonet, y Apet bajo forma de hipopótamo; Hor-Heken y la diosa buitre Hekenut.
En el muro norte, esta figurado Amen-Hotep hijo de Hapu y Hat-Hor seguido por Ptah Nefer-Hor, Apet como hipopótamo, Hor-Heken y otra diosa hipopótamo con cabeza de león.
El final del reinado de Hatshepsut.
Todo parece indicar que la reina Hatshepsut había previsto la terminación de su magnífico templo coincidiendo con el año quince de su reinado. En dicho momento, celebraría su primera fiesta Sed.
De hecho, en el templo se encuentran representaciones de la reina realizando las carreras rituales. Con tal motivo, decidió erigir igualmente dos enormes obeliscos en el templo de Amón en Karnak, construir el octavo pilono y edificar la hermosa capilla Roja que aún nos admira.
Concluidos sus monumentos y celebrada la fiesta Sed, a partir del año 17 se entra en un periodo muy oscuro para conocer más datos de la reina, periodo que, probablemente, precede a su muerte.
Su sobrino, Thutmosis III había esperado pacientemente a que el entorno de la soberana fuera cayendo. De repente, los colaboradores íntimos de esta gran mujer fueron desapareciendo.
Primero fue su querida hija Neferu-Ra, especialmente tutelada por Sen-en-Mut, quizás su propia hija, la cual había sido designada como sucesora en el difícil camino iniciado por su madre. Después sobrevino la desaparición del propio Sen-en-Mut, sospechando los investigadores que, a la vista del estado de sus monumentos, incluso habría podido caer en desgracia antes de morir.
También parece probable que la muerte de este fiel servidor precedió a la de la propia reina y que, como consecuencia de ella, el poder de la soberana comenzó a decrecer al mismo tiempo que emergía como una terrible amenaza la sombra de su sobrino Thutmosis III.
No sabemos nada de las circunstancias de la muerte de la reina. Por ello, todas la hipótesis pueden ser consideradas, ya sean estas la muerte natural, el asesinato en una revolución palaciega o por venganza de los partidarios de Thutmosis III.
Lo que sí parece cierto es que la memoria de la reina fue objeto de persecución. Nada más morir o quizás un poco antes, sus estatuas en Deir-el Bahari comenzaron a ser destruidas. Dicha persecución pudo haberse producido al final del reinado de Thutmosis III.
En todo caso, los soberanos ramésidas se encargaron de concluir la tarea iniciada ciento cincuenta años antes, borrando con saña el nombre de la graciosa soberana de cualquier monumento donde el mismo fuera hallado para, de ese modo, suprimirla de la memoria de Egipto.
Su templo de Deir-el-Bahari fue gradualmente destruido en una lenta decadencia que, no obstante, le permitió sobrevivir hasta la época ptolemaica.
Instaurado el cristianismo en Egipto, las ruinas de este esplendente monumento aún servirían para alojar habitantes y anacoretas, siendo fundado un cenobio que dio el nuevo nombre con que hoy se le conoce: 'El Convento del Norte'.
Sin embargo, nada de lo acaecido parece hoy haber sucedido realmente. Deir El Bahari vuelve a ser 'El Esplendor de los Esplendores' con el que soñó la delicada reina, el Dyeser-Dyeseru que para ella creó su amado.
De hecho, hay quien diría que, en los dorados atardeceres tebanos aún se pueden contemplar las amorosas siluetas unidas de Hatshepsut, Sen-en-Mut y Neferu-Ra, paseando por las salas y galerías de su eterno y renovado monumento, entre los pétreos y amorosos cuernos de la divina Hat-Hor que los protege por toda la eternidad.
Teresa Bedman
Egiptóloga
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Esta comunicación, producida en el marco del ciclo 'Tebas, los dominios del dios Amón', tuvo por objeto formular una síntesis actualizada del Templo de Amon de Karnak para ponerla a disposición del público que asistió a las conferencias impartidas en el Museo de San Isidro de Madrid celebradas entre los días 15 de noviembre y 20 de diciembre de 2001.
Templo de Karnak. Segundo pilono y Kiosco de Taharka
El conjunto de los templos de Karnak, en la actual ciudad de Luxor, en el Alto Egipto, constituye el área arqueológica más extensa del mundo. Aunque se ha trabajado en este lugar desde la creación del Servicio de Antigüedades en 1858 , fue en el año 1967 cuando se estableció una misión permanente constituida por un equipo mixto franco-egipcio, integrado en el Centro Franco-Egipcio para el Estudio de los Templos de Karnak (CFEETK), para excavar, consolidar y reconstruir los restos de la que fuera la mayor ciudad religiosa conocida del antiguo Egipto.
Los primeros exploradores modernos.
Los primeros viajeros que llegaron a Tebas después de la conquista árabe de Egipto, entre los siglos XII al XV, más propiamente peregrinos que exploradores, solo se sintieron interesados, conforme a la corriente de la época, por la visita y conocimiento de los lugares vinculados a los relatos del Nuevo Testamento.
A partir del siglo XVII otros viajeros, esta vez con fines lucrativos, llegaron a recorrer el Alto Egipto con la intención de controlar las rutas comerciales del mar Rojo.
En el año 1589 un veneciano cuyo nombre no nos ha llegado, describió por primera vez conocida las ruinas de los templos de Karnak.
Después vendrán los viajes de los padres capuchinos Protasio y Francisco y del padre Vansleb. A partir de los relatos que le fueron entregados a éste último por los citados capuchinos ha llegado hasta nosotros una de las primeras descripciones conocida, hecha por viajeros occidentales, a propósito de las ruinas de Karnak; no obstante, hay que decir que, aunque descritas, no fueron identificadas con el gran conjunto de templos construidos al servicio y mayor gloria del antiguo dios Amón de Tebas.
La primera vez que, a sabiendas del lugar que se visitaba, se hizo una exacta descripción del mismo, fue cuando el jesuita Claude Sicard viajó a Tebas y a las ruinas de los templos de Karnak, lo que acaeció en el verano del año de 1718 , ochenta años antes de que los sabios de la expedición napoleónica explorasen aquéllos venerables restos para realizar los dibujos que, luego, permitirían mostrar todo su magnífico esplendor al asombrado mundo occidental.
Nos dice el viajero francés:
"¿Qué elogios no ha dado toda la antigüedad a Tebas, llamada en otro tiempo Dióspolis Magna?. No hay autor, que no hable de ella como de una ciudad cuya grandeza y hermosura excedía a toda ponderación…. No hay paraje alguno en Egipto donde se encuentren tan hermosos monumentos y tantas cosas dignas de nuestra curiosidad. Pondré algún ejemplo: al este del Nilo se ven seis puertas enteras del castillo en que estaba el palacio de los reyes de Tebas….
Al salir por cada puerta se encuentra una calle larga de esfinges y de todas las especies de estatuas de mármol que mostraban el camino a palacio. Nada es éso en comparación del salón grande de palacio. Lo sostenían 112 columnas de 72 pies de alto y de 12 pies y un tercio de diámetro, pintadas y cubiertas todas de figuras en relieve. Fuera del salón, están también pintadas las murallas y el techo en diferentes peristilos. Se pueden contar hasta mil columnas, cuatro colosos de mármol y muchos obeliscos…."
Aquel esplendente conjunto que se esparcía a unos 300 metros de la orilla del río Nilo, extendiéndose sobre más de un kilómetro y medio en dirección al este, eran las ruinas de la antigua y santa ciudad donde, durante más de dos mil años, reinó el soberano de todos los dioses: Amón.
Amón, ¿Quién eres?.
Los textos de las Pirámides, conocidos por primera vez a partir de ejemplos de la dinastía V (hacia 2465-2325 a. de C.) , recogen alguna mención de este oscuro dios tebano cuyo nombre significa "el oculto" , y una de cuyas antonomasias era "aquel que se ha creado a sí mismo y cuya manifestación no es conocida".
Este antiguo dios, señor del aire, patrón de los bateleros de la zona de Koptos desde tiempo inmemorial, fue concebido como dios local en la ciudad por definición, Niut, la 'Tebas de las cien puertas' de los relatos homéricos .
En principio, fue una divinidad poco importante pero, con la instauración de la dinastía XII, durante el Imperio Medio (1991-1650 a. de C.), se convirtió en la principal divinidad protectora de la casa real.
Su culto comenzó a incrementarse, y Tebas, dejó en segundo término al que había sido hasta entonces su dios más destacado, Montu, para entregarse al de la divinidad que la convertiría en una de las capitales religiosas más poderosas del mundo antiguo.
El dios Amón se mostraba a los ojos de los hombres bajo aspecto humano, ciñendo en su cabeza un casco con dos altas plumas, y llevando en su mano derecha el cetro del poder que, a su vez, expresaba el símbolo ideográfico de la propia ciudad de Tebas.
A él se asimilaron otros cultos antiquísimos como el de la fertilidad, regida por el dios Min ; con el tiempo, después de extender su tutela a los poderosos reyes del Imperio Nuevo, finalmente, acabó enfrentándose a ellos, tornándose entonces en el dios Amón-Ra, imagen del disco solar en la bóveda celeste.
Doblegada la realeza a sus pies, al final del Imperio Nuevo, devino en "rey de todos los dioses". Él, que fue el primero, 'el increado', se convirtió de este modo en el auténtico soberano de todo Egipto.
Así, Amón, formó parte de la creación del poder de Egipto sobre el mundo y acabó poseyendo él mismo a la tierra negra, causando también, su decadencia y la extinción de su grandeza.
La familia sagrada de Karnak.
Amón fue oportunamente dotado por los teólogos tebanos de Karnak de una esposa, la diosa Mut , la madre por excelencia, y de un hijo, Jonsu, el dios lunar que completaba con su padre el dominio de los astros.
Amón también adoptó para manifestarse la forma del carnero, emblema de la potencia generadora. Este animal sagrado esparció su imagen por todos los rincones de su templo en Tebas, pero no fue la única efigie en la que se podía reconocer al dios: también la oca fue utilizada como forma animal de su manifestación divina.
Así pues, Amón fue el amo y señor de la ciudad santa de Karnak en el corazón de Tebas y reinando allí, lo hizo sobre todo el mundo.
El lugar de Karnak.
La palabra árabe Karnak significa 'castillo', 'ciudad fortificada'. Tal denominación se ciñe perfectamente a la realidad de esta ciudad, puesto que la misma se halla construida en el interior de un muro de ladrillo que, en origen, debió tener más de veinte metros de alto. Su nombre egipcio más genuino fue el de "Ipet Sut" que significaba "el más venerable de todos los lugares", refiriéndose desde luego al recinto sagrado donde se encontraba el santo de los santos del templo.
En efecto, así fue. La ciudad de Karnak, comenzada a construir quizás en tiempos del Imperio Antiguo , llegó a ser probablemente el más sagrado entre todos los lugares religiosos de Egipto.
La llamada "Lista de los antepasados" , elaborada en tiempo de Thutmosis III para rememorar a todos los reyes que hicieron algo en favor del dios Amón en aquél lugar, cita en su encabezamiento al propio Snefru, el último rey de la dinastía III, hacia el 2613-2589 a. de C.
Sin embargo, la primera mención en los textos respecto a la existencia de un templo dedicado al dios Amón en Karnak se remonta a una época algo anterior al reinado de rey Antef II, durante el Primer Periodo Intermedio, hacia el 2112-2063 a.C.
El segundo soberano de la dinastía XII, el gran Sesostris I, hacia el 1965-1920 a. de C., hizo obras en el santo de los santos del templo, dedicando un naos para acoger la estatua del dios. También mandó erigir, con motivo de su fiesta Jubilar, una capilla-reposadero para la barca procesional del dios.
Pero el gran auge de Karnak vino de la mano de los reyes de la dinastía XVIII. A partir de dicho momento, hacia el año 1554 a. de C. y hasta el 313 d. de C., Karnak no haría más que crecer, transformarse y ampliarse sucesivamente bajo todos los reyes nacionales y extranjeros, incluidos los emperadores de la poderosa Roma.
Así pues, ininterrumpidamente, durante dos mil trescientos años existió en Karnak culto continuado con sus cánticos, rituales y misterios; durante ese enorme periodo de tiempo Karnak acogió las oraciones y plegarias de un pueblo piadoso, pero también fue el centro del poder político en Egipto.
El desarrollo constructivo de Karnak.
Karnak conoció sus etapas de construcción sucesiva conforme a los programas de reinado de los diferentes soberanos egipcios.
A partir del santuario inicial del Imperio Medio, el templo de Amón se desarrollaría en dirección oeste, perpendicularmente al río, como era habitual para casi todos los templos egipcios. Este eje Este-Oeste, se complementaría con otro, Norte-Sur, que daría al conjunto monumental su definitiva configuración.
Karnak, más que ningún otro monumento de culto en Egipto, fue la imagen viva del universo egipcio. Se construyó siguiendo las direcciones de los dos principales fenómenos físicos que regían toda la vida del país: el sol en su trayectoria celeste y el río Nilo en marcha desde el sur hacia el norte.
En sucesivas etapas constructivas, el santuario, el 'Ipet Sut' por excelencia, se fue rodeando de salas, ampliándose con patios y pilonos, con sus puertas, en dirección a la orilla del Nilo para, en un momento determinado, creando su nueva dirección hacia el sur, relacionarse con el templo de la diosa madre 'Mut' y, más allá, a ocho kilómetros de distancia, establecer el 'Harén Meridional', lugar al que se trasladarían una vez al año el dios con su familia para celebrar la Fiesta de Opet.
Amen-Hotep I, (1526- 1506 a. de C.), hijo del fundador de la dinastía XVIII, asumió la continuación de la obra en el estado en que se encontraba el templo desde el Imperio Medio. Para ello, construyó capillas realizadas en piedra calcárea, alrededor del muro de protección que albergaba el santuario del Imperio Medio.
Su sucesor, Thutmosis I, (1506-1493 a. de C.) continuó su proyecto constructivo, rehaciendo el recinto del Imperio Medio. Al final de su reinado, dicho recinto se había rodeado por otros dos de forma rectangular, separados entre sí por un deambulatorio.
Elevó el primer pilono construido en Karnak, hecho con piedra arenisca y revestido de calcárea. Quizás también el primero de toda la historia de la arquitectura egipcia.
Sustituyó la gran puerta de Amen-Hotep I por otro pilono más, creando, de este modo, bajo la dirección de su arquitecto Ineni, una sala con techo que los textos llaman Uadyet.
Delante de este pilono (ahora numerado el cuarto) alzó dos obeliscos de granito rosa cuyos piramidiones estaban guarnecidos de oro.
Thutmosis II, (1493-1478 a. de C.) hijo del anterior, ordenó hacer ciertas obras de menor importancia en el templo. Quizás una puerta monumental para la entrada principal, delante de la cual se alzarían otros dos obeliscos, en un patio ceremonial llamado 'Patio de Fiestas' y una capilla-reposadero para la barca procesional de Amón, hecha de alabastro; éstas fueron, probablemente, sus únicas obras en Karnak.
Cuando la reina Hatshepsut llega al trono (1478-1458 a. de C.) el ritmo constructivo de Karnak crece enormemente.
Su primera obra consistió en sustituir la capilla-reposadero de Amen-Hotep I por otra, que hoy conocemos como la 'Capilla Roja', por estar construida con bloques de cuarcita roja del Guebel El Ahmar.
Este fue el centro del llamado 'Palacio de Maat', para lo que hubo que modificar el espacio existente delante del santuario del Imperio Medio. A ambos lados de la capilla se elevaron otras para las ofrendas y se convirtió la Uadyet de Thutmosis I en un patio al aire libre donde se elevaron dos enormes obeliscos forrados con un capuchón de electrum.
Fue bajo las órdenes de Hatshepsut cuando se inició el trazado definitivo del eje Norte-Sur de Karnak que ya había sido tímidamente iniciado por sus antecesores.
Erigió un pilono (hoy el octavo) que marcaría los límites del templo por el sur. Esta vía era la utilizada durante su reinado por la familia tebana en su salida anual, en procesión terrestre, hacia el Harén meridional con motivo de la Fiesta de Opet. Trazó una vía bordeada de esfinges para unir el templo de Amón con el de Mut.
Finalmente erigió otros dos obeliscos más en la zona este del santuario.
Thutmosis III (1458-1425 a. de C), hizo propias las obras de su tía y madrastra. Además, él ordenó elevar dos pilares heráldicos símbolos del Alto y del Bajo Egipto, a ambos lados de la capilla roja de su antecesora.
Añadió dos obeliscos más entre los de Thutmosis I y Thutmosis II, de tal modo que, en su estado final, un grupo de seis agujas de piedra conducían a la entrada del templo desde el patio ceremonial.
La sala Uadyet se enriqueció con dos hileras de seis y cuatro columnas, respectivamente, al Sur y al Norte.
Al otro lado del área del Imperio Medio, detrás del santo de los santos, en dirección Este, construyó un santuario con eje transversal (Norte-Sur) respecto el principal del templo, llamado Aj-Menu. Dotó a la nave central de dicho edificio con veinte columnas representando mástiles de madera al estilo de los que se utilizaban para sujetar las tiendas de tela. Dicha nave central fue flanqueada por otras dos cuyos techos estaban sujetos con pilares cuadrados.
Allí se celebraban ceremonias destinadas a obtener la regeneración del poder del rey gracias a la intervención divina de Amón.
Detrás de estas salas existe un dédalo de habitaciones y estancias que probablemente estaba destinado, entre otras cosas, a contener los volátiles con los que se hacía el rito de 'la suelta de las aves', y las plantas que representaban el poder generador de la naturaleza, para ser empleadas en el contexto de las ceremonias de renovación del poder Real, con motivo del Año Nuevo.
En el ángulo formado entre los grupos arquitéctonicos de los ejes del templo, Thutmosis III ordenó excavar o quizás agrandar, un magnífico Lago Sagrado.
Delante del pilono de Hatshepsut, (hoy el octavo) hacia el norte, construyó una gran puerta de granito rosa flanqueada por las dos torres de otro pilono, (hoy numerado el séptimo) con dos obeliscos más, delante de su cara sur, para cerrar un patio ceremonial en la vía sur.
Amen-Hotep II (1425-1401 a. de C.), no llevó a cabo demasiadas obras en Karnak, solo se conoce un edificio, situado entre el IX y el X pilonos, en la vía procesional del sur, donde el mismo quedó recogido cuando aquéllos se construyeron. Esta edificación quizás fuera alzada con motivo de la fiesta jubilar del rey. Los restos de otro edificio se acumulan hoy en el Museo al aire libre de Karnak Norte.
Thutmosis IV (1401-1390) reanudó los trabajos en Karnak, principalmente en el eje solar.
Añadió al 'Patio de Fiestas' de Thutmosis II un pórtico con pilares construido con piedra arenisca. A la entrada del templo propiamente dicho se ordenó alzar un porche entre los dos obeliscos de Thutmosis I. Sus columnas estaban chapadas con electrum y soportaban una pequeña estructura de madera.
También decidió concluir las obras de erección de un obelisco mandado esculpir por Thutmosis III, su abuelo, quien no vivió lo bastante para verlo alzado en el templo de Karnak. Fue erigido en la parte Este del templo, en un pequeño lugar de culto. Este obelisco, finalmente, sería enviado a Roma por orden del emperador Constantino (274-337 de C.), quien tampoco vivió para verlo erigido; de ello se ocupó su hijo y sucesor, Constancio II.
El 3 de agosto de 1588 pasó a formar parte del diseño urbanístico de la Plaza de San Juan de Letrán, por mandato del Papa Sixto V.
Thutmosis IV ordenó también la construcción de una capilla-reposadero de la barca de Amón que, posteriormente, sería desmontada y almacenada bajo el tercer pilono.
Amen-Hotep III (1390-1352 a. de C.) llevó a cabo grandes obras de ampliación en Karnak. Su arquitecto Amen-Hotep, hijo de Hapu se encargó de remodelar, en un plan de conjunto, todo el templo.
En el eje este-oeste, desmontó el 'Patio de Fiestas' de Thutmosis II y el porche de su padre y lo enterró bajo los cimientos del gran portal con pilono (el tercero del orden actual) que construyó como entrada al templo. Delante de éste erigió una doble columnata de cinco columnas a cada lado, delante de ella, tras un portal de acceso una vía procesional de esfinges criocéfalas que llegaban hasta el embarcadero divino.
Para rellenar este gran pilono, el más alto de los que hasta entonces se habían construido, desmontó una serie de monumentos más antiguos, tales como la capilla-reposadero de época de Sesostris I.
En el eje norte-sur realizó importantísimas obras, diseñando una vía procesional a partir del pilono de Hatshepsut hasta otro nuevo (el décimo de orden actual) que adelantaba la salida del templo hacia el recinto de la diosa Mut.
Delante se colocaron dos colosos de cuarcita de más de veinte metros de altura, cada uno. También inició probablemente la construcción de una gran vía procesional flanqueada por esfinges que, concluida por Ramsés II y otros reyes posteriores , iba desde el templo de Jonsu, hasta la nueva gran obra de Amen-Hotep Hijo de Hapu, el templo del Harén Meridional (hoy llamado de Luxor).
En el propio recinto de la diosa Mut reconstruyó completamente el templo y renovó sus espacios interiores.
Su hijo y corregente, Amen-Hotep IV (1362-1345 a. de C.), realizó diversas obras en el interior del templo participando en la decoración de la pared norte del vestíbulo del tercer pilono.
También ordenó construir diferentes santuarios atonianos identificados solamente por los relieves existentes en los talatats con los que se rellenaron otras edificaciones posteriores. Su gran obra en el interior de Karnak fue la edificación de un templo dedicado al dios Ra Hor-Ajty, que luego fue desmontado, cuya ubicación original aún no se conoce con certidumbre.
En el año segundo de su corregencia decidió construir, casi pegado al recinto de Amón, pero fuera de este, en la parte Este, un templo-palacio llamado Gemet-Pa-Iten dedicado a dar culto a su nuevo dios Aton.
Cuando el rey hereje abandonó Tebas y cambió su nombre por el de Aj-en-Aton, las obras en Karnak se paralizaron, no siendo reiniciadas hasta su muerte con la restauración de la ortodoxia bajo el rey Tut-Anj-Amón y sus sucesores.
Hor-em-Heb (1340-1314 a. de C.) después de asumir el poder para sacar a Egipto del caos en el que se encontraba tras el cisma amarniense, se dedicó en Karnak a desmantelar el templo de Aton, rellenando con sus bloques de pequeño tamaño el interior del pilono (hoy con el número nueve) que, ordenó construir en la vía procesional del sur.
Concluyó el décimo pilono iniciado bajo Amen-Hotep III y colocó en su parte exterior una copia del célebre Decreto dictado para erradicar la corrupción que, al parecer, asolaba todo Egipto.
En el eje este-oeste construyó, al término de la columnata de Amen-Hotep III, un pilono (hoy el segundo de orden), que se convirtió en la fachada exterior del edificio.
La magna aportación de Sethy I y Ramsés II (1294-1213) en el templo de Amón de Karnak, fue la construcción de la gran Sala Hipóstila entre los pilonos II y III. El nombre que le fue impuesto era 'Sethy-Mer-en-Ptah es santo en la Casa de Amón'.
Aprovechando la vía procesional de las doce columnas papiriformes abiertas, construidas bajo Amen-Hotep III, añadieron otras sesenta y una columnas a cada uno de los lados de la misma, esta vez de orden papiriforme cerrado.
La sala quedaba cerrada por sus cuatro lados con otras tantas puertas principales que establecían los dos ejes norte-sur y este-oeste para desarrollar en su interior los diferentes rituales, tales como la Procesión de la Renovación Real.
Finalmente, el techo que cubría toda la sala en dos alturas diferentes, proporcionaba la penumbra necesaria para facilitar el desarrollo de los misterios que allí se solían representar.
Los demás ramésidas (1213-1196) no ejecutaron en Karnak obras trascendentes dado que la situación política y social de Egipto se iba degradando cada vez más.
Sethy II construyó delante del pilono de entrada, en la parte nor-oeste del patio existente entonces, un templo-reposadero para las barcas de la triada tebana.
Sería Ramsés III quien ordenase construir otro templo reposadero en el ángulo sud-este del mismo espacio ritual.
Durante el llamado Tercer Periodo Intermedio (1070-715 a. de C.) los reyes libios diseñaron la construcción de un gran patio ceremonial que abarcaría, desde el segundo pilono de Ramsés II, hasta otro que comenzaron a construir, pero que nunca terminaron.
El proyecto acogía en su interior a los templos-reposadero de Sethy II y de Ramsés III y estaba dotado con sendas filas de columnas adosadas a sus muros norte y sur.
La Baja Época (747-362 a. de C.) trajo a Karnak las últimas construcciones importantes. En el patio ceremonial de los Bubástidas, Taharka, rey de la dinastía XXV hizo erigir un pabellón-reposadero para la barca de Amón circundado por diez enormes columnas de orden papiriforme abierto.
Para permitir tal construcción se hubo de trasladar la vía procesional de esfinges criocéfalas a derecha e izquierda del patio ceremonial.
En la zona del Lago construyó otro edificio también ceremonial en el que dejó muestras de los ritos de regeneración del dios Amón.
Bajo la dinastía XXX, la última indígena, el faraón Nectanebo I ordenó erigir y redefinió el muro perimetral del templo, prosiguiendo la edificación, sin terminarla, del primer pilono, que quedó en el estado en el que actualmente se puede contemplar.
Para la época posterior a la conquista de Alejandro Magno quedaron obras menores tales como la construcción de una nueva capilla-reposadero para la barca de Amón, hecha bajo el reinado de Filipo Arrhideos, y la decoración de ciertas partes del templo llevadas a cabo por los Ptolomeos y los emperadores romanos.
Los otros templos del recinto de Karnak.
Dentro de la muralla de ladrillo que protegía el recinto de Karnak se construyeron más templos dedicados al culto de otras divinidades asociadas directa o indirectamente con el dios Amón.
Los tres templos más importantes allí existentes fueron edificados durante la dinastía XVIII. El primero de ellos, el del dios Jonsu, fue, en origen, una capilla de Amen-Hotep II reutilizada por Ramsés IV como reposadero de la barca ceremonial de dicho dios.
En origen había existido un templo construido en tiempo de Amen-Hotep III que fue remodelado por sus sucesores, Ramsés III y Ramsés IV. Al final de la dinastía XX, Ramsés XI y, Heri-Hor completaron su decoración, que fue definitivamente terminada en tiempo del emperador Augusto.
En la salida de la vía procesional del templo hacia el sur se edificó, en época ptolemaica, un gran portal que fue decorado bajo las órdenes de Ptolomeo III, Evergetes I.
El Templo de Opet, dedicado a la diosa Opet Ta-Ueret, fue erigido en el lugar donde Thutmosis III y Amen-Hotep II ordenaron construir una capilla para la misma diosa. Después, el faraón Taharka y, más tarde, Nectanebo I, construyeron la capilla-templo tal como hoy la conocemos. Fue profusamente decorada en tiempos de Ptolomeo VIII Evergetes II y Ptolomeo XII, incluyéndose también textos y titulaturas del emperador Augusto.
El otro santuario dentro del recinto de Amón es el templo del dios Ptah-al-sur-de-su-muro. En origen de época de Thutmosis III, fue restaurado y agrandado por Takelot I, Shabaka y los soberanos Ptolomeos.
Diseminados por la parte norte del recinto del templo de Amón se construyeron varias capillas dedicadas al culto del dios Osiris, sobre todo a partir de la dinastía XXII en adelante.
De esta manera, diferentes divinidades compartieron con el rey de todos los dioses su sólida y amplia morada en la ciudad de Tebas.
Los ritos en la Casa de Amón
El templo de Amón en Karnak era la gran maquinaria que hacía marchar al mundo. Día tras día, a lo largo de los milenios, allí se desarrolló el culto divino diario con arreglo a un horario estricto determinado por los sacerdotes astrónomos que observaban el cielo, día y noche.
Las ofrendas alimentarias, líquidas y sólidas se hacían cuatro veces al día y en las fiestas especiales señaladas se hacían mejores y más abundantes. Entregado lo más selecto de los productos al dios Amón, y a las demás divinidades que residían en sus capillas dentro del recinto, el resto volvía a las dependencias sacerdotales para servir de alimento al clero y, en ocasiones, cuando los excedentes eran extraordinariamente abundantes, eran repartidos entre el pueblo piadoso de Tebas que, de este modo, compartía la gloria del dios y sus beneficios.
En todos los templos egipcios y, en particular en el de Amón de Karnak, existían calendarios de festividades durante las cuales se hacían ritos especiales diferentes de los diarios. Eran estas festividades las encargadas de ayudar los cambios de estaciones o de ciclos tales como la llegada de la crecida del Nilo que traería el año nuevo de las aguas altas, o el año nuevo de las cosechas, o el fin del año astral con la celebración del año nuevo solar etc…
Pues bien, el templo de Amón recogía en su interior las salas y estancias para desarrollar y cubrir todos los actos y circunstancias necesarias para la marcha del ordenado mundo egipcio.
La celebración de la realeza en Karnak.
Básicamente, en las estancias del templo de Amón, aparte el santo de los santos donde residía la imagen divina, se establecían las dependencias necesarias para realizar la coronación real imponiendo al soberano las coronas del Sur y del Norte.
Ungido, bautizado y consagrado, el rey se identificaba como dios y, a la vez, como hijo de Amón. En época de Thutmosis I, estas ceremonias se llevaban a cabo en la Sala denominada Uadyet, entre el cuarto y el quinto pilonos.
Tuhtmosis III mandó edificar al otro lado del recinto sagrado el edificio llamado Aj-Menu.
En sus dependencias estaba representado todo el universo y, cada año, se volvían a repetir, en el aniversario de la coronación las ceremonias de renovación de la realeza. Allí se celebraban las ceremonias del agua nueva del Nilo que fertilizaría de nuevo las tierras de Egipto. El rey de modo simbólico traería en una vasija el agua de la crecida desde Assuan para repartirla por todo Egipto.
En época de los ramésidas se construyó la Gran Sala Hipóstila para realizar todas estas ceremonias. En aquéllos lugares el rey recibía el país y el poder de las manos de su padre, Amón.
Lo que antes se había llevado a cabo en la Sala Uadyet de Thutmosis I, fue exigiendo marcos más esplendentes y grandiosos para una monarquía cada vez más exultante y consciente de su papel dominador universal.
De este modo, las ceremonias aseguradoras de que los ciclos anuales naturales se cumplirían puntualmente por la intermediación y la armonía entre el rey y dios, se llevaban a cabo con la presencia del soberano quien, a cambio de su culto, volvía a recibir la confirmación de la realeza entregada por el divino Amón a su hijo.
Las Fiestas Exteriores
Había dos ocasiones al año en las que el dios Amón con todo su esplendor y acompañado de su santa familia, la diosa Mut y el dios Jonsu, abandonaba la ciudad de Karnak para ir a celebrar ciertas festividades.
La Fiesta de Opet
La más solemne de todas las liturgias exteriores era la de Opet.
Atestiguada por primera vez conocida en tiempos de la reina Hatshepsut no cambiará su desarrollo demasiado a lo largo de toda la dinastía XVIII.
Saliendo de sus santuarios transportadas por los sacerdotes, las tres imágenes divinas tomaban el camino de Luxor, donde había un reposadero y un pequeño templo que luego sería enormemente agrandado en tiempos de Amen-Hotep III. En su interior se celebraban ritos no explícitos en los que se renovaba la naturaleza divina de la realeza del soberano a partir de una recreación de la concepción y el nacimiento del rey como hijo carnal de Amón.
Celebrada, a partir del décimo noveno día del segundo mes de la inundación (Ajet), concluía el décimo día del tercer mes de la misma estación. Aunque en época ramésida y posteriormente se alargaría mucho más su duración.
Durante esos días la inundación regeneraba la tierra egipcia, haciendo germinar bajo el líquido de la crecida la promesa de la nueva cosecha y la vida renovada de los campos.
Retirado Amón en su recinto secreto, en su harén, también se producía la nueva creación del Ka del rey. Ambos, rey y dios, experimentaban el misterio de su nacimiento divino renaciendo de su propia sustancia en el tercer mes de la inundación.
Concluído el misterio, renovada la tierra y la naturaleza toda, Amón volvía río abajo hacia su residencia permanente. El pueblo volvía también a su vida cotidiana con la seguridad de que la vida continuaba para él, su familia y sus ganados.
La Bella Fiesta del Valle
En el segundo mes de la estación seca (Shemu) coincidiendo con la luna nueva y con el final de la recolección de la cosecha, comenzaba el viaje de Amón hacia el occidente de Tebas.
Dejando Karnak durante doce días Amón partía en su barca sagrada hasta la altura del templo de Luxor para, cambiando su rumbo, cruzar el río, y entrando por uno de los canales que surcaban la otra orilla, dirigirse hacia la tierra de los occidentales, es decir, de los muertos.
La primera parada la hacía a la altura de Medinet Habu, cerca del Valle de las Reinas. Allí la barca divina con la imagen de Amón era recibida en un templo llamado el Dyemé. Desde allí la imagen del dios visitaba a los templos funerarios reales donde le salían a recibir las imágenes divinas de los soberanos ya muertos y convertidos en dioses.
Las necrópolis de los nobles y las de las gentes populares también eran visitadas por el dios y el pueblo de Tebas. Todos se dirigían a la orilla occidental para limpiar y adornar los monumentos funerarios, participando con gran alborozo en la gozosa fiesta de la rememoración de los difuntos.
El dios Amón se despedía de sus visitas el último día en las proximidades de Deir El-Bahari. Por la noche de esa última jornada, los sacerdotes realizaban el rito de la antorcha, rememorando la ceremonia del fuego nuevo del primer día del año.
Durante esa noche toda la necrópolis se iluminaba con miles de puntos de luz como las estrellas del firmamento, evocando las almas de los difuntos ya justificados. Entonces, se celebraban cenas familiares en las capillas de las tumbas. Banquetes funerarios en los que los participantes bebían vino y cerveza a la salud de Amón y de los difuntos.
Al día siguiente, el dios Amón y su familia, la diosa Mut y el dios Jonsu, abandonaban la orilla occidental para volver a sus residencias en Karnak.
Tales eran las celebraciones y ritos cuyo centro vital estaba ubicado en Karnak, la gran ciudad del dios Amón de Tebas. Una vez más, se habían cumplido los ciclos naturales para el dios, el rey, los vivos y los muertos. Egipto estaba dispuesto para abordar un nuevo año, entre los innumerables venideros, bajo la égida del gran rey de todos los dioses, el divino Amón-Ra de Ipet-Sut.
Francisco J. Martín Valentín.
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
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Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín es egiptólogo. Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Director de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28". Director de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’. Teresa Bedman es egiptóloga. Gerente del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Co-directora de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28”. Secretaria de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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