CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
 
En conjunto la mayoría de las obras se encuadran dentro de la escatología apocalíptica judía, es decir, sabiduría revelada sobre el fin del mundo.
 
 
En el ámbito protestante/evangélico estos textos que acabamos de mencionar no se denominan “apócrifos”. Para los protestantes los apócrifos del Antiguo Testamento son los libros que aparecen en la traducción griega, muy antigua, de la Biblia, que llamamos de los LXX, o Septuaginta, pero que no fueron aceptados finalmente en el canon judíoÉstos son: Sabiduría, Ben Sirach o Eclesiástico, Tobías, Judit, Macabeos y los Apéndices a Daniel, 1º y 2º Macabeos. Para los católicos, sin embargo, estos libros no son “apócrifos”, ya en el sentido de falsos, sino verdaderamente canóni­cos, aunque de segunda fila: por ello son llamados a menudo “deuterocanóni­cos”, canónicos en segundo grado.
 
 
Los libros que hemos enumerado antes como “apócrifos” –desde los Salmos de Salomón hasta los Oráculos sibilinos– suelen ser denominados por los protestantes “pseudoepígrafos”, vocablo griego que quiere decir libros con un nombre falso como autor, es decir, escritos atribuidos falsamente a personajes bíblicos de modo que entre los Apócrifos distinguen a unos como más importantes que otros. Ello nos da pie para tratar de la autoría de estos textos y del importante concepto de la “pseudonimia”.
 
 
Como ya habremos deducido de bastantes de sus títulos, Vida de Adán y Eva o el Testamento de los XII PatriarcasApocalipsis de Elías, etc., muchas de estas obras portan la denominación de conocidos personajes del pasado israelita, algo evidentemente ficticio.
 
 
Por tanto hay pseudonimia cuando el autor real se esconde bajo un nombre inexistente en la historia, es decir, se atribuye a un autor irreal o mítico: Hermes Trismegisto, Henoc, Adán... Ciertamente, la más elemental crítica histórica, interna y externa, derriba por tierra las pretensiones de tal autoría. Todos estos escritos son en realidad anónimos, o mejor dicho, pseudónimos. Sus verdaderos autores no se atrevieron a estampar sus nombres reales al frente de sus obras, sino que prefirie­ron escudarse en el amparo y escudo protector del nombre de venerables antepasados.
 
 
Este fenómeno de la abundantísima pseudonimia puede parecer extraño para la mentalidad moderna, por lo que se han ensayado diversas explica­ciones, unas más bondadosas y benevolentes con la falsía que otras. En primer lugar es necesario señalar que el ocultamiento de la verdadera autoría no es un rasgo peculiar de estos escritos apócrifos judíos (o cristianos), pues conocemos muchos otros casos en la antigüedad grecolatina y egipcia.
 
 
Sin ir más lejos, la misma Biblia canónica atribuye gran parte del salterio al rey David y toda la literatura sapiencial a Salomón, a­unque de ellos no procedan en verdad más que algunas composiciones, si acaso, si es que tales personajes existieron como se los pinta. Igualmente, el Deuteronomio, posterior en muchos siglos a Moisés, declara a éste como su autor. Y en el Nuevo Testamento encontramos el mismo fenómeno. El más conocido, y casi universalmente aceptado por la investigación, es el de las Epístolas Pastorales, 1 2 Timoteo y Tito, compuestas por un discípulo del apóstol de Pablo y luego atribuidas a la pluma de éste.
 
 
El primer gran editor moderno de esta literatura apócrifa de la Biblia hebrea, Robert Henry Charles, inicios del siglo XX opinaba que la explicación de la pseudonimia podía hallarse en los hechos siguientes: en el s. III a. C., momento en el que empiezan a generarse estos apócrifos, la ley divina (la Torá) era ya en la práctica algo absolutamente fijo, inamovible y canónico. Nada se podía añadir a ella. A la vez se había extendido la firme opinión de que la revelación escrita era cosa del pasado, que la “sucesión de los profetas” había concluido ya en Israel (Flavio Josefo, Contra Apión I 37) y que esto había ocurrido en época del rey persa Artajerjes III (425 a. C. - 338 a. C.) por decisión divina.
 
 
Por consiguiente, los escritos de tenor teológico, las nuevas revelaciones a los particulares que amplificaban, preci­saban y afinaban o, a veces, contradecían las Escrituras anteriores, no podían pretender el título de “santas”, de “inspiradas por la divinidad”, a menos que se “probara” que procedían de la pluma de venerables personalidades del pasado en cuya época aún había “profecía”, es decir revelación de Dios a los hombres. Por tanto, aquellos que pretendían un reconocimiento religioso de sus obras no tenían más remedio que ampararlas bajo el nombre de un autor o figura del pasado.
 
 
A esta explicación por las circunstancias objetivas puede añadirse el hecho de que los autores de estas obras podrían sentirse en realidad emparentados con los personajes de épocas anteriores, ya que formaban con ellos eso que se ha venido a llamar una “personalidad cor­porativa”, amplia; en concreto los autores de los apócrifos podrían creer en la antigua concepción judía del trasvase del espíritu de una persona a otra, como si el espíritu fuera un fluido manejable. Al igual que Moisés podía repartir una porción de su espíritu a los que habrían de sucederle (Números 11,25-30), y Eliseo se contentaba con recibir la “mitad del espíritu y poder de Elías” (2 Reyes 2,10), o Juan, el Bautista, “caminaba en el espíritu y poder de Elías” (Lc 1,17), los autores de estos apócrifos se sentían realmente posesores y continuadores del mismo Espíritu que había animado e impulsado a sus gloriosos predeceso­res a los que atribuían sus obras.
 
 
Caer en la cuenta de este convencimiento nos lleva a concluir –así opinan algunos quizás con demasiada benevolencia– que los desconoci­dos autores de esta literatura no eran profesionales de la falsía y del dolo. Aunque cueste comprenderlo hoy, podría parecer que no pretendieran engañar positivamente a sus lectores forjando una autoría a todas luces “falsa”, según nuestro modo de juzgar. Si es que estaban convencidos de que el escrito que adscri­bían a un autor del pasado estaba compuesto en el mismo espíritu de aquel, podía atribuírsele sin dolo.
 
 
Por el contrario, la falsificación o mixtificación se produce cuando el autor verdadero es distinto del suplantado, siendo además una persona real, viva o muerta, bien conocida. La intención positiva de defraudar se deduce de los términos en los que el suplantador se presenta explícitamente como el suplantado.
 
 
Ahora bien este fenómeno raramente, o casi nunca ocurre en los apócrifos de la Biblia hebrea, pero sí en los escritos del Nuevo Testamento que suplantan las figuras de Pablo, de Juan, de Pedro, de Jacobo y de Judas. Estas fueron personas reales y vivas: por tanto, si la ciencia histórica demuestra que tal autoría es falsa  pueden caen ciertamente bajo el epígrafe de la falsificación o intención de engañar, no simplemente de la pseudonimia. De entre los 27 escritos del Nuevo Testamento solo se exceptúan de la falsificación, ya sé que esto suena fuerte, los Evangelios y los Hechos de Apóstoles, publicados anónimamente, las siete cartas auténticas de Pablo y la Revelación, que va firmada, aunque no sepamos casi nada del autor.
 
¡Feliz Año Nuevo!
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Enlace a una entrevista de Luis Tobajas, de la página de Internet “Desafío viajero” sobre la novela “Herodes el Grande”. El mejor rey. El mayor asesino:

https://youtu.be/nuutR-DG8AA

 
Martes, 31 de Diciembre 2024
Escribe Antonio Piñero
 
Cuando hablamos de “apócrifos”, muchas personas muestran un interés notable porque junto con el término “apócrifo” va unida la idea de que la Iglesia, sobre todo la católica, los ha declarado como tal, falsos, los ha perseguido, ha procurado destruirlos, etc. porque –piensan– que en muchos de ellos se oculta la verdadera historia del cristianismo… y porque si se descubriera… se acabaría el negocio eclesiástico y la Iglesia se derrumbaría.
 
Esto ocurre naturalmente más con los apócrifos del Nuevo Testamento… y mucho menos, o poco con los apócrifos de la Biblia hebrea, porque muchas personas ni siquiera saben que tales apócrifos existen y menos aún que son muy importantes para comprender el cristianismo.
 
Se puede asegurar con toda tranquilidad que los temores y terrores de algunos, asociados con el ocultamiento de los apócrifos, es un bulo. Sencillamente falso. Piénsese que en concreto los apócrifos del Antiguo Testamento en nomenclatura cristiana han sido conservados por los cristianos, no por los judíos, porque los cristianos intuyeron muy pronto que el contenido de tales libros judíos eran una “preparación al evangelio”: Dios había dispuesto la Biblia hebrea y su continuación, sus apócrifos, para que las mentes de los cristianos y el mundo entero se fueran preparando a las nuevas doctrinas. Y respecto los Apócrifos del Nuevo, piénsese que las principales ediciones de ellos provienen de miembros de la Iglesia. Así pues, respecto a los Apócrifos corren muchas ideas erróneas entre la gente.
 
Para empezar es importante aclarar los términos canónico y apócrifo, pues son muchas las obras de autores judíos y cristianos que, ya sea por su título o contenido, o por su presunto autor, han mostrado pretensiones de ser consideradas sagradas y de ingresar en el selecto grupo de “libros canónicos” o inspirados, pero no lo consiguieron.
 
Sin embargo, no por eso dejan de ser más que importantes los Apócrifos, pues sobre todo los escritos de la Biblia hebrea no aceptados como canónicos reflejan una teología y religiosidad que en muchos casos fue más determinante para el desarrollo del primer cristianismo que el Antiguo Testamento mismo, a pesar de su carácter de sagrado. Esta idea es el leitmotiv, el motivo dirigente o impulsante para presar atención a los Apócrifos: su enorme importancia para entender la teología cristiana. Además, los textos apócrifos de la Biblia hebrea son bastantes, unos 65 libros en total, pero no todo su contenido es trascendental, como es natural.
 
Comienzo por las definiciones. El término “apócrifo” o “literatura apócrifa” se comprende hoy día a partir del concepto opuesto: “libros o literatura canónica”. Un libro “canónico”, como sabemos, es el aceptado como sagrado por la Iglesia (o también por el judaísmo, si se habla de la Biblia hebrea). Entonces la definición es evidente: un apócrifo es un escrito no admitido en la lista de libros sagrados de la Biblia, aunque albergan pretensiones de estar en ella por su tema, género o pretensión de autoría… Finalmente el término “apócrifo”, que al principio significaba oculto, como veremos enseguida, solo para una minoría elegida terminar por significar lo mismo que “falso”.
 
Sin embargo, para llegar a esta significación el vocablo “apócrifo” pasó por una serie de etapas. El vocablo aparece ya en Ireneo de Lyon (hacia el 180 d.C.), y deriva del griego apokrýptô, que significa “ocultar”. En principio, un libro “apócrifo” fue aquel que convenía mantener oculto por ser demasiado precioso, no apto para que cayera en manos profanas. También se designaban con el vocablo “apócrifo” los libros que procedían o contenían una enseñanza “secreta”, pero de ningún modo falsa.
 
 
Así, ciertos filósofos de la antigüedad afirmaban que sus doctrinas procedían de libros secretos (en griego: apókrypha biblía) que venían del Oriente. Esta acepción de apócrifo = a libro precioso o secreto, aparece como normal en escritores eclesiásticos cristianos de los primeros siglos, como Clemente de Alejandría (Stromata, o “Tapices” I 15,69,6).
 
 
Rápidamente, sin embargo, y precisamente porque tales libros eran utilizados por grupos más o menos apartados de la Gran Iglesia, el vocablo apócrifo adquirió el sentido de “espurio” o “falso”. Así ya en el autor antes citado, Ireneo de Lyon, o Tertuliano (hacia el 200). A partir de tales escritores se ha generalizado esta acepción hasta hoy, olvidándose de que apócrifo tenía un sentido muy positivo al principio.
 
 
¿Cuáles son, o cómo se llaman tales apócrifos? concentrémonos en lo que sigue porque aunque sea una lista, los nombres se repiten y forman una especie de grupos. Entre los apócrifos de la Biblia hebrea hay, en primer lugar, un bloque de salmos y oraciones, cuyos títulos son los siguientes: Salmos de Salomón; Oración del rey Manasés; Cinco salmos nuevos de David; Plegaria de José.
 
 
 En segundo, encontramos un buen número de escritos que complementan o reelaboran libros y temas conocidos por el Antiguo Testamento canónico: así, el libro de los Jubileos o Pequeño Génesis, llamado así porque expande algunos capítulos de este libro; también las Antigüedades Bíblicas del Pseudo Filón, que vuelve a contar la historia sagrada desde Adán hasta David; la Vida de Adán y Eva, que gira en torno al capítulo 3 del Génesis: el pecado de Adán; los Paralipómenos o “restos” de Jeremías sobre la historia en torno a Jerusalén y el exilio; libros 3º y 4º de los Macabeos, sobre la historia del levantamiento judío contra la helenización de Israel; la Novela de José y Asenet, sobre la conversión al judaísmo.
 
 
Nos ha llegado también un ciclo completo con profecías de Henoc, “el séptimo varón después de Adán”, que se compone, a su vez, de diversas obras transmitidas en lengua etíope, antiguo eslavo o hebreo, y que se denominan Libros 1º, 2º, 3º de Henoc.
 
 
 Hay también un gran bloque de apocalipsis o revelaciones, en especial sobre el inminente fin de los tiempos como el Libro 4º de Esdras; los Apocalipsis sirio de Baruc, discípulo de Jeremías; los Apocalipsis de Elías, Adán, Abrahán, Ezequiel, Sofonías, etc.
 
 
Hay otro conjunto que se denomina hoy literatura de “testamentos”, porque todos sus componentes se acomodan, más o menos, a un cierto tipo de género literario ya conocido desde el Génesis, a saber: una gran figura religiosa reúne a sus descendientes a la hora de su muerte, que conoce por revelación divina, les cuenta los hechos más importantes de su vida, les orienta sobre el modo recto de proceder, les exhorta a cumplir los mandamientos de la Ley y termina con algunas predicciones sobre el futuro. Los más importantes de estos “testamentos” son los de los XII Patriarcas, hijos de Jacob; el Testamento de Job, y el Testamento de Salomón. Poseemos también los Testamen­tos de Moisés y Adán.
 
 
Otro grupo importante es la literatura sapiencial que quiere decir que su contenido trata de la sabiduría, de consejos, máximas, y breves orientaciones destinadas a exhortar sobre todo a vivir conforme a la razón y al cumplimiento de la ley de Moisés: el libro de Ajicar y las Sentencias y proverbios del Pseudo-Focílides
 
 
Existe también dentro un bloque misceláneo de apócrifos que agrupa obras muy variadas: desde fragmentos de un autor trágico judío, Ezequiel, que escribió, entre otras obras, una tragedia sobre el éxodo, hasta fragmentos casi perdidos de una historia de Eldad y Modad, pasando por los famosos Oráculos Sibilinos, o los del profeta persa Histaspes, es decir restos de antiguas profecías paganas reelaboradas por judíos y, luego, por cristianos.
 
Seguiremos en las próximas publicaciones
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 NOTA:
 
Enlace a una entrevista que me hizo Jordi Fortiá sobre "El nacimiento e infancia del Jesús histórico”:
 
https://youtu.be/y28d_jHm2AE?si=V9pBTtchJAhyeSRo
 
 

 
 
 
Martes, 24 de Diciembre 2024

Escribe Antonio Piñero
 
Los escritos apócrifos de la Biblia hebrea, particularmente los más apocalípticos, se caracterizan por una concepción dualista de la existencia que tiene que ver sin duda con ideas relacionadas con la existencia del bien y del mal: arriba /abajo; Dios / Satán; ángeles buenos y malos; hombres buenos y malos; los que se salvan y los que se condenan; inclinaciones buenas y malas en el hombre desde su creación misma (existe en el hombre una parte del corazón que es maligna y otra benigna), y sobre todo el «mundo presente; este mundo» (‘olam ha-zeh), el reino del mal, y el «mundo futuro» (‘olam ha-ba’), el reino del bien que ha de venir.
 
Así pues, el dualismo es múltiple.
 
1. No existe vida en el más allá. Aunque cueste creerlo, la concepción judía tradicional, incluso en los profetas, hasta el tiempo del Qohelet (Eclesiastés) y probablemente el Eclesiástico o Ben Sira (siglo II a. C., es que no hay un más allá, que el alma no es inmortal, sino que el futuro estará en este mundo.
 
Según la inmensa mayoría de los estudiosos, fue el platonismo vulgarizado, descendiente de la teología órfica, que defendió a capa y espada que el alma es inmortal, y el dualismo de la religión persa –que defendía la inmortalidad del alma; el juicio final y la existencia del más allá con premios y castigos son ideologías que parecen haber ayudado históricamente a los autores de los apócrifos del Antiguo Testamento  a superar esta concepción tan materialista, tan de tejas debajo de reducir la existencia humana a una vida solo concebible en la tierra.
 
Aunque cueste creerlo, hay un pasaje del Eclesiastés /Qohelet / Predicador 3,19-22 que es muy claro al respecto:
 
“La suerte de los hijos de los hombres y la suerte de los animales es la misma: como muere el uno así muere el otro. Todos tienen un mismo aliento de vida; el hombre no tiene ventaja sobre los animales, porque todo es vanidad. Todos van a un mismo lugar. Todos han salido del polvo Y todos vuelven al polvo.  ¿Quién sabe si el aliento de vida del hombre asciende hacia arriba y el aliento de vida del animal desciende hacia abajo, a la tierra? He visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque esa es su suerte. Porque ¿quién le hará ver lo que ha de suceder después de él? 
 
Queda claro: la vida de las bestias y la de los seres humanos es idéntica en cuanto a un más allá. Este no existe.
 
Pero los Apócrifos del Antiguo Testamento defienden que  existe este mundo y también su superación: el mundo del más allá. El mal no puede vencer siempre. La justicia triunfará al menos en el más allá. Dios no puede defraudar a sus fieles, y las palabras de los profetas que hablan de una bienaventuranza futura de Israel no pueden dejar de cumplirse: no se cumplirán en este mundo, pero sí en un mundo futuro que vendrá y pronto. Por tanto, junto al pesimismo de una vida solo en la tierra llena de problemas y dolores empieza a dibujarse el optimismo de la esperanza: el futuro –que consideran no lejano, sino inmediato– será esplendoroso, cielos nuevos y tierra nueva, potenciando del Tercer Isaías (capítulos 56-66).
 
Otra idea:
 
2. Dualismo de buenos y malos. «Muchos han sido creados, pero sólo pocos se salvarán» (IV Esdras 8,3); «Los justos son pocos, los malos abundan» (IV Esdras 7,51). El apocalipsis siriaco de Baruc es en ocasiones menos pesimista: en 21,11 sostiene que los justos no son pocos; En una visión contempla un conjunto de aguas sucias y otras limpias. Traducida al lenguaje no visionario: la historia humana es una alternancia del predominio de los malos (aguas turbias) y de los buenos  (aguas claras): 53-74.
 
En el capítulo 83,9-12 el pseudo Baruc reconoce que ni el mal es totalmente malo ni el bien es totalmente bueno. Con todo, este apocalipsis divide la humanidad en buenos y malos, dos clases fijas e irreversibles.
 
En el libro de los Jubileos (siglo I a. C.) el dualismo está presente en sus diversas modalidades representadas por “dos caminos”, el de los espíritus buenos y el de los malos, los espíritus de Dios y de Mastema (otro nombre del Diablo); el espíritu de Israel (bueno)  y los gentiles (malos).
 
El dualismo del libro de los Jubileos es parecido al de Qumrán: Dios-Mastema; ángeles buenos ­ ángeles malos; la humanidad dividida en justos protegidos por los custodios y malvados dominados por los demonios. Dado el nacionalismo que caracteriza al autor del libro de los Jubileos, el dualismo ético de buenos-malos no se aplica formalmente a Israel: los buenos son Israel, los malos son los gentiles, como acabamos de indicar
 
3. Dualismo espacial: cielo y tierra.
 
Los Apócrifos del Antiguo Testamento heredan de la literatura sapiencial de la Biblia hebrea la división del mundo en dos planos: el cielo y la tierra. Tal dualismo espacial es propio del Próximo Oriente y del judaísmo. Una de las manifestaciones de dicho dualismo es denominar a Dios como el Altísimo. Otro son las tablas celestiales en las que está escrito todo lo que ocurrirá en la tierra, en especial los hechos de los humanos que servirán para el juicio final.
 
Una observación: el dualismo espacial no implica oposición de contrarios, como el dualismo escatológico o el dualismo ético: el mundo celeste –del Altísimo, de los ángeles, de las tablas celestes– está íntimamente implicado con el mundo de abajo por la acción y la ejemplaridad. Hay una correspondencia entre el cielo y la tierra. Cada cosa o evento terreno tiene su modelo y prototipo en los cielos. Cada cosa o evento terreno está prefigurado en su ser o evento del cielo. Así, lo que ocurre en los cielos es de importancia primordial para la tierra. Cada región, río, ciudad, templo –en realidad, toda la tierra– tiene su modelo celeste. Las cosas terrenas, humanas o sagradas, han sido modeladas según el modelo celeste», Si me pusiera a las citas de 1 Henoc; Testamentos de los XII Patriarcas, Jubileos serían interminables. Cito solo el libro de Daniel 10,21: Yo –el Altísimo– te daré a conocer lo que está escrito en el libro de la verdad”.
 
4. Finalmente el dualismo o distinción entre alma y cuerpo está acreditada en diversos Apócrifos. Menciono solo dos ejemplos: en 1 Hen 71,lss es el alma de Henoc, no Henoc, quien sube al cielo; según Ascensión de Isaías 7,5 (cf. 8,11.27), el espíritu de Isaías es trasladado a los cielos.
 
En síntesis: el pesimismo y dualismo profundos de los Apócrifos del Antiguo Testamento dualismo: mundo presente / mundo futuro; buenos y malos = salvación y condenación; cielo y tierra dos entidades distintas pero complementarias y finalmente el dualismo de alma y cuerpo y arriba y abajo es el contenido de ese pesimismo dualista de las Apócrifos del Antiguo Testamento
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
NOTA
Entrevista sobre la novela “Herodes el Grande” hecha por Diego Reyes Prieto
RCN Radio Bogotá, Colombia:
https://youtu.be/SlKLVHIv2nU?si=vkf3mUBNZDikRlSD Pesimismo y dualismo
Apócrifos de la Biblia hebrea
 
Escribe Antonio Piñero
 
Los escritos apócrifos de la Biblia hebrea, particularmente los más apocalípticos, se caracterizan por una concepción dualista de la existencia que tiene que ver sin duda con ideas relacionadas con la existencia del bien y del mal: arriba /abajo; Dios / Satán; ángeles buenos y malos; hombres buenos y malos; los que se salvan y los que se condenan; inclinaciones buenas y malas en el hombre desde su creación misma (existe en el hombre una parte del corazón que es maligna y otra benigna), y sobre todo el «mundo presente; este mundo» (‘olam ha-zeh), el reino del mal, y el «mundo futuro» (‘olam ha-ba’), el reino del bien que ha de venir.
 
Así pues, el dualismo es múltiple.
 
1. No existe vida en el más allá. Aunque cueste creerlo, la concepción judía tradicional, incluso en los profetas, hasta el tiempo del Qohelet (Eclesiastés) y probablemente el Eclesiástico o Ben Sira (siglo II a. C., es que no hay un más allá, que el alma no es inmortal, sino que el futuro estará en este mundo.
 
Según la inmensa mayoría de los estudiosos, fue el platonismo vulgarizado, descendiente de la teología órfica, que defendió a capa y espada que el alma es inmortal, y el dualismo de la religión persa –que defendía la inmortalidad del alma; el juicio final y la existencia del más allá con premios y castigos son ideologías que parecen haber ayudado históricamente a los autores de los apócrifos del Antiguo Testamento  a superar esta concepción tan materialista, tan de tejas debajo de reducir la existencia humana a una vida solo concebible en la tierra.
 
Aunque cueste creerlo, hay un pasaje del Eclesiastés /Qohelet / Predicador 3,19-22 que es muy claro al respecto:
 
“La suerte de los hijos de los hombres y la suerte de los animales es la misma: como muere el uno así muere el otro. Todos tienen un mismo aliento de vida; el hombre no tiene ventaja sobre los animales, porque todo es vanidad. Todos van a un mismo lugar. Todos han salido del polvo Y todos vuelven al polvo.  ¿Quién sabe si el aliento de vida del hombre asciende hacia arriba y el aliento de vida del animal desciende hacia abajo, a la tierra? He visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque esa es su suerte. Porque ¿quién le hará ver lo que ha de suceder después de él? 
 
Queda claro: la vida de las bestias y la de los seres humanos es idéntica en cuanto a un más allá. Este no existe.
 
Pero los Apócrifos del Antiguo Testamento defienden que  existe este mundo y también su superación: el mundo del más allá. El mal no puede vencer siempre. La justicia triunfará al menos en el más allá. Dios no puede defraudar a sus fieles, y las palabras de los profetas que hablan de una bienaventuranza futura de Israel no pueden dejar de cumplirse: no se cumplirán en este mundo, pero sí en un mundo futuro que vendrá y pronto. Por tanto, junto al pesimismo de una vida solo en la tierra llena de problemas y dolores empieza a dibujarse el optimismo de la esperanza: el futuro –que consideran no lejano, sino inmediato– será esplendoroso, cielos nuevos y tierra nueva, potenciando del Tercer Isaías (capítulos 56-66).
 
Otra idea:
 
2. Dualismo de buenos y malos. «Muchos han sido creados, pero sólo pocos se salvarán» (IV Esdras 8,3); «Los justos son pocos, los malos abundan» (IV Esdras 7,51). El apocalipsis siriaco de Baruc es en ocasiones menos pesimista: en 21,11 sostiene que los justos no son pocos; En una visión contempla un conjunto de aguas sucias y otras limpias. Traducida al lenguaje no visionario: la historia humana es una alternancia del predominio de los malos (aguas turbias) y de los buenos  (aguas claras): 53-74.
 
En el capítulo 83,9-12 el pseudo Baruc reconoce que ni el mal es totalmente malo ni el bien es totalmente bueno. Con todo, este apocalipsis divide la humanidad en buenos y malos, dos clases fijas e irreversibles.
 
En el libro de los Jubileos (siglo I a. C.) el dualismo está presente en sus diversas modalidades representadas por “dos caminos”, el de los espíritus buenos y el de los malos, los espíritus de Dios y de Mastema (otro nombre del Diablo); el espíritu de Israel (bueno)  y los gentiles (malos).
 
El dualismo del libro de los Jubileos es parecido al de Qumrán: Dios-Mastema; ángeles buenos ­ ángeles malos; la humanidad dividida en justos protegidos por los custodios y malvados dominados por los demonios. Dado el nacionalismo que caracteriza al autor del libro de los Jubileos, el dualismo ético de buenos-malos no se aplica formalmente a Israel: los buenos son Israel, los malos son los gentiles, como acabamos de indicar
 
3. Dualismo espacial: cielo y tierra.
 
Los Apócrifos del Antiguo Testamento heredan de la literatura sapiencial de la Biblia hebrea la división del mundo en dos planos: el cielo y la tierra. Tal dualismo espacial es propio del Próximo Oriente y del judaísmo. Una de las manifestaciones de dicho dualismo es denominar a Dios como el Altísimo. Otro son las tablas celestiales en las que está escrito todo lo que ocurrirá en la tierra, en especial los hechos de los humanos que servirán para el juicio final.
 
Una observación: el dualismo espacial no implica oposición de contrarios, como el dualismo escatológico o el dualismo ético: el mundo celeste –del Altísimo, de los ángeles, de las tablas celestes– está íntimamente implicado con el mundo de abajo por la acción y la ejemplaridad. Hay una correspondencia entre el cielo y la tierra. Cada cosa o evento terreno tiene su modelo y prototipo en los cielos. Cada cosa o evento terreno está prefigurado en su ser o evento del cielo. Así, lo que ocurre en los cielos es de importancia primordial para la tierra. Cada región, río, ciudad, templo –en realidad, toda la tierra– tiene su modelo celeste. Las cosas terrenas, humanas o sagradas, han sido modeladas según el modelo celeste», Si me pusiera a las citas de 1 Henoc; Testamentos de los XII Patriarcas, Jubileos serían interminables. Cito solo el libro de Daniel 10,21: Yo –el Altísimo– te daré a conocer lo que está escrito en el libro de la verdad”.
 
4. Finalmente el dualismo o distinción entre alma y cuerpo está acreditada en diversos Apócrifos. Menciono solo dos ejemplos: en 1 Hen 71,lss es el alma de Henoc, no Henoc, quien sube al cielo; según Ascensión de Isaías 7,5 (cf. 8,11.27), el espíritu de Isaías es trasladado a los cielos.
 
En síntesis: el pesimismo y dualismo profundos de los Apócrifos del Antiguo Testamento dualismo: mundo presente / mundo futuro; buenos y malos = salvación y condenación; cielo y tierra dos entidades distintas pero complementarias y finalmente el dualismo de alma y cuerpo y arriba y abajo es el contenido de ese pesimismo dualista de las Apócrifos del Antiguo Testamento
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
NOTA
Entrevista sobre la novela “Herodes el Grande” hecha por Diego Reyes Prieto
RCN Radio Bogotá, Colombia:
https://youtu.be/SlKLVHIv2nU?si=vkf3mUBNZDikRlSD
Martes, 17 de Diciembre 2024
Escribe Antonio Piñero
 
Los Apócrifos del Antiguo Testamento / Biblia hebrea (colección de Ediciones Cristiandad, Madrid) reflexionaron según el siguiente esquema: el mal es, en su conjunto, superior al hombre y no se puede explicar siempre por el simple libre albedrío; pero tampoco se debe a Dios, que es bueno; se deberá, por tanto, a otros poderes suprahumanos distintos del hombre y Dios.
 
1. En el ya comentado pecado de los ángeles con las hijas de los hombres se explica el origen del mal moral y físico: se debe a los ángeles que se han deturpado y vuelto malvados y a su descendencia.
 
2. Otra explicación del origen del mal es el pecado del primer hombre, Adán incitado por La serpiente / demonio.
 
Así lo vemos en el libro de los Jubileos 3,17-35, que resumo pues el pasaje es larguísimo:
 
“Y a Adán dijo Dios: Porque has escuchado la voz de tu mujer y has comido de este árbol, del que te ordené no comer, será maldita la tierra por tu causa, produciéndote espinas y abrojos… En aquel día quedaron mudas las bocas de todas las bestias, animales, pájaros,  sabandijas  y  reptiles, pues  hablaban  todos,  unos  con  otros,  en  un  mismo  lenguaje  e idioma. Dios expulsó del Jardín del Edén  a todo mortal que allí había: todos fueron dispersados, según sus especies y naturaleza, hacia el lugar que se les había creado”.
 
En la Vida de Adán y Eva versión griega 11.19 hay un diálogo entre Satanás y Eva que explica la causa del primer pecado también al modo bíblico:
 
E insistió la serpiente: «Júrame que vas a dar también a tu marido». Pero yo le repliqué: «No sé con qué juramento voy a jurarte, pero lo que sé te lo digo: Por el trono del Señor, por los querubines y el árbol de la vida, que daré también a comer a mi marido». En cuanto me tomó el juramento, se adelantó, subió al árbol y puso el veneno de su maldad, es decir, de su deseo, en la fruta que me dio a comer -pues el deseo es el principio de todo pecado-. Incli­né la rama hacia la tierra, tomé la fruta y comí. En ese preciso momento  se abrieron mis ojos y supe que estaba desprovista  de  la  justicia  que  me  cubría.
 
Testamento de Leví 18,10-12: da por supuesto que el origen del mal y del pecado está en el lapso o caída del Paraíso, que será eliminado en los momentos finales del mundo en el tiempo del sacerdocio de Leví:
 
Durante su sacerdocio se eliminará el pecado,
y los impíos cesarán de obrar el mal.
El abrirá ciertamente las puertas  del paraíso
y apartará de Adán la espada amenazante.
A los santos dará a comer del árbol de la vida,
y el espíritu de la santificación estará sobre ellos .
El  atará  a  Beliar = Belial = el Diablo,
y dará poder a sus hijos para pisotear a los malos espíritus.
 
Apocalipsis de Abrahán 23-24 (presento un extracto):
 
23 1 “Mira aún en la imagen que ves quién es el que sedujo a Eva y cuál es el fruto del árbol; sabrás lo que será y aquello que sucederá a tu descendencia entre las gentes al fin de los días del siglo (de esta dad = el fin del mundo).
 
El fruto de ese árbol tenía el aspecto de un racimo de uvas. 5 Debajo del árbol estaba de pie (un ser) con figura como de serpiente, pero que tenía brazos y piernas como un hombre, y alas en sus hombros, seis a la derecha y seis a la izquierda. 6 Sujetaba en la mano un racimo del árbol y embaucaba a los dos que vi abrazarse (Adán – Eva = símbolo natural de la humanidad entera)
24 1 Me dijo:
Así (está) cerca para las naciones por tu causa y por causa de las gentes de tu raza que después de ti han sido puestas aparte, pues verás en la imagen las penalidades (que pesan) sobre ellos… 3 Miré y vi allí ante mí lo que había sido en la creación. 4 Vi a Adán y a Eva, que estaba con él, y al Enemigo malo; a Caín que se había pervertido por causa del Enemigo, y a Abel asesinado, y el homicidio perpetrado contra él por el perverso. 5 Vi el adulterio y a aquéllos que lo desean, su vileza y el ardor de quienes lo practican, y el fuego de su corrupción en las regiones inferiores de la tierra. 6 Vi allí el latrocinio y a los que se dedican a él y el designio de su retribución. 7 Vi hombres desnudos frente a frente y su vergüenza, el perjuicio que (se causaban) unos a otros, y su retribución.8 Vi allí la concupiscencia y en sus manos el principio de toda iniquidad.
 
Apocalipsis siriaco de Baruc 23,4 (A); 48,42.43 (B); 56,5.6 (C);
 
A) Pues cuando pecó y se decretó la muerte para aquéllos que habrían de nacer, entonces se enumeró la multitud de los que nacerían, y se les preparó un lugar para que habitaran los vivos y se custodiaran los muertos.
 
B) Al orar y pronunciar estas palabras me quedé muy debilitado, 26 y (Dios, por medio de un ángel) me respondió diciéndome… Y yo repliqué y dije: Adán, ¿qué les has hecho a los que han nacido de ti? ¿Qué se le dirá a Eva, que fue la primera en obedecer a la serpiente? 43 Pues toda esta multitud se encamina a la corrupción y es incontable el número de los que el fuego devora.
 
C) Vi aguas negras que descendieron sobre la tierra: ésa es la transgresión que cometió Adán, el primer hombre. 6 Pues al hacerlo, apareció la muerte –que no existía en su tiempo-, se dio nombre al luto, se preparó la tristeza, se creó el dolor, se cumplió la fatiga en el trabajo, el orgullo comenzó a establecerse, el Úeol deseó renovarse con la sangre (de los hombres) y tomó a (sus) hijos, se creó el ardor de los padres, la majestad de la humanidad fue humillada y la bondad se marchitó. 7 ¿Qué puede ser más negro y tenebroso que eso?
 
Libro IV de Esdras
 
En 3,28-36 el autor subraya especialmente la responsabilidad del pecado de Adán. ¿Cómo Dios -se pregunta-, siendo justo y bueno, puede permitir el mal en el mundo y, sobre todo, el mal en Israel, que, con ser pueblo infiel, no es tan perverso como las naciones gentiles?
 
Y se responde: Porque Adán se dejó llevar de una parte de su corazón malvada que a pesar de haber sido creado por Dios tenía inclinaciones congénitas perversas. «Oh Adán, ¿qué es lo que has hecho? Aunque tú pecaste, la caída no fue tuya solamente, sino también de nosotros, que somos tus descendientes» (IV Esdras 7,118).
 
Este texto del año 100 de nuestra era parece como la fundamentación judía del pecado original… Pero el judaísmo nunca extrajo esta conclusión. Fue más bien idea de san Agustín (La ciudad de Dios, libro XIII) apoyándose en Pablo Romanos 5, quien tampoco la formuló claramente.
 
El judaísmo de la época de Jesús y el actual propone lo siguiente:
 
El origen del mal está ciertamente en el pecado de Adán. Pero este no es un “pecado original”. Es un error describirlo así. Lo que ocurrió es que en la creación del ser humano por Dios (misteriosamente, pero con el deseo de dar al hombre libertad incluso para hacer el mal) puso en el corazón del ser humano dos tendencias: la “buena tendencia” y la “mala tendencia”. El pecado de Adán consolidó la “mala tendencia” del corazón humano. Pero eso NO es un pecado original.
 
Véase el libro Cristianismos derrotados (Madrid EDAF 2009 con múltiples reimpresiones) la disputa entre san Agustín y el monje británico Pelagio, que defendía la no existencia de un pecado original propiamente dicho. Pero venció san Agustín.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Enlace a una entrevista a propósito de la novela “Herodes el Grande” de Penguin Random House
 https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=lMHHiUMengM
 
Martes, 10 de Diciembre 2024
Ángeles caídos y demonios en los Apócrifos del Antiguo Testamento (II)
Escribe Antonio Piñero
 
Resalto una vez más la importancia de los Apócrifos del Antiguo Testamento para la teología cristiana de la angelología y demonología
 
Sobre todo el Testamento de Rubén, 5,5-7 se exhorta a las mujeres a prescindir de adornos en la cabeza y el rostro con los que pudieran seducir a los hombres, pues así fue como antes del diluvio sedujeron a los ángeles vigilantes:
 
“Huid de la fornicación. Ordenad a vuestras mujeres e hijas que no adornen sus cabezas y rostros, porque a toda mujer que use engaños de esta índole le está reservado un castigo eterno”
 
En Apocalipsis de Baruc sirio 56,10-14 se recoge también la tradición de la caída de los ángeles por la seducción de las mujeres:
 
“Algunos de los ángeles bajaron y su unieron / mezclaron a las mujeres. Los que obraron de este modo fueron atormentados con ataduras”
 
Existe otra tradición paralela explica la caída de los ángeles que no tiene que ver con el ámbito sexual. Así Jubileos 10 presenta una versión más espiritualista: no hubo pecado carnal; sólo que esos espíritus, como Prometeo, enseñaron a los hombres lo que no debían por una cierta aversión a la divinidad. Todos se corrompieron y el resultado fue el castigo del Diluvio universal.
 
Otra tradición afirma que la caída de los ángeles se debió a un pecado de orgullo: cuando Dios creó a Adán a su imagen y semejanza, Miguel le rindió pleitesía e invitó a Satán a que hiciera lo propio; pero Satán se negó a ello alegando que había sido creado antes que Adán y que debería ser Adán quien le hiciera reverencia a él; en esta actitud secundaron a Satán otros ángeles, y por el pecado de orgullo fueron arrojados del cielo; después Satán, por envidia, continuó persiguiendo a Adán y Eva por la tierra.
 
La versión latina de la Vida de Adán y Eva 12-16 dice el Diablo entre lágrimas:
 
“Adán, toda mi hostilidad, envidia y dolor viene por ti, ya que por tu culpa fui expulsado de mi gloria… Dios inspiró en ti el hálito vital, y tu rostro y figura fueron hechos a imagen de Dios; cuando Miguel te trajo e hizo que te adorásemos delante de Dios y dijo Dios: He aquí que hice a Adán a nuestra imagen y semejanza. Entonces salió Miguel, convocó a todos los ángeles dijo: Adora la imagen del Señor Dios. Yo respondí: No, yo no tengo por qué adorar a Adán. Como Miguel me forzase a adorarte, le respondí: ¿Por qué me obligas? No voy a adorar a uno peor que yo, puesto que soy anterior a cualquier criatura, y antes de que él fuese hecho ya había sido hecho yo. Él debe adorarme a mí, y no al revés. Al oír esto, el resto de los ángeles que estaban conmigo se negaron a adorarte”.
 
Vamos ahora con la clase B) (postal anterior: la clase A =  los "ángeles caídos" según el Libro 1 de Henoc 6,1) los demonios que reciben inicuamente ofrendas por parte de los humanos. La tradición sobre el origen de los demonios parte del mismo texto de Génesis 6,1-6: de la unión de los ángeles con las mujeres nacen los gigantes. Estos personajes se enseñorean de la tierra y la llenaron de maldades. Incluso llegaron a comerse a los hombres. La tierra se corrompió de tal modo que no era posible para la divinidad soportar tales atrocidades. Para acabar con ellos, Dios hizo que el arcángel Gabriel los azuzara unos contra otros. Así ocurrió, y se fueron matando entre ellos llenándose toda la tierra de sangre.
 
Pero en realidad sólo perecieron los cuerpos de los gigantes, porque sus espíritus siguieron vivos, y continuaron merodeando por la tierra cometiendo toda suerte de tropelías contra los hombres. Estos espíritus de los gigantes son los demonios. Noé, harto de esta situación, rogó a Dios para que la humanidad se viera libre de ellos. La divinidad accedió y dictaminó que estos demonios "fueron atados en el lugar de la condenación”. Según el Apocalipsis, que recoge esta tradición es un lago de azufre: Ap 19,20 y 20,10.
 
Entonces su jefe, llamado Mastema, hizo muchas súplicas a Dios y este permitió que una décima parte quedara libre para causar el mal a la humanidad. Pero, la divinidad permite que su acción perversa continúe hasta el día del Juicio: andan sueltos por la tierra sometidos a Satán (Jubileos 10,11); son estos espíritus los que causan toda clase de males a los hombres, y para prevenir o curar esos males Noé recibe lecciones de medicina (Jubileos 10,8-13). Finalmente tras el juicio final en el que Dios los entregará al fuego, esta vez eterno.
 
Ya nos falta poco para terminar. Añado un par de noticias sobre la publicación hace unos quince días de la novela histórica “Herodes el Grande” escrita por José Luis Corral / Antonio Piñero.
 
Enlace al vídeo de la presentación ya efectuada en la "Sociedad Económica de Matritense de  Amigos del País" de la novela “Herodes el Grande”
https://www.youtube.com/watch?v=eXlDN-iFIEM
 
Saludos cordiales
Martes, 3 de Diciembre 2024


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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