Notas1253 / 29-07-2022
Escribe Antonio Piñero
En el libro Qué se sabe... de Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella, 2009, 271 pp., cuyos autores son Rafael Aguirre, Carmen Bernabé y Carlos Gil Albiol, se intenta responder responder a las preguntas de los lectores desde el punto de vista meramente histórico. Porque qué es Jesús/Jesucristo desde el punto de vista teológico es conocido por la inmensa mayoría de los lectores de esa serie de libros desde pequeñitos, gracias al aprendizaje del catecismo, a las clases de religión o a las homilías y sermones. En la contracubierta, el aviso/reclamo de la Editorial sostiene que Jesús «no es patrimonio de ningún grupo ni iglesia», y que tal personaje, de trascendencia histórica mundial, debe conocerse bien históricamente. Hay que “socializar su historia”, se escribe, lo cual significa que los datos meramente históricos sobre el personaje (no los teológicos) deben ponerse al alcance de los lectores…, y que la publicación de ese libro, sencillo, breve, de fácil lectura responde adecuadamente a ese propósito. Todo esto está muy bien. Pero luego los autores deslizan afirmaciones sobre Jesús que realmente no son históricas en sí mismas. Así, por ejemplo, que «su vida y su mensaje son inagotables: en realidad es imposible presentar “lo que se sabe de Jesús de Nazaret”, pero solo con evocarlo ya resulta fascinante». Ahora bien, opino que la afirmación de que la vida y mensaje de Jesús son “inagotables” entra de lleno en el ámbito de la fe, no de la historia. En todo caso lo que debe afirmarse no es que sea “inagotable”, sino que algunos datos o precisiones sobre su vida, dichos, hechos, o pensamiento en general no nos son accesibles por falta de fuentes. Y eso significa no que el personaje sea inagotable en sí, sino que nosotros somos forzadamente ignorantes, muy a nuestro pesar. Se trata de pura ignorancia, no de la profundidad insondable del personaje. Me aclaro un poco más. Si en el título se dice “¿Qué se sabe… de Jesús de Nazaret?”, se supone que se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, aquello en los que están de acuerdo la mayoría de los estudiosos de Jesús, sobre todo los independientes. Naturalmente no puede uno fijarse solo en la opinión de los autores meramente confesionales (que les cuesto o no pueden afirmar como plenamente históricos datos que como historiadores creen incontestables pero que chocan con la verdad dogmática sobre el personaje). Por ello, siempre he sostenido que las líneas básicas y fundamentales sobre la misión y figura de Jesús no son ningún “misterio” y menos “insondable” (véase mi breve ensayo El Jesús histórico. Otras aproximaciones. Reseña crítica de algunos libros significativos en lengua española, de Edit. Trotta, Madrid 2020, pp. 78 y siguientes). Pienso que es posible —aunque el libro resultante llegara a ser bastante grueso por la necesidad de aclaraciones— exponer todo lo que se sabe de Jesús..., si se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, todos, no una parte, como acabo de señalar. Hoy día son suficientemente conocidas tales líneas básicas que dibujan bastante bien la figura e ideología de Jesús; buena parte de ellas las exponen los autores mencionados arribas al final de ese volumen indicado. En la cuarta parte del libro “¿Qué se sabe…?, titulada “Para profundizar», los tres autores señalan conjuntamente de nuevo la «relevancia actual de la historia de Jesús». En este apartado los tres reflexionan —entre otras cosas— sobre los consensos actuales en los estudios sobre el Jesús histórico. En el punto 7 de esa síntesis se destaca como idea que todo investigador debe aceptar, porque hay consenso prácticamente unánime (entre las obras serias de investigación), que «Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo». Muy bien. Pero si esto es así, la pregunta resulta evidente: Si Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo, parece evidente que Jesús nunca intentó fundar una religión nueva. Entonces, ¿es históricamente posible sostener –tal como apunta el capítulo 16 del evangelio de Mateo– que Jesús fundó una iglesia que habría de durar eternamente, ya que las puertas del infierno no habrían de prevalecer contra ella y que tal iglesia y su jefe supremo tiene el poder de “atar o desatar en la tierra que será atado o desatado en los cielos”? Es claro que tal concepción va en contra de lo que sabe históricamente, con total seguridad: que la predicación de la inminentísima llegada del reino de Dios por parte de Jesús y de la preocupación que debían tener todas las gentes de entrar en ese Reino, es un ámbito en el que tal iglesia no cabe en modo alguno. A esta cuestión responden los autores (en especial en el volumen siguiente, “Así empezó el cristianismo”, de la misma editorial, publicado en 2010) con la idea de que Jesús tuvo una “cristología implícita”, a saber que de su pensamiento implícito –nunca explícito– se deduce que en la nueva sociedad de sus seguidores sí tenía cabida una asociación que remedara y superara la del grupo minúsculo de sus doce apóstoles que representaban simbólicamente a las doce tribus de Israel. Creo que esta respuesta no pertenece al ámbito de la historia, sino al de la teología (una construcción mental humana, falible, cambiante), y que el problema de la fundación de una iglesia, tal como se describe en el Evangelio de Mateo, una iglesia que sigue hasta hoy día, que se proclama sucesora de Jesús y de su grupo, no corresponde al pensamiento de un Jesús judío, que por tanto nunca quiso superar el judaísmo, que era su religión desde pequeño hasta su muerte. Por tanto, si se es consecuente, habrá que decir con toda claridad que la institución de la Iglesia de Dios no encaja de ningún modo con el Jesús histórico. No es fácil decírselo al grupo de fieles que asiste a la misa los domingos. Pero históricamente, así es. Seguiremos con algún punto más que, creo, puede ser evidente. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA: Enlace al tema “¿Posibles influencias mitológicas de Egipto en la construcción de la figura de Jesucristo?” Entrevista a Antonio Piñero: https://youtu.be/M6_S-92l99I
Viernes, 29 de Julio 2022
Comentarios
Notas(1253; 26/07/2022)
Escribe Antonio Piñero
El Libro de Tomás el Atleta, uno de los tratados gnósticos que aparecen en el II códice de los descubrimientos de textos gnósticos de Nag Hammadi (antigua Quenoboskión, cerca de Luxor). El libro se presenta a sí mismo como un diálogo entre el Revelador Jesús y Judas Tomás, en donde Jesús pronuncia y entrega Judas Tomás "palabras secretas" (es decir, llenas de sabiduría para los elegidos), transcritas por otro discípulo, llamado Matías. El texto dice literalmente: “Palabras secretas que dijo el Salvador (sotér) a Judas Tomás, las que transcribí yo mismo, Matías, (mientras) iba andando oyéndolos hablar el uno con el otro”. Del mismo modo, el Evangelio de Tomás gnóstico, comienza con las siguientes palabras: “Éstos son los dichos secretos que Jesús el Viviente ha dicho y ha escrito Dídimo Judas Tomás”. El momento de la revelación es previo a la ascensión del Salvador (138,23). Son éstos unos instantes propicios para la revelación, como si lo más sustancial de la doctrina del Revelador Jesús no se hubiera podido comunicar a sus discípulos más que cuando este último se había despojado ya del cuerpo. Matías es el duodécimo discípulo que sustituye al traidor Judas, según Hechos de Apóstoles 1, no desempeña en la obra más que la función de secretario, mientras que Tomás desaparece en la segunda parte de la obra (desde 142,26). Es posible que la mención de Matías, se deba a la tradición de la Iglesia antigua que relacionaba a Mateo/Matías con la recopilación de "dichos del Señor" y que da lugar a la atribución del segundo evangelio al apóstol Mateo. Los lectores conocen casi seguro el celebérrimo texto de Papías de Hierápolis, citado por Eusebio de Cesarea, “Historia Eclesiástica” III 39,16, y, además, Hipólito, Refutación de las herejías VII 20,1; Clemente de Alejandría, Stromata o “Tapices”: II 9,45; III 4,26; VI 6,35. El texto de Papías dice que “Mateo… compuso en lengua hebrea (o aramea; el vocablo griego “hebraistí” no distinguía entre las dos lenguas) los dichos del Señor y cada uno los traducía como podía”) Mateo o Matatías son variantes de un mismo nombre que significa "don de Dios"). Permítaseme un breve paréntesis: Matías es abreviación de Matatías y éste es el hebreo Mattitya, Mattiyahu, "don de Yahvé". Mateo es derivado de Matai o Matanyah, que tiene el mismo significado que el anterior. En griego aparece Mathaias, Matthaios, Matthias Naturalmente Tomás es el apóstol mencionado en los evangelios y en los Hechos (Mt 10,3 par y Hch 1,13). El evangelio de Juan lo llama también Dídimo ("gemelo"), en griego, traduciendo literalmente el arameo T'oma'. (sigue) Aparte de Judas Iscariote, hallamos en el Nuevo Testamento un "Judas, (hermano o hijo) de Santiago" en Lucas 6,16 y Hechos 1,13, y "Judas, hermano de Santiago", el autodenominado autor de la Epístola de Judas. Tenemos también la mención de otro Judas en la lista de hermanos de Jesús que presentan Mt 13,55 y Mc 6,3. Suponiendo que el segundo, tercero y cuarto Judas mencionados sean la misma persona, y que Santiago sea también el hermano de Jesús nominado en las listas de Mateo y Marcos, hallamos en el Nuevo Testamento una tradición bastante segura que nos habla de un Judas hermano de Jesús y de Santiago. Ahora bien, en el Nuevo Testamento la unión Judas-Tomás (cf. 138,2; 142,8) no aparece en ningún sitio. Y lo curioso es los Hechos apócrifos de Tomás desde el cap. 1 hablan de Judas Tomás, hermano (gemelo) del Señor. Es esta una tradición extraña, dado que la virginidad absoluta y completa de María empieza a defenderse por algunos miembros notables de la Iglesia, como es el famoso pero desconocido autor del Protoevangelio de Santiago, cuyo núcleo originario suele fecharse hacia la mitad del siglo II, ya que lo tiene motivos teológicos que aparecen igualmente en Justino Mártir (hacia el 150) y en Clemente de Alejandría./ (hacia 180-190). Según algunos investigadores, es muy posible que el nombre primitivo de Tomás fuera realmente el de Judas, al que se le añadió Tomás o "gemelo" (“dídimos” en griego) para diferenciarlo de Judas Iscariote. Esta tradición se perdió luego debido a la tendencia ortodoxa de eliminar el concepto de hermano (físico) de Jesús para defender la virginidad de María. En el Libro de Tomás el atleta no hay manera de saber si este Judas Tomás, gemelo del Salvador (138,7), es entendido de un modo físico o espiritual (parentesco de “consustancialidad” del gnóstico con el Revelador, es decir, el espíritu del “gnóstico” es consustancial con el del Revelador que es divino). Teniendo en cuenta, sin embargo, la posible procedencia de Siria del Libro de Tomás el atleta, es bien posible que la referencia al "gemelo" posea un contenido físico, Judas-Tomás el gemelo del cuerpo carnal del Salvador y que la idea de que Jesús tenía un hermano, judas, que era gemelo suyo se hizo popular entre los cristianos. Que Jesús tuvo hermanos carnales lo dice continuamente el Nuevo Testamento (siendo Mc 6,3 y Mt 13,55 y Gálatas 1,19. Desde luego la idea de un hermano gemelo de Jesús no está en los Evangelios, pero el surgimiento de la leyenda se hace posible en unos momentos en los que el cristianismo se está helenizando. Esto muy posible, ya que existía la posibilidad de que una divinidad hubiera engendrado un ser humano en el cuerpo de una mujer y que está hubiera concebido a la vez a otro por la unión con su esposo legítimo. Tal es el caso de Herakles /Hércules: Alcmena, la mujer de Anfitrión concibe a Herakles de Zeus y simultáneamente a Ificles de su marido. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Martes, 26 de Julio 2022
NotasUna pena...pero es así.
Escribe Antonio Piñero
De sobra sabe la mayoría de los lectores que en lo referente a la ciencia bíblica, lo que se escribe en italiano o francés se lee poco. Y no digamos en español. Se prescinde, sin más. Yo mismo vi, hace muchísimos años, cuando hacía mi tesis doctoral en la Universidad de Heidelberg, donde frecuentaba las bibliotecas de las facultades de teología protestante y católica, cómo en el Seminario de Nuevo Testamento, el bibliotecario estaba examinado los diversos catálogos que le enviaban editoriales múltiples en diversas lenguas. La mesa donde yo trabajaba estaba muy cerca de la del bibliotecario. Este examinaba con atención los catálogos en alemán e inglés, dirigía una mirada breve y más bien displicente a lo publicado en francés e italiano, y los catálogos en español –por ejemplo, de Sígueme, Verbo Divino, Publicaciones de la Universidad Pontifica de Salamanca o el Estudio Bíblico Vallisoletano– no eran ni siquiera abiertos. Como si fuera un baloncestista, arrojaba olímpicamente y en casi perfecta parábola los catálogos de libros españoles a la papelera. Eso duele, pero así era… y es. Y ahora aplico este “cuento” a mi serie de comentarios, críticos y laudatorios a la vez y con propuestas diversas, que he hecho en los meses pasados al libro de Santiago Guijarro, “Los cuatro Evangelios”, publicado por la Editorial Sígueme en 2021. Lo escrito son comentarios parciales; yo ya he leído el libro. Hoy estaba pensando en continuar la serie de comentarios sobre el mencionado volumen, y me encontré con la sección dedicada a las “relaciones entre los cuatro evangelios”, en especial al vidrioso tema de la “relación entre el Evangelio de Juan y los Sinópticos”. La bibliografía básica está recogida en la p. 103. Desde luego solo hay textos en inglés; por suerte se cita un artículo en francés…, pero recogido en un libro publicado en inglés de 1992. Mi sorpresa ya fue grande, y lo es, cuando al tratar este tema (“Evangelio de Juan y los Sinópticos”) Santiago Guijarro dice con notable exactitud lo mismo que afirmo yo en un capítulo de mi “Guía para entender el Nuevo Testamento” (6ª edición, contada la electrónica de 2019), afirmaciones que en ese momento me parecieron a mí mismo que eran suficientemente originales. Solo un único aspecto, y secundario, me parece novedoso en el comentario de Guijarro al respecto, a saber la comparación del modo de proceder del autor o autores del Evangelio de Juan en el uso de los Sinópticos con el proceso de generación de los evangelios apócrifos. Por cierto y sin embargo: en mi caso esta idea, que es buena, está sustituido en mi “Guía” por el modo de proceder de los autores judíos de los Apócrifos del Antiguo Testamento respecto a algunas obras que recogen tradiciones de secciones más o menos históricas de la Biblia hebrea, como es el caso de las “Antigüedades Bíblicas del Pseudo Filón” que presenta la tradición bíblica desde el Génesis hasta el reinado de Saúl (información e Apócrifos del Antiguo Testamento, tomo II, pp.197-315) reescrita desde el punto de vista del autor. Tal idea no es mencionada por Guijarro, aunque es muy interesante, puesto que enlaza el Evangelio de Juan con el modo literario de proceder de la literatura judía del Segundo Templo. He aquí lo que dice Guijarro respecto a la construcción y propósito del Cuarto Evangelio: a) Coincidencias y divergencias entre los tres primeros evangelios y el Juan (aquí nada hay nuevo que decir porque en todas las “Introducciones al Nuevo Testamento” se recogen de un modo muy similar). b) Juan conoció y utilizó a los Sinópticos; c) Juan utilizó tradiciones comunes a los Sinópticos; d) Reconocimiento general de que lo dicho en los apartados b) y c) no dan una respuesta completa a la cuestión; e) La mejor explicación al modo de proceder de Juan fue ya adelantada por Clemente de Alejandría (aclaro aquí: esta idea no se suele encontrar en las “Introducciones” al Nuevo Testamento), a saber, Juan conoció a los Sinópticos, probablemente al menos a Marcos y sobre todo a Lucas, pero no “los utilizó como referencia fundamental a la hora de componer su evangelio”; f) La idea básica de Clemente de Alejandría de que “Juan” quiso componer un evangelio espiritual en contraposición a la visión más corporal (es decir, superficial de los Sinópticos) es acertada; g) Esto lleva a pensar que el autor de Juan quiso exponer la “verdadera identidad de Jesús”, el sentido profundo de las acciones y palabras de este. Como he indicado arriba, resulta que todo esto, al pie de la letra, fue dicho por mí en 2006 en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, en el capítulo dedicado al “Evangelio de Juan” (en especial pp. 389-395). Véase ahora la concatenación de mi propuesta en las citas que voy a hacer de la “Guía”, citas que son literales: 1. Posible explicación de las divergencias entre el Evangelio de Juan y los Sinópticos “La explicación básica para aclarar las diferencias señaladas entre el Cuarto Evangelio y los Sinópticos podría ser la siguiente: Juan conoce ciertamente si no los evangelios anteriores, sí al menos la tradición sinóptica que está detrás de ellos y forma su base; pero no la utiliza tal cual, sino que la repiensa, la reelabora y la reescribe. El carácter simbólico y místico de este evangelio indica de modo indirecto al lector que Juan no deseaba reproducir simplemente la tradición que sobre Jesús le había llegado. Medita sobre ella y la presenta de manera que la figura de Jesús aparezca como él –el autor de un evangelio nuevo— cree que en realidad fue”. 2. Juan conoce la tradición sinóptica. Aquí la Guía añade una precisión importante: “Los temas, alusiones y el conjunto de ideas particulares del Evangelio de Juan no pueden ser entendidos correctamente por un lector que no tenga ya un conocimiento directo de los otros evangelios anteriores. Este fenómeno literario se conoce como “intertextualidad”, a saber un texto escrito sólo se comprende bien presuponiendo otro anterior al que de algún modo alude”. En algunos casos esta reescritura se apoya en una interpretación alegórica de la tradición sinóptica e incluso de pasajes del Antiguo Testamento. Preciso ahora aquí: la interpretación alegórica de la tradición sinóptica es claro en Jn 2,19-21 donde la predicción del Jesús sinóptico de la destrucción por obra humana del templo de Jerusalén y reconstrucción por obra de divina (Mc 13,1-2; Mc 14,52; Mt 24,3-8; Lc 21,7-11), se interpreta alegóricamente como “que Jesús se estaba refiriendo al templo de su cuerpo”. Todo lo que se alegoriza en la Antigüedad es porque se considera sagrado; “Juan” indirectamente es el primer caso histórico de la consideración como “sagrada” de la tradición sobre Jesús poniendo las bases para una futura lista de libros sagrados. Creo que esta idea es interesante, y no la he visto expuesta en ningún sitio. 3. La reescritura / reinterpretación de la vida (hechos y dichos si los hay) de un personaje extraordinario del pasado “no es un fenómeno extraño en el ámbito judío, ni mucho menos. En la tradición de la literatura que llamamos “Apócrifos del Antiguo Testamento” hay obras que reescriben el texto del Antiguo Testamento totalmente a su aire, p. ej., la Vida de Adán y Eva, el Libro de los Jubileos (que reescribe y reinterpreta el libro del Génesis y parte del Éxodo) o el llamado Pseudo Filón, en sus Antigüedades Bíblicas (que reescribe y reinterpreta la historia bíblica desde la creación hasta la muerte del rey Saúl). En la Biblia hebrea misma, los Libros de las Crónicas, reescriben los de Samuel y Reyes. Igual ocurre con muchos pasajes de los profetas. Basándonos en estos ejemplos de la tradición judía, se puede con todo derecho suponer que el EvJn es un caso semejante. El autor conoce la tradición anterior, pero no la transmite tal cual, sino que la repiensa, reinterpreta y reescribe, mezclándola con elementos de otras tradiciones o con aportaciones propias, porque así lo cree conveniente para que resalte mejor el sentido que, en su opinión, tal tradición tiene”. 4. Sobre la finalidad del Cuarto Evangelio: el autor o los autores de Juan “pensaban que otros escritos evangélicos anteriores no habían presentado de modo adecuado las tradiciones sobre Jesús. Más explícitamente: frente a la imagen de Jesús de Marcos, Mateo y Lucas, el autor del Cuarto Evangelio pretendía probablemente ofrecer una interpretación más completa, profunda y exacta de lo que en su opinión fue realmente el personaje. Como ocurría con Mateo y con Lucas, el autor del EvJn escribe su obra para enmendar conscientemente la plana a sus predecesores”. 5. “Este modo de entender la finalidad del Cuarto Evangelio fue ya propuesta por Clemente de Alejandría a finales del siglo II d.C. en un texto conocido al que quizá se ha prestado poca atención: «Juan, el último [de los evangelistas], viendo que en los [otros] evangelios se mostraba [sólo la interpretación] corpórea de Jesús, impulsado por algunos conocidos e inspirado por el Espíritu [Santo], compuso un evangelio espiritual» (citado por Eusebio en su Historia Eclesiástica VI 14,7). Clemente de Alejandría afirmaba que el evangelista Juan no ignoraba lo que había sido escrito sobre Jesús por sus predecesores, sino que no le parecía bien o suficiente. Los demás habían escrito un «evangelio carnal», es decir, en terminología gnóstica, un evangelio verdadero pero insuficiente, superficial. En el nuevo evangelio el autor presenta este conocimiento especial, “«espiritual» (es decir propio de los «movidos por el Espíritu» o verdaderos conocedores), sin preocuparse por refutar expresamente a sus antecesores. Este hecho es importante e iluminador ya que una polémica expresa contra los Sinópticos no aparece en el Evangelio. No los considera «falsos», sino simplemente «corporales» o «carnales», superficiales”. Como he escrito más arriba, todo lo que antecede está escrito en 2006 (¡¡!!). Pero Hispanicum est non legitur. Además: no piensen ustedes que Santiago Guijarro y compañeros citen el estupendo estudio sobre Jesús de F. Bermejo, “La invención de Jesús de Nazaret”, que debe de ir ya por la tercera edición. Ni que al hablar de la pluralidad de los cristianismos en los primeros siglos se cite la obra “Cristianismos derrotados”; ni que si se discute sobre María Magdalena y otras mujeres en el cristianismo igualmente primitivo se mencione el libro “Jesús y las mujeres”; ni que si se dialoga sobre el pensamiento de Pablo de Tarso se cite “La Guía para entender a Pablo de Tarso. Una interpretación de su pensamiento”. Por supuesto, igualmente, es más que conveniente echar un espeso manto de silencio sobre la edición del Nuevo Testamento, histórico-crítica, laica pero respetuosa, independiente de toda confesión alguna (“Los libros del Nuevo Testamento”), que ha sido publicada por Trotta y cuya tercera edición en once meses está anunciada para septiembre-octubre de 2022. Así son las cosas. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 22 de Julio 2022
NotasEl título de esta postal corresponde a una pregunta que se me ha formulado recientemente (1251.- 18-07-2022)
Escribe Antonio Piñero
RESPUESTA: En ninguna. Desde el punto de vista la crítica meramente histórica parece imposible que Jesús fuera enterrado en un sepulcro aparte de sus dos correligionarios (muy probablemente), crucificados junto con él (crucifixión colectiva, en una fecha clave de la vida judía, en un lugar con muchísimo público para general escarmiento. Como he dicho y escrito un buen montón de veces, la descripción del entierro de Jesús era básico para la fe cristiana en la resurrección de Jesús, pues pronto comenzaron a correr noticias entre amigos y enemigos de los seguidores de Jesús de que este no había muerto de verdad o que los discípulos habían robado su cuerpo ya semivivo o muerto del todo. Es plausible, pues, que el relato premarcano de la pasión tuviera también noticias del enterramiento y de la tumba vacía. Es en verdad muy improbable históricamente que los romanos dejaran escapar vivos a tres sediciosos y menos en Judea. Pero la mera noticia histórica de la muerte de Jesús fue aparentemente aumentada y embellecida por cada uno de los evangelistas. Para juzgar la historicidad del descendimiento hay que tener en cuenta que existe una tradición paralela en Hch 13,27-29, que es muy diversa a la evangélica. La descripción del entierro de Jesús está íntima e indisolublemente unida a la cuestión “¿Quién bajó a Jesús de la cruz?”. En los Evangelios Sinópticos José actúa solo; en el evangelio de Juan, ayudado de Nicodemo. Esto último tiene todos los visos de ampliación secundaria, no histórica. Aquí entra en juego la tradición recogida por Hch 13,27-29, ya mencionada: «Los habitantes de Jerusalén y sus jefes… 2 8 aunque no encontraron ninguna causa de muerte, pidieron a Pilato que lo eliminara. 2 9 Y cuando cumplieron todo lo que estaba escrito acerca de él, lo bajaron del madero y lo pusieron en el sepulcro». En este pasaje no es un simpatizante de Jesús, sino el Sanedrín, el que ordena el descenso del cuerpo de Jesús (y se supone que de los otros dos condenados) por temor a una impureza ritual en la pascua, para cumplir el precepto de Dt 21,23 (como testifica en general Flavio Josefo, Guerra V 317), y para quitar de en medio el cadáver de un sedicioso antirromano que podría suscitar en realidad el respeto de las turbas. Algunos estudiosos combinan las dos tradiciones asegurando que José de Arimatea era en realidad un representante del Sanedrín, enemigo personal de Jesús, e intentan demostrar que el relato evangélico es aquí, frente a Hechos, sesgado y apologético. De cualquier modo, si se acepta el testimonio de los Hechos, su texto tiene otras consecuencias respecto al enterramiento. Marcos, que no dice que el sepulcro fuera de José, y Lucas / Hechos emplean la misma palabra griega mneméion, que supone una sepultura honorífica. Pero, si los que descendieron el cuerpo fueron «los jefes de los judíos», hay que descartar cualquier honor. Entonces el mencionado mneméion podría estar influido por Isaías 53,9 (“) , ya que el siervo de Yahvé tuvo una sepultura entre los ricos (la primera parte de este oráculo favorece la tradición de Hechos: la tumba del Siervo estuvo entre los malvados). Sabemos por Flavio Josefo que había un lugar fuera de las murallas de Jerusalén para enterrar a los presos comunes; era, por tanto, una fosa común (corroborado por la Misná e indirectamente por Mt 27,7). Y esto es lo más verosímil si se acepta la tradición más difícil que es la de Hechos, aunque algunos la interpreten como antijudía y, por tanto, sospechosa. Sobre la pregunta en general creo que es pertinente el siguiente comentario: sea cual fuere la opción interpretativa, el análisis de los cuatro evangelios lleva al historiador a constatar en el texto de Marcos –y posteriormente en los otros evangelios– un impulso de engrandecimiento y magnificación secundario de todo lo relacionado con la sepultura de Jesús. Respecto a la tumba, algunos estudiosos consideran que, si José era de Arimatea, situada en los montes de Efraín, es poco probable que tuviera su cenotafio familiar en Jerusalén. Juan sostiene que era un huerto, propiedad de alguno de los dos participantes en el entierro, José o Nicodemo. Así que, en síntesis, no hubo un “santo sepulcro”, que es una invención cristiana contraria a la tradición recogida en los Hechos de Apóstoles. Como no tenemos testimonios fiables la respuesta es: probabilísimamente Jesús fue enterrado, junto con sus colegas en una fosa común y jamás pudo encontrarse su cadáver. El no hallazgo del cadáver, deja vía libre al surgimiento de la creencia en la resurrección de Jesús y en las apariciones posteriores. Fuente para esta respuesta: “Los Libros del Nuevo Testamento”, Trotta, Madrid (está ya prevista la aparición de la tercera edición en septiembre o, a más tardar, en octubre 2022), pp. 594. 596. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA: Entrevista sobre el pensamiento general de Pablo de Tarso: “Pablo, el incomprendido”: https://youtu.be/FE0tRkszPZE
Lunes, 18 de Julio 2022
Notas"Para que por su Espíritu, y conforme a las riquezas de su gloria, los fortalezca interiormente con poder".
¿Qué significa "fortalecer interiormente"?
Escribe Antonio Piñero En Colosenses y Efesios, cartas no auténticas paulinas (además Efesios es en parte un comentario, y en algún aspecto un rearreglo de la teología de Colosenses) solo hay DOS principios divinos: el Padre y el Hijo. Los autores no saben nada aún del “Espíritu” como un vínculo o enlace entre el padre y el Hijo, sino que hay que entender “Espíritu” como un modo de actuar, una fuerza o una característica hacia afuera, hacia el exterior, del Padre o del Hijo. NO existe un tercer principio divino. Esto se expresa: · En Dios (con mayúscula) Padre que “actúa COMO Espíritu” (de sabiduría; de ayuda al comportamiento; al acto de fe en el valor de la muerte de Jesús; de inspiración de los profetas) · En dios (con minúscula) Hijo, subordinado al Padre en todo, solo divino tras la resurrección, el Espíritu (del Hijo) es también una potencia del Hijo (Hijo que hace actuar su fuerza e influencia ante el Padre en pro de sus protegidos) en la constitución de la vida espiritual de los creyentes en sus múltiples facetas. Por tanto, definiría el Espíritu como el Hijo que “actúa COMO Espíritu”. Y no hay más. Quizás no sea fácil de entender totalmente. Pero ante todo debe quedar claro que el “Espíritu”, del Padre o del Hijo, NO es una entidad independiente, sino un modo de actuar del Uno o del Otro. Ahora leamos el texto entero: “14 Por esta razón, doblo mis rodillas ante el Padre, 15 del que procede realmente toda paternidad en el cielo y en la tierra. 16 Que él os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos con su poder en el hombre interior por medio de su Espíritu. 17 Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, y que estéis enraizados y cimentados en el amor, 18 para que podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, la magnitud, la altura y la profundidad, 19 y conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Explicación: El creyente dobla sus rodillas ante el Padre, que gobierna incluso sobre Jesús el Cristo resucitado, ya considerado semidivino, en el cielo, como Hijo. El Padre, actuando como Espíritu, fortalece el hombre interior (el alma y la mente/espíritu de cada creyente, que puede pensar las cosas divinas). Ese Dios como Espíritu logra la inhabitación espiritual del Mesías en el corazón (sede los pensamientos = la mente), para poder comprender cuál es la anchura, la magnitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo hacia la humanidad (potencialmente creyente) que sobrepasa todo conocimiento. Ese conocimiento extraordinario llena la mente/espíritu del creyente con la plenitud de la vida divina. Así que “fortalecer interiormente” es enriquecer al “hombre interior” (el alma y la mente/espíritu de cada creyente, que puede pensar las cosas divinas) con una idea que torna consciente la realidad de la acción divina en él. En este caso es el impulso de “Dios como Espíritu” le lleva conocer el amor del Mesías por la humanidad que es un amor infinito, tremendo. Y eso fortalece su fe. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA: Enlace a un debate con Irving Gatell sobre si Pablo, como presunto constructor de la teología del cristianismo primitivo, hizo de este una religión o culto de misterios, entendiendo a Jesús como una divinidad solar: https://youtu.be/9fi7gCxHPLM
Jueves, 14 de Julio 2022
Notas
De la predicación de Pablo a los textos de comienzos del siglo II (escasos cincuenta años) el cristianismo ha surgido y ha variado algunas propuestas del de Tarso. La cuestiones relativas a quién resucitaba, cuándo, y cómo, entre ellas.
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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