CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

1248- 05/07/2022


¿Qué es el hombre interior?

Hoy escribe Antonio Piñero 
 
Pregunta difícil, pues para responder debemos suponer que Pablo está pensando como un hombre cultivado del mundo grecorromano influido por concepciones platónicas, pero simplificadas y vulgarizadas.
 
Pablo piensa que el ser humano está compuesto de alma superior, la razón, la parte lógica e intelectiva, y alma inferior, que a su vez está dividida en dos partes: deseos y pasiones razonables que corresponden  a las necesidades del cuerpo, que son buenas, y deseos y pasiones no razonables, la “carne” según el vocabulario paulino, que engloba todo aquello puramente material, mundano, bajo, vergonzoso, opuesto al mundo de la razón /espíritu.
 
La tesis principal del pasaje sería así: el Pecado representa el dominio despótico de la parte irracional, la «carne», que habita en el interior del yo (v. 20). El yo (el hombre genérico), al sentirse esclavo del poder tiránico del Pecado, se define como «vendido como esclavo al poder del Pecado». Entonces, la mente/razón (hombre interior), vencida, «obra aquello que en el fondo odia» (vv. 15.19). Puede decirse que el yo casi completo se sitúa intelectualmente del lado de la razón, por lo que no tiene más remedio que alabar a la Ley «y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena» (v. 16).
 
Así pues, desde los vv. 15 al 23 Pablo dibuja una situación en la que el Yo está dividido entre el “querer” y el “obrar”, ambos antagónicos.  He aquí el texto:
 
“No entiendo lo que hago; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que odio. 16 Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; 17 pero entonces ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien está a mi disposición, mas el obrarlo, no: 19 pues no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. 20 Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. 21 Descubro, pues, esta ley: que aun queriendo hacer el bien es el mal el que está a mi lado. 22 Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, 23 pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros”.
 
La expresión típica está el v. 19: “Pues no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. Exactamente igual que Platón en la República (589A), Pablo describe el Yo que está a favor de la Ley y su cumplimiento como “el hombre interior”. El texto completo: “Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros”.
 
En conclusión:  el hombre interior es la parte del alma que se rige por la razón (= está de acuerdo con cumplir a Ley), que se opone a la parte inferior, cuya sede está en la “carne”, representada aquí por los miembros del cuerpo, que se rige por lo externo, lo material (no desea cumplir a Ley porque le fastidia).
 
Esta lucha interna es tan común en el ser humano que fue recogida incluso por los dramaturgos griegos. Se ha señalado que el Apóstol podría estar pensando en el dilema expresado por Medea, en la obra del mismo título de Eurípides, vv. 1077-1080: “Abrumada estoy por los males. Sé que lo que voy a hacer es producto de mi pasión (griego thymós); pero ésta es más fuerte que mi reflexión guiada por el razonamiento (griego boúleuma), que es la causa de los mayores males entre los mortales”.
 
Igualmente es también posible que Pablo esté dentro de la especulación judía helenística muy interesada en mostrar cómo el poder de la razón, ayudado por la reflexión y el estudio de la Ley, puede controlar todas las pasiones, aunque ese control esté pleno de luchas (tesis del apócrifo del Antiguo Testamento: Libro 4º Macabeos: texto en la colección “Apócrifos del Nuevo Testamento”: vol. III, Madrid Edit. Cristiandad).
 
Finalmente Pablo, entristecido por esta situación real y diaria, acabaría el párrafo con un poderoso lamento y un deseo (versículos 24 y 25): “¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, ciertamente, soy yo mismo quien con la mente sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado”.
 
En síntesis: en contra de lo que piensan algunos, Pablo no expresa cargo alguno contra la ley de Moisés en general, salvo que su hombre interior es incapaz a menudo de controlar la situación humana completa (también “carne”) inclinada al mal. Y con esto el Apóstol piensa que cuando pensaba con el hombre exterior (estaba en la “carne”), sus  pasiones (= inclinación a pecar) vencían a los preceptos de la Ley.
 
Pero cuando opera el hombre interior sirve a la ley de Moisés y la cumple. Pero con una precisión: el pagano convertido a la fe en el Mesías cumple la parte de la Ley que le compete, como pagano (la ley natural: el Decálogo y las normas morales genéricas que se derivan de él). Pero los judíos, al seguir siendo judíos a pesar de creen en Jesús como mesías, tienen que seguir cumpliendo la ley de Moisés al completo, aunque parezca injusto ya que tiene muchos preceptos… ¡pero para eso son el pueblo elegido y tienen otras ventajas!
 
Ahora bien, los judíos en la época mesiánica ya presente cumplen esa ley de Moisés completa con un nuevo espíritu: el Mesías muda el espíritu antiguo del cumplimiento de  la Ley (que tanto judíos como paganos sentían que la podían cumplir resistiendo el poder del hombre exterior (“carne” = “pecado”) por medio de la óptica nueva, mesiánica,  en esos momentos tano el judío como el pagano se sienten arrastrados la observancia de la Ley por el amor, la fe y el espíritu. El pagano completa también el Decálogo con la ley del amor o del Mesías (Gálatas 6,2= los demás preceptos para en ningún caso hacer daño al prójimo).
Entonces, para los judíos, la Ley podrá cumplirse completa. Y para los gentiles igualmente. Estos se salvan como gentiles por lo que hay una parte de la Ley que no les compete. De este modo, y esto importa mucho para la intelección del pensamiento completo de Pablo,  el judío puede y debe cumplir la ley de Moisés completa, pero con otras perspectivas mentales: es la misma Ley, pero renovada y transformada también en “la ley del Mesías”.
 
Y para el pagano, la nueva mentalidad respecto a la Ley, según las indicaciones del hombre interior, se ve obligado a cumplir el Decálogo (cuyo primer mandamiento le obliga a dejar de creer en los dioses) y las demás obligaciones  de la “ley del amor o del Mesías”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 

Martes, 5 de Julio 2022


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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