Notas
Escribe Antonio Piñero
En la Introducción a su libro “Los cuatro evangelios”, Sígueme, Salamanca, 4ª edición, 2019, comenta Guijarro, en el apartado “La selección de los cuatro evangelios” cómo las comunidades primitivas cristianas reconocieron pronto la autoridad de las colecciones que contenían dichos de Jesús (“Fuente Q”) y cómo estos dichos evolucionaron formándose otras composiciones. Lo hicieron acumulando dichos de Jesús y formando “discursos”. O bien en otros casos fueron los dichos utilizados como base para convertirlos en “diálogos”, verdadero o ficticios. En una palabra: Guijarro reconoce que la tradición fue moldeada. Aquí no sé cómo se puede probar que fue moldeada de una manera “formalmente controlada” como él asegura. Este comportamiento de “autores” cristianos primitivos continuó después de la formación / aceptación de los tres primeros evangelios, Marcos, Mateo y Lucas, como puede colegirse por los restos de un evangelio desconocido, denominado Papiro Egerton 2 en donde se recoge un diálogo de Jesús con sus adversarios ¿Tradición totalmente fidedigna? Personalmente lo dudo. Todo esto es conocido y poco hay que objetar a que fue así; en estas páginas el lector encontrará en la obra de Guijarro bastantes detalles técnicos, pero se trata de información que interesa poco al lector medio. Sí diría que podría ser conveniente tener cuidado con el uso del vocablo “tradición” y tradicional”, ya que muchos lectores pueden ser conducidos a la idea de que al ser una “tradición” hubo de formarse pronto en el seno de las comunidades y esta prontitud cronológica pudo ser una señal de historicidad. No es así, sin embargo, porque muchas de tales “tradiciones” no son tales, sino puros inventos de personajes particulares en las comunidades que fabularon sobre Jesús cuando había poca información. Acepta Guijarro que “en el conjunto de la tradición evangélica se produjeron relatos sobre el nacimiento e infancia de Jesús, cuyo contenido, fantasioso a menudo como el caso de la estrella de Belén, pone en guardia al lector sobre su historicidad. Sostiene Guijarro que Mateo 1-2 y Lc 1-2 fueron compuestos por los mismos autores que Mt 3-28 y Lc 3-24. Creo que no me parece posible afirmarlo, aunque yo mismo en tiempos pasados –debo confesarlo– lo hice. La razón principal para sostener la idea de que fue otra persona la que compuso esos capítulos en cada uno de los dos evangelios, Mt y Lc, es sólida: en el resto de sus respectivos evangelios los personajes principales no tienen idea alguna de lo que ha ocurrido anteriormente, es decir, no saben nada de la infancia de Jesús y de Juan Bautista, incluida María que nada sabe de su concepción virginal y de quién era en verdad su hijo (Mc 3,20)… Esto se ha dicho ya repetidas veces. En el apartado “La recepción eclesial de los libros sobre Jesús” escribe Guijarro sobre la distinción entre “canónico” y “apócrifo”. Todo muy correcto. De la distinción (también muy correcta) entre “Escritura”, es decir, que un libro considerado como tal tiene una “autoridad sagrada” y “Canonicidad”, es decir, que un libro cristiano tiene autoridad normativa. Me parece una buena distinción. Por el contrario y de nuevo me vuelve a resultar extraño, y yo diría –por lo continuamente repetido–que voluntariamente sectario, el ocultamiento (no mención; silencio absoluto; como si nunca hubieran existido otras publicaciones con ideas diferentes) de cualquier tipo de bibliografía española que no sea estrictamente confesional, de su grupo, de los más o menos conocidos. Así, Guijarro obvia mencionar en la bibliografía que en la obra comunal, editada por mí en 1991, “Orígenes del cristianismo” (El Almendro; reimpresa por Herder, con múltiples reimpresiones), hay un capítulo largo y bien documentado sobre “Cómo y por qué se formó el Nuevo Testamento: el canon neotestamentario”, y que hay un libro (también de El Almendro, “Libros sagrados de las grandes religiones”, que aborda igualmente el tema. Es lo mismo que ocurre cuando se habla de los “Evangelios apócrifos”. Guijarro cita la “Introducción” de Hans-Josef Klauck, franciscano, traducido del alemán al español por Sal Terrae, pero –naturalmente– no se cita el largo e igualmente bien documentado capítulo sobre el mismo tema en la obra comunal titulada “Fuentes del cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús”, publicada, con numerosas reimpresiones, por El Almendro y Herder. En mi opinión los exegetas confesionales españoles solo leen y cita lo que es “de su cuerda”. Mientras que los independientes leemos de todo, lo confesional y lo que no lo es y citamos tanto a confesionales como a otros. Siento decirlo, pero percibo de nuevo un cierto sectarismo y voluntaria ocultación. Me parece, por el contrario muy importante y atinada la observación en la p. 40 de la Introducción que comento acerca de los indicios, probablemente anteriores a Marción (hacia el 140-150) y a la formación de su canon (que excluía el Antiguo Testamento y admitía un solo evangelio: Lucas; y un apóstol Pablo) de cómo se estaban dando ya pasos en las comunidades hacia la selección de los Cuatro entre los numerosos evangelios que circulaban en el siglo II. Estos indicios son el denominado “final largo de Marcos” (16,9-20), del siglo II, en donde el desconocido autor resume brevemente textos de apariciones de Jesús de Mateo, Lucas y Juan, que evidentemente conocía y aceptaba como autoridades. O el capítulo 21 del Evangelio de Juan (21,1-14) que parece tener una alusión clara al Evangelio de Lucas (5,1-11: la pesca milagrosa). El autor de “Juan” acepta ya también la autoridad de “Lucas”, al que conoce probablemente porque la comunidad que está detrás de este evangelio habitaba también en Éfeso, Asia Menor. ¿Qué otros evangelios circulaban hacia el 150? A bote pronto podemos enumerar el Papiro Egerton 2; el Evangelio de Pedro; Evangelio de los nazarenos / hebreos; Evangelio de los Egipcios; Protoevangelio de Santiago; Evangelio de la Verdad; Evangelio de Tomás gnóstico; el Diatessáron, o armonía de los cuatro (anterior a Ireneo de Lyón) confeccionada por Taciano el sirio. Había donde escoger. Seguiremos escribiendo / comentando sobre esta interesante “Introducción”. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 8 de Enero 2022
Comentarios
Notas
Escribe Antonio Piñero
Me parece muy interesante esta introducción porque trata temas sobre los que los cristianos de “tipo medio”, de cultura religiosa a veces superior a la media, no se ocupan en demasía. Esto ocurre, por ejemplo, con los tan traídos y llevados Evangelios de Tomás y de Judas, gnósticos. En mi opinión, y en la de muchos, compuestos –para mí con poca o ninguna duda– en el siglo II, pero sobre los que muchos interesados en el cristianismo y en los evangelios (sin cultura religiosa de fondo o de base, que van picando en libros acá y allá, que no entienden bien, pero que suponen que dan algún varapalo a la Iglesia, que leen con fruición…) difunden, obteniendo de ellos algunas conclusiones asombrosas como si hubieran sido compuestos antes de los evangelios canónicos, o bien lo que cuentan fuera rigurosamente histórico. Pongo un ejemplo: gente que afirma haber leído a J. D. Crossan, a E. Pagels, a H. Köster, sobre la importancia de los evangelios apócrifos para reconstruir la figura del Jesús histórico…, cuya tesis es como no deben dejarse del todo de lado en esa reconstrucción porque pueden aportar alguna perspectiva que no se halla en los evangelios canónicos, han obtenido alguna conclusión como la siguiente: “Es así que Jesús no fundó iglesia alguna, habiendo podido hacerlo…, por tanto, Jesús era gnóstico, porque los gnósticos no querían en modo alguno ser controlados por autoridad eclesiástica alguna… y Jesús tampoco” (¡¡!!). El razonamiento es asombroso, pero se da. Por ello una introducción que aborde temas poco tratados, por ejemplo, la diversidad de libros sobre Jesús en el judeocristianismo naciente, o en el paulinismo también naciente, es bienvenida y esclarecedora. En la postal anterior del 29 de nov. de 2021 abordamos este tema y llegamos a la conclusión de que la sobrevaloración de Crossan, Pagels y Köster por parte de algunos lectores no demasiado juiciosos lleva a conclusiones difícilmente admisibles. A partir de la p. 29, Guijarro trata el tema de los “variados tipos de escritos (Gujiarro escribe “tipología”, aunque este vocablo, bien analizado significaría “ciencia o tratado sobre los tipos”, confundiendo vocablos del mismo modo que se confunde la “meteorología” (normalmente el tiempo atmosférico previsto por la ciencia de la meteorología) con “tiempo” (por ejemplo, utilizar la frase “la meteorología era adversa” para decir que el tiempo atmosférico era malo; o, por el contrario, “la meteorología es estupenda”, cuando la gente quiere decir que el tiempo atmosférico será bueno o bonancible. Volviendo al tema: los tipos de composiciones sobre Jesús fueron muy variados en los inicios del judeocristianismo. Es correcto, pues, estudiar estos tipos para situar en ellos a los evangelios canónicos, es decir, para saber qué posición ocupan entre los diversos tipos de textos primitivos sobre Jesús. Guijarro supone con razón que –con el retraso de la parusía, y la necesidad de tener en Jesús un modelo de vida, de pensamiento y de acción– comenzaron a surgir pronto (¿en torno a los 20 años después de la muerte de Jesús?) diversas colecciones que “recogían tradiciones similares entre sí desde el punto de vista de la forma”: dichos; diálogos / discusiones con otros “maestros de la Ley”, como fariseos o escribas (quizás sacerdotes del bajo clero); parábolas; relatos de milagros, y similares. Tales colecciones no se han conservado, pero –afirma Guijarro con razón– que pueden reconstruirse por medio de la crítica literaria comparando los relatos o conjuntos parecidos que se encuentran en los cuatro evangelistas. La crítica permite también formarse una idea de cuáles eran más antiguas entre estas colecciones / composiciones, distinguiendo, por ejemplo, entre colecciones de dichos de Jesús –muy antiguas y fidedignas– de otras más tardías, como el primitivo relato de la Pasión o las expansiones en torno a la infancia de Jesús (de la que no se sabía nada o casi nada…), más sospechosas en cuanto a su autenticidad. Afirma Guijarro con razón que las colecciones de dichos de Jesús debieron de ser las más cercanas al personaje, y que entre ellas debe destacarse la “Fuente Q”, aunque no se haya conservado copia alguna. Aparte de dichos, las parábolas, las controversias (con fariseos, por ejemplo, sobre algún aspecto de la Ley) y alguna que otra anécdota, que podía terminar con un milagro de sanación, son muy probablemente antiguas. Y es posible también –señala nuestro autor– que pronto se formara una suerte de primera estructura narrativa en la que se podía encuadrar estas pequeñas compilaciones. Tal encuadre podría haber comenzado con la predicación de Juan Bautista y terminar con algún discurso de Jesús de tono apocalíptico escatológico, algo parecido a capítulo 13 de Marcos. Todo esto es posible. Muy interesante aquí es la reflexión de Guijarro sobre cómo estas compilaciones dejaron de producirse cuando fueron integradas en los evangelios, pero cómo otras –debido probablemente por el interés de algunos grupos especiales dentro de las primeras comunidades, por ejemplo, de tipo más sapiencial o gnóstico–, siguieron copiándose o generando incluso algún escrito nuevo. Aquí sitúa Guijarro con acierto el Evangelio gnóstico de Tomás, cuya totalidad se descubrió en 1945 entre los textos coptos de Nag Hammadi. Es notable que dos tercios de los 114 dichos de Jesús del Evangelio de Tomás tengan paralelos con los evangelios canónicos, sobre todo con el conjunto de dichos de la “Fuente Q” (compuesta, se cree en torno al 50 d. C.). Esto indica que hay material muy antiguo en el Evangelio de Tomás, cuyo autor debió de utilizar, si no estrictamente la “Fuente Q” (probable), sí al menos alguna compilación parecida. También parece cierto que el Evangelio de Tomás debió de componerse en griego (se han conservados fragmentos en esta lengua entre los papiros de Oxirrinco, en especial I 645 y 655) y pronto temporalmente. ¿Cuándo es “pronto”? Probablemente en una época cercana a la composición del Evangelio de Juan, cuya redacción final quizás deba ser situada muy al principio del siglo II d. C. Es en estos momentos cuando deben también ubicarse en algunas comunidades cristianas periféricas la invasión o predominancia de ideas “protognóstica” que aparecen en el Evangelio de Juan. Ahora bien, como la gnosis del Evangelio de Tomás está mucho más desarrollada que la del Evangelio de Juan, es lógico situar a “Tomás” en un momento bastante posterior, treinta, cuarenta o cincuenta años más tarde que a “Juan”. Así hacia el 150 d. C., por comparación con el “Evangelio de Verdad” del gnóstico Valentín, que muestra ya una gnosis bien desarrollada, convertida ya en “gnosticismo”, es decir, en un sistema filosófico-religioso consistente y no solo en conceptos o ideas deslavazadas ya existentes en el siglo I d. C., se compuso quizás hacia el 140 / 150. Eso quiere decir que –en contra de las conclusiones que algunos obtienen de la lectura de Crossan– que el Evangelio de Tomás tal como ha llegado hasta nosotros parece imposible que se haya compuesto antes del Evangelio de Marcos, como he llegado a leer (¡y más concretamente hacia el 66 d. C.!). Como puede colegirse por lo que he comentado los primeros restos de las tradiciones sobre Jesús son muy antiguos, pero la crítica literaria de los cuatro evangelios canónicos nos indica claramente que hubo una “ampliación” rápida de estas colecciones primitivas. Y toda magnificación o ampliación conlleva riesgos de añadidura de material mucho más moderno. Podemos pensar que cada comunidad o grupo importante que estaba detrás de los Evangelios canónicos amplificó y creó material nuevo… que no llamó la atención (por fantasioso o raro) del grupo comunitario que estaba detrás de cada evangelio; y si es verdad este hecho –que es una deducción– apunta hacia la idea de que dentro de cada comunidad no hubo una “tradición sobre Jesús formalmente controlada” porque los profetas y maestros que estaban dentro de ellas y en su gobierno estaban de acuerdo con estas ampliaciones, magnificaciones o incluso creaciones de nuevo material. ¿Por qué no protestaban? Imagino que porque tales magnificaciones correspondían plenamente a la figura sublimada que se tenía ya de Jesús. Esta labor de magnificación, ampliación y creación fue tarea de profetas cristianos primitivos y de maestros que manipulaban el material sobre Jesús con toda su buena voluntad, ya que pensaban que ese material nuevo correspondía al espíritu, ideas, y figura del Maestro fuera o no estrictamente verdad. El cristianismo primitivo se formó muy pronto una imagen ideal de Jesús –parecida a la que algunos griegos podían pensar que era un “hombre divino”– y tras su muerte ese nuevo material, inventado, sobre Jesús pudo retrotraerse y proyectarse hacia la imagen que de él se presentaba en el pasado, es decir, durante su vida terrenal misma. Por ello es posible históricamente que la imagen del héroe Jesús no fuera tan completa como se pintaba, pues es muy posible que se le atribuyeran hechos y anécdotas que no eran suyas, pero que en el contexto de esa imagen idealizada de Jesús resultaban verosímiles. Es posible que esta sea una buena explicación de por qué se añadieron milagros, anécdotas y dichos a Jesús, pues pensaban que un “hombre santo de Dios” (como lo denomina un espíritu impuro que conocía –según el evangelista– la naturaleza de Jesús mejor que sus coetáneos) debía de reunir todas las cualidades del hombre religioso de su tiempo… por lo que si no se encontraban en las fuentes previas, podían inventarse. Esto explica, por ejemplo, y sobre todo el añadido de material prodigioso sobre la infancia de Jesús en Mt 1-2 y Lc 1-2. Dirían los italianos: “Se non è vero, e ben trovato”. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 5 de Enero 2022
NotasColumna del dominical de “El Faro”, de Vigo 19-12-2021 sobre “Los libros del Nuevo Testamento”
Escribe Fernando Franco. Cronista de la ciudad de Vigo
¿Puede ser un libro un arma arrojadiza? ¡Claro! Cuando recibí de la editorial Trotta un ejemplar con título de tanto poso como “Los libros del Nuevo Testamento”, y tanto peso como el de sus 1660 páginas, más que en leerlo pensé en guardarlo como arma defensiva o de ataque. Un buen golpe con sus casi dos kilos de peso deja sin duda letraheridos. Cuando, distraídamente al principio, empecé a ojear sus páginas, me di cuenta de que por vez primera me estaban explicando desde fuera del ojo eclesial unos textos que forman parte de mi memoria religiosa, aprendida con la reiteración del Corán en una madrasa musulmana. Y quien lo hace, a ras de suelo para que lo entendamos y con una mirada muy histórica y nada teológica, es un chipionés que vive en Baiona y que en ese interim de 80 años entre su nacimiento sureño y su actual residencia norteña, se ha convertido en uno de los mayores expertos de España en la cuestión bíblica. Antonio Piñero. Un tipo cordial al que podríamos definir como filólogo, escéptico, racionalista y agnóstico. No milita en nada como historiador, sean filtros marxistas, cristianos o mediopensionistas. Apuntad. “Los libros del Nuevo Testamento”, editorial Trotta, si queréis hacer un regalo contundente como lectura inédita, sorprendente, y como arma ofensiva si preciso fuere. Ahí se da luz nueva -él y los expertos que colaboran bajo su coordinación- a una obra, la Biblia, sin competencia en el mercado editorial con sus 30 millones de ejemplares de venta anual. Cómpralo -aunque él no gane más que para un café cada dos ejemplares vendidos- si quieres que se te abra la boca de asombro entre verdades elementales, como que al menos un tercio de los milagros de Jesús son pura ficción novelesca. O que se han perdido todos los originales del Nuevo Testamento y no hay manera de recuperarlos, o que el orden de impresión de los mismos lleva 16 siglos equivocado, o que no fueron los judíos los causantes de la muerte de Jesús, o que jamás pudo ser el fundador del cristianismo, o que no tenemos documento ninguno, ¡ninguno!, sobre cómo se formó el Nuevo Testamento... ¿Ayuda este libro a perder la fe? No forzosamente pero seguro que no la fortalece. Se nutre de la historia, que no pertenece como la Teología al género fantástico. Pero yo voy a seguir creyendo en Dios diga lo que diga Piñero; me maravilla este género. Para escribir este libro y coordinar a los expertos que firman en el mismo, Antonio Piñero tuvo que recorrer un largo camino como filólogo, escritor e historiador español, especializado en la vida de Jesús de Nazaret, el judaísmo anterior al cristianismo, la fundación del cristianismo y en general en lengua y literatura del cristianismo primitivo. Piñero, cuya residencia en Baiona prestigia culturalmente a esta ciudad, afirma rotundamente la existencia de Jesús, si bien separa el personaje histórico (sobre el que centra su atención) de la figura celestial o mitológica. Más de medio siglo de formación, de investigación, de abordaje de los textos paleocristianos, de traducción de los evangelios canónicos y no canónicos. Dice él no sé si de guasa –la seriedad de su trabajo no distrae el humor de su tierra gaditana– que un catedrático de universidad sin un amigo periodista es un cero a la izquierda. Quizás porque el periodista concede a un tema técnico espacio de multitudes. En ese papel de allanamiento de morada estoy, saltando entre sus páginas. ¡Oh, Dios, asísteme! Si como leo los originales del Nuevo Testamento se han perdido y no tenemos más que copias de copias, y las más antiguas son del año 200 aproximadamente, 170 años después de la muerte de Jesús; si esas copias de copias forman un conjunto de más de 5.000 manuscritos, al principio en papiro, luego en pergamino, y otras finalmente en papel… ¿qué veracidad podemos darle a su contenido? En fin... la fe es un lujo para quien no quiera quedarse en lo prosaico de la realidad. En esas porfías anda el maestro Piñero. Saludos de Fernando Franco Saludos de Fernando Franco
Lunes, 3 de Enero 2022
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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