Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho IX (cc. 82-118): Migdonia, la mujer de Carisio (1) Aparece en este momento de la narración una de las mujeres más sobresalientes entre los personajes protagonistas de todos los Hechos Apócrifos. Me refiero a Migdonia, esposa de Carisio, ministro del rey. La predicación del apóstol llegaba a las zonas más elevadas de la pirámide de la población y a las zonas en que se podían provocar riesgos de conflictos importantes. El caso es que Migdonia quería conocer al nuevo Dios anunciado por el extranjero que moraba en la región. La noble mujer era transportada por servidores que trataban de acercarla lo más posible al apóstol. No era posible por la cantidad de personas que deseaban escuchar la palabra predicada por Tomás. Migdonia pidió refuerzos a su marido para hacer valer su autoridad. Fue la ocasión que aprovechó Tomás para reprender la insolencia de los poderosos a base de unas citas bíblicas, que garantizaban la aceptación por parte de Dios de todos los que están cansados y buscan alivio. Ni el poder ni la riqueza pueden tener preferencia en el trato dispensado a los hombres de parte del cielo. Una vez más, los escritos cristianos mencionan con respeto y altísima valoración la denominada regla de oro. Aquí se atribuye al Señor la recomendación de que no hagamos a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros (c. 83,2). Sigue una exhortación a la continencia y a la pureza, pero con especiales referencias al adulterio, al asesinato, al robo, a la calumnia y otros vicios representados por personajes de la Sagrada Escritura. En el camino contrario se encuentran virtudes que deben cultivar los que quieren conseguir la vida eterna. Entre ellas, figuran las que representan un estado de ánimo moderado y ecuánime como modelo de vida personal, con especial recomendación de la generosidad con los necesitados. La alabanza de la santidad (hagiosýnē) hace de ella ”la metrópoli de todos los bienes” (c. 85,2). La exhortación del apóstol tiene una ampliación, en la que insiste en ensalzar la mansedumbre, que es humildad en la versión siríaca. Narra luego el texto el gesto de Migdonia, que saltó de su carro y se postró suplicante a los pies del apóstol. Le pedía protección para que la misericordia de Dios viniera sobre ella a fin de que creciera su fe y pudiera recibir el sello. Tomás respondió orando por todos los presentes, para dirigirse después a Migdonia. La rogaba que se levantara del suelo y pusiera su esperanza en las cosas duraderas al margen de las efímeras e insustanciales. Así era el adorno inútil, la belleza del cuerpo, la elegancia de los vestidos y la generación de hijos. Tampoco valían de nada la fama, el honor o el poder. “Solo Jesús permanece siempre” (c. 88,2). Tomás despedía a Migdonia con un augurio de paz, pero ella le mostró su temor a que la abandonara emigrando a otras tierras. “Jesucristo estará contigo por su misericordia”, fue la respuesta del apóstol. Conflicto de Migdonia con su esposo El apócrifo cuenta a continuación el encuentro de Migdonia con su esposo Carisio, un encuentro lleno de pretextos por parte de la mujer que aseguraba reiteradamente que no se encontraba bien. Carisio la encontró en la alcoba cubierta con un velo. Él la descubrió, la besó y quiso que cenara con él y que con él se acostara según su costumbre. Migdonia repitió su excusa añadiendo que se encontraba aterrorizada. Carisio se quejaba de haber renunciado a cenar con el rey para que ahora su esposa no quisiera ponerse a la mesa con su propio marido. Al final, Carisio se retiró a otra habitación y se durmió (c. 90,2). Cuando Carisio se encontró con Migdonia, le narró los detalles de un sueño que había tenido. Estaba comiendo al lado del rey Misdeo, cuando un águila bajó del cielo y robó dos perdices que transportó a su nido. Bajó de nuevo volando sobre los comensales. El rey pidió un arco, pero el águila se llevó esta vez una paloma y un pichón. El rey disparó una flecha que atravesó al águila de parte a parte, pero sin causarle herida ninguna. Al despertar del sueño, Carisio se sentía triste porque había ya probado la perdiz, pero el águila no le permitió que se la comiera. Migdonia respondió a su esposo: “Hermoso sueño, pero tú comes perdiz cada día mientras que el águila no la había probado hasta ese momento” (c. 91,2). Se ha tratado de identificar a los actores del sueño del modo siguiente: El águila es Cristo/Tomás; las dos perdices serían Migdonia y Tercia, la esposa del rey; el pichón sería Vazán, el hijo del rey; la paloma, Mnesara, esposa de Vazán. Cuando amaneció, se vistió Carisio poniéndose el calzado izquierdo en el pie derecho. Dijo a Migdonia: “¿Qué significa este asunto? Pues mira el sueño y este detalle” (c. 92,1). Migdonia quitó importancia a ambos hechos. Carisio, por su parte, se lavó las manos y salió a saludar al rey. Migdonia madrugó igualmente y se dirigió a saludar a Judas Tomás. El apóstol estaba hablando al general y a una gran muchedumbre. Preguntaba precisamente quién era “la mujer que había recibido al Señor en su alma” (c. 93,1). Supo entonces que era la esposa de Carisio, pariente del rey Misdeo. Que su marido no veía con buenos ojos la nueva forma de vida que había adoptado. Tomás expresaba su convencimiento de que si había recibido la semilla sembrada por él, pronto dejaría Migdonia de preocuparse de la vida temporal. Tampoco Carisio podría impedir su conducta desde el momento en que aquel a quien ella había recibido en su alma era mucho más fuerte que su actual marido. Migdonia se sintió reconfortada con la esperanza de que la semilla plantada por el apóstol en su alma produciría los frutos deseados. Tomás pronunció entonces unas bienaventuranzas dedicadas a dos conceptos importantes en el conjunto de estos Hechos. Proclamaba especialmente bienaventurados a los santos, a los mansos y a los pacíficos. Unas palabras del apóstol que confirmaban la nueva disposición de Migdonia. Carisio regresó a su casa y preguntó por su esposa. Supo que había marchado para visitar al extranjero, lo que le causó un enfado notable. Cuando ella volvió por la tarde, le preguntó de dónde venía. -“Del médico”, respondió Migdonia. –“¿Es acaso médico ese extranjero?” Lo era en opinión de la esposa, ya que mientras los demás médicos curaban el cuerpo, éste curaba las almas. Saloudos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 17 de Octubre 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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