Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho XIV: Curación de Estaquis el ciego Suceso importante y muy celebrado fue la curación de Estaquis, un hombre rico, que estaba ciego desde hacía cuarenta años. El episodio es el tema del Hecho XIV. Lloraba Estaquis desconsolado pidiendo a sus hijos que lo llevaran al dispensario donde los apóstoles practicaban la medicina. Cuando llegó, contó Estaquis a los apóstoles unos sueños extraños que tenía desde hacía tres días y que le proporcionaban la certidumbre de que recobraría la salud. En tiempos pasados había perseguido a los cristianos pues era de los que daban culto a la Víbora y a las serpientes. Contempló en una ocasión unos huevos de serpiente de los que salían crías. Tuvo la ocurrencia de que si se untaba los ojos con el jugo de los huevos de los ofidios podría tener algún alivio. Pero el efecto fue contraproducente. Se le desarrolló una terrible infección con inflamación en los ojos que le duró diez años. En aquel tiempo sólo encontraba refrigerio con unas hierbas que su esposa recogía en el campo. Pero una mañana, salió la buena mujer a recoger las hierbas medicinales cuando fue atacada y muerta por una bestia feroz. Desde entonces ni había contemplado la luz y ni siquiera había podido ver el rostro de sus hijos. Estaquis suplicaba a Felipe que lo librara de aquel tormento. Tanto más cuanto que una voz le explicó el origen de su situación. Su ceguera se debía a que un diablo le cubría el rostro y no le permitía ver la luz. Pero la voz le avisó de que en el dispensario a las puertas de la ciudad estaba el médico que le devolvería la salud. Estaquis se dirigió allá y, según contaba, vio a un joven hermoso que tenía tres rostros: uno de jovenzuelo, otro de mujer elegantemente vestida, un tercero de anciano. La mujer portaba una lámpara, cuyos rayos llenaron de luz los ojos de Estaquis. El joven llevaba un cántaro y bautizaba a cuantos entraban en la ciudad, que se volvían blancos como las ramas de la palmera. Todo le demostraba que era Dios el que le anunciaba su curación. Felipe prorrumpió en una plegaria de bendición. Tomó luego a Estaquis y le explicó cómo había sido Satanás el que lo condujo hacia su ruina y perdición. Pero el Señor le daba en esta ocasión la luz verdadera. Felipe extendió su mano, mojó su dedo en la boca de Mariamne y ungió los ojos de Estaquis que recobró inmediatamente la vista. El milagro produjo una gran conmoción en la ciudad, pues eran por demás abundantes las curaciones efectuadas por los apóstoles con toda clase de enfermos. Muchos, que eran testigos de los prodigios, se convertían. Felipe bautizaba a los hombres y Mariamne a las mujeres. Toda le gente de la ciudad estaba admiraba, sobre todo porque veía a un leopardo y a un cabrito que participaban en las oraciones respondiendo con el “amén”. Hecho XV: Nicanora, la mujer del gobernador El Hecho XV cuenta el eco de la curación de Estaquis, que llegó a oídos de la mujer del gobernador Tiranógnofo. La mujer había sido mordida por las serpientes que percibieron en ella a una persona extranjera. Su cuerpo acabó llagado, dolorido y atormentado por el veneno de las serpientes. Pero cuando se enteró de que Estaquis había recobrado la vista, pidió a sus criados que la llevaran a la casa de Estaquis, lo que hicieron a escondidas de su propio marido. Entretanto, Felipe dirigía a Estaquis una larga exhortación de tintes marcadamente encratitas. Le recordaba lo que había padecido bajo el poder de Satanás, del que se había librado con la ayuda de Dios que nunca lo había abandonado. Le hacía varias recomendaciones, en particular, que se abstuviera de los excesos de vino y de carne. Le recomendaba que viviera en la continencia y que la fomentara entre sus hijos y criados. Porque, aseguraba, “la continencia es el fundamento de todo y la riqueza de Dios” (XV A 2,2). En un arranque poético le pedía que se purificara de la “lascivia, que es la ruina, la novia de la muerte, la boda con la corrupción, la alegría de los demonios, el regocijo de la impureza, el gozo de la envidia, el deleite de los perdidos” (XV A 3,2). La vara florecida A continuación hundió Felipe su bastón en el patio de la casa de Estaquis rogando al Señor Jesucristo que floreciera lo mismo que la vara de Aarón (Núm 17,16-26). Al momento floreció el bastón y se convirtió en un frondoso árbol de laurel, lo que llenó de admiración a los testigos de semejante prodigio. Practicaba el apóstol la limosna llenando tres tinajas de trigo, de vino y de aceite, de las que repartía entre los necesitados sin que disminuyera su contenido. Cuando Nicanora oyó las palabras del apóstol y vio los prodigios que hacía en la casa de Estaquis, se olvidó de sus dolores. Pero sus criados le recordaron que su marido no quería que fuera a ver a Felipe, y temían que los sorprendiera allí y los castigara a todos. Regresó a su casa para no causar problemas a los siervos de Dios. Nicanora rogaba a Dios que su marido Tiranógnofo creyera en él o muriera, ya que la impedía visitar a los santos apóstoles. Una laguna en el texto acaba en un reproche que Tiranógnofo dirige a su mujer amenazándola con castigos para ella y para los apóstoles, si se atreviera a ir con ellos. Se retiró, pues, el gobernador y se dirigió a su tribunal. Entretanto, Felipe, Bartolomé, Mariamne, el leopardo y el cabrito permanecían en la casa de Estaquis. (Diagrama de los Ofitas). Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 12 de Marzo 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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