CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida del apóstol Felipe según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho II (cc. 6-29): Enfrentamiento con los filósofos de Grecia

El Hecho II sitúa a Felipe en Atenas. Era su destino atribuido en el sorteo realizado por el mismo Salvador. Los textos son testigos del disgusto de Felipe por el resultado del sorteo. Pero en este Hecho II encontramos ya a Felipe en Atenas enfrentado a los filósofos de la ciudad. El texto del apócrifo da testimonio de la obsesión de los atenienses por oír “novedades”. Esta circunstancia proporcionó a Pablo una base dialéctica particularmente original y oportuna para dirigir a los areopagitas el discurso de Hch 17,21-31, pronunciado sobre la cima del Areópago.

El dato recogido en estos HchFlp (II 7 y 8) era ya conocido por Demóstenes y está confirmado por Pablo. Puede verse Demóstenes Filípica I, IV 43, 10 y Hch 17, 21. El debate mantenido por Felipe con los filósofos tiene los perfiles de una discusión intelectual, en la que los filósofos parten de posiciones filosóficasm distintas. Sintiéndose un tanto descolocados, aquellos hombres reclamaron por carta el auxilio del sumo sacerdote de los judíos de Jerusalén.

Llegada del sumo sacerdote de Jerusalén

El sumo sacerdote, de nombre Ananías, acudió a Atenas con una numerosa comisión de expertos. En el debate que se produjo, el sumo sacerdote se aferraba a sus ancestrales tradiciones. Felipe recurrió a los milagros, en la seguridad de que para los judíos eran un argumento más convincente que cualquier razonamiento dialéctico. El sacerdote persistía en su actitud rebelde y atribuía a las artes mágicas los prodigios operados por Felipe.

Ante su actitud valiente, el sacerdote se lanzó contra él con intención de azotarlo. Pero en el mismo momento la mano del sacerdote se quedó seca, y sus ojos ciegos. Sus acompañantes quedaron a la vez ciegos, por lo que maldijeron al sumo sacerdote (c. 17,1). Convencidos de que no era posible luchar contra Dios, rogaban a Felipe que les devolviera la luz con la promesa de hacerse siervos suyos. El sumo sacerdote perseveraba en su actitud y echaba en cara a Felipe que no podría arrancar de sus corazones el respeto a sus tradiciones y la fe en el Dios que los había alimentado con el maná en el desierto. El apóstol respondió con la promesa de un prodigio extraordinario si no aceptaban sus enseñanzas.

Hubo entonces una solemne teofanía. Apareció Jesús revestido de luz y majestad. Los ídolos de Atenas cayeron hechos trizas mientras los demonios huían gritando (c. 20,1). En cambio el sumo sacerdote persistía recalcitrante. En efecto, se produjo un enorme terremoto y se abrió la tierra en el lugar donde se encontraban. La gente corrió y se postró a los pies del apóstol pidiendo piedad. Felipe devolvió la vista al sacerdote, que atribuyó el prodigio a los poderes mágicos del apóstol. Éste, al ver que ni aun ante los prodigios el sacerdote creía en Jesús, hizo que se hendiera la tierra y sumergiera a Ananías hasta las rodillas. Pero el infiel sacerdote no cambiaba de opinión.

Resurrección de un joven ahogado

En medio de la discusión se presentó un hombre principal de la ciudad. Contaba que su joven hijo había sido ahogado por un demonio. Felipe preguntó a Ananías si creería en el caso de que el ahogado resucitara. Ananías, lleno de insolencia, respondió: “Sé que lo resucitarás con tus artes mágicas, pero yo no te creeré” (c. 28,2). Fue la gota que colmó la escasa paciencia del apóstol, que maldijo al sumo sacerdote y provocó su ruina en el infierno. Solamente la vestidura sacerdotal se salvó del infierno, pero nadie supo a dónde había ido a parar.

Los quinientos acompañantes del sumo sacerdote, testigos de los prodigios operados por Felipe, se convirtieron y recibieron el bautismo. La estancia de Felipe en Grecia se prolongó por espacio de dos años, que le proporcionaron la oportunidad de fundar una iglesia con un obispo y un presbítero para que la cuidaran (c. 29,1).

(Escalera de subida a la colina del Areópago en el Ágora de Atenas)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Lunes, 23 de Enero 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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