CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida de san Mateo, apóstol y evangelista, según el Martirio de Mateo
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Persecución del rey contra Mateo

El rey se alegró en un principio al ver que su familia había sido curada gracias a Mateo. Pero al ver que no se separaban de él, se sintió molesto y se disgustó hasta el punto de tomar la decisión de matarlo quemándolo vivo. Aquella noche vio Mateo a Jesús que le daba ánimos y le amonestaba para que fuera fuerte y varonil.

Se levantó de mañana, se dirigió a la iglesia y se arrodilló para orar hasta que llegaron el obispo Platón con los presbíteros y los diáconos. Les comunicó lo que el Señor le había revelado sobre la persecución que el rey, poseído por un furor diabólico, iba a desencadenar contra ellos. Pero los tranquilizó porque el Señor estaba con ellos y los libraría de todo peligro.

No sabía el rey cómo lograría sus fines, cuando el demonio que había sido arrojado de su mujer se disfrazó de soldado, lo abordó y le habló de Mateo, de su profesión de cobrador de impuestos y de su dedicación a la predicación del evangelio del crucificado. En aquel momento se encontraba en una de las puertas de la ciudad, donde el rey podría arrestarlo sin problemas. El rey envió a cuatro soldados y les mandó bajo severo castigo que lo trajeran vivo. Los soldados fueron a buscarlo, oyeron voces de hombres que hablaban, pero regresaron diciendo que no habían visto a nadie. El rey envió a diez soldados antropófagos con la orden de matar a Mateo y a sus amigos, descuartizarlos y comérselos. Cuando se acercaban, vieron a un hermoso niño, siempre el niño, que bajaba del cielo con una antorcha encendida. Se dirigió a su encuentro y les quemó los ojos. Los soldados, aterrados, arrojaron las armas y huyeron sin poder articular palabra.

El demonio disfrazado de soldado explicó lo sucedido como prueba de que Mateo era un mago que hechizaba a todos con su magia. Nada podría hacer el rey contra sus poderes si no lo atacaba con engaño. Él mismo no podía ni siquiera mirarlo, mucho menos matarlo como le pedía el rey. Sorprendido el rey, le preguntó quién era. El demonio le respondió que era Asmodeo, el demonio expulsado de su mujer, su hijo y su nuera. Barruntaba además que el rey acabaría creyendo en la doctrina enseñada por Mateo. El rey, indignado, se atrevió a conjurar al demonio por el Dios que Mateo predicaba, para que saliese de aquella tierra sin causar daño a nadie. En efecto, el demonio huyó convertido en humo y gritando a Mateo: “Quédate con los tuyos, que yo me voy al fuego eterno” (c. 15,2).

Se dirigió el rey a la iglesia y llamó a dos amigos de Mateo para decirles que tenía intención y deseo de hacerse discípulo del apóstol. Salió Mateo a la puerta de la iglesia de la mano de Platón. Cuando anunciaron al rey que el apóstol estaba en la puerta, comenzó a lamentarse diciendo que no veía nada y que se le habían paralizado sus miembros. Recordaba el rey que un joven hermoso le había revelado en visión que Mateo moriría a sus manos. No obstante pidió a Mateo que le devolviera la vista, lo que hizo Mateo imponiéndole las manos y pronunciando la palabra aramea dicha por Jesús en un caso paralelo: “Effatháh”. La palabra aramea es la misma empleada por Jesús en la curación del sordomudo según el relato de Mc 7,34. Su significado es “ábrete”.

De manera sorprendente, el rey no solamente no desistió de sus planes, sino que se afirmó en la idea de martirizar a Mateo. Sin embargo, lo condujo con engaño a palacio. Pero Mateo conocía sus intenciones y le echó en cara que practicara las obras de su padre el diablo. El rey se inclinó por la pena del fuego, pero unida a la de la crucifixión. Ordenó a los verdugos que lo clavaran primero de pies y manos. Luego añadió matices de particular crueldad: “Cubridlo con papiro empapándolo con aceite de delfín, tapadlo con azufre, betún y pez, y poned encima estopa y sarmientos. Luego pegadle fuego” (c. 18,2).

Era la voluntad del que acababa de experimentar en sus carnes la benevolencia y el poder de su víctima. Ahora advertía a sus servidores que si algún amigo de Mateo se atrevía a impedir su muerte, sufriera los mismos tormentos. La conducta del rey era la antítesis de la recomendación de Jesús a los suyos de no devolver nunca mal ni por bien ni por mal. Una doctrina repetida abundantemente en la literatura apócrifa.

(Cuadro de san Mateo en el Apostolado del Greco)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Lunes, 7 de Mayo 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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