Notas
Escribe Gonzalo Fontana
Concluimos hoy con la solución al “enigma” propuesto ayer A nuestro juicio, no otros que los que nosotros llamamos el Evangelio de Juan y el Evangelio de Lucas. Evidentemente, carecemos de pruebas que nos permitan considerar esta hipótesis una propuesta incontrovertible. Sin embargo, es muy de destacar que Papías solo menciona dos textos evangélicos: el de Marcos y el de Mateo. En cambio, nada parece saber de Lucas y Juan, textos, desde luego, ya existentes en su época. Ahora bien, esta ausencia no implica necesariamente que no tuviera noticia de ellos. Es posible que los conociera, pero que los denominara de otra manera, los libros de Aristión y Juan el Presbítero. Así pues, según nuestra hipótesis, Papías conoce la existencia de cuatro textos evangélicos, los cuales, a diferencia de los autores posteriores, él no valora de la misma forma: hay dos (Mateo y Marcos) de origen antiguo y, por tanto, más fiables, en la medida en que remiten al testimonio oral; y otros dos (las obras de Aristión y Juan el Presbítero) que carecen de tal fiabilidad porque, amén de ser más recientes, no están basados en testimonios orales directos. Escritos acaso en un momento inmediatamente anterior a su propia generación, estos textos carecían, a sus ojos, de la antigüedad y venerabilidad para hacer de ellos documentos equiparables a los textos de Mateo y Marcos, sobre todo cuando en ellos no aparecían episodios y motivos que, transmitidos por los relatos de los predicadores ambulantes, le habían suscitado el más vivo interés. Mencionamos tan solo de pasada la parábola milenarista de las vides y las espigas (IRENEO DE LYON, Adversus Haereses V 33, 3). En cualquier caso, con lo dicho consideramos que queda suficientemente apuntalada la hipótesis de que el texto que hoy denominamos Evangelio de Lucas es mencionado ya también por Papías —lo mismo podríamos decir del Evangelio de Juan—, y además que este circulaba en su ámbito atribuido no al Lucas neotestamentario, sino a un tal Aristión, del que nada más sabemos. De hecho, no vuelve a ser mencionado explícitamente por ninguna fuente de la Antigüedad. La única posible excepción sería el Aristón citado en las Constituciones Apostólicas, del siglo IV: “En Esmirna el primero [obispo] fue Aristón, después Estrataias, hijo de Loidos; y el tercero fue Aristón.” (VII 46, 8). Una simple lectura del pasaje completo demuestra que este no es sino una recopilación del conjunto de nombres que suministraban los antiguos textos cristianos para crear una serie ficticia de episcopados cuyo origen remontaría a épocas históricas remotas. Pues bien, cinco o seis décadas después de la composición de la obra de Papías, Aristión y Juan el Presbítero ya habían sido olvidados por completo y la tradición eclesiástica, acaudillada por Ireneo, solo reconoce al apóstol Juan y al médico Lucas como autores de los evangelios. Nuestro desconocimiento de la historia del cristianismo en el s. II nos impide llegar a reconstruir con precisión las razones que llevaron a los dirigentes cristianos a arqueologizarlos y a atribuirlos a personajes de la primera época apostólica. Aunque, desde luego, no pudo ser ajeno el conjunto de controversias doctrinales que los rodearon. Cabe mencionar el caso del marcionismo, movimiento cuya dinámica particular involucró directamente al tercer evangelio. Quizás por ello, los dirigentes de las comunidades ortodoxas decidieran blindar su autoridad atribuyéndoselo a personajes de época apostólica (el médico Lucas; el apóstol Juan). En conclusión: Papías conocía cuatro textos evangélicos, aunque no a todos les concedía el mismo valor; y de igual manera, el que nosotros conocemos atribuido al apóstol Juan, él se lo atribuía al presbítero Juan. El que nosotros conocemos atribuido al médico Lucas él se lo atribuía a un tal Aristión; y, finalmente, que, aunque este desconocido Aristión no sea el auténtico autor del texto, es, en rigor, un candidato muy verosímil a alcanzar tal condición. Un cordial saludo a todos Gonzalo FONTANA ELBOJ Profesor Titular de Filología Latina de la Universidad de Zaragoza
Viernes, 15 de Enero 2016
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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