CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero


Hoy escribe Antonio Piñero



Me parece adecuado abordar brevemente este tema después de las notas dedicadas al libro de S. Guijarro, pues el método histórico crítico en general ha dominado la investigación de los Evangelios durante unos doscientos años.

Pero antes una cuestión preliminar. Se me ha preguntado muchas veces –y últimamente lo ha escrito un amable comentarista, que escribe un correo electrónico, aludiendo a un caso concreto-: “¿Cómo funciona la crítica? ¿Cómo es posible que usted sepa qué dicho o hecho pertenece al Jesús histórico y el lector normal no caiga en la cuenta de ello?” Y en concreto: “¿Cómo sabe Usted que tales o cuáles palabras transmitidas por la tradición son del Jesús histórico, pero otras no, sino que son producto de un profeta cristiano? ¿Por qué los demás no lo sabemos?” Naturalmente se pregunta con un cierto toque irónico como dando a entender que elegimos lo que nos interesa para defender posiciones ya tomadas a priori.

Ya me he defendido de esta acusación. Ahora lo hago de nuevo poniendo un ejemplo ilustrativo que, creo, puede iluminar la cuestión. Pues si se renuevan las preguntas es que no ha quedado claro.

Imagínense que un extranjero viene a España y se encuentra de repente con que el día anterior ha habido una manifestación grande en Madrid (donde, por desgracia se “celebran” casi todas las que hay en España, con las consiguientes incomodidades… ¡hasta unas 325 al año!). Pero el extranjero -que conoce relativamente bien el ambiente español- se siente aturdido porque las interpretaciones de radios y periódicos son enormemente dispares…, comenzando por el número de manifestantes: unos, los interesados y convocantes, dicen que un millón y medio o dos millones; la guardia urbana, habla de un millón; empresas con medios técnicos de numeración (fotografías, cuadrículas especializadas en computar personas por metro cuadrado, etc.) dicen que sólo unas 64.000.

¡Ni siquiera sobre un dato básico, elemental, computable como es el número de personas asistentes, hay acuerdo entre personas que se suponen honradas y objetivas!

¡Y luego viene la disputa entre los comentaristas de radio, sobre todo, y de la prensa, acerca de la verdadera intención de los convocantes, de quiénes verdaderamente están detrás pero no aparecen, de otras motivaciones, espurias o no, que no son las publicitadas…!

Total, que el pobre extranjero no sabe a qué carta quedarse: ¿dónde está la verdad? Y eso que la manifestación ocurrió ayer, no hace doscientos o dos mil años.

Por suerte para el extranjero hay prensa escrita: al día siguiente compra todos los periódicos que puede de tirada nacional, seis o siete. Entonces se pone a leerlos con cuidado y sobre todo a compararlos entre sí. Pone los elementos comunes en diversas columnas; señala huecos y omisiones en la información; observa añadidos y comentarios propios de unos y de otros…, analiza y analiza. Extrae conclusiones, vuelve sobre sus análisis y comparaciones, y confirma o rechaza algunas.

Si el extranjero es suficientemente listo, o si pide ayuda a amigos que están en la misma situación de incertidumbre, si se ponen varios juntos a contrastar la información, a compararla con extremo cuidado, si emplean horas en el análisis de todos y cada una de las piezas de información recibidas, por pequeñas que sean…, y sobre todo si comparan con extremo cuidado de nuevo todos los textos… ¿no es lógico pensar que –aunque puedan no llegar a la verdad absoluta- ese extranjero y sus colegas se acercarán lo más posible al núcleo de la verdad relativa de lo que ocurrió en la manifestación del día anterior, sabrán distinguir entre las diversas interpretaciones partidistas de su significado obvio o profundo, alcanzarán a saber cuáles eran los que estaban detrás de loso convocantes, llegarán a saber con cierta exactitud cuál fue en verdad el número de participantes…? ¿No alcanzará a saber el extranjero incluso cuál es la tendencia narrativa del periodista que ofrece tal o cual información?

Creo que la comparación es clara: eso es en el fondo lo que hace la filología y la historia antigua con los datos que tiene sobre Jesús, que es nuestra cuestión. Por suerte, no tenemos una narración, sino cuatro…, y a veces cinco y quizás seis o más (si se computa el Documento “Q”, el Papiro Egerton, el Evangelio gnóstico de Tomás, algunos pasajes del Evangelio de Pedro para la pasión…)…

A esto se añade que –siguiendo con el ejemplo del informe sobre la hipotética manifestación- no sólo se tiene una o dos páginas de cada periódico para investigar un hecho o unas declaraciones, sino a veces decenas y cientos de páginas, al menos sobre el conjunto, para someter a crítica y comparación… y obtener consecuencias.

Así pues, a base de comparar y contrastar, de examinar hasta el último detalle de las narraciones, de intentar comprender qué mueve a cada narrador, de sus posibles fuentes de información ¿no puede uno acercarse a saber, si no con toda exactitud, pero sí con la máxima que permiten esos testimonios escritos… aquello que se acerca lo más posible a la presunta verdad?

Y no digamos si los que examinan tienen todo el tiempo del mundo para su análisis, si han pasado más de doscientos años desde que se empezó la tarea de analizar y comparar, si han estudiado los documentos más de mil brillantes cabezas, que conocen la época en la ocurrió tal o cual suceso y las línea generales sobre cómo eran las gentes, y si a los descubrimientos de un investigador se añaden los del siguiente, y otro, y otro, de modo que poco a poco se va construyendo un mosaico de conocimientos que casan entra sí… y van formando un conjunto armónico y que se comprende bien.

Y por último, aquel que recoja toda una tradición de estudio e interpretación, ¿no será capaz de ver un poquito más, de saber un poquito más, que el recién llegado a los documentos y que ha tenido más tiempo que el meramente suficiente para leerlos un tanto por encima?

Es lógico concluir que percibirá más cosas aquel que más entrenado esté en analizar, comparar, el que mejor sepa y conozca la cultura en la que se produjo el documento, el que mejor conozca la lengua en la que se escribieron los testimonios que se estudian..

Entonces ¿cómo es que un científico de largos años de estudio, aunque personalmente sea menos inteligente que el recién llegado al tema, puede saber, más o menos, qué “palabras de Jesús” pueden atribuirse al Jesús histórico y qué “palabras de Jesús” han de atribuirse a un profeta cristiano posterior, que vive en otras circunstancias históricas e intelectuales diferentes? Pues porque ha hecho pacientemente, como el extranjero del ejemplo, todo los procesos que hemos descrito arriba.

Y si el científico procura ser honesto, no tiene partido previo, no le va nada en ello, se supone que intentará obtener las consecuencias que sean las más racionales y concordes con el conjunto de lo que se sabe de la época y del personaje…

Y de repente aparece un comentarista y escribe:

“Este señor se saca de la manga las cosas, elimina lo que le conviene de los textos y acepta lo que le conviene por sus intereses previos”.

Casi siempre hay espontáneos que saltan al ruedo.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Viernes, 30 de Julio 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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