CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Omitimos hoy la enumeración de algunas hipótesis descabelladas sobre la muerte de Jesús para abordar brevemente un tema planteado por algunos de nuestros lectores, y que en todo caso está relacionado con este.

Me refiero al procedimiento consistente en equiparar las muertes de Juan Bautista y Jesús de Nazaret con el objeto (implícito o explícito) de negar las implicaciones sediciosas de la segunda: si –se razona– el políticamente inofensivo Juan el Bautista fue decapitado por Herodes Antipas –“por la sospecha” de este, como dice Josefo–, entonces por razones similares la crucifixión de Jesús puede no haber tenido más razón suficiente que la percepción (equivocada) de las autoridades (romanas y/o judías). Ergo: la crucifixión de Jesús no demuestra su carácter sedicioso.

El razonamiento anterior, prima facie razonable, es, sin embargo, del todo erróneo. ¿Por qué?

El historiador tiene que explicar de la manera más sencilla, unitaria y con la mayor capacidad explicativa posible los datos que tiene a su disposición. Ahora bien, los datos pertinentes no son en absoluto comparables en los casos de las muertes de Jesús y el Bautista. En el caso de Juan, y dejando aparte el hecho de que sabemos que anunciaba la inminencia de una manifestación del poder divino, lo que sabemos por Josefo es que Antipas temió su encendido y enardecedor verbo, y por ello le hizo matar. Por el contrario, en el caso de Jesús poseemos una gran cantidad de información (en el texto publicado online en Bible and Interpretation enumero más de una veintena, aunque en un artículo actualmente en prensa recojo 35 elementos, procedentes casi todos ellos de los Evangelios canónicos) que apunta en el sentido de la sedición. No son, por tanto, en este caso, magnitudes comparables.

Si la crucifixión fuera cuanto sabemos de Jesús –si cuanto supiéramos del destino de este fuera algo como lo recogido en Tácito–, la opinión generalizada según la cual esa crucifixión fue una repugnante ejecución arbitraria o el resultado de un trágico malentendido estaría sin duda alguna justificada. Por la sencilla razón de que, como sabe cualquier sujeto reflexivo, en el mundo humano (y el Imperio Romano no fue desde luego una excepción a la regla) la injusticia, el abuso de poder, la ausencia de respeto, el desprecio del otro, la brutalidad y la barbarie institucionalizada son el inacabable aire que (con honrosas y reconfortantes excepciones) respiramos y en el que difícilmente existimos y siempre existiremos. Así pues, repitámoslo, si la crucifixión fuera el único dato disponible, cualquier persona sensata haría bien en sospechar –y aun en concluir – que Jesús fue una víctima inocente de la inacabable miseria humana, porque de tales víctimas, y de tal miseria, está lleno, y a rebosar, este mundo.

El problema de esta visión (que, dicho sea de paso y por si a algún lector le interesa, yo mismo compartí durante un tiempo) es que, en el caso de Jesús –y a diferencia de lo que ocurre con el Bautista–, la ejecución es solo un dato entre muchos otros. No repetiré aquí lo ya escrito (cf. http://www.bibleinterp.com/articles/2013/ber378008.shtml), y me limitaré a consignar que entre esos otros datos hay declaraciones atribuibles con suficiente seguridad a Jesús, declaraciones atribuibles con suficiente seguridad a sus discípulos, declaraciones de otros personajes relativas a Jesús y sus discípulos, descripciones de acciones de Jesús, descripciones de acciones de sus discípulos, descripciones de acciones de Jesús y sus discípulos en conjunto, etc.

Es crucial advertir el hecho de que todos estos datos constituyen, en su conjunto, un patrón de convergencia, y es asimismo crucial advertir que los patrones de convergencia –la recurrencia de motivos en distintos estratos y formas en las fuentes disponibles– gozan de las mayores garantías de historicidad. Esto ha sido mostrado intermitentemente por la investigación a lo largo del s. XX, y ha sido puesto de relieve de nuevo en los últimos años por diversos autores como A. Wedderburn, D. C. Allison, etc. (para una exposición sistemática me permito remitir al lector interesado a mi artículo “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia. Por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”, Estudios Bíblicos 70,3 (2012), pp. 371-401). No digamos cuando otros criterios de historicidad pueden ser –como en este caso– añadidos.

El hecho de que, a diferencia de lo que ocurre con Juan el Bautista, a la hora de evaluar la identidad de Jesús y su ejecución a manos de las autoridades políticas de su tiempo dispongamos de un patrón de convergencia que traiciona una ideología y actividad sediciosa hace que en este caso nos hallemos en un marco epistemológico sensiblemente diferente. No captar estas diferencias y no asumirlas en los razonamientos relativos a la muerte de Jesús convierte todo discurso ulterior en cháchara errática, y precipita toda discusión en un callejón sin salida.

Las inferencias sobre la muerte de Jesús efectuadas directamente a la luz de lo que sabemos sobre la muerte del Bautista incurren, así, inevitablemente en la falacia. Para decirlo más claramente: a la luz de las fuentes disponibles, la ejecución del Bautista es atribuible plausiblemente a la hipocondría de Antipas; la ejecución de Jesús no es atribuible plausiblemente a la hipocondría de Pilato (o, si se prefiere, a la presunta ligereza de Pilato, o a su presunta brutalidad, o a la presunta malevolencia de Caifás, o a una suma de tales presunciones).

Existen ciertamente unos pocos pasajes en los Evangelios canónicos cuya historicidad parece probable, y en los que Jesús se opone a –o limita– el uso de la violencia, pero todos los intentos –y son inacabables– por esgrimirlos contra la hipótesis de la implicación sediciosa están condenados al fracaso por dos razones. Primera: la fuerza y el valor explicativo de tales pasajes no son ni de lejos comparables al señalado patrón de convergencia. Segunda: como he indicado en el artículo on-line, y demostrado exhaustivamente en los trabajos en prensa, la hipótesis del Jesús sedicioso puede explicar de manera sencilla la presencia de tales pasajes, mientras que la inversa no es cierta: las hipótesis del Jesús no sedicioso no han explicado jamás satisfactoriamente, y de hecho no pueden explicar, la existencia de un amplísimo patrón de convergencia.

Por supuesto, a quienes sienten la profunda necesidad emocional o religiosa de creer a toda costa que Jesús fue una víctima inocente, ningún argumento podrá convencerles de lo contrario.

P.D. Está claro que vivimos en un mundo dirigido por tarados. Por si alguien quiere firmar:
https://www.change.org/es/peticiones/interceda-contra-la-ley-antihomosexual-en-uganda?alert_id=YGOmTdPtHU_vscfBNTuCH&utm_campaign=22307&utm_medium=email&utm_source=action_alert

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 17 de Abril 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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