CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Como decíamos la semana pasada, la idea de que Jesús fue crucificado porque fue considerado loco (homo cantabrigiensis dixit) está, con mucho, lejos de ser la más esperpéntica que se haya perpetrado en los últimos años.

Un ejemplo no menos ocurrente lo tenemos en un libro escrito por dos biblistas del gremio, John T. Carroll y Joel B. Green, y en el que también han participado los aún más conocidos Joel Marcus y Robert E. Van Voorst. Me refiero a The Death of Jesus in Early Christianity, Peabody MA, Hendrickson, 1995 (hay reedición de 2007, no vaya a quedarse nadie sin su ejemplar). El capítulo 9 se titula “Why Crucifixion? The Historical Meaning of the Cross”, ocupa las pp. 165-181, y en él, como su título indica se supone que en ella los autores nos van a explicar desde un punto de vista histórico por qué Jesús fue crucificado.

En la introducción del artículo, titulada “¿Por qué tuvo Jesús que morir?”, la cosa empieza como es previsible en estos casos: con la calificación del hecho de la crucifixión de Jesús como un “enigma” (p. 167), ilustrada con una autoridad competente. En este caso, se nos deleita con una cita de Anthony E. Harvey –el autor de Jesus and the Constraints of History–, otro respetado autor del gremio. La cita, en traducción, reza (no es apócrifa, y los autores la asumen con entusiasmo):

“Jesús fue crucificado como un enemigo real o potencial de la autoridad romana. Pero si miramos a los evangelios, no hay prácticamente nada que otorgue credibilidad a tal acusación (“there is virtually nothing which gives any color to such a charge”)”.

Empezamos bien. El titulus crucis con la pretensión de ser “rey de los judíos”, el hecho de que la crucifixión del Gólgota fue una crucifixión colectiva, la promesa de Jesús a sus discípulos de que se sentarían sobre doce tronos para juzgar (regir) a las tribus de Israel, la violencia en el templo y en Getsemaní, el compromiso de varios de los discípulos de Jesús de morir con él, la creencia de los discípulos de que Jesús iba a liberar a Israel (Lucas y Hechos), el antagonismo mortal entre Jesús y Antipas, los cargos sobre la actividad subversiva de Jesús en Lucas, el discurso de Gamaliel en Hch comparando al movimiento de Jesús con el de Judas y Teudas, etc. etc. etc…. todo esto, simplemente, no existe: “Virtually nothing”.

Ahorro a los lectores el resto del capítulo, y les llevo en volandas hasta la última sección, titulada “Jesús y la política romana”. Algún ingenuo quizás pensará que aquí se informa a los lectores de la mención de los romanos en Jn 11,47-50 (donde se dice que si se deja a Jesús vendrán los romanos y destruirán a la nación…), o de la cuestión del tributo (la versión lucana nombra al “gobernador”), o de la presencia de armas entre los discípulos de Jesús, o de la orden de Jesús a sus discípulos de adquirir espadas en Lc 22:36, o acaso de la mención de una cohorte en el arresto de Jesús en el relato joánico de la pasión, o tal vez de los curiosos dichos que establecen una relación inextricable entre seguir a Jesús y “tomar la cruz”… pero, de nuevo, en vano se buscará una referencia a cualquiera de estos pasajes. Claro: para los autores, todo esto no tiene nada que ver con la política romana…

Los benditos Carroll y Green prefieren contarse y contar a sus lectores lo siguiente: que el Imperio romano consistía en una red de relaciones de clientes y benefactores (“the network of overlapping obligation spread throughout the empire”) de la que incluso el emperador formaba parte (“the reciprocity of patronal relations obligated slaves to masters, sons to fathers, the elite to the emperor, and the emperor together with all of Rome, to the gods”) (p. 179), añadiendo que, de esta manera, el orden político romano con su ética vinculante de patrocinio, estaba enraizada en lo divino.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la crucifixión de Jesús, preguntará el lector ingenuo? Pues que, como nos dicen nuestros agudos exegetas, “contra tal orden universal el mensaje de Jesús está en marcado contraste (stark contrast)”. En efecto, añaden, el status en la nueva comunidad de Jesús se medía por el papel de uno como siervo: “Jesús comunicó de palabra y de obra que el servicio iba a prestarse a aquellos que gozaban de un status inferior, inclusive a los niños pequeños”. Además, “Jesús minó ulteriormente la ética del patrocinio sobre la que el imperio existía al insistir en que la gente diera sin la expectativa de recibir” (without expectation of return:: p. 180). Mientras que el imperio se sostenía en expectativas de reciprocidad, Jesús imaginó una sociedad “en la que la gente sería tratada como una familia, con servicios efectuados y bienes compartidos libremente, sin el compromiso de la obligación recíproca”. Y a renglón seguido Carroll y Green concluyen con la traca final:

“Jesús chocó con este orden político-religioso y enseñó a otros a hacer lo mismo; por tanto, debe (de) haber sido considerado una amenaza política” (Jesus ran afoul of this religio-political order and taught others to do the same; therefore, he must have been regarded as a political risk”).

A ver si queda claro: Jesús fue crucificado porque subvirtió el orden sociopolítico del Imperio romano… al enseñar a la gente a prestar atención a los individuos de las clases inferiores y a dar sin esperar nada a cambio.

No me digan que esta explicación no es convincente. No me digan que no sobreabunda en rigor, en sensatez, en racionalidad, en plausibilidad histórica. ¿Qué esperan las universidades españolas –me pregunto yo– para hacer a estos dos genios doctores honoris causa…?

Posdata: A aquellos de nuestros lectores que en este momento se vean tentados a practicar el seppuku, me permito dirigirles –en espera de la aparición de más extensos trabajos– a un breve artículo, publicado en Bible and Interpretation, por si les da qué pensar:

http://www.bibleinterp.com/articles/2013/ber378008.shtml

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Miércoles, 10 de Abril 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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