Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Estoy leyendo el tratado de ateologia de micheol onfray, filosofo frances, en donde se argumenta que pablo y no jesus, fue quien predico el odio al cuerpo y la sexualidad y alabo la castidad, Dice el autor que pablo posiblemente sufrio de impotencia y otros transtornos y que esa neurosis la quizo contagiar con los demas¿ que piensa ud? Respuesta: Acabo de publicar un comentario general a la posición de este sedicente filósofo. Ahora comento mi posición sobre Pablo y la situación de la mujer es la siguiente, tomada en gran parte de la Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino”, de la Editorial Trotta, Madrid, que saldrá un poco antes de la Feria del Libro de Madrid (inauguración a finales de mayo 2015) Creo que las ideas sobre la mujer subyacentes en el pensamiento de Pablo son la que expongo a continuación a pesar de que la innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas, como veremos, no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara. Sin duda influyeron en él los diversos “mundos” ideológicos a los que perteneció: semita y griego. A pesar de la declaración fundamental, cristológica, escatológica, no sociológica, de Gálatas 3,28, No hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús, no encontramos en Pablo una declaración formal que sustente ideológica y socialmente tal participación e influencia de las mujeres en los grupos por él fundados. Respecto a la situación de la mujer en sí misma y en la sociedad, el Apóstol mantiene una postura más bien contemporizadora con las ideas sociales-jurídicas normales al respecto de su entorno judeocristiano y del mundo helenístico-romano, sin blandir contra ellas ningún tipo de argumento. Las ideas subyacentes a la consideración de la mujer en Pablo se hallan en su Biblia, según hemos constatado. Hemos visto que cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos apenas alude al texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 (+ 5,2) como sí lo hizo Jesús sintéticamente (según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24), sino que carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale mal parada, como un ser de segunda clase, creado secundariamente desde y para el varón. Para Pablo, incluso allí donde ejerce funciones de colaboración y promoción del “evangelio”, el varón es gloria de Dios y la mujer es gloria del varón, según sostiene en 1 Corintios 11,3. Durante la breve existencia que resta en este mundo material, antes del fin, no hay por qué mudar la diferencia de grado entre hombre y mujer que es casi óntica, esencial. El reino de Dios en Pablo no vendrá en esta tierra, sino en un paraíso ultramundano y espiritual donde las diferencias sociales no contarán. Todo será nuevo y dentro de muy poco. Por tanto, no hay que restar tiempo de otras tareas de la proclamación de la Palabra para cambiar nada aquí, en este mundo material y efímero. La situación de la mujer y valoración del matrimonio y celibato en Pablo aparece --aparte de los textos de 1 Cor 11,2-15 y 14,33b-36—en el capítulo 7 de 1 Corintios es el texto básico que afecta directamente al tema “Pablo y las mujeres” aunque en sí se ocupe del matrimonio y del celibato. El matrimonio, la suprema institución social y religiosa de relación entre varón y mujer en el judaísmo, parece ser en sí para Pablo más bien bueno que malo, pero él no se manifiesta de un modo rotundo en pro de su bondad, aunque tampoco le parece que la institución necesite defensa alguna, salvo ante ciertos iluminados ascetas de Corinto. Pero, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de las mujeres en la antigüedad contemplaba el matrimonio ante todo para tener hijos, esta posición un tanto indiferente de Pablo podría resultar extraña. Lo que importaba a Pablo en el matrimonio era la materialización dentro de él de la relación “con el Señor” que nos ha salvado (v. 39). Pablo piensa en los gentiles convertidos: a unos les llega la fe como solteros y a otros como casados. Los estados de soltería o de matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna trascendencia salvífica (v. 17). Desde ese momento todo depende de cómo se relacionen los esposos con el Señor. El Apóstol intenta ser equilibrado, sin embargo, y defiende la institución del matrimonio (v. 2), pero aprecia ante todo la virginidad (vv. 7-8), puesto que permite dedicarse por entero a las cosas del Señor sin distracciones mundanas, materiales, inútiles (vv. 32-34). Desde ese punto de vista paulino, el de la proximidad inminente del fin, llega Pablo a una relativización muy notable del eros y del matrimonio, lo cual no deja indiferentes a las mujeres. Aunque el cuerpo del hombre (griego sôma), o el ser humano en cuanto considerado ser viviente material, no sea malo ni sea sinónimo de sarks, “carne”, con todo su sentido peyorativo de bajeza y pecado, las “flaquezas de la carne” se concentran, según Pablo, también en los creyentes, en el aspecto más negro de la sexualidad: el apetito lujurioso. Las tribulaciones de la carne se presentan incluso en la unión lícita de marido y mujer (v. 28). El matrimonio es, pues, un mal menor para Pablo y por ello lo relativi¬za. Como urge el final de los tiempos, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen (v. 29). Pero todo esto debe aplicarse también a los varones, no sólo a las féminas como si Pablo las considerara más “carnales” que los varones. No es así; probablemente lo contrario, como indica 1 Cor 7,36: Pero si alguno teme faltar a la conveniencia respecto a su prometida, por tener excesiva vitalidad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que desea: no peca, cásense. Desde el punto de vista feminista, el aspecto positivo de la doctrina paulina radica en una innegable valoración de la mujer al mismo nivel que el hombre en ciertos estratos del horizonte matrimonial-sexual. Con buena voluntad, podría situarse a Pablo levemente en la línea del primer texto del Génesis (1,27): la prohibi¬ción del divorcio afecta por igual al hombre y a la mujer (vv. 10-11), y en cuanto a las relaciones conyugales, el Apóstol presupone una igualdad absoluta de condiciones (vv. 2-4); el celibato no parece fundamentarse a pesar de todo en una estimación negativa del ser femenino en cuanto femenino, como entidad sexual perversa, como ocurría entre algunos judíos (Testamento de Rubén, por ejemplo). En el nuevo grupo mesiánico a la espera del inminente fin del mundo, las mujeres tienen ante Dios, y en lo esencial de la salvación, la misma participación que los varones. Es consecuente con este programa de igualdad espiritual (Gál 3,28), el que las mujeres ejerzan algunas funciones en las comunidades paulinas: Patronas y benefactoras (esquema típico del Imperio romano helenístico de “patrón – cliente”, pero en el ámbito de la iglesia doméstica). Este es el caso de una mujer comerciante de púrpura, rica, temerosa de Dios, de nombre Lidia, según Hch 16,14-15Y de Febe, según Rom. 16,1-2. También Priscila y su marido Áquila actuaban como benefactores, pues cedían su casa en Éfeso para las reuniones de la iglesia doméstica de la ciudad, Rom 16,19. Ministras o diaconisas (funciones a veces difícilmente distinguibles de las evangelizadoras). Así Rom 16,1. Profetisas. Que las mujeres ejercieron en las comunidades paulinas como “profetisas”, es decir, de algún modo como “dirigentes”, es claro y queda fácilmente probado por 1 Cor o por Hechos. En comunidades estrictamente paulinas la mujer podía orar y profetizar en público con ciertas condiciones: (1 Cor 11,5). Maestras. Evangelistas/apóstoles, etc. ¿Podría decirse que para Pablo era la mujer socialmente y según el orden de la creación un ser de segundo grado? Muchos comentaristas lo niegan rotundamente, pues sostienen que deben tenerse en cuenta los pasajes acerca de las funciones de las mujeres en la comunidad que acabamos de considerar, más la igualdad de manifestarse en público como orantes en alta voz y profetisas, que hemos citado también. Otros, sin embargo, aceptan que Pablo albergaba para su interior, y lo dejó mostrar en 1 Corintios claramente, la noción de que las mujeres son seres humanos de segundo grado puesto que a ello le conducía la exégesis de Gn 2 en su conjunto, olvidando el texto igualitario de Gn 1,27. Opino que, desgraciadamente, pesa más esta segunda opinión, aunque con un cierto contrapeso debido a las funciones que desempeñaban en las iglesias domésticas. En general podría decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel uno y otro (el uno para el otro) en la intimidad del matrimonio, las relaciones sexuales, y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad sustancial. Pablo jamás se preocupó de superar esta situación de desigualdad social de las mujeres porque estaba convencido del inminente fin del mundo. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 5 de Mayo 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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