Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Pablo de Tarso, apóstol de los gentiles La personalidad de Pablo aparece en diversos pasajes de los Hechos de los Apóstoles. Lucas estima necesario presentar sus datos personales como elemento conveniente para situar su actividad y transcendencia en el origen de la Iglesia. En el discurso que pronunció Pablo en hebreo dirigiéndose el pueblo en presencia del tribuno hizo, según el texto de Lucas, una autopresentación en datos concretos: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel según la exacta doctrina de la ley patria, celoso de Dios como sois todos vosotros en el día de hoy” (Hch 22,3). Recordó que había perseguido a muerte la doctrina cristiana, lo que también recuerda en 1 Cor 15,9 y en Gál 1,13, dos cartas consideradas auténticas de Pablo. Lo que conocemos solamente por el testimonio de los Hechos de Lucas es el dato de su nacimiento en la ciudad griega de Tarso de Cilicia, ciudad que presumía de ambiente cultural elevado, como certifica el geógrafo Estrabón (Geografía de Grecia, XIV 5,13). Su origen judío y el hecho de haber nacido en Tarso son datos que encajan perfectamente en lo que conocemos de su dominio de las lenguas hebrea y griega. Un hombre de dos mundos lo califica C. J. den Heyer en el título de su ensayo sobre el Apóstol de los Gentiles. No tanto la afirmación de su ciudadanía romana, de la que nada dice en sus cartas. El gesto de evitar la flagelación en virtud de su dignidad de “hombre romano” en las cárceles de Jerusalén no se repitió en otras numerosas ocasiones, mencionadas en su segunda carta a los corintios (2 Cor 11,24-26). Es verdad que apeló a la justicia del César, pero la apelación en sí era un derecho de cualquier habitante libre del Imperio. Pablo de Tarso, el apóstol de las gentes, no pertenecía al grupo de los Doce. Sin embargo, su presencia en la tradición cristiana ocupa un espacio comparable al del mismo Simón Pedro. En el contexto de la resurrección, ampliamente desarrollado en la primera carta a los fieles de Corinto, se proclama a sí mismo “el menor de los apóstoles” y añade una vez más que no era digno de ser llamado apóstol, pues había perseguido a la iglesia de Dios (1 Cor 15,8). A pesar de estas expresiones, la verdad es que Pablo se consideraba a sí mismo como apóstol. La carta a los romanos incluye esa realidad en el saludo, donde se presenta como “llamado al apostolado, elegido para predicar el evangelio de Dios” (Rom 1,1). La idea se repite en los inicios de muchas de las epístolas del Corpus paulino, incluidas las Pastorales. Pablo se presenta a sus destinatarios como “apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios” (2 Cor 1,1; Ef 1,1; Col 1,1). En la carta a los fieles de la provincia de Galacia, Pablo hace una apología de su misión comparándola con la de Pedro. En efecto, Pablo afirma que “había recibido el evangelio de la incircuncisión, como Pedro el de la circuncisión, pues el que obró en Pedro para el apostolado de la circuncisión, obró también en mí para el de los gentiles” (Gál 2,7-8). Que así lo reconocieron los demás apóstoles, es una realidad comprobable por la letra de los textos. Desde que la historia de Pablo hace irrupción en la narración de los Hechos de los Apóstoles, el foco de interés sigue su peripecia, sus viajes y su doctrina. Una doctrina que acaba imponiéndose a las teorías de los judaizantes. El conjunto de las epístolas del Corpus paulino abre horizontes nuevos más allá de los puntos de vista propios de los evangelios sinópticos. Los viajes apostólicos fueron experiencias que Pablo y Bernabé blandieron como argumentos decisivos en las deliberaciones del Concilio de Jerusalén (Hch 15). La importancia de la personalidad de Pablo es la razón de la atención que prestó al Apóstol de las Gentes la devoción de la sociedad cristiana. Después de los Hechos canónicos de Lucas, son los Hechos apócrifos de Pablo una de las obras más antiguas y apreciadas de la literatura apócrifa. Con razón figuran en el elenco de los Viajes Apostólicos recogido y comentado por el patriarca Focio en el códice 114 de su Biblioteca. Los HchPl han sufrido numerosas reelaboraciones, divisiones y hasta sensibles pérdidas. Pero la razón fundamental de los complicados datos documentales debe buscarse en el interés que siempre suscitó en los senderos de la tradición la figura del personaje. Pablo fue para muchos el iniciador de los hechos cristianos en mayor medida que el mismo Jesús. El programa de su doctrina es más personal e independiente que el de los evangelios, siempre anclado en el horizonte del Antiguo Testamento. El desarrollo de su vida, de furioso perseguidor de la iglesia a celoso apóstol de su fe, no deja de ejercer un atractivo con fuertes razones de transparencia y sinceridad. Vamos a seguir los pasos de su transformación a través de los textos del Nuevo Testamento como introducción a la presentación de su vida en los libros apócrifos. Los autores de estas obras corrigen silencios y omisiones con detalles, muchas veces inventados, pero que servían para satisfacer la curiosidad y la devoción de los fieles. Un ejemplo preclaro de ese afán es el esfuerzo de trazar en varios pasajes el retrato físico de los protagonistas, una descripción que luego ha influido en la iconografía de los apóstoles aludidos. Las imágenes de Pablo como hombre calvo, con otros rasgos concretos, tienen como base la descripción de su persona en los Hechos de Pablo y Tecla 3,1. (Cuadro de San Pablo del Greco) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 21 de Marzo 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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