Notas
(Tengo problemas con el añadido de la foto de la cubierta de este libro. En cuanto sepa solucionarlos, la modificaré)
Hoy escribe Antonio Piñero Signifer libros, pequeña editorial de ámbito cultural, sobre todo en materias de historia antigua, está realizando una labor titánica en nuestro país, en donde mucha gente se interesa por la cultura, ciertamente, pero en donde abundan muchísimo más las gentes a las que esta les interesa bien poco. O al menos así lo parece cuando leemos acerca de los grandes índices de audiencia de algunos programas televisivos. Signifer tiene una pequeña colección, Mikrá “(libros) pequeños”, “Minima” en otras editoriales, que no asustan por su volumen, pero cuyo contenido da mucho que pensar. El nº 6 lleva por título Orígenes del credo cristiano. El triunfo de la tergiversación paulina, del 2014 ISBN 978-84-1602-00-3, 94 pp., formato de bolsillo, en donde G. Puente, en palabras del editor, “presenta con concisión la hazaña redaccional del evangelista Marco, indeleblemente impregnado del pensamiento paulino, al transformar una tradición oral (precisaré más abajo, en gran parte) sobre el mesianismo galileo en el ‘mito de Cristo’ mediante su hibridación con la literatura greco-oriental de las religiones de misterio. El atento análisis de los evangelios canónicos en el marco judeocristiano del siglo I, incluso en su incongruente redacción, permite desvelar la raíz de esta asombrosa transformación que fluye desde el fondo de su propia composición literaria”. Estoy de acuerdo con este punto de vista. Haciendo un paréntesis diré que Marcos no es solo literatura oral. Los materiales previos eran probablemente los siguientes: A) Un ciclo de milagros que presentaba a Jesús lleno de poder y en contacto especial con Dios = Mc 1,21-34 y los capítulos 5 y 7. B) Un ciclo de “diálogos polémicos” con sus adversarios dialécticos, en especial los escribas y fariseos = Mc 2. C) Una colección de parábolas = Mc 4. D) Un discurso apocalíptico de Jesús = Mc 13. E) Una breve narración sobre la “Última Cena” y la Eucaristía = Mc 10,42-45, tradición que quizá proceda en parte de Pablo: 1 Cor 11,23-26. F) Una historia de la pasión, ya bien organizada = Mc 14,13-16,8. Todos estos elementos no estaban unidos aún entre sí y la mayoría no tenía indicaciones precisas del lugar o tiempo en que ocurrieron. Había, además de los conjuntos mencionados, otras muchas noticias sueltas sobre Jesús, tanto dichos como hechos, que Marcos podía recabar de la tradición oral, que en su tiempo circulaba con gran viveza y que en cierto modo vivía paralelamente al intento de ahormarla por escrito. Con todo ello compone Marco una suerte de relato somero de la vida pública de Jesús. A veces, Marcos es respetuoso con la tradición, y la incorporación de algunas partes de ella a su obra causa notables tensiones a sus propios presupuestos teológicos. Dicho esto, creo que estoy totalmente de acuerdo con Puente Ojea (G. P. O.) en que el marco general del Evangelio, los añadido redaccionales, a veces muy sutiles y continuos, transforman más que notablemente la figura de Jesús que la crítica puede reconstruir, precisamente y muchas veces a partir de ese “material furtivo” (la expresión es de G. P. O.) que ha recogido el evangelista. La perspectiva crítica no pasa en absoluto de moda. La prueba es este librito, que recoge lo que G. P. O. publicó en 1999 en un volumen de ARYS, “Antigüedad, religión y sociedades”, Editorial de la Universidad de Huelva, nº 2, 1999, 359-406, y cuyas ideas siguen estando prácticamente todas vigentes. Hay que seguir reflexionando sobre la más que probable ficción literario-teológica de que “Jesús había previsto, asumido, y anunciado secretamente a sus discípulos, antes de iniciar el período decisivo de su aventura personal, el martirio expiatorio en la cruz y su resurrección al tercer día”. G. P. O. reflexiona sobre los cinco aspectos relevantes del mensaje de Jesús de Nazaret: la perspectiva mesiánica judía de la que participa plenamente Jesús; el reino de Dios como utopía religioso-política; la inminencia de este Reino y la urgente exigencia de la conversión personal; el radicalismo de la ética escatológica de Jesús o “ética interina” válida sola para los momentos inmediatos antes de la llegada del Reino y que son como una parte añadida a la moral general del judaísmo farisaico del helenismo, y –finalmente-- el cumplimiento de las promesas de Dios al pueblo de Israel. Lo que creo que puede ser también muy interesante para el lector de hoy, a pesar del paso de un decenio y pico, es –en el apartado del radicalismo y apocalíptica de Jesús y su ética escatológica-- el escrutinio serio y directo, absolutamente al grano, del núcleo interpretativo de los libros de G. Vermes; de la perspectiva del Jesus Seminar (R. W. Funk y R. E. Hooves, “Five Gospels, one Jesus! What did Jesus really say? Sonoma 1992); de los libros de J.D Crossan, The Historical Jesus. The Life of a Mediterranean Jewish Peasant (Nueva York 1991; hay versión española; el de B. M. Mack, The Lost Gospel: the Book of Q and Christian Origins (San Francisco 1993). La crítica de G.P.O. son muy oportunas a pesar del tiempo transcurrido. Lo que ha cambiado hoy día, y bastante, es la apreciación de los cambios –o mejor de la perspectiva-- que introduce Pablo de Tarso en la consideración del Jesús histórico. G.P.O. habla de “tergiversación” de la figura del Jesús histórico por parte del Apóstol. A nadie le cabe la menor duda que el cambio de perspectiva es tan radical que ciertamente se puede hablar de tergiversación. Pero lo que ha cambiado hoy día es la noción de si Pablo actuó de un modo voluntarista, autónomo, fantasioso a la hora de describir las cualidades del “Cristo celeste”, es decir, si actuó como un prestidigitador teológico que saca un nuevo as de su manga, o bien si siguió unas pautas que le iba marcando la especulación judía apocalíptica desde hace siglos y que hoy conocemos muchos mejor gracias a estudios del pensamiento judío realizados no sólo desde el punto de vista cristiano ¡, sino sobre todo de los especialistas judíos que estudian la época del Segundo Templo. Es cierto que Pablo no explica en ningún sitio con absoluta claridad cómo concibe la naturaleza del Mesías; le interesa más su función que su esencia. Por un lado, el Jesús terreno, como cristo, ungido mesiánico, no tiene problemas especiales de intelección para el lector de las cartas paulinas. Pero no es el Jesús terreno el que ocupa continuamente la mente de Pablo, sino el Resucitado, el Exaltado a nivel divino, el Cristo celestial. El problema capital, pues, es dilucidar si el Apóstol entendió que este Jesús era Dios desde siempre (al estilo del Evangelio de Juan, aunque la comparación sea anacrónica), con su característica de preexistencia, o bien un ser humano elevado a entidad divina sui generis tras su muerte, lo que sería una suerte de apoteosis. Hoy día la investigación paulina tiende a pensar que el Apóstol, como judío mesiánico y apocalíptico que era, no abandonó su religión judía, sino que siempre pensó teológicamente dentro de los marcos, muy amplios y libres del pensamiento apocalíptico judío de la época del Segundo Templo. Por ello no parece haber sentido inconveniente mental alguno en admitir la existencia de una figura mesiánica con naturaleza doble e imprecisa a nuestros ojos. Es humana, aunque con características especiales ya en esta tierra puesto que tiene una autoconciencia muy alta; pero cuando muere, es resucitado, elevado y exaltado al cielo por Dios Padre; allí, por “adopción” teñida de una suerte de apoteosis, le son otorgados caracteres exclusivamente divinos. Habría, pues, en Pablo una mezcla de esquemas judíos helenísticos, en el fondo generados por la invasión del platonismo vulgarizado incluso en Palestina –como señalo Martín Hengel-- con un esquema grecorromano de adopción y de apoteosis, con resultados superiores a los de un mero héroe grecorromano como se podría pensar de un Heracles/Hércules, por ejemplo. Por tanto, Pablo no fue un simple prestidigitador que sacó de su chistera la noción de la humanidad-divinidad del Mesías sabiendo que era un mero truco, ni necesitó inventar fantasiosamente nada acerca de ese Cristo celeste cuando repensó y reinterpretó la vida del Jesús de la historia, centrándose en su muerte, resurrección y exaltación /adopción y, en especial, en su función como agente divino, cuyo asiento está a la diestra de Dios. No debe, pues, pensarse que todo ello es el fruto de una desbordada fantasía de carácter único. En rigor, tampoco Pablo necesitó tampoco inspirarse directamente en las apoteosis de los héroes o varones grecorromanos, contados entre los dioses ya en vida o normalmente después de su muerte. El proceso es ciertamente el mismo, pero la exaltación/apoteosis de un ser humano considerado excepcional estaba ya asimilada dentro de una tradición muy típica del judaísmo de su época, el arrebatamiento al cielo, adscrito ya a Elías y otros personajes como señalaba el texto de J. Marcus. Pablo, pues, no hace otra cosa que asignar a Jesús lo que otros judíos anteriores o coetáneos habían aplicado a diversos personajes, “un como hijo de hombre” de Daniel, Moisés, Elías, Melquisedec, Henoc o Job. Naturalmente esta constatación no significa disminución alguna de nuestra percepción de la enorme distancia entre lo que pudo realmente ser la vida, figura y misión de Jesús de Nazaret y la concepción paulina del Cristo celeste como señala oportunamente G. P. O. en su libro. Sigue siendo una rotunda verdad en la que insiste una y otra vez el pequeño librito que comentamos que el Cristo celeste no pertenece al ámbito de la historia, sino evidentemente al de la teología. Ahora bien, hoy día ya no se puede pensar simplemente en Pablo como un mero “creador de mitos” (el Mythmaker de H. Maccoby, por ejemplo) desde la nada, sino en un Pablo que siguió fielmente, pero con audacia y cierta innovación los senderos de un pensamiento apocalíptico judío, cuyo transfondo es griego aunque a veces no cayera en la cuenta. Pues bien, esta es la perspectiva en la que conviene leer las reflexiones de G.P.O. de hace años quien se adelantó claramente en España en señalar las grietas tan notables entre el Jesús histórico y el Cristo teológico. Un libro pionero, por tanto, que merece la pena leerse. Saludos cordiales Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid Www.antoniopinero.com
Viernes, 12 de Septiembre 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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