CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero


Es curioso observar que el único texto rotundo –o únicos-- que puede resistir en apariencia la navaja de la crítica se halle sólo en el Evangelio de Lucas: 11,20 (“Si expulso a los demonios… sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros) y quizás 17,20 (“El Reino de Dios está entre vosotros”). Y es curioso también que sea este Evangelio en el que se observa con más claridad, sobre todo en la transcripción y acomodación del material apocalíptico de Mc 13, el retraso de la parusía. Lucas hace decir a su Jesús con absoluta claridad: “Pero cuando oyereis guerras y sediciones, no os espantéis; porque es necesario que estas cosas ocurran primero; mas el fin no será de inmediato”. Y es el único evangelio que hace decir también a Jesús “el Reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17,20).

No es extraño que la iglesia naciente, al sentir que la parusía se retrasaba, encontrase pronto la solución a esta aporía: no hay que esperar un fin inmediato del mundo… ¡porque en realidad el reino ya estaba aquí, con Jesús! La presencia actual del Reino es la gran solución del problema del retraso de la parusía.

Es curioso también que el autor de este evangelio, o la misma comunidad lucana, haya conservado un texto que parece indicar que Jesús y los de su entorno pensaban que el reino de Dios vendría en el futuro, aunque inminente: Lc 21, 27-26::

Entonces verán llegar al Hijo del hombre en una nube con gran potencia y gloria (Dn 7,13-14). 28 Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación.

El reino de Dios, la liberación, coincide con la venida del Hijo del Hombre que es futura;:

“Como ellos lo estaban escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reinado de Dios iba a despuntar de un momento a otro” (Lc 19,11).

La impresión que produce el aislamiento del texto de Lucas entre tantos otros que afirman la futuridad del Reino, es que fue precisamente en esa comunidad lucana donde con más viveza y en primer lugar se halló la solución para la aporía de que el Reino futuro profetizado por Jesús como inminente aún no hubiera llegado. Si se entiende el Reino como ya presente de algún modo, se acaban todos los problemas. Su llegada real y futura puede esperar.

A este respecto obsérvese el cambio del Evangelio de Lucas en las Bienaventuranzas, comparando los textos de Mateo y Lucas, que deja la contradicción de fondo más clara: Mt 5, 3-8: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados”. Pero en Lc 6,21 Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.


Y es de suponer que desde ese momento la misma iglesia comenzara a interesarse mucho más por los dichos del Maestro que podían indicar aunque obscuramente que el reino de Dios ya había llegado, y que estaba presente de algún modo entre los hombres. Esta tendencia es la que ha llevado durante diecinueve siglos -y continúa vivísima ahora, según los ejemplos examinados- a hacer sobre todo exégesis de los pasajes de los que se puede obtener la idea teológica de que el reino de Dios está ya presente y ha venido a ser de algún modo, la responsable también de que hayan quedado obscurecidos los dichos, tan claros, de Jesús sobre el reino de Dios como una entidad futura y sobre que ante todo sus elementos más visibles serán materiales (1ª fase).


Conclusión general de la serie


Cuando escriben sobre el reino de Dios según Jesús de Nazaret, los expositores cristianos por lo general hacen hoy día una reinterpretación y transposición profunda de las ideas de ese Jesús acerca del Reino. La figura y misión del Maestro, recordada y transmitida por tradición, es el fundamento del cristianismo (no hablo de «fundador»), aunque no sin cambios, pues es el cristianismo resultante una religión diferente al judaísmo.

De hecho, como hemos sostenido, esta transformación, a veces muy profunda y antitética con el pensamiento originario de Jesús, comienza inmediatamente después de la muerte de éste: recuérdese el discurso de Pedro en Pentecostés, cap. 2, con sus nuevas interpretaciones de Jesús a causa de su resurrección y su exaltación cabe el Padre. La interpretación de Pablo de Tarso, que se inicia quizás unos tres o cinco años después de la muerte de Jesús es mucho más radical y profunda. Y tras él siguen los evangelistas… y el resto de los escritores del Nuevo Testamento. Por ello la Iglesia de hoy tiene también todo su derecho histórico en predicar un concepto del reino de Dios acomodado al tiempo presente. Es, pues, una nueva y constante reinterpretación.

Sin embargo, no me parece correcto que la inmensa mayoría de los libros acerca de Jesús, de talante pretendida y expresamente científico e histórico (incluso el libro de J. A. Pagola como indicamos arriba), presenten al público una concepción del reino de Dios según Jesús que no es la de Jesús. Debe decirse claramente: lo que se escribe es una reinterpretación del pensamiento de Jesús y es conforme a derecho; la historia del cristianismo lo avala. Pero no deben presentarse las que son reinterpretaciones como si fueran el auténtico el pensamiento del Jesús de la historia.

La insistencia en un reino de Dios presente ya en Israel, que ha venido ya a la tierra durante el ministerio de Jesús, ofrecida al público sin muestra si quiera de duda razonable, y sobre todo con la solemne afirmación de que es lo más real, interesante y novedoso de la predicación de Jesús no me parece correcta. En tales libros, la diferencia de páginas –y de énfasis- otorgada al evento futuro del Reino y a la presencia o «venida ya actuada» del Reino suele ser abrumadora en pro de la segunda perspectiva. Que el Reino de Dios sea una «acción continuada del Padre», casi exclusivamente en el ámbito de la ética, y que ya empezó con la venida y acción de Jesús es algo que va contra todas las ideas judías y de Jesús mismo, y es algo que debe ser probado con lo textos más seriamente.

Como he sostenido, tales libros confunden los inicios, los preludios, las afirmaciones proléptico-proféticas, el comienzo del «tiempo de salvación» –como en otros profetas apocalípticos que se creen afortunados por vivir el final- con la venida del reino de Dios, y se presenta esta venida no como simplemente incoada, sino como efectivamente llegada y presente.

En realidad nadie debería de admirarse de la existencia en los Evangelios de dichos que parecen indicar un reino de Dios ya venido. Lo extraño sería, en mi opinión, lo contrario. Que un Jesús que, como otros profetas apocalípticos, se veía inmerso en la dicha y en la tortura de estar viviendo los momentos finales del mundo presente y los instantes preparatorios, breves y trascendentales, para la inauguración de un «nuevo eón» sería un personaje raro si no hubiese sentido en algunos momentos «que el reino de Dios estaba ya ahí». Al sentir los inicios de la derrota de Satanás en los exorcismos y sanaciones obradas por Dios a través de sus manos tenía necesariamente que sentir que la llegada del Reino se estaba acelerando y era casi palpable. Pero creo, a la vez, que si se le hubiese preguntado a Jesús si el reino de Dios había venido ya, y si estaba realmente presente, habría contestado con un no rotundo. Estimo que ese «no» apuntaba al pensamiento real de Jesús.

Sin embargo, lo que deduce cualquier lector de hoy leyendo los libros criticados en los inicios de esta serie (Pagola; Theissen- Merz; Dunn; R. Aguirre-C. Bernabé-C. Gil) es exactamente lo contrario: una impresión o una «certeza» que creo errónea, a saber, que lo verdaderamente importante en Jesús es que él creía que el Reino había llegado ya.

El que haya una corriente de investigación seria desde Johannes Weiss hasta hoy que pone seriamente en cuestión ese punto de vista exegético sobre que Jesús pensaba en un reino de Dios presente y ya venido, debería hacer a los exegetas mucho más prudentes. En la actualidad hay suficientes ejemplos de libros escritos por notables autores para actuar con esa prudencia, pero sus argumentos son generalmente ignorados.

Y con esto concluimos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com




Viernes, 12 de Julio 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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