Notas
Escribe Antonio Piñero
Sobre este misterioso personaje escribí brevemente en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, Madrid, 5ª ed., 2016. Haré ahora una síntesis, ya que mi pensamiento no ha cambiado al respecto. El Evangelio mismo (en su apéndice del capítulo 21, que es ciertamente de otra mano) presenta como su autor, o al menos como garante de la información en él contenida, al “Discípulo amado” (21,24: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.). El resto del Evangelio (el propiamente tal: capítulos 1-20) no contiene dato alguno sobre este personaje que ciertamente es el garante –según el Evangelio mismo– de lo que en él se contiene: Quizás haya otra afirmación por el estilo –es dudosa y poco clara en todo caso– en 19,35 a propósito de la lanzada en el costado de Jesús (“Lo atestigua quien lo vio, y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis”). Es posible que este texto procediera de la misma mano que la del redactor secundario del Apéndice (capítulo 21 y que se refiriera también al Discípulo amado. Hay cinco menciones de este “discípulo amado” en el Evangelio de Juan: 1. 13,23-26: Última Cena. 2. 18,15-16: aquí aparece como “otro discípulo” que hace el favor a Pedro de introducirlo en el palacio del sumo sacerdote. 3. 19,25-27: Jesús confía el cuidado de su madre al discípulo amado. 4. 20,2-10: el discípulo a quien Jesús amaba corre con Pedro y llega antes al sepulcro. 5. 21,20-24. Aquí aparece dos veces: “Pedro se vuelve y ve que le seguía el discípulo a quien Jesús amaba”: v. 20; “Éste es el discípulo que da testimonio de esto y que lo ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”: v. 24. La tradición entera de la iglesia primitiva y algunos estudiosos hasta hoy ven en este “discípulo” al apóstol Juan, hijo del Zebedeo (Mt 4,21 y par), muerto quizás en el 44 d.C. (Hch 12,2). Sin embargo, de un modo casi unánime, incluso entre los críticos católicos, se rechaza esta opinión. Son tres fundamentalmente las razones que apoyan este rechazo: 1. El Cuarto Evangelio no es el producto de un testigo visual, sino alguien que utiliza material escrito anterior: por ejemplo, una especie de fuente donde se hallan recogidos varios milagros de Jesús, más otra al menos, la historia de la Pasión, similar a la de los Sinópticos. ¿Necesitaría de fuentes ajenas un testigo visual de los hechos? 2. Este discípulo nunca es llamado por su nombre. ¿Qué razón habría para no hacerlo si se tratara de Juan hijo del Zebedeo? El cap. 1 del Evangelio llama por su nombre a otros varios discípulos, ¿por qué callar precisamente el de Juan? Este argumento tiene su punto débil en que el autor del Cuarto Evangelio tampoco llama por su nombre a la madre de Jesús. El argumento del silencio es llevado al extremo por algunos investigadores que piensan que, al no nombrar a este discípulo de un modo específico, el autor mismo del Evangelio da a entender que se trata de un discípulo ideal, no real, la encarnación literaria del modelo del discípulo perfecto. 3. La teología del Cuarto Evangelio es muy evolucionada, su cristología es muy avanzada; supone un conocimiento de la tradición sinóptica y sólo puede haberse compuesto en su conjunto en un estadio tardío dentro del desarrollo de la teología cristiana del siglo I. Para mantener en parte la tradición eclesiástica hay autores que defienden que el “Discípulo amado” –no precisamente Juan, hijo del Zebedeo, sino otro personaje secundario del cristianismo primitivo, desconocido por otra parte— pudo estar en el origen, tras la línea de pensamiento que interpretó la vida, misión y figura de Jesús de esta manera tan peculiar. Es decir, el autor real del Cuarto Evangelio se inspira en las interpretaciones de Jesús de este “discípulo amado”, que está detrás de la denominada “escuela johánica” (cf. cap. 23) de pensamiento. No es improbable que la figura de un garante de la tradición dibujada en el Evangelio pudiera haber sido importante en la historia de la comunidad que está detrás del Evangelio (quizás el fundador de ella), y que se transformara o sublimara con el tiempo en el tipo del discípulo ideal de Jesús. Siguiendo esta hipótesis, en una época posterior un personaje anónimo del grupo de seguidores del “discípulo amado” compuso el Cuarto Evangelio basándose en las tradiciones que se fundamentaban en ese discípulo, probablemente ya fallecido. A éste autor l denominamos “Juan” por comodidad. Pero no pudo ser un espectador directo de la vida de Jesús porque ofrece una imagen demasiado diversa a la de los Sinópticos, sobre todo de la de Marcos, que en opinión de muchos estudiosos es la que más se acerca al Jesús histórico. Como nos ha ocurrido hasta ahora, sabemos muy poco de lo que nos interesará saber. A algunos les puede parecer que es desesperante nuestra escasez de datos. Pero precisamente por ello, la tradición y la imaginación posterior amplifica lo poco que hay y se inventa, a veces, presuntos hechos que no resisten la menor crítica. “Ignoramos e ignoraremos”. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Martes, 22 de Agosto 2017
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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