Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI Frente a la idolatría, la religión verdadera Pedro abunda en consideraciones sobre la insensatez de la idolatría y en los perfiles absurdos en los que se mueve. De nuevo alude a la acción de la serpiente, que engaña al hombre para desviarlo del amino recto que conduce a la salvación. El apóstol hace un recuento de las doctrinas y de los detalles que componen el conjunto de la religión verdadera. “En la religión de Dios, se predica que se debe vivir sobriamente, ser casto, dominar la ira, no sustraer lo ajeno, vivir justamente, moderadamente, con firmeza, mansamente, contenerse a sí mismo en las necesidades, más que cuando no se tiene nada saciarse injustamente quitando lo de otro” (Hom XI 15,2). La respuesta de la idolatría Con relación a los llamados dioses, sucede prácticamente lo contrario. Los idólatras acuden a los lugares designados para ellos, se embriagan gustosamente y encienden altares, cuya grasa atrae a los espíritus ciegos y sordos hasta el lugar del olor. De este modo, algunos de los que están allí se saturan de furores entusiastas, otros de absurdos alimentos, otros se dedican a la lascivia y otros al robo y al homicidio. Pues entonces el vapor de la sangre y la libación de los vinos embotan a los espíritus impuros, que están ocultos dentro de ellos y provocan que sientan gusto en aquellas cosas, que los envuelven de fantasías falsas en sueños y los castigan con miles de sufrimiento; los embriagan gustosamente y encienden altares, cuya grasa, atrae a los malos espíritus. Todo esto explica los variados desvíos de los que practican los cultos vanos a los ídolos. La realidad es que el vapor de la sangre y la libación de los vinos embotan a los espíritus impuros, que están ocultos en lo más íntimo de los idólatras. Los idólatras bajo el poder de los demonios Con variadas excusas de supuestas ofensas, o necesidad, amor, ira o tristeza los malos espíritus ahogan a los idólatras con un lazo o con agua, los arrojan de un precipicio y les quitan la vida mediante suicidio, apoplejía o cualquiera otra dolencia. Los demonios emplean todo su furor y sus estrategias para perder a la humanidad. Pero los hombres tienen a su disposición el poder de Dios y la capacidad de su libre albedrío para rechazar la acción de sus enemigos. La virtud capaz de llevarlos al triunfo es la piedad, que no es otra cosa que el cumplimiento de la Ley. La piedad como solución Frente a los que suponen que hay también hombres piadosos que caen en semejantes padecimientos, Pedro afirma que esto es imposible. Pues “el piadoso con Dios, de quien hablo, es aquel que realmente lo es, no el que solamente lo es de nombre; pero el que realmente lo es cumple perfectamente las disposiciones de la ley que se le ha entregado” (Hom XI 16,2-3). Si uno obra impíamente, no es piadoso. De la misma manera, si un extranjero cumple la Ley, es judío; si no la cumple es griego. El concepto de piedad es la actitud correcta en las relaciones del hombre con Dios, proclamadas en el texto de la Ley. Sigue diciendo Pedro que el judío que cree en Dios cumple la Ley, y por la fe en ella, aleja incluso los otros padecimientos por semejantes y pesados que sean como montañas. Pero el que no cumple la Ley, por no creer en Dios, se convierte evidentemente en desertor; y de ese modo, al no ser judío es pecador; y por su pecado es víctima de los sufrimientos preparados para castigar a los pecadores. El conocimiento o la ignorancia de la verdad Es evidente que los judíos tenían unas normas expresas y proclamadas con absoluta claridad en el texto de la Ley dada por Dios a Israel por medio del profeta Moisés. En opinión del Pseudo Clemente, la fidelidad a la letra de la Ley es el cumplimiento de la justicia exigida por Dios. Entre los judíos y los griegos se da esta diferencia esencial, que también puede afirmarse como conocimiento de la verdad frente a la ignorancia. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 12 de Abril 2015
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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