Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI Encantar a la serpiente Como dice la Escritura, la vida del hombre sobre la tierra es una especie de estado de guerra (Job 7,1). Una guerra entablada entre la serpiente tentadora y el hombre y su libre albedrío. La serpiente tiene sus estrategias de acuerdo con su natural habilidad, ya que la Biblia la define como la más astuta de todas las bestias del campo (Gén 3,1). El primer enfrentamiento, desarrollado en el ambiente del Paraíso, acabó con una victoria completa a favor de la serpiente tentadora. Con su estrategia derrumbó el estado de felicidad de nuestros primeros padres. Se acabó el paraíso de las delicias y tomaron asiento en la sociedad humana el pecado, los males y la muerte. Ahora Pedro aconseja a la humanidad la respuesta correspondiente a las habilidades de la enemiga del género humano, que sigue oculta en el interior del hombre. Es preciso oponerse a ella y a sus planes según los consejos de los apóstoles. En vista de los miles de lazos que tiende al hombre para provocar malos razonamientos y dificultades, con mayor razón debe el hombre oponerse a ella y escuchar asiduamente las enseñanzas de sus maestros. Conviene, pues, que los que han sido gravemente engañados, se reúnan para conocer de qué manera es preciso encantarla. Porque de otro modo es imposible. Pedro emplea la palabra “encantar” y “encantamiento”. Es como responder con las mismas armas de la serpiente, que Pedro explica y aclara. Concepto de encantar a la serpiente “Cuando hablo de “encantar”, quiero decir oponerse a sus malos consejos con vuestro razonamiento, recordando que en el principio introdujo la muerte en el mundo con la promesa de conocimiento” (Hom XI 18,2). El gran argumento empleado por la serpiente en el Paraíso fue precisamente la promesa de hacer de Adán y Eva como dioses conocedores del bien y del mal. La estrategia de la serpiente tiene un alto componente de engaño y mentira, que el Profeta Verdadero se encarga de desvelar proponiendo el conocimiento en vez del error. Para ello lanza sobre los que viven sobriamente como un fuego destinado al seductor, una ira similar a una espada. Prolongando el discurso, destruye la ignorancia con el conocimiento, cortando, como quien dice, y separando los vivos de los muertos. El conocimiento es principio de unidad Cuando la maldad estaba extendida por toda la tierra, la guerra lo dominaba todo. La solidaridad humana era vencida por la separación de los padres incrédulos de los hijos amantes de la salvación. Lo mismo sucedía entre las hijas y las madres, los amigos y los compañeros. Pedro responde al absurdo de tales separaciones diciendo que es justo que se separe el que quiere salvarse del que no lo quiere, sino que quiere perecer y hacer perecer a otros. Pero los que son sensatos no quieren separarse, sino convivir y ayudarse con la presentación de las cosas mejores. De ahí que los incrédulos, que no quieren escucharlos, les hacen la guerra separándolos, persiguiéndolos, odiándolos. Los que sufren estas cosas, compadeciéndose de aquellos que están sufriendo las insidias de la ignorancia, oran mediante la doctrina de la prudencia por los que preparaban males contra ellos, pues saben que la ignorancia es la causa de su pecado (Hom XI 20,3). El amor a Dios es amor al Padre Una de las cosas que el hombre debe saber es que Dios es padre. En consecuencia, debe Dios ser amado lo mismo que amamos a nuestro padre. Ahora bien, los padres son básicamente “Los autores del origen”. Por eso amamos y respetamos a nuestros padres. Pero Dios es el autor supremo de nuestro origen, por lo que tenemos el sagrado deber de respetarle, venerarle y amarle sobre todas las cosas. El que los hombres no honren a Dios como autor de su origen no tiene excusa. Ni siquiera por el hecho de que a Dios nunca lo ha visto nadie. ¿Por qué, pues, dais culto a seres insensibles? -pregunta Pedro-.Y qué? Si era difícil para vosotros saber qué es Dios, sin embargo, no podíais dejar de saber lo que Dios no es, como para comprender que Dios no es madera, ni piedra, ni bronce ni cualquiera otra cosa hecha de materia corruptible. ¿Acaso no han sido cincelados con hierro, y el hierro que los ha cincelado no ha sido ablandado por fuego, y el fuego no se apaga con agua? ¿Y no tiene su movimiento el agua por el viento, y el viento no tiene su primer impulso de Dios que todo lo ha creado? Termina Pedro su argumentación contra la idolatría afirmando solemnemente que los ídolos no son otra cosa que una creación de los hombres, pura materia sin capacidad ni para ayudar a los débiles ni, mucho menos, para conceder la salvación eterna. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 22 de Febrero 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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