CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía VIII

Frustración de las turbas con la huida de Simón

La llegada de Pedro a Trípolis provocó la huida de Simón hacia Siria. La huida del Mago había producido una profunda frustración en las turbas, sedientas de escuchar las prometidas acusaciones de Simón contra Pedro. Pero la ausencia de Simón no había calmado las ansias algo morbosas del auditorio. Era la situación anhelada de un enfrentamiento sistemático, concretado en detalles y sospechas. La enemistad de Pedro y Simón había provocado situaciones similares, en las que no habían estado ausentes las calumnias y los insultos. Debates de cara al público llevaban consigo el riesgo de subida de tono en gestos y palabras.

La dialéctica de Simón frente al poder sagrado de Pedro

Pedro estaba advertido por sus espías sobre la habilidad dialéctica de su adversario. La gente no ignoraba el dato y estaba impaciente por comprobar los resultados reales. La dialéctica de Simón topaba con el poder taumatúrgico de Pedro, que hacía invencible su palabra. El hecho es que Pedro estába sorprendido por la diligencia de las turbas por escuchar su discurso. Y recordando las palabras de Jesús “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”, Pedro se siente gozoso porque observa que los llamados son muchos. Son, pues, muchos los que Dios ha llamado, pero advierte que la llamada no es bastante, si no va acompañada de buenas obras (Hom VIII 4,4). Los llamados que completan la llamada con el ejercicio de obras buenas son los que obtendrán la recompensa.

Necesidad de las buenas obras

Pedro recuerda que no basta la fe, si no va acompañada de buenas obras. Esta recomendación de Pedro es una de tantas que marcan la diferencia de la doctrina de Pedro con la del “hombre enemigo”, que no es otro que Pablo. Es el antipaulinismo de las Pseudo Clementinas, del que hablan los investigadores. No se salvan los hebreos por creer en Moisés si no observan sus palabras. Dios concedió a los hebreos y a los llamados de entre los gentiles la gracia de creer en los maestros de la verdad. Pero dejó en su libre albedrío la práctica de las obras buenas, que son las que en definitiva abren los caminos para llegar a la vida eterna. En contra de lo que Pablo parece recomendar, de nada vale creer si la creencia no va avalada por la práctica de obras buenas o la realización práctica de las palabras escuchadas.

“Tampoco, concluye Pedro, la salvación consiste en creer a los maestros y llamarlos señores” (Hom VIII 5,4). En este sentido da lo mismo creer a Moisés que creer a Cristo. Lo determinante es poner en práctica sus enseñanzas. Porque ni hebreos ni gentiles obtendrán ningún provecho por llamar señores a sus maestros, si no dejan de hacer las cosas propias de los esclavos. Porque no aprovechará a nadie el decir sino el hacer. De todos modos, es imprescindible la práctica de las buenas obras.

Cambio del local que servía de auditorio

Mientras Pedro hablaba estas cosas a su auditorio en el local donde hablaba, irrumpió una gran multitud en tropel, como si hubiera sido llamada por alguien. Cuando Pedro vio al gentío que acudía a escuchar su palabra mansamente como la corriente tranquila de un río, rogó a Marones que le proporcionara un lugar más amplio, que pudiera contener a toda aquella multitud. Su anfitrión condujo a la multitud a un campo abierto y bien cultivado. Era un lugar adecuado para el deseo de Pedro y su anfitrión, así como para las pretensiones de la turba expectante. Pedro subió a la base de una estatua no demasiado alta para dirigir la palabra. Saludó al auditorio según acostumbraba y, al ver que muchos de sus oyentes estaban aquejados por variadas dolencias, les ordenó permanecer tranquilos para escuchar su discurso. Luego, sanaría a todos de sus enfermedades y expulsaría a los demonios de los posesos.

Elogio de la bondad y la justicia de Dios

Inició entonces un discurso que era una apología de la bondad y la justicia de Dios. La bondad de Dios estaba por encima de todas las calumnias que Simón había vertido contra él. El Creador del mundo lo había hecho todo bien, aunque muchos hombres lo acusen movidos de falsos doctores. Según la opinión de Simón Mago, Dios había cometido muchos errores y era merecedor de reproches. Como si fuera el culpable de la existencia del mal en el mundo. La raíz de todo era la ignorancia. Por eso, los que ahora acusan a Dios deben desdecirse con buenas palabras y buenas obras “presentando la ignorancia como causa de su mala conducta para conseguir el perdón” (Hom VIII 9,3).

La ley de Dios

La presencia del mal y del pecado en la sociedad humana hizo que Dios enviara a los hombres su Ley, que venía a ser “la manifestación del camino que conduce a su amistad, enseñándoles con qué obras de los hombres el único Dios y dueño de todos se deleita”. Y eso era la Ley de Dios, que expone las cosas que le agradan, define la ley eterna para todos, que ni puede ser derogada por una guerra, ni menoscabada por ningún hombre impío, ni escondida en algún lugar, sino que puede ser leída y comprendida por todos.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro










Domingo, 7 de Septiembre 2014


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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