CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Literatura Pseudo Clementina

Homilía III (51-56)

Nos quedábamos el día anterior debatiendo con Pedro y Simón Mago acerca del carácter de Dios, raíz y base de las disensiones esenciales entre las doctrinas de ambos contendientes. Como en otros pasajes, el argumento referencial es la figura del Profeta Verdadero o Profeta de la Verdad. En su personalidad, su doctrina y su misión está la solución de los problemas de los que, como Clemente, viven con pasión su deseo de encontrar el camino que a ella (la Verdad) conduce. El que confesó en un momento solemne y transcendental de su vida que había bajado del cielo y venido al mundo “para dar testimonio de la verdad”, tenía en sus manos y en su palabra las llaves que abrían las puertas del misterio.

Otra vez, el criterio del Profeta Verdadero

En las explicaciones de Pedro, era el Profeta el que hablaba. Y de sus aclaraciones se deriva el hecho de que no todas las palabras de la Ley pertenecían realmente a ella. Un argumento irrebatible eran sus palabras de que no había venido a disolver la Ley. Lo decía precisamente cuando procuraba, cuando menos, poner limitaciones a su extensión: “Oísteis que se dijo…”, pero “Yo os digo…” Esta actitud del Profeta significaba que algunas cosas oídas y conocidas por sus oyentes debían considerarse ajenas a la doctrina de la Ley.

Aires de cambio

La palabra de Pedro alumbraba puntos de vista nuevos, propios del Profeta de la Verdad. Que las cosas apuntaban a cambios en la vida social de los fieles era por lo demás una evidencia. Los hechos no necesitan de grandes argumentaciones. Pedro decía con sencillez y contundencia: “Así pues, cuando todavía subsistían el cielo y la tierra, cesaron los sacrificios, los reinos, las profecías entre los nacidos de mujer y todas las cosas por el estilo, como si no fueran mandamientos de Dios” (Hom III 52,1). Lo que la Escritura había sancionado desde Moisés, lo que conformaba la mentalidad del pueblo hebreo, había llegado a su final. Otros eran los escalones que conducían a la salvación.

La palabra definitiva del Profeta Verdadero no ofrecía la menor duda: “Yo soy la puerta de la vida; el que entra a través de mí, entra en la vida” (Jn 10,9), ya que no hay otra doctrina que pueda dar la salvación” (Hom III 52,2). Podía decir con toda la seguridad de su autoridad profética: “Venid a mí los que buscáis la verdad y no la encontráis”. Porque la Verdad no es una mercancía pública, conocida con facilidad y sin esfuerzo. Pero es una oferta que el Profeta proporciona a los que la buscan a la sombra de su magisterio. Él es la puerta de la vida, la puerta en exclusiva que lleva a la salvación. Es la razón por la que muchos profetas desearon ver los días del Profeta, pero no los pudieron ver.

Recuerdo del vaticinio de Moisés

Pedro reitera en su alocución el vaticinio del Profeta que llegó a Israel desde Moisés: “Yo soy aquel del que profetizó Moisés diciendo: «El Señor Dios levantará para vosotros un profeta entre vuestros hermanos como yo: escuchadle en todo. Pero el que no escuchare a aquel profeta, morirá” (Hch 3,22-23; Dt 18,15). Podía, pues, proclamar Pedro con claridad y contundencia que “es imposible asentarse en la verdad salvífica sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca. Pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús” (Hom III 54,1).

Algunas doctrinas del Profeta

Asentado, pues, el magisterio de Jesús, como el Profeta Verdadero, puede Pedro permitirse la libertad de regalar a sus oyentes con algunas perlas de la enseñanza de su Maestro. Ante todo, la forma de afirmar sin necesidad de excesivas explicaciones. Para afirmar basta un “sí”, para negar basta un “no”; el resto viene del Maligno o del interés de rodear la propia palabra de las garantías de verdad. Habla de los patriarcas muertos como de los vivos que poseen a Dios. Certifica que el Maligno es el tentador, que no dudó a la hora de tentar al mismo Cristo. La raíz hebrea de Satanás nos lleva precisamente al concepto y perfil del tentador.

Del manido tema de la presciencia de Dios, asegura el Profeta que todos deben saber que Dios conoce las necesidades de los fieles antes de que recurran a su misericordia. Y a los que todavía abrigan dudas en su interior, les recuerda que su oración no precisa de muchas palabras ni muchos gritos. La relación de los fieles con Dios se realiza perfectamente en el silencio, porque Dios ve lo oculto y escucha el silencio. El Profeta recuerda a los suyos que Dios busca más la misericordia que los sacrificios, el reconocimiento de Dios más que los holocaustos (M7 9,7; 12,17). Es decir, cuenta más a los ojos de Dios la fidelidad a su voluntad que las observancias rituales.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro


Miércoles, 12 de Marzo 2014


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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