Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía III La ignorancia es la causa de los errores Sigue el debate entre Pedro y Simón Mago acerca del concepto de Dios a lo largo de la Homilía III. Y Pedro insiste en una constante de su doctrina y su predicación cuando reitera la idea de que la ignorancia es la causa de los errores que comete la humanidad. Frente al convencimiento de que la verdad, su búsqueda y posesión es la solución de todos los problemas, la ignorancia es su situación antagónica. Acababa Pedro de afirmar que el Profeta de la verdad es el criterio correcto para un acierto cósmico. “La ignorancia es la causa de todos los males” (III 12,1). Por esta razón la estrategia del demonio se apoya en la defensa y apoyo de la ignorancia de los mortales. Oculta el hecho de que la ignorancia por sí misma es causa de la ruina. Engaña cuando sugiere que la ignorancia excusa del error. Pues con ella pasa lo mismo que con el veneno. El que toma un veneno letal perece aunque ignore que ese veneno causa la muerte. Pedro repite la idea con insistencia para que el pecador conozca las consecuencias de su pecado “Los pecados, dice Pedro, destruyen naturalmente al pecador aunque haga por ignorancia lo que no es debido” (III 12,3). El mayor pecado de todos es la idolatría La serpiente sugiere que la ignorancia pude ser una excusa válida para la actitud del pecador. Tanto más cuanto que algunos tratan de ignorar como recurso a su vida incorrecta. Ese gesto es, por el contrario, una razón más para que su castigo sea mayor. Pedro concluye claramente que “como insensible, desagradecido y como siervo muy indigno, será apartado del reino de Dios” (III 13,3). El error mayor de todos es sin duda la idolatría o el politeísmo. Es siempre el mayor reproche que la Escritura dirige al pueblo elegido. El demonio pretende engañar a los hombres con una estrategia llena de ideas tentadoras. Estas son las palabras que Pedro pone en boca de la serpiente: “Nosotros también sabemos que existe un solo Dios, el Señor de todos, pero éstos también son dioses” (III 14,1). Como si fuera compatible la existencia de un solo Dios con la de otros dioses, tal como algunos prefieren ver en la letra de las Escrituras. Semejanza del caso de Dios con el del César Compara Pedro el caso de Dios con el del César, que, siendo único, tiene multitud de servidores con su autoridad subordinada, pero al margen de la autoridad suprema del César único. Los cónsules, tribunos, gobernadores son lo que son por concesión del César y con potestades de encargo. El apóstol califica tal doctrina como “terrible veneno”, ya que mezcla la verdad de la existencia de Dios, único y creador, con la de otros dioses que son objeto de veneración y culto de parte de los politeístas. En consecuencia, el politeísmo es un ultraje del Dios único. Pues de la misma manera que no es lícito llamar “césares” a los servidores del César único, tampoco es correcto ni lógico denominar “dioses” a los que no son otra cosas que obra de las manos de los hombres. La Escritura dirá de ellos que “tienen ojos y no ven, oídos y no oyen…” Es, pues, difícil esperar la salvación de quienes no pueden ni siquiera salvarse a sí mismos. Necedad de la idolatría La necedad de la idolatría queda al descubierto cuando se consideran las religiones que admiten toda clase de dioses, como es el caso de Egipto: “Por ejemplo, vuestros maestros egipcios, los que se glorían sobre la meteorología y prometen distinguir las naturalezas de las estrellas, por la mala opinión que se oculta en su interior, sometieron ese nombre a toda clase de deshonor. Pues algunos de ellos enseñaron que se debía dar culto a un buey llamado Apis, otros a un macho cabrío, otros a un gato, otros a una serpiente, incluso a un pez, a cebollas, a flatulencias gástricas, a cloacas, a miembros de animales irracionales y a otros millares de abominaciones absurdas totalmente vergonzosas” (III 16,1-2). Las palabras de Pedro debieron de provocar la lógica hilaridad entre sus oyentes. Pero reaccionó echando en cara a los sonrientes de sus oyentes errores igualmente dignos de risa y merecedores de reproche. Los mismos egipcios, objeto de las risas de los oyentes de Pedro, aceptaban las discrepancias del auditorio de Pedro, pero presentaban sus razones a manera de excusa en detalles que hacían reprensibles a los divertidos oyentes. Nosotros, dicen los egipcios, “aunque adoramos a animales mortales, pero al menos han vivido alguna vez; pero vosotros dais culto a cosas que nunca han vivido” (III 17,3). Esta diferencia nos lleva a la idea repetida de que la verdad es una sola y tiene un solo camino, mientras que la mentira es múltiple y a ella se accede por caminos diversos. Lo que explica la pluralidad de formas de culto y hasta de dioses en las diferentes culturas. Lo que en unas es ridículo, en otras tiene carácter de sagrado. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Lunes, 13 de Enero 2014
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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