CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía I

Clemente tras el rumor

La situación anímica de Clemente, sus angustias y su desolación recibieron un impacto con las noticias que llenaban los espacios públicos de la Urbe. El rumor – la “fama” – que llegaba de Judea daba en el blanco de todos sus afanes. Era como si al ángel de Dios le trajera la respuesta a sus acuciantes preguntas. Noticias de un reino eterno, con las lógicas consecuencias de eventuales premios o castigos, le resolvía la dolorosa aporía que lo tenía postrado en cama y en una desesperación sin fácil salida.

La eternidad del reino prometido y de los premios o castigos era una explicación palmaria de su problema fundamental, el del alma inmortal. Todos sus problemas quedaban explicados con palabras claras y razonamientos bien asentados. Si era verdad todo lo que se contaba del personaje, su predicación, sus promesas y los argumentos de sus prodigios y su potestad sobre las leyes de la naturaleza, la fama era poco menos que una urgente llamada. Como el mismo Clemente dirá más adelante, lo sorprendente es que las turbas no se conmovieran y volaran en busca del rumor. Porque la base de la fama no era precisamente un rumor intrascendente, sino algo que separaba la desolación de la esperanza en bienes y realidades eternas, el temor a la nada y al olvido de la realidad de unos hechos que llenaban los vacíos enormes de la existencia del hombre.

Datos del rumor

Vale la pena recoger la totalidad del texto con el que Clemente proclama la concreción de los rumores aludidos. Un hombre concreto, que aquí aparece sin nombre, pero que en las Recogntiones (I 7) no es otro que Bernabé, con quien pronto entrará Clemente en estrecho y decisivo contacto, clamaba a voz en grito en los aires de Roma en el otoño de aquel mismo año: “Romanos, escuchad: El Hijo de Dios está presente en Judea prometiendo la vida eterna a todos los que vivan según la voluntad del Padre que lo ha enviado. Por eso, cambiad vuestra conducta pasando de las cosas malas a otras mejores, de las temporales a las eternas. Reconoced que hay un solo Dios que está en los cielos, cuyo mundo habitáis injustamente delante de sus justos ojos. Ahora bien, si os convertís y vivís según su voluntad, trasladados a otro mundo y transformados en eternos, gozaréis de sus inefables bienes. Pero si no hacéis caso, vuestras almas, después de su separación del cuerpo, serán arrojadas al lugar del fuego, donde atormentadas eternamente harán una penitencia inútil. Pues la ocasión de la penitencia es ahora la vida de cada uno” (I 7,2-6).

La predicación de Bernabé abunda en las ideas de una vida eterna, posible solamente en la inmortalidad de las almas. Igualmente insiste en la necesidad de cambiar las actitudes efímeras y transitorias en visiones de eternidad. La felicidad eterna supone una vida de piedad y justicia; lo contrario conduce al fuego eterno. La solución a una vida menos recta estriba en la penitencia, cuyo momento es la vida presente.

Clemente, identificado con un “yo” recurrente, expresa su incomodidad ante la frialdad de los romanos. Para él, la reacción lógica va expresada con unas palabras llenas de sentido común. No comprende por qué cada romano, oyente de las palabras de Bernabé, no reacciona con la decisión esperada: “Iré a Judea para ver si el que anuncia estas cosas dice la verdad cuando afirma que el Hijo de Dios ha venido a Judea para manifestar la voluntad del Padre que lo ha enviado en orden a una buena y eterna esperanza. Porque no es nada pequeño lo que dicen que predica. Pues asegura que las almas de algunos, al ser inmortales, gozarán de bienes eternos, mientras que las de otros, arrojadas al fuego inextinguible, sufrirán un eterno castigo. (I 7,7b-8)”. La inmortalidad del alma da un marco de eternidad al contenido de las palabras que Bernabé pone en boca de los romanos sensatos.

Encuentro de Clemente con Bernabé

Clemente acaba aplicándose a sí mismo el consejo que pone en labios de los romanos. Y toma rápidamente la decisión de cumplir su propio consejo. Pero unos negocios personales impiden su marcha, como sucede a los que toman decisiones en medio de las contrariedades de la vida. La importancia de su decisión hace que renuncie a ciertas ventajas crematísticas para no retrasar el cumplimiento de sus proyectos. Se dirigió con rapidez al Puerto (Pórton en griego), donde embarcó con intención de ir a Judea. Los vientos contrarios desviaron la nave y la llevaron a Alejandría de Egipto.

En Alejandría prosigue Clemente su investigación, tanto más cuanto que los vientos contrarios lo retienen en Egipto. De nuevo se dirigió a las escuelas de los filósofos en busca de información. Los filósofos no tenían idea de los rumores proclamados en Roma, pero sí habían recibido noticias de los sucesos de Judá, con datos concretos sobre el Hijo de Dios, del que contaban abundantes detalles las gentes que venían de allá. Hablaban de importantes prodigios realizados por el personaje en cuestión con el único medio de su palabra. En Alejandría vivía una numerosa comunidad judía, que mantenía una lógica comunicación con su sociedad.

Clemente manifestó su deseo de ver a algún testigo que pudiera confirmar lo que afirmaban los filósofos. Es entonces cuando le hablaron de Bernabé, el personaje que proclamaba la fama de los sucesos en los ambientes romanos. Era nada menos que discípulo del mensajero divino. Así cuenta el interesado su encuentro con Bernabé: “Hay aquí uno que no solamente lo conoce, sino que también es de aquella tierra, hombre hebreo, de nombre Bernabé, que incluso dice que es uno de sus discípulos. Reside aquí y cuenta los discursos de sus promesas a quienes voluntariamente desean oírlos” (I 9,1).

Las pesquisas de Clemente alcanzaban una de sus metas. Corrió al encuentro del hombre señalado por sus confidentes. Se unió a la turba que rodeaba a Bernabé, escuchó los comentarios de los oyentes y sacó la conclusión de que era un hombre que decía la verdad. La Verdad era precisamente la obsesión que había cambiado la vida del ciudadano romano. Clemente tenía la impresión de haberla encontrado, expuesta con sencillez y naturalidad sin los juegos dialécticos de los filósofos y con el testimonio uniforme de la turba que hablaba de los prodigios obrados por el enviado del cielo.

RIUS-CAMPS, JOSEP, “Las Pseudoclementinas: Bases filológicas para una nueva interpretación”. Revista Catalana de Teología 1 (1976) 79-158.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro



Lunes, 2 de Septiembre 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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