CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

De los análisis efectuados en anteriores postales sobre el Catecismo de la Iglesia Católica se sigue que los cristianos que hoy en día se oponen a la pena de muerte no tienen una mayor legitimidad, en tanto que cristianos, que los que mantienen una postura retencionista, ni son eo ipso más sensibles o más agudos que estos (a quienes a menudo parecen considerar más simples o anticuados, lo cual les proporciona de paso la agradable sensación -plenamente ilusoria- de ser más “críticos”). Más aún, podría decirse que estos creyentes abolicionistas se engañan más que los otros, ya que aunque a menudo aspiran noblemente a superar la violencia producida en virtud de su fe, no solo la Escritura no les puede dar la razón concluyente a la que aspiran, sino que la Tradición abrumadoramente se la quita.

Dicho de otro modo: toda voz contra la pena de muerte en perspectiva eclesial, por muy bienintencionada que sea –y sin duda suele serlo–, es solo wishful thinking sin base -o, en el mejor de los casos, con tanta base como su contraria-. Como escribe precisamente un abolicionista católico, el abolicionismo procedente del mundo eclesiástico “no puede sacudirse un cierto polvo sospechoso. No de herejía, como en el siglo XII, ¡faltaría más!, pero sí de progresismo no suficientemente ortodoxo” (B. M. Hernando, “La pena de muerte y los cristianos”, Razón y Fe 1.072 (Febrero 1988), pp. 145-153, p. 150).

“La Iglesia debería levantar su voz a favor del abolicionismo”, “Tendríamos que empezar dando ejemplo en este terreno”, “Habría que pronunciar un no rotundo a la muerte”... son frases pronunciadas por los partidarios del abolicionismo en la Iglesia. Pero lamentablemente son únicamente frases piadosas, que si algún día llegan a resultar eficaces será porque se hagan tan fuertes e insoportablemente insistentes que la política de la conveniencia obligará a los órganos directivos de la Iglesia Católica a cambiar su posición (la cual, por tanto, en un nuevo cambio de circunstancias históricas podrá volver a variar). No será, por las razones que he expuesto, el resultado de la fidelidad a su Tradición, pues si la Iglesia quiere ser fiel a su Tradición habrá de mantener una violencia de la que no por azar ha sido durante muchísimos siglos y –ciertamente de manera amortiguada– sigue siendo aún hoy cómplice.

En lo que respecta a la pena de muerte, la enseñanza oficial de la Iglesia Católica es, pues, hasta cierto coherente con su tradición, pues mantiene la ambigüedad constitutiva que le permite un sí que no es un sí y un no que no es un no. En lo que respecta a sus pretensiones de ser guía en cuestiones morales, el examen de su doctrina oficial sobre la pena de muerte permite -si falta hiciera- dar un rotundo mentís a tales pretensiones, al apreciar las falacias e inconsistencias en las que incurre en sus documentos. Son las cosas que tiene la así llamada “revelación”.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

Martes, 26 de Febrero 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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