Notas
Escribe Antonio Piñero
No tienen base alguna en los textos que nos ha legado la Antigüedad hipótesis fantasiosas sobre la no muerte de Jesús: que le dieron láudano o cualquier otro producto…, que de hecho no murió…, que fue bajado inconsciente sólo de la cruz…, que escapó de la tumba –¡todos estaban de acuerdo para fingir su muerte!- y luego que huyó a la India o al Nepal…, etc., teorías todas que me parecen innecesarias y absolutamente descabelladas. Son además, teoría recientes basadas sobre el cliché del manuscrito descubierto en cierto momento (en el siglo XIX… ¡unos 1.800 años después del acontecimiento!) que contiene revelaciones sensacionales. En mi opinión sólo puede formular estas hipótesis quien desconozca la atmósfera y el ambiente del siglo I en Judea y cómo se las gastaban los romanos con aquellos que les suponían el menor impedimento. Como he dicho en ocasiones, los romanos sabían matar estupendamente. Y más cuando estaba en juego la estabilidad del Imperio. Naturalmente, el que un individuo se presentara en Jerusalén con pretensiones mesiánicas, es decir, regias, no era cosa banal y había que dar un escarmiento. Tales teorías son impensables, pues, en aquellas circunstancias. Pero, como ocurre otras veces, esto no significa que todo lo que los evangelistas afirman sobre la muerte de Jesús pase el filtro de los criterios para probar la historicidad. Así, por ejemplo, es muy inseguro afirmar cuáles fueron las palabras que Jesús dijo al morir, si es que dijo alguna. Parece cierto la mención de un grito del Nazareno antes de expirar, grito que debe entenderse quizá literalmente. El criterio de dificultad nos lleva a pensar que no había motivos para que lo hubieran inventado los cristianos, ya que el grito final podría malentenderse como de desesperación. Las razones en contra de algunos estudiosos no son convincentes . Pero, ¿pronunció Jesús algunas palabras, además del grito? El que éstas pertenezcan al Sal 22, 2: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, tiene un matiz sospechoso (= traídas para “probar” la veracidad de un salmo ya considerado profético), pero tiene más fuerza aún el argumento contra su historicidad el que el Evangelio de Juan no recoja palabra alguna de Jesús al morir y Lucas presente otras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” = Sal 31, 6 que Lucas pone también en boca del mártir Esteban (Hch 7, 59-60). De todos modos las palabras del Sal 22, 2 (Marcos / Mateo), sean históricas o no, encajan muy bien con una imagen del Jesús de la historia que esperaba la pronta venida del Reino de Dios, pero que se podía sentir traicionado y fracasado al no llegar éste en realidad durante su vida, y que pudo experimentar en algún momento el desgarro del abandono, al menos aparente, de Dios. Igualmente es dudosa la noticia de Mc 15, 36 + Jn 19, 28-29 de la sed de Jesús (¡como cumplimiento de la Escritura!, expresamente afirmado por EvJn en 19, 28) y la oferta de vinagre. El hecho es plausible en sí, pero imposible de garantizar como histórico por los criterios usuales. En conjunto, pues, sobre este tema: es muy posible que sólo se pueda defender como estrictamente histórico Mc 15, 37: “Y Jesús, lanzando un gran grito, expiró”. El resto parece relleno o dramatización de Marcos -o su fuente- o de los otros evangelistas, pues la influencia formativa de la Escritura parece estar presente por doquier (Sal 22, 2.16 + Sal 69, 22 + el motivo de Elías: Mc 15, 2.35). La confesión del centurión (Mc 15, 39) que proclama a Jesús “hijo de Dios” corresponde a la teología cristiana postpascual, por lo que tampoco parece histórico. En el cristianismo antiguo casi nada es como parece. Todo debe ser examinado… pero “sine ira et studio”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 25 de Marzo 2016
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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