CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Juan de Zebedeo en la literatura Apócrifa
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Metástasis de Juan

Es la última unidad literaria de los HchJn, en la que se cuentan sus últimos momentos y su sepultura. En primer lugar, recoge el discurso de despedida, dirigido a los hermanos, en el que Juan les recordaba los dones que habían recibido de Dios así como la garantía de su piedad y su misericordia. Luego, elevaba una plegaria a Jesús como sembrador de la palabra buena, defensor, bienhechor, salvador misericorde para solicitar su ayuda.

A continuación pidió pan y se extendió en una plegaria preparatoria de la eucaristía con un insistente “glorificamos” dedicado a diversos apelativos del Señor, que es nombrado de tantas maneras expresivas de su múltiple grandeza. Partió luego el pan, lo repartió entre los hermanos y lo gustó él diciendo: “Tenga yo también parte con vosotros, y la paz sea con vosotros” (c. 110,1). Enseguida ordenó a su servidor Vero que tomara a dos hermanos con cestos y azadones.

Salió Juan de la casa de Andrónico y Drusiana, pasó las puertas de la ciudad y caminó hasta llegar a la tumba de uno de nuestros hermanos. Es posible que el detalle aluda a la tradición, conservada en Eusebio de Cesarea, que habla de la tumba de dos Juanes en Éfeso (H. E. III 39,6; VII 25,16.). Dijo a los jóvenes hermanos: “Cavad, hijos míos”. Y les insistía que la fosa debía ser bastante profunda. Mientras ellos cavaban, Juan les predicaba la palabra de Dios. Acabada la fosa, Juan, sin previo aviso, se despojó de sus vestiduras y las arrojó al fondo de la fosa como si se tratara de sábanas. Después, de pie y vestido solamente con un camisón de franja doble, extendió sus manos y oró enumerando las buenas obras del Señor Jesús, que le prestaban argumentos para pedir que se dignara recibir su alma.

Recordó luego las diversas estratagemas de que Dios se valió para preservar intacta la virginidad de su apóstol. En una ocasión se le apareció para decirle: “Te necesito, Juan”; otra vez le envió una enfermedad corpórea cuando iba a contraer matrimonio; y en una tercera ocasión, se lo impidió y le dio sus razones diciendo: “Juan, si no fueras mío, te hubiera permitido casarte” (c. 114,1). Dios lo dejó ciego durante dos años para que tuviera la necesidad y la ocasión de llorar y suplicar. Y cuando al fin recobró la vista, decidió que le “fuera odioso incluso el mirar a una mujer”. Lo libró de “la inmunda locura que se halla en la carne”, le concedió una fe firme y un conocimiento (gnôsin) puro. Por todo, cumplida la misión que el Señor Jesús le había encomendado, suplicaba que se le otorgara el eterno reposo (anápausin). Ambas palabras (gnosis y anápausis) son dos términos muy queridos de los gnósticos. Continuó todavía orando para que el camino hacia el Señor quedara expedito de dificultades y errores, las tinieblas cedieran el paso a la luz, los demonios a los ángeles, la locura a la calma.

Termina Juan su vida y su carrera según el final del relato de su metástasis que suena así: “Estando en pie, se persignó y dijo: «Tú conmigo, Señor Jesucristo». Luego se tumbó sobre la fosa en la que había extendido sus vestidos. Y después de decir «La paz sea con vosotros, hermanos», entregó gozoso su espíritu” (c. 115,1). Los mss. R y Z tienen esta lectura: “Trajimos una sábana y lo tendimos sobre ella. Entramos en la ciudad y al día siguiente salimos, pero no encontramos su cuerpo, pues había sido trasladado por el poder de nuestro Señor Jesucristo”. El códice A (Ambrosiano 63 del s. X/XI), al referir la visita que los hermanos hicieron al sepulcro, concluyen diciendo que no encontraron otra cosa que las sandalias y la tierra en ebullición.

Varios códices concluyen con algunas frases, que recogen el gesto de los hermanos: “Dieron gloria a Dios por el milagro sucedido; y llenos de fe, se retiraron alabando y bendiciendo al Dios bondadoso, a quien conviene la gloria ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.”

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 16 de Agosto 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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