CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero


Sobre los momentos finales de Jesús, en concreto lo que él denomina "El conato de rebelión" escribe el Prof. Mosterín:


"La predicación de Jesús en Galilea se saldó en un fracaso. Rechazado en su tierra (“a ningún profeta lo aceptan en su tierra” –Lucas 4, 24), incomprendido por su propia familia, Jesús decidió dar un gran salto hacia delante, y llevar su predicación al corazón mismo del judaísmo, a la ciudad sagrada de Jerusalén. Allí confrontaría directamente al establishment y en el mismo templo inauguraría el reino de Dios.

"Los discípulos de Jesús se embarcaban en una peligrosa aventura que implicaba confrontación con la autoridad establecida y quizás incluso rebelión armada. Tenían que estar dispuestos a sacrificarlo todo: la propia familia, los bienes, incluso la vida, como con frecuencia ocurre en las sectas absorbentes y los grupos guerrilleros:



« Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y más aún, incluso a su vida, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26-27)

Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz. Así que todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío (Lc 14,31-33).  »


"Su misión era religiosa, pero lo religioso y lo político estaban imbricados en la Palestina ocupada, sobre todo en la siempre turbulenta ciudad de Jerusalén. Al menos algunos de sus seguidores iban armados. Junto a dichos que ensalzan el amor y la dulzura, los Evangelios conservan referencias inquietantes a las espadas:


« No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no he venido a sembrar paz, sino espadas (Mt 10, 34).

Ahora, el que tenga una bolsa, que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tenga, que venda el manto y se compre una espada (Lucas 22, 36).

Dándose cuenta de lo que iba a pasar, los que estaban con él dijeron: “Señor, ¿atizamos con la espada?” Y uno de ellos, de un tajo, le cortó la oreja derecha al criado del sumo sacerdote (Lc 22,49-50).  »


Los discípulos estaban llenos de expectativa de victoria y recompensa al llegar a la capital, “porque estaban cerca de Jerusalén y se pensaba que el reinado de Dios iba a despuntar de un momento a otro” (Lucas 19, 11).

Intervino entonces Pedro (en griego, Pétros, piedra):

« Pues mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido. En vista de eso, ¿qué nos va a tocar? Jesús les dijo:

Os aseguro que cuando llegue el mundo nuevo y este hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que por mí ha dejado casa ... o tierras, recibirá cien veces más ...” (Mt 19, 28-29). »


"En época de Pascua (Pésaj) Jerusalén estaba agitada por el bullicio de miles de peregrinos llegados de todo el mundo conocido a celebrar la mítica liberación del pueblo judío del yugo de Egipto. Las inquietudes y esperanzas escatológicas estaban en el aire. Los seguidores de Yeshúa le hicieron un gran recibimiento.

« Los que iban delante y detrás gritaban: “¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David!” (Mc 11, 9-10).

Los sumos sacerdotes y los letrados, al ver ... a los niños que gritaban en el templo “¡Viva el hijo de David!”, le dijeron indignados: “¿Oyes lo que dicen esos?” (Mt 21, 15).  »

"Las vivas al hijo de David con que sus partidarios lo aclamaban podían ser interpretadas por los romanos como pretensiones dinásticas al poder, al restablecimiento de una monarquía independiente de Roma. La gran preocupación de las autoridades judías era evitar provocar a los romanos, indiferentes en cuestiones religiosas, pero estrictos mantenedores del orden público. Los sacerdotes querían prender al alborotador Jesús, pero tenían miedo de provocar disturbios durante la Pascua: “Durante las fiestas no, no vaya a haber un tumulto en el pueblo” (Mc 14, 2). Jesús y sus seguidores no actuaban de un modo precisamente diplomático, llegando incluso a provocar altercados violentos en el mismo patio del templo.

Jesús entró en el templo y se puso a echar a todos los que vendían y compraban allí. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas (Mt 21, 12).

Hizo un azote de cordeles y los echó a todos del templo con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas y volcó las mesas de los cambistas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi padre en un mercado” (Jn 2, 13-16).

"En realidad, la presencia de vendedores de animales para el sacrificio y de cambistas de moneda era habitual y esperable en las épocas de afluencia de peregrinos, como lo sigue siendo hoy la presencia de tiendas y chiringuitos diversos a la entrada de los santuarios. Los judíos de la diáspora tenían que cambiar sus monedas romanas o extranjeras en monedas hebreas o fenicias, únicas aceptadas en el templo, por carecer de representaciones humanas acuñadas. (Las imágenes eran tabú para los judíos). También debían comprar los animales que iban a sacrificar. No hay que olvidar que el templo era también un inmenso matadero. Toda esta actividad mercantil tenía lugar fuera de los recintos sagrados y purificados. La acción de Jesús y sus discípulos tenía carácter político, y representaba una provocación directa a las autoridades del templo, alterando gravemente el orden público en un momento tan delicado como la Pascua".

Concluiremos el próximo día la presentación breve de Jesús por parte de Mosterín.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Martes, 24 de Agosto 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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