CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Génesis del Evangelio de Juan, según el Prof. Gonzalo Fontana (II) (584)
Escribe Antonio Piñero

Continuamos, como prometimos, con la exposición y análisis de los resultados del libro del Prof. Fontana sobre los orígenes históricos y el proceso compositivo del misterioso Cuarto Evangelio. Es importante tener siempre en cuenta en historia antigua y en los análisis filológicos sobre textos de esta época que la tarea de reconstruir el proceso de composición del Evangelio de Juan a la luz de los criterios filológicos usuales y la metodología normalmente aceptada pasa también por la revisión de las inquietudes e intereses de sus autores y sus eventuales destinatarios.

Pero este proyecto dadas las incertidumbres de la información disponible está siempre predestinado a dar lugar a una hipótesis que solo puede ubicarse en el terreno conjetural. Se impone, por tanto, la modestia. Con todo, los resultados del Prof. Fontana se ajustan a los criterios analíticos habituales en la historiografía y el análisis literario. La importancia de esta, y otras hipótesis sobre el estilo, consiste en su eventual capacidad para integrar en un relato coherente la mayor cantidad posible de los elementos que pueden obtenerse del análisis de los textos.

Pero hay hipótesis que son implausibles y otras que son razonables según el criterio del conocedor del ambiente del siglo I en Palestina y Asia Menor. Por ello pienso que la hipótesis interpretativa del Prof. Fontana ofrece algunos aportes significativos a la cuestión, y no solo en lo que hace a la reconstrucción del proceso de elaboración del texto, sino también en lo referido a la caracterización de sus sucesivos redactores, de sus propósitos doctrinales y, muy en particular, de sus vicisitudes históricas.

Una de las ideas centrales del trabajo, con la que estoy de acuerdo es que muy probablemente la redacción final –e incluso algunos de sus pasos previos-- del Evangelio de Juan fue compuesta en Éfeso o, al menos, en algún punto más o menos cercano de la costa occidental de Asia Menor. Consta históricamente que en esa región había varios grupos cristianos bastante bien caracterizados. De entre estos, los dos principales serían el propio «grupo johánico» (tal como lo denomina el autor), de impronta marcadamente judaica; y, por otra parte, el «grupo lucano», de matriz paulina y constituido, en principio, por individuos de origen gentil.

Solo desde la dinámica generada entre ambas comunidades —aledañas, mas no fundidas en una imposible «cristiandad primitiva» de carácter unitario— será posible reconstruir la compleja historia del texto del cuarto evangelio. Es muy importante esta afirmación: no existió ninguna cristiandad primitiva unitaria en esos primeros tiempos de lo que sería el cristianismo. De ningún modo. Los orígenes están caracterizados por la pluralidad de reinterpretaciones de Jesús. Y, con toda seguridad, cada grupo que tenía una densidad crítica de afiliados, estaba totalmente seguro que su interpretación era la más segura, cierta o correcta.

El Prof. Fontana cree haber demostrado –y estoy nuevamente de acuerdo-- que el texto cristiano primitivo del Cuarto Evangelio, lejos de ser el reflejo de la voluntad estética o genéricamente ideológica de un «autor», es, más bien, la materialización de las inquietudes y creencias de un colectivo humano concreto —la comunidad de los creyentes— y, por tanto, es muy verosímil que refleje en sí también la propia trayectoria histórica de ese grupo.

Esto es ya una idea antigua desde la llamada “Historia de las formas” (impulsada por Martín Dibelius y Rudolf Bultmann a principios del siglo XX) que atribuye a la “comunidad” más que a un autor preciso la autoría de los grandes fragmentos de la tradición acerca de Jesús. No quiere decir esto que se ningunee la figura de un autor. Ciertamente no porque la “comunidad” no escribe, y siempre es necesario que haya un autor o autores que lo hagan. Pero sí quiere decir que estos autores intentan reflejar con su opinión puramente personal, sino la del grupo en el que están integrados.

Así pues, y en lo que hace al texto del Evangelio de Juan —y en general al corpus johánico, que incluye las tres “Cartas de Juan”—, el Prof. Fontana afirma haber establecido con notable seguridad que no tiene nada que ver con el Juan histórico, el discípulo de Jesús, el hermano de Santiago el mayor e hijo de Zebedeo, lo cual no es ninguna novedad, pues la investigación hace muchos años que lo viene sosteniendo.
La «comunidad johánica» asentada en Éfeso tuvo en su memoria mítica no solo a Juan sino a otros héroes fundadores previos: el misterioso «discípulo amado» —tantas veces identificado a posteriori con ese Juan—; a Felipe (figura confusa en la tradición, la cual a veces lo llama «apóstol» y otras «diácono», dando lugar así a dos figuras legendarias distintas) —aquí el análisis del Prof. Fontana sí es novedoso—; y, finalmente, pero solo desde la segunda mitad del siglo II (atención a esta fecha tardía), el apóstol Juan, personaje homónimo de otro “Juan”, el presbítero (= anciano) Juan, conocido a través de Papías de Hierápolis (mediados del siglo II) , y que acaso pudiera ser identificado con el individuo que encabeza las cartas johánicas.

Si a esto se suma la existencia de un tercer Juan (el vidente del Apocalipsis), no es de extrañar que el desconocido erudito que, a fines del siglo II, fijó para la posteridad las diversas autorías del canon, sintiera la tentación de cortar por lo sano e identificar al creador de todos estos textos con el Juan histórico. Pero esta atribución fácil es del todo inverosímil, ya que existen serios indicios de que este primer Juan hijo de Zebedeo, fue quizás asesinado a mediados del siglo I (aunque tampoco es seguro, porque el texto de los Hechos de los apóstoles presenta a este Juan Zebedeo aún vivo después de que el rey Agripa I liquidara por la espada a su hermano Santiago en una fecha entre el 41-43). Más aún, no solo es que sea imposible asignar el texto a ningún personaje en particular; el caso es que, con toda probabilidad, este es resultado de una compleja serie de intervenciones editoriales sucesivas. En el Evangelio de Juan intervinieron pues, varias manos.

Seguiremos comentando los resultados de esta indagación.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 12 de Junio 2015


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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