Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigo haciéndoles partícipe de los datos que he tomado del artículo de Juana TORRES "Corrupción en las elecciones episcopales durante la Antigüedad tardía", pp. 265-276, del libro de la Editorial Signifer, “La Corrupción en el mundo romano”, editado por G. Bravo y R. González Salinero, Madrid 2008. Otra forma bastante generalizada en la Antigüedad tardía de alterar el procedimiento normal en las elecciones de obispos consistía en nombrar al propio sucesor (la adlectio). Numerosos son también los ejemplos de hermanos, hijos y sobrinos que sucedieron en la sede a sus parientes, incurriendo así en un delito de nepotismo. La lista es larga, pero mencionaremos solamente dos casos que resultan representativos. Nundinario, obispo de Barcelona, expresó antes de morir su deseo de que Irineo le sucediera en su puesto en el 465. El metropolitano Ascanio y los demás obispos de la Tarraconense aceptaron su propuesta, que recibió el apoyo del pueblo y del clero. Pero, cuando informó de la decisión al Papa Hilario, éste trató el asunto en un sínodo de 50 obispos reunidos en Roma y emitió su opinión contraria en una epístola dirigida a Ascanio, expresándose en términos extraordinariamente duros, sobre todo debido a la indignación que le producía la costumbre, extendida en las iglesias hispanas, de designar los obispos a sus sucesores antes de morir; en uno de los párrafos dice así : Hay algunos que ven el episcopado no como un don divino sino como una recompensa hereditaria, y piensan que, al igual que las propiedades caducas y mortales, puede transferirse el sacerdocio a través de un testamento o de otra forma legal. Se dice que muchos obispos a punto de morir nombran a otros en su posición designándolos por sus nombres de manera que, sin esperar una verdadera elección, el deseo de agradar al fallecido se impone por encima de los deseos de la gente. Otra muestra de corrupción episcopal durante la famosa crisis arriana fue el cambio de fe por parte de los obispos cuando con el paso del tiempo los emperadores reinantes eran sucedidos por otros que profesaban una fe cristiana distinta. Así nos cuentan las crónicas que hubo obispos que se habían plegado a las exigencias imperiales y mudado sus creencias en función de la inclinación católica o arriana del príncipe de turno, sin perder sus sedes ni propiedades en el transcurso de la controversia. Es decir, obispos nicenos en los días de Constantino, que habían aceptado el credo de Rímini impuesto por Constancio (de fe arriana), vuelto a la ortodoxia bajo el católico Joviano, y tornado al arrianismo obligatorio decidido por Valente, y que en los días de Teodosio, convertidos en defensores de la ortodoxia triunfante, acosaban con violencia a los que habían resistido firmes en su nicenismo, acusándolos de heréticos con apoyo en las leyes antiheréticas de los emperadores. La compra de cargos eclesiásticos y de sus funciones o simonía. Al parecer, la simonía debía de estar bastante extendida, ya fuera mediante la compraventa del cargo, a través del cobro de tasas por los ministerios administrados, especialmente el bautismo, o bien por la influencia ejercida para asignar el puesto, aunque no hubiera dinero por medio. Las denuncias por prácticas simoniacas abundan aunque, lógicamente, se desconoce el verdadero alcance de esas actividades. Así, a finales del siglo IV se recoge por primera vez la identificación de la compra-venta de cargos eclesiásticos con Simón el Mago en la primera Decretal del Papa Dámaso, a propósito de las obligaciones morales y espirituales implícitas en el sacerdocio La síntesis de los hechos nos la proporciona Sozomeno con estas breves palabras: Habiendo sido informado Juan de que las iglesias de Asia y de las proximidades eran gobernadas por personas indignas, y de que ellos compraban el sacerdocio (hierosyne) con los ingresos y los regalos recibidos, o bien otorgaban esa dignidad como un favor privado, se dirigió a Éfeso y depuso a 13 obispos de Licia y Frigia y de la misma Asia, y nombró a otros en su lugar. El Papa Siricio se dirigía a los obispos de la Galia a finales del siglo IV, a propósito de un candidato, con las siguientes instrucciones: «Permitidle a él, que alcanza la cima de esta dignidad, actuar por sus méritos y observando las leyes y no a través de la simonía, ni por medio del favor popular, si no puede conseguirlo sin gastar dinero» (Ep., X, 13). El pago de tasas por el bautismo fue prohibido a comienzos del siglo IV por el canon 48 del Concilio de Elvira, «para que no parezca que el obispo otorga por un precio lo que ha recibido gratis»15. A finales de ese mismo siglo, Gregorio de Nacianzo denuncia que muchos cristianos renunciaban a bautizarse ante las enormes tasas que los sacerdotes exigían (Or., XL, 25). El Papa Gregorio Magno, en el siglo VI, se refería en una de sus obras a un tipo de simonía «particular», pues no se intercambiaba dinero sino influencia, pero sus efectos eran idénticos. En el Concilio de Calcedonia del 451 se prohíbe cualquier ordenación por dinero. El canon 2 establece lo siguiente: Si un obispo realiza una ordenación sagrada por dinero (epì chrémasi), si vende la gracia que no puede ser vendida, si consagra por lucro a un obispo o a un coreobispo, o a un presbítero o a un diácono o a cualquier otro miembro del clero, […] se expone, si el hecho es probado, a perder su cargo. En cuanto a aquél que ha recibido la ordenación de tal modo, no se llevará ninguna ventaja de una promoción mercantilizada, sino que será depuesto de la dignidad o del oficio que ha obtenido con dinero. Si alguno ha hecho de mediador en este comercio ilícito y vergonzoso, si se trata de un miembro del clero, que decaiga de su propio grado; si se trata de un laico o de un monje, que sea excomulgado. Esa prohibición se renovó unos años más tarde, en el Concilio de Constantinopla del 457. La iglesia hispana del siglo V participaba naturalmente de la corrupción causada por la ambición e indisciplina. El siglo V es un momento histórico caracterizado por la llegada y el asentamiento en territorio hispano de contingentes poblacionales procedentes de lugares situados más allá de las fronteras del Imperio romano, en concreto, los vándalos, suevos y alanos, y posteriormente los visigodos. Estos acontecimientos provocaron una serie de transformaciones que afectaron a diversos ámbitos político-sociales y que trajeron consigo la creación de nuevas estructuras y relaciones de poder, en las que la Iglesia adquirió una importancia singular. Si bien la Iglesia ya era una institución poderosa con anterioridad, durante el siglo V aumentó aún más su presencia en la sociedad, pues sus máximos representantes, los obispos, adquirieron funciones que los asimilaron a los patronos romanos clásicos y a los agentes civiles del Estado romano. No vamos a repetirnos, pero los casos conservados en las fuentes se refieren a la corrupción y ambición en las elecciones episcopales y en la promoción del clero. Según testimonios dignos de crédito, las irregularidades y las promociones ilícitas al episcopado fueron una tónica constante a lo largo de todo el siglo V hispano como pone de relieve la epístola 11 de Consencio a san Agustín hacia el año 42136 dirigió Consencio, un cristiano que vivía en las islas Baleares, a Agustín, contándole lo que había sucedido al monje Frontón en la Tarraconense cuando intentó poner en práctica los consejos que le había dado para descubrir herejes. Pero un análisis conjunto de los testimonios de corrupción eclesiástica en la Hispania del siglo V nos pone de manifiesto que ante la corrupción y las irregularidades la respuesta de muchos eclesiásticos fue la denuncia de los hechos. Pero es posible también que los casos se denunciaron precisamente por su anormalidad. Y a la vez también es cierto que en la época posterior, la visigótica, la corrupción al parecer fue consustancial a la propia relevancia económica, social y política de la Iglesia; al menos tanto como el esplendor proporcionado por la misma iglesia a los reyes visigodos. Y concluyo consignando de nuevo unas ideas que hemos manifestado ya: “En conclusión, el fenómeno de corrupción generalizado en el Imperio tardo-antiguo afectó también al ámbito de la Iglesia, equiparada por Constantino a la organización civil y, por tanto, con los mismos rasgos positivos y negativos propios de las instituciones mundanas. Desde el momento en que a la Iglesia se le permitió integrarse plenamente en la sociedad civil, resultó inevitable que se filtraran en ella aspectos seculares nada edificantes. Así, la utilización del dinero, del poder y de la influencia para lograr unos objetivos parece haber estado presente en ambas partes del Imperio durante toda la Antigüedad Tardía y, más concretamente, en la organización eclesiástica”. Para concluir esta serie, y sin comentarios por mi parte, voy a transcribirles en un par de postales posteriores la conclusión general del artículo de Juana Torres, y el ensayo de Pedro CASTILLO MALDONADO sobre “Luchas orgánicas y corrupción en las iglesias visigóticas de Hispania” . Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid Www.antoniopinero.com
Viernes, 16 de Enero 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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