NotasHoy escribe Antonio Piñero A finales del siglo VI (hacia el 515 a.C.) pereció misteriosamente el último rey descendiente de David, Zorobabel, y desde entonces la historia de Israel fue para muchos judíos un mayor cúmulo de desgracias que antes del exilio a Babilonia. Los sacerdotes que controlaron el país después de la desaparición de la monarquía habían instaurado como norma de comportamiento de Israel la ley de Moisés. Ésta era como la constitución del país y la fuente de todo el derecho. Pero ya en esos mismos momentos Israel no era un país libre, sino que estaba dominado por el Imperio Persa, heredero de los babilonios; los persas controlaron políticamente a Israel casi durante dos centurias. Pasado ese tiempo, la potencia persa fue derrotada por la expedición de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C. (323 a.C.: muerte de Alejandro). Después de los persas pusieron sus ojos en Israel los reyes sucesores de Alejandro Magno que gobernaron Egipto, al oeste, o la Gran Siria, el este: Israel era una pequeña tierra de paso siempre apetecida por sus vecinos más importantes…, y éstos procuraron mantenerla siempre bajo un control político absoluto. Ahora bien, en Israel religión y política iban unidas, ya que el pueblo de Israel tenía una inmensa consciencia de “pueblo elegido”, con el que Yahvé había hecho una “alianza”, al que ese mismo Dios había otorgado una “tierra”, cuyo dueño en verdad era la divinidad misma. Por tanto el gobierno de la tierra de Israel = la tierra de Dios por una potencia que no fuera Dios miso ( a través de sus delegados legítmos) no era propio de la "alianza". No es de extrañar, pues que de un modo casi espontáneo tras tantos siglos de sumisión, surgiera poco a poco en el pueblo el deseo de una liberación del país del yugo extranjero de modo que sus habitantes, los israelitas, pudieran manifestar sin trabas su apego por las leyes divinas y las tradiciones ancestrales que aparecían recogidas sobre todo en la Ley y los Profetas. La idea común que fue tomando cuerpo poco a poco durante los siglos anteriores al cristianismo era el anhelo por la restauración del Israel antiguo, la reunión de las doce tribus y el surgimiento de un nuevo rey, descendiente de David –un monarca conforme a la promesa de la profecía de Natán, 2 Samuel 7, que más tarde se denominó “mesías”— que expulsara a los enemigos de Israel y permitiera a éste vivir feliz, próspero y alegre, en la tierra de Yahvé, al amparo de una divinidad contenta, puesto que su pueblo elegido cumplía las normas –la ley de Moisés- que le había otorgado. El comienzo de la época de los Macabeos, hacia el 165 a.C., con la insurrección contra la tiranía religiosa y política de los reyes seléucidas (los monarcas de la Gran Siria helenística sucesores de Alejandro Magno), pareció al principio la realización de la utopía mesiánica. Por fin Israel sería libre política y religiosamente. Los extranjeros no introducirían nefastas costumbres, sociales y religiosas, y la nueva monarquía crearía el ambiente propicio para vivir conforma a la Ley divina. Pero esta sensación duró poco. Los monarcas macabeos fueron tan poco ejemplares como cualesquiera otros, el país tendía a asimilarse con los demás dentro de la cultura del helenismo, y Dios parecía no bendecir especialmente al país. Los piadosos se desilusionaron relativamene con el gobierno de los sucesores de Judas Macabeo. A mediados del siglo I a.C. Israel cayó de hecho bajo el control de los romanos por la intervención de Pompeyo Magno hacia el 60 a.C. para mediar entre dos hermanos de la dinastía de los Macabeos que se disputaban el trono: Hircano II y Aristóbulo II. Pompeyo se decantó por Hircano II. Repuso en el trono a éste (aunque lo denominó con un título menor, “etnarca”) y permitió que Israel continuara con una cierta libertad…, al menos de nombre. Durante el reinado de Hircano II, y tras una complicada situación política, el joven Herodes, hijo del valido de este rey, se apoderó del reino. Ocurrió así: Hircano II era un hombre de carácter débil que se apoyó durante toda su vida en la fortaleza de un noble idumeo, astuto y hábil, por nombre Antípatro, a quien nombró su valido, es decir, su mano derecha. Antípatro era, en verdad, quien gobernaba Israel, y aprovechó su posición para promover a dos de sus hijos, Fasael y Herodes. Al primero encargó el gobierno directo de la capital, Jerusalén, y su región, y al segundo -un joven muy impetuoso, fuerte, aguerrido, de notables energías y ambicioso- el control de Galilea. Aun en vida de Hircano, Herodes fue creciendo en poder fáctico, hasta que llegó un momento en el que decidió por su cuenta tomar las riendas absolutas de Israel apoyándose –como lo había hecho Hircano anteriormente- en los amos del mundo, los romanos. Gracias a su amistad con Marco Antonio, en el año 40 a.C. y por medio de un decreto del Senado, logró Herodes que Roma entregara el reino en su manos en sustitución de la dinastía macabea, que gobernaba hacía unos ciento veinte años. Tanto Antonio, como Octavio –los dos personajes que en aquellos momentos controlaban el poder de Roma- manipularon al Senado y permitieron que aquel joven general, Herodes, no perteneciente a la familia real, despojara a Hircano de su poder e intentara sentarse en el trono israelita. Esta política venía bien a Roma, pues había comenzado a ver con claridad que los judíos eran un pueblo difícil: convenía a los intereses de la República, y a su dominio sobre todo el Mediterráneo, que el trono de Israel estuviese en manos amigas… y fuertes. Sin embargo, la empresa de arrebatar la realeza a la dinastía reinante en Israel desde hacía más de un siglo no fue tarea fácil, pues los judíos nacionalistas o piadosos se opusieron a la decisión de Roma: ¡no era posible que un idumeo se sentara en el trono de David! Por aquel entonces había muerto ya Aristóbulo II -el hermano menor y antiguo adversario de Hircano II vencido por Pompeyo-, pero mucha gente del país prefería que siguiera gobernando Hircano, o bien había unido fuerzas en torno al hijo de Aristóbulo II –de nombre Antígono-, quien finalmente se había proclamado por su cuenta y riesgo, rey de Israel y había asentado su corte en Jerusalén. A Roma no le gustaba en absoluto que personajillos insignificantes actuaran sin su permiso, así que ayudó a Herodes a quien había escogido como futuro rey de Israel. Tres años –del 40 al 37 a.C.- duró la contienda entre el idumeo, apoyado por los romanos desde la provincia vecina de Siria, y el macabeo Aristóbulo, apuntalado por el poderío de los terribles guerreros partos, que le ayudaron por dinero. Pero, al final, y tras muchas vicisitudes, venció Herodes…, y vencieron los romanos, quien desde ese momento conseguían sentar en el trono de aquella difícil región a un rey “socio y amigo del pueblo romano” (éste era el título oficial de Herodes). Así, tras esos casi tres años de guerra y crueldades, logró por fin Herodes el ansiado trono de Jerusalén. Ese mismo año 37 a.C. el enemigo Aristóbulo, uno de los últimos descendientes de los macabeos, fue quitado de en medio –degollado- por orden de Marco Antonio, y el terreno parecía libre para un gobierno sin oposición por parte del joven idumeo. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com …………….………………… Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema: “El valor histórico de los Evangelios según José Montserrat” Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha. Saludos de nuevo. .............................. Noticia: Para los que viven en Madrid (y a pesar de la Copa de Europa), quizás les pueda interesar el siguiente evento: Conferencia "Los Apócrifos del Antiguo Testamento y los orígenes del cristianismo" impartida por Antonio Piñero Lugar: "Espacio Ronda" c/ Ronda de Segovia 50 Hora: 19,30 Día: miércoles, 27 de mayo de 2009
Miércoles, 27 de Mayo 2009
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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