Notas
Escribe Antonio Piñero
No escribí el viernes pasado (20 noviembre) porque durante todo este “fin de semana” del 20-21 de noviembre 2015 hemos estado más que ocupados los miembros de la redacción de la edición de la Biblia de San Millán, volumen I, “Los Libros del Nuevo Testamento”, revisando las obras ya entregadas y unificando criterios de edición. Esperemos que la obra esté terminada en marzo del 2016, y que todo ese año se dedique a corrección minuciosa, de modo que el producto sea concorde con los propósito de ofrecer una versión castellana muy pulida ortotipográficamente, muy fiel al texto griego, pero a la vez absolutamente idiomática, de acuerdo con las normas de la actual Gramática normativa de la Lengua Castellana de la Real Academia Española. A la vez, esta edición ha de ser estrictamente neutra, aconfesional, laica, puramente histórico-crítica y no militante, no afecta a ninguna postura o sesgo interpretativo o hermenéutico. Y ahora vamos a la conclusión de nuestra serie sobre la noción del reino de Dios según Jesús. He citado en entregas anteriores un texto del Evangelio de Marcos 10,30, que ahora conviene ver entero, pues parece resumir el pensamiento del Nazareno sobre la primera y segunda fase del Reino de Dios, aunque, naturalmente, tampoco es tan rotundo como desearíamos: Los discípulos asombrados se decían unos a otros: “Y ¿quién se podrá salvar?”. Jesús, mirándolos fijamente, dice: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”. Pedro se puso a decirle: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (10,26-30). Prescindiendo ahora de un examen de los retoques efectuados por el evangelista Marcos, este pasaje es quizá suficientemente claro, a pesar de todo. Con la expresión en “este tiempo” indica Jesús la primera fase o el “primer” Reino de Dios, el mesiánico, aquí en la tierra, pleno de bienes materiales. Con la frase “en el mundo venidero”, donde se tendrá una “vida eterna”, señala Jesús el definitivo Reino de Dios, la segunda fase, en el cielo. No parece que todo lo dicho hasta aquí sobre un doble Reino de Dios sea una pura invención por nuestra parte. Aparte de la interpretación del material que hay en los Evangelios –que ciertamente hay que leerlo a veces entre líneas y suplir lo que falta o se da por supuesto–, esta concepción del doble reino futuro es muy clara también en libros puramente judíos cercanos a los años de Jesús. Así, los capítulos 29 y 30 del ya mencionado Apocalipsis siríaco de Baruc, donde leemos: b[Acaecerá que, tras cumplirse lo que debe suceder en esas etapas, comenzará a manifestarse el mesías […] Para todos los que queden, la tierra dará su fruto, diez mil por uno: en una vid habrá mil pámpanos, un pámpano producirá mil racimos, un racimo dará mil uvas y una uva producirá una medida de vino. Los que desfallecían se regocijarán y también verán prodigios todos los días. Desde mi presencia saldrán vientos que traerán cada mañana un aroma de frutos deliciosos, y al final del día nubes que destilarán un rocío saludable. En aquel tiempo ocurrirá que descenderá de nuevo desde el cielo el tesoro del maná y comerán de él durante esos años, pues ellos son los que llegaron al final de los tiempos. Tras esto sucederá que se cumplirá el tiempo de la (segunda) llegada del mesías, que volverá gloriosamente. Entonces, todos los que durmieron con la esperanza resucitarán. En aquel tiempo sucederá que se abrirán los depósitos en los que se guardaba la multitud de las almas de los justos, y saldrán: podrá contemplarse la multitud de las almas unida en una asamblea unánime; las primeras se alegrarán y las últimas no se entristecerán. Sabrán, pues, que ha llegado el momento del cual se dijo que sería el fin de los tiempos. Mucho se consumirán las almas de los malvados al ver todo esto. Sabrán que ha llegado su suplicio y que su perdición ha venido. ]b Creo que estas líneas son impresionantes, y que los paralelos con textos de los Evangelios sobre el Gran Juicio y del Apocalipsis son evidentes. El pasaje es puramente judío; nada tiene de cristiano, por lo que ilumina perfectamente el mundo ideológico en el que se movía Jesús acerca de las dos fases del Reino de Dios. ¿Por qué ha quedado tan en la sombra en la tradición cristiana la primera fase del Reino de Dios? Resta por preguntarnos por qué no aparecen claramente en los Evangelios las dos fases del Reino de Dios si hemos afirmado que –según el testimonio de estos textos, bien analizados- debemos postular su existencia: dos Reinos de Dios, o dos períodos de él, y por qué no es ésta la doctrina que se enseña comúnmente en las Iglesias. La respuesta tiene que ver con una doble circunstancia: A) el momento de composición y B) la tendencia espiritual de los Evangelios, tanto sinópticos -Mateo, Marcos, Lucas- como tras ellos el de Juan. A) Los escritos evangélicos canónicos se escriben entre el 70 y el 100 d.C., en un momento en el que ha fracasado la “misión a los judíos” por parte de la naciente Iglesia cristiana, es decir, ha concluido en fracaso el intento de convencer a los judíos de que el mesías había llegado ya, y que éste era Jesús de Nazaret, muerto y resucitado por Dios. Entonces los grupos de cristianos dirigen su propaganda religiosa de captación de nuevos fieles, sobre todo a los paganos habitantes del Imperio romano. Ahora bien, en el que podríamos denominar osadamente “mercado religioso del siglo I”, en el Mediterráneo oriental sobre todo, muy activo y bullente, pleno de filósofos itinerantes, de propagandistas de las religiones orientales y de los cultos de misterios, no tenía ninguna perspectiva de éxito insistir, en la propaganda de la nueva fe, en la primera fase del Reino de Dios predicado por Jesús. En efecto, ésta presentaba un mesías estrictamente judío, con un reino espiritual sí, pero ante todo de bienes materiales en una “Jauja” paradisíaca en la tierra de Israel. Era la primera fase de un Reino de Dios en la que había algunos felices fieles de procedencia gentil/pagana, pero muy pocos; los beneficiarios eran casi todos judíos. Después de la Gran Revuelta de los judíos contra Roma, que concluyó en el 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su Templo, y con una animadversión general de los habitantes del Imperio contra los judíos…, no era nada recomendable ni presuntamente exitoso presentar un “Reino de Dios - Primera fase”, casi puramente judío, con un mesías judío y con resultado feliz casi sólo para judíos. Así que los evangelistas optaron por casi silenciar esta “Primera fase del Reino de Dios” e insistir en la Segunda, el Reino de Dios ultramundano. Esta tendencia fue continuada por la Gran Iglesia, cuyos miembros en el siglo II eran ya casi todos de procedencia gentil. Sus efectos duran hasta hoy en la predicación y catecismo cristianos. B) En segundo lugar esta puesta en segundo plano de la “Primera Fase del Reino de Dios”, tan terrenal, tiene que ver con el talante espiritual de los Evangelistas. Los cuatro son seguidores de la reinterpretación paulina de la figura y misión de Jesús de Nazaret, que insiste desde luego en el valor salvífico de la cruz y resurrección de Jesús (el cuarto evangelista en menor grado), pero que presenta a Jesús no tanto como un mesías judío cuanto como el salvador universal de todos los hombres. Por ello los cuatro evangelistas restringen las expresiones sobre el Hijo del Hombre escatológico sólo al tiempo de Jesús. En las cartas auténticas de Pablo de Tarso, compuestas de veinte a treinta años después de la muerte del Nazareno, tanto la figura del “Hijo del Hombre” como la expresión tan judía el “Reino de Dios” apenas desempeñan función alguna: están casi ausentes. Lo mismo ocurre con el resto de los escritos del Nuevo Testamento donde casi ni parece el “Hijo del Hombre”. La concepción paulina –como veremos- de un reino de Dios totalmente ultraterreno, tal como se deduce sobre todo de su idea del final del mundo en 1 Tesalonicenses 4 y 5, se corresponde ante todo con la Segunda fase del Reino de Dios, la postrera, ultraterrena. Pablo de Tarso, aunque creyente como Jesús en un fin inmediato del mundo, modifica un tanto la concepción del final…, como ocurre en su teología con muchos puntos de la religión y religiosidad de Jesús de Nazaret. Y tras los pasos del Apóstol han ido la mayoría de las iglesias cristianas, que son paulinas fundamentalmente. Sinteticemos: cuando los Evangelios –que son todos, los cuatro de carácter paulino en su concepción básica sobre la función y valor de la muerte sacrificial del Mesías por los pecados de la humanidad; que son obras ante todo de propaganda de la fe en un Jesús no sólo mesías judío, sino sobre todo redentor y salvador universales– intentan abrirse paso en la efervescente vida religiosa de finales del siglo I d.C. en el Imperio romano, no era en absoluto aconsejable insistir en la primera fase del Reino de Dios, tan terrenal y tan judía, sino en la segunda, ultramundana, final absoluta, paraíso y cielo para todos los justos, tanto de procedencia judía como gentil. Esta perspectiva hizo que en el material evangélico la primera fase del Reino quedara en la sombra y sólo el análisis crítico sea capaz hoy día de ponerla de relieve con los restos de material histórico que de ella quedan en los Evangelios. Esta tendencia que corresponde a la misión religiosa de corte paulino dura hasta hoy. Nuestra síntesis pone de relieve, además, algunos aspectos poco citados, u omitidos, en los libros al uso para consumo de los fieles: que si tuviéramos solo y exclusivamente los Evangelio no podríamos reconstruir con seguridad el pensamiento de Jesús sobre el Reino. Que este reino de Dios según Jesús era totalmente terrenal en su primera fase, que constaba de bienes también terrenales. Que indirectamente tenía enormes consecuencias políticas. Que Pablo –al proclamar a Jesús como mesías, salvador a las gentes del Imperio romano– no tiene más remedio que mudar no solo la figura de Jesús, sino también la del núcleo de su predicación, el reino de Dios. Que esta mutación no es concorde con la idea nuclear que de ese Reino tenía Jesús el Nazoreo. Que el cristianismo actual solo piensa en el reino de Dios ultraterreno y que esa noción, como exclusivista, es de raigambre paulina. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com b[
Domingo, 22 de Noviembre 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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