NotasHoy escribe Antonio Piñero Aunque Flew no lo dice expresamente en su libro, considero que el cambio desde el atrincheramiento de sus posiciones ateas comenzó de verdad que cuando consideró que podría tener alguna razón, o mejor que era digno de una consideración detenida y no de inmediato rechazo, el argumento cosmológico a favor de la existencia de Dios, tal como lo había expuesto uno de sus adversarios en los múltiples debates que sostuvo, Terry Miethe, del Oxford Study Center de Dallas. Flew expone así este argumento: • Existen en el universo seres limitados y mutables • La existencia actual de todo ser limitado y mutable es causada por otro ser • No puede haber un proceso ad infinitum de causas, pues una cadena, aunque indefinida, de seres finitos no causará la existencia de nada. • Por tanto debe haber una Primera Causa de la existencia actual de esos seres finitos • La primera Causa debe ser infinita, eterna y única. • Es posible identificar a esa Primera Causa con lo que se denomina Dios en la tradición judeocristiana (p. 76). Otra de las brechas en su atrincheramiento contra la fe en Dios fue, sin duda, el debate libresco que sostuvo con uno de sus colegas ateos, Richard Dawkins. De él dedujo Flew que un biólogo como Dawkins no llegaba con facilidad, por deformación profesional, a la profundidad de las causas, a razones estrictamente filosóficas, sino que se queda en razones biológicas, las cuales no son razones últimas. Así, postular que la “selección natural” de Darwin produce cosas es no entender que la generación de la vida, el salto de la materia inorgánica a la orgánica, no es un producto de la selección natural, sino que ésta viene después de que la vida se haya generado. La crítica de Flew a Dawkins se concentró en el análisis de la teoría de este sobre el “gen egoísta”. El error de Dawkins –opinaba-- consistía en atribuir a los genes unas características que no son observables en los genes mismos, sino en las personas; y las personas son algo distinto de la suma o combinación de genes. Por ello, sostiene Flew, no puede afirmarse que los genes sean egoístas, o bien desprendidos, ya que son entidades no conscientes. No somos máquinas de pura supervivencia, robots ciegamente programados para conservar unas moléculas egoístas llamados genes. Y ello por una razón fundamental: si fuera así, sería imposible la enseñanza, por ejemplo, de la generosidad o el altruismo. Ningún sermón elocuente conseguiría afectar a un robot programado (pp. 82-83). Seguiremos con esta argumentación Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 7 de Diciembre 2012
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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