NotasHoy escribe Antonio Piñero El título de esta postal corresponde al del libro que vamos a reseñar, cuyo subtítulo es “Los testimonios del Nuevo Testamento”. El autor es James D.G. Dunn, que espero sea conocido por muchos lectores. Es profesor emérito del Departamento de “Divinity” (traducible por “teo-logía”, es decir de todo aquello trate de Dios, se sobreentiende en el cristianismo, de la Universidad de Durham (Inglaterra). El libro está editado por Verbo Divino, Estella, Navarra (España), 2011, 230 pp. incluida bibliografía e índices (de textos bíblicos y fuentes antiguas; autores modernos y analítico. ISBN: 978-84-9945-234-90. Conozco personalmente al Prof. Dunn (como miembro de la Studiorum Novi Testamenti Societas) y lo estimo mucho. Es una de esas personas de amplia cultura, pero que ha centrado preferentemente su vida en el estudio del Nuevo Testamento y del cristianismo primitivo... en total cerca de 50 años. Los lectores saben que hemos comentado largamente el primer volumen de su trilogía(¿?) sobre el “Cristianismo en sus comienzos”, cuyo título, muy sugerente, es Jesús recordado. El volumen presente –primero informo de su contenido y luego hará una valoración-- aborda un tema importante para la comprensión del cristianismo primitivo y actual, el de la divinización de Jesús. Los lectores saben también que a él he dedicado muchas postales, sobre todo en el mundo griego y egipcio. El tema de la divinización y el pertinente culto es la base subyacente para la cuestión indicada en el título. Dunn construye su libro en un diálogo permanente con dos autores británicos, que de un modo semejante han abordado el mismo tema, o análogo, en diversas publicaciones. Son los siguientes: • Larry W. Hurtado: Lord Jesus Christ: Devotion to Jesus in Earliest Christianity (“Señor Jesucristo: la devoción/oración a Jesús en el cristianismo primitivo”: Eerdmanns, Grand Rapids 2003); At the Origins of Christian Worship: The Context and Character of Earliest Christian Devotion (“En los orígenes del culto cristiano: contexto y carácter de la devoción/oración cristiana de los primerísimos momentos”, Eerdmanns, Grand Rapids 1999; How on Earth Did Jesus Become God? Historical Questions about earliest Devotion to Jesus = literalmente ¿Cómo diablos se convirtió Jesús en Dios? Cuestiones históricas sobre la devoción/oración primitiva a Jesús”, Eerdmanns, Grand Rapids, 2005). • R. Bauckham, Jesus and the God of Israel (“Jesús y el Dios de Israel”, Paternoster, Milton Keynes 2008 y especialmente God Crucified: Monotheism and Chrsitology in the New Testament (“El Dios crucificado. Monoteísmo y cristología en el Nuevo Testamento: Paternoster, Carlisle 1998. Dunn acepta que el estatus concedido a Jesús (sobre todo desde el siglo IV como una de las personas de la Trinidad) es el principal obstáculo en el diálogo entre cristianos con judíos y musulmanes. Los dos últimos arguyen que la Trinidad es en realidad un triteísmo y que los cristianos han ido demasiado lejos. Dunn se pregunta si el cristianismo más primitivo divinizó en verdad a Jesús; y si lo hizo, cuándo y cómo; y que consecuencias se derivan de ello para el culto cristiano. Con un método analítico bien desarrollado y con fino espíritu crítico estudia ante todo el Nuevo Testamento, dando por supuesto que este corpus de escrito representa la manifestación del cristianismo más primitivo. En primer lugar se enfrenta al vocabulario del culto en el griego en el que se escribió el Nuevo Testamento: • Proskyneîn: “arrodillarse”, • Latreúein, servir; adorar; • Leitorugeîn, “realizar un servicio cultual” en este caso; • Threskeía, “devoción”, etc., • Las doxologías o fórmulas de glorificación, como “A Él la gloria por los siglos de los siglos”, etc. • El vocabulario de la bendición humana a Dios (por ejemplo, “Bendito sea Dios”, Y concluye que los resultados son limitados, pero que puede ya notarse que “se da una cierta reserva a la hora de aplicar los términos de culto a Jesús. Al mismo tiempo resulta sorprendente que el vocabulario de culto se aplique a Jesús, puesto que se trata de un hecho excepcional y sin precedentes en el judaísmo de la época (p. 40. Aborda luego Dunn el tema, igualmente importante, de cómo practicaron el culto los primeros cristianos cuestionándose si, aunque usaran el vocabulario del culto, dieron realmente culto a Jesús. Para ello estudia en el Nuevo Testamento • La oración de Jesús y de los primeros cristianos y a quien iba dirigida, luego • Los himnos litúrgicos del Nuevo Testamento, como Flp 2,5 11 y Col 1, 15-20 Analiza luego el concepto de “lo sagrado” que subdivide en el estudio de • Los espacios sagrados en el Nuevo Testamento, • Los tiempos sagrados, • Los banquetes sagrados, • Las personas y sacrificios sagrados, para llegar a la conclusión de que las reuniones de los primeros cristianos se ajustaban solo en apariencia a la práctica cultual que se realizaba en otras religiones, con ciertas singularidades: no había templo, no había sacerdotes, no había sacrificios. Llega así Dunn a la conclusión de que un observador externo del cristianismo pensaría de él que no era una religión. Es importante también la conclusión de que formularse simplemente la pregunta “¿dieron culto a Jesús los primeros cristianos”? puede resultar restringida e ineficaz, porque es demasiado simplista. En efecto, es como si tratáramos de averiguar si Jesús habría reemplazado en el culto a un Dios lejano. La cuestión es mucho más compleja. Dunn sostiene que el culto cristiano era solo a Dios, pero que los primeros cristianos tenían la convicción de que Jesús estaba completa e íntimamente unido con ese culto que daban a Dios. Por consiguiente, afirma, la cuestión no es tanto si los primeros cristianos dieron culto a Jesús, sino más bien si era posible el culto cristiano primitivo sin recurrir a Jesús. Posteriormente Dunn se pregunta por el destinatario del culto: ¿quién era Dios para los primeros cristianos? ¿Era Jesús monoteísta realmente? ¿Cómo se entiende que ya desde el Antiguo Testamento los ángeles, el espíritu, la sabiduría y la palabra parecen ser entidades personificadas separables de Dios? Dunn se interroga también cómo debe entenderse cómo el judaísmo de la época de Jesús considerara que algunos personajes del pasado de Israel eran seres casi divinos como Moisés, Elías, Henoch, e incluso Esdras. La conclusión de esta parte de su estudio, afirma Dunn, llega a la conclusión de que el monoteísmo de Israel era mucho más amplio que nuestro concepto de monoteísmo , y que quizás habría que hablar de monolatría o henoteísmo que de monoteísmo puesto que la religión de Israel deja sin aclarar la cuestión de la existencia de otros dioses. En el Nuevo Testamento puede pasar lo mismo; ahora bien, en ningún caso, afirma Dunn, se concebía la idea de dar culto a otro ser que no fuera Dios, pero que el judaísmo de la época de Jesús había ido preparando la atmósfera de que nadie se desgarrara las vestiduras si a un personaje humano como Jesús se le pudiera considerar, tras su muerte, una suerte ce culto como entidad semi divina. La investigación progresa preguntándose qué hay detrás de la afirmación que “Jesús es el Señor”. Luego Dunn estudia la utilización de Espíritu, Palabra o Logos y Sabiduría en la religión judía antigua, y posteriormente en el Nuevo Testamento que aquí se muestra como progresión de la religión de Israel. Dunn se aplica a dilucidar si “invocar el nombre de Jesús”, si denominar a Jesús como “señor” al igual que Yahvé o considerarlo la Sabiduría de Dios, su Palabra encarnada o el Espíritu vivificador, suponen realmente una divinización de Jesús y en consecuencia un auténtico culto. Dunn estudia en un apartado especial el libro del Apocalipsis que es donde aparece con toda claridad que Jesús, el Cordero, es exactamente igual a Dios y equiparable a la divinidad en todo; luego analiza con cuidado los textos del Nuevo Testamento que parecen llamar Dios a Jesús como Rom 9, 5 Mt. 1,23 Mt 28,20, I Jn 5,19-20 Heb 1,8, textos como Jesús como imagen de Dios, etc. La conclusión del libro revela, según el mismo Dunn, resultados asombrosos. Jesús tuvo una existencia carnal indudable, fue ejecutado públicamente y fue considerado tras su resurrección un verdadero “señor”. Los cristianos no dudaron en atribuirle lo que los diversos pasajes de la Escritura del Antiguo Testamento habían consignado solamente para Yahvé; sin embargo, aun considerándolo la Sabiduría y la Palabra divina de Dios, manifestaron su convicción de que con ello no se rompía el credo monoteísta que prohibía que se diera culto a nadie que no fuera Dios. A pesar de dar un cierto culto a Jesús muy escasamente aplicaron la palabra “Dios” al Nazareno puesto que afirmaban que Dios Padre era siempre mayor e importante que él. Sostiene Dunn que Jesús era entendido como la encarnación de la cercanía del Dios transcendente; que Jesús era en un sentido real Dios mismo acercándose a la humanidad, que Jesús participaba de la Sabiduría y del Designio divino y que invocarlo era el medio y el camino por el que debían de llegar a dar un culto verdadero al Dios transcendente. Por eso, salvo en el caso del Apocalipsis, y quizás en el del Evangelio de Juan, a la pregunta si los primeros cristianos dieron culto a Jesús la respuesta ha de ser negativa con matices; el Jesús exaltado no era el destinatario del culto como si fuera totalmente Dios o se identificara plenamente con él. Su veneración se entendía como culto dado a Dios en él y mediante él, “el culto de Jesús en Dios” y “de Dios en Jesús”. El libro concluye con unas declaraciones teológicas --no ya históricas-- en las que se afirma que frente a judíos y musulmanes, el cristianismo ofreció una fórmula, la divinización de Jesús, como un modo de cruzar el abismo entre la divinidad transcendente y la humanidad; por tanto, en contra de la opinión de judíos y musulmanes el cristianismo no es una religión triteísta sino monoteista puesto que sostiene que el único destinatario del culto es el Dios único. El cristianismo reconoce que Dios es todo en todo y que la grandeza del señor Jesús expresa y afirma la grandeza del único Dios con más claridad que cualquier otra realidad del mundo (pp 183-188). El próximo día expondré algunas reflexiones sobre este planteamiento. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 29 de Junio 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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