Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Clérigo de la Edad Media tardía El siglo VI puede caracterizarse ya como momento de cambios profundos en las estructuras sociales: el empobrecimiento físico y el súper refuerzo de la idea de la donación a la Iglesia llevó consigo “un empobrecimiento cultural, de simplificación y de borrado intelectual”: aumentó la incultura y se produjo en el pensamiento general, no solo eclesiástico, “un retroceso de lo secular y una extensión de los valores religiosos cristianos en aspectos de la sociedad y de la cultura que hasta el momento se habían considerado neutrales”. Igualmente se generó un verdadero cambio de nociones y de “objetivos en el seno del propio cristianismo” (pp. 1007-1008). Unos ejemplos: en el siglo VI hubo una mutación respecto a la concepción del clero: se fue imponiendo cada vez más la idea de que los clérigos eran esencialmente los “otros” dentro de la sociedad. Como en opinión general el contacto con lo material era dañino para el espíritu, no sólo se exigió al clero una vida austera, sino también que fuera célibe. Los clérigos se transformaban así –al estar fuera del mundo malvado gracias al ascetismo y la renuncia al sexo– en amigos de Dios y perfectos intercesores. Fue entonces cuando se multiplicaron los monasterios y conventos como centros de oración y de intercesión en los que los “otros” suplicaban piedad a Dios en pro del mundo pecador. Fue este un cambio importante (p. 1013): antes esos centros eran lugares de simple retiro del mundo de amigos y desconocidos para alcanzar la perfección espiritual; ahora se convertían en centros de pura intercesión ante la divinidad del Juicio. Esto supone el fin de una parte del cristianismo antiguo: antes el interés de la Iglesia se concentraba en los pobres; ahora los pobres habían de ceder importancia a los lugares que sostenían al mundo con sus plegarias. Brown señala otras mutaciones: había que distinguir al clero de la masa de los cristianos. Así, el siglo VI fue el momento del invento de la tonsura y de la búsqueda nuevos argumentos para reforzar la continencia sexual. La razón básica para esta última fue que las manos de un cuerpo humano, que tocaban el cuerpo divino del Redentor en la eucaristía, no podían estar manchadas con la sensualidad del coito. No era que se reprobara el matrimonio, ni mucho menos, sino que se insistía –por parte del laicado sobre todo, tanto en las ciudades como en el campo– en que los sacerdotes que eran ordenados después de una vida de casados debían renunciar a sus relaciones conyugales. Se establecía así un vínculo casi mágico entre la eucaristía y la intercesión (pp. 1005-1020). Pero todavía tardaría unos cinco siglos en hacerse obligatorio el celibato para los presbíteros. Respecto al tema dominante de la riqueza y su relación con la Iglesia encontrará el lector una poderosa síntesis hacia el final de este capítulo: “Se había problematizado la riqueza, pero no se había demonizado. Algunos pocos pensadores cristianos de los siglos IV al VI creían que había que rechazar la riqueza de inmediato… Pero se impuso una combinación de la poética idea de Paulino de Nola sobre el misterio de colocar el tesoro en el cielo mediante un intercambio espiritual, por un lado, con el triste hincapié agustiniano en la donación diaria como remedio al pecado también diario, por otro. A esto se añadió la concisa visión de los agustinianos posteriores, según la cual la riqueza en sí era un don de Dios que exigía formas de administración tan estrictas y cuidadosas como las ejercidas por cualquier procurador de una propiedad imperial” (p. 1025). Creo que terminaré este tema, que espero haya sido interesante, el próximo día Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 22 de Febrero 2018
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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