Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Hace algunas semanas analizamos algunos aspectos de la parábola de los talentos (o las minas): Lc 19, 11-27 y Mt 25, 14-30. Al margen de si ese análisis era correcto, se podrá reconocer con facilidad que la mayor parte de las interpretaciones de la parábola concuerdan en un aspecto básico, a saber, que el tercer siervo es juzgado negativamente, y que por tanto su rechazo por parte del hombre noble está plenamente justificado. Así, por ejemplo, Charles H. Dodd concluyó que el siervo que no hizo fructificar el dinero que se le dejó es “un sirviente inútil, un estéril granuja”. Sin embargo, unos pocos intérpretes han leído la historia de un modo muy diferente. Según ellos, la interpretación tradicional refleja una perspectiva occidental y moderna, condicionada por los valores de la productividad –los valores de las capas ricas–, pero la situación retratada en la parábola habría sido juzgada de modo completamente diverso por los campesinos en su contexto original. En esta lectura, la parábola habría sido más bien una denuncia de la explotación sin escrúpulos que los ricos llevan a cabo con los pobres. El deseo del hombre noble de incrementar su riqueza, y la docilidad y complicidad de los primeros dos siervos en esta empresa, habrían sido detestables en los medios campesinos de la Palestina del s. I. En esta argumentación es central la noción de “bienes limitados”, que implica que el hecho de que la existencia de una parte mayor para un individuo automáticamente significa que algún otro recibe una porción menor, de modo que las recompensas a los primeros siervos significarían pérdidas correspondientes para sus compatriotas. El intento del tercer siervo de no incrementar el patrimonio de su señor sería no un síntoma de pereza sino más bien una actividad honorable, pues en lugar de participar en una actividad explotadora, habría desafiado la codicia del amo. Su acción denunciaría su negativa a participar en la explotación y le convertiría en el héroe de la historia. Por su parte, el castigo final que le inflige el señor mostraría su crueldad y su falta de compasión. Esta interpretación es intrigante y cautivadora no solo porque invierte la valoración tradicional, sino también porque lo hace a favor de una perspectiva propia de las capas más desfavorecidas. Así pues, no solo tiene el atractivo de una mirada diferente y revolucionaria, sino que es susceptible de suscitar mucha simpatía. A quien firma estas líneas, al menos, le parecería muy sabia una aproximación a la axiología que se basara en un principio similar al "Si salverà chi non ha voglia di far niente e non sa fare niente" de Franco Battiato. Sin embargo, que este planteamiento alternativo dé que pensar no implica que sea el correcto. En efecto, a pesar de su atractivo, es dudosamente convincente, pues se expone a varias objeciones de peso. La primera es de tipo formal, estructural. En su Historia de la tradición sinóptica, Rudolf Bultmann expuso la “ley del énfasis final”, el patrón según el cual lo más importante en una narración de este estilo se describe al final. Ahora bien, si lo que la parábola pretendiera fuera hacer del tercer siervo un héroe, ¿cómo es que no concluye con su declaración, sino con la réplica del señor? Es la lección de este la que cierra la exposición, y ante eso resulta difícil aceptar que la intención del texto sea que el oyente se posicione a favor del siervo. Tanto más, cuanto que la respuesta del hombre noble contiene valoraciones muy negativas del siervo (“criado malvado y perezoso”; “eres un mal criado, y tus mismas palabras te condenan”) cuya validez en ningún momento se ve cuestionada. Hay otra dificultad no menor para aceptar la lectura señalada. El móvil que se explicita para la decisión del tercer siervo de ocultar el dinero recibido no es precisamente noble, sino que es simple miedo (Mt 25, 25; Lc 19, 21). Ahora bien, esto sugiere que su acción es algo distinto a un desafío heroico a un sistema opresivo, y que su figura no es reivindicada en modo alguno en el relato. Si el tratamiento tradicional de la parábola tiene más visos de plausibilidad, la emergencia de una lectura alternativa podría explicarse, al menos parcialmente, por la incomodidad que genera en algunos intérpretes una visión del señor (y al parecer de Dios, y por implicación del propio Jesús) tan difícil de conciliar con ciertas sensibilidades contemporáneas. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 13 de Mayo 2015
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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