NotasHoy escribe Antonio Piñero Estamos llegando al final de nuestro amplio comentario a la tesis de Gabriele Boccaccini, de la Universidad de Michigan, “Las tres vías de salvación de Pablo, el judío”, expuestas en el congreso de Roma, “Re-Reading Paul as a Second-Temple Jewish Author, Third Nangeroni Meeting, Roma 22-26 de junio 2014. Para rematar este comentario haremos una suerte de síntesis (incompleta, desde luego) de las ideas principales y obtendremos algunas conclusiones. Según Boccaccini, Pablo, como buen judío apocalíptico, asume en gran parte la concepción propia de muchos judíos piadosos de su tiempo del origen remoto y último del mal en el mundo, a saber el origen es suprahumano y radica en el influjo de las fuerzas del mal, lideradas por Satán. Pablo, por otra parte, respetaba el concepto de la libertad humana (como los esenios, incluso) a pesar de que era predeterminista tanto Pablo como esenios): consideraba a los hombres responsables de sus acciones perversas, pero a la vez como víctimas de ese Mal suprahumano. Por ello el hombre está necesitado de una ayuda divina para oponerse y vencer al poder del Maligno. Pablo, como otros seguidores de Jesús, estaba convencido de que el Mesías había venido a la tierra –si no como Hijo del hombre estricto; esto se verá claramente por primera vez en el evangelista Marcos; sí como una figura semiceleste, semidivina a la vez que humana, transportada por nubes = transporte celeste/divino en el Antiguo Testamento-- para lograr la reconciliación de la humanidad con su Dios por medio del perdón divino de los pecados cometidos hasta el momento. Y no solo los de los judíos (en principio el Mesías es para los judíos) sino los de todos los gentiles, puesto que para Pablo el mesías judío es el redentor universal. Por eso, y para que se cumpliera la promesa total de Dios a Abrahán, que además de elección (“pueblo elegido”) y tierra (se le otorgará la tierra de Israel), conllevaba una tercera parte que era la admisión de los gentiles como hijos adoptivos de Abrahán (“Te haré padre de numerosos pueblos: Gn 17,5), Pablo se dirige a los gentiles. Pero al contrario que otros seguidores de Jesús (recuérdese el incidente de Antioquía: gentiles como posibles impuros; mesas aparte para judíos creyentes y gentiles creyentes), Pablo sostenía que los gentiles bautizados en el nombre del Mesías (y por tanto bajo el poder y domino del mesías) no tenían ese estado casi congénito de impureza ritual y no era inferiores a los judíos en cuanto a la salvación, una vez bautizados. Tanto los judíos como los gentiles habían sido pecadores y los dos grupos habían alcanzado la justificación ante Dios (es decir la declaración de estar limpio de pecado y por tanto amigo de Dios) por medio del acto de fe en el Mesías. Pero también sabemos que esta igualdad cristológica (= en el cristo o mesías) no implicaba la distinción sociológica –y de ciertas ventajas de trato con la divinidad de los judíos (Rom 9,4)-- porque para eso habían sido escogidos como pueblo predilecto. Esas distinciones sociales iban a durar, de cualquier forma, muy poco tiempo porque el final del mundo era inminente. Como judío de la época del Segundo Templo, Pablo jamás cuestionó la validez salvífica de la Ley completa para los judíos convertidos a la fe del Mesías (y por tanto para él mismo). Si defendió a capa y espada, aun con riesgo físico de su vida, que había ciertas partes de la Ley (circuncisión, pureza ritual, alimentos) que sólo estaban dirigidas al pueblo elegido, miembros naturales de la alianza de Dios con Abrahán, su padre físico, y que por tanto los gentiles –que al convertirse en al Mesías y bautizarse no se hacen judíos-- no tenían por qué cumplirlas. Desgraciadamente para nosotros esta idea básica paulina no ha quedado clara por circunstancias históricas. Las cartas de Pablo iban dirigidas fundamentalmente a los gentiles conversos y sólo indirectamente a los judíos conversos. De ahí que –pensando solamente en los gentiles-- (sobre todo, Gálatas y Romanos) escribiera el Apóstol aparentes barbaridades sobre la Ley, que iban referidas a los gentiles, insisto, y sólo a esa parte de la Ley que no afectaba los gentiles. Precisamente por eso podía escribir a la vez Pablo que la Ley era buena justa y santa (Romanos 7,12: “Así que, la Ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno”). Pablo fue toda su vida un judío observante de la Ley (a pesar de textos como 1 Cor 9,19-23 y Flp 3,8-9, pasajes necesitados de una exégesis que tenga en cuenta todo el conjunto del pensamiento de Pablo y su encardinación en el judaísmo) y jamás cuestionó la validez de la Ley en general. Jamás enseñó que los judíos abandonaran la Ley después de creer en el Mesías (1 Cor 7,18-20), ni tampoco hay texto alguno de sus cartas (aparte de la malévola insinuación por parte de ciertos judíos recogida en Hch 21,21) que diga que los hijos recién nacidos de los judíos conversos no debían ser circuncidados. Nada hay de esa falta de validez de la Ley en general y completa como instrumento divino para la salvación en Pablo respecto a los judíos conversos al Mesías. Lo que sí hay en Pablo es, y expresado bien claro, una idea de la apocalíptica judía que afirmaba que todos, absolutamente todos, eran pecadores y que en el Juicio serían juzgados por sus obras. Incluso afirma que los gentiles serán juzgados en el Juicio Final según esa parte de la ley de Moisés (el Decálogo grabado en sus conciencias) que les hace conoce a Dios, a honrarlo y cumplir sus mandamientos básicos (Rom 2, 12-16). La humanidad estaba, pues, dividida entre pecadores y no pecadores. Y aparte de las precisiones sobre la Ley, el mensaje fundamental paulino para los gentiles, a saber la adoración del Dios único, la aceptación del Mesías y de la cruz, la ley del amor, y el perdón universal eran una parte del mensaje de Pablo que él predicaba a los gentiles…, ciertamente, pero que era válido también para los judíos. Antes he prevenido al lector del peligro de hacer universal el mensaje de Pablo respecto a ciertas partes de la Ley: no son mensajes universales (que incluyan a los judíos) los ataques a la Ley y una teología judía fanática basada en las obras de la Ley específica (circuncisión, pureza ritual, alimentos), sino que son solo válidos para los gentiles, la otra parte de una humanidad, no para los judíos conversos. Pero a la vez, insisto en que no se obtenga la errada conclusión (propia de algunos exegetas modernos) de que muchísimas cosas que Pablo predica a los gentiles, que no atañen a la circuncisión, la pureza y las normas de los alimentos, no van dirigidas a los judíos. Sí van y son válidas también para ellos. Hay que repetir una y mil veces que, salvo las distinciones sobre las leyes de la pureza, alimentos y circuncisión, etc., el evangelio de Pablo dirigido a los gentiles y el evangelio de Pedro, dirigido a los judíos, era el mismo, como dice el Apóstol en Gálatas 2,7. Dijimos que Pablo era muy pesimista sobre el poder del Mal sobre los humanos. Todos están esclavizados por el pecado, pero hay algunos que atienden a la proclamación, y otros, no. Esos que escuchan, y obedecen (“la obediencia de la fe: Rom 1,5) la palabra sobre el Mesías serán los que se salven, sean o no judíos. Decir que los judíos ya tenían la Ley, y que tenían igualmente la remisión de los pecados por medio del cumplimiento de esa Ley y sostener por ello que en realidad no necesitaban del Mesías, sino que este había venido en el fin del mundo para perdonar solo los pecados de los gentiles no es el pensamiento de Pablo, sino una gran distorsión de él. En el fondo, lo que piensa Pablo es que el Mesías no es para los gentiles propiamente, sino para los pecadores, ya sean judíos o gentiles. Pablo sabe que los judíos que cumplan la Ley y los paganos que observen la ley natural, se salvarán, aunque no hayan podido conocer al Mesías y la proclamación sobre él. Gran parte del mensaje paulino, válido para judíos y paganos, es que en la hora del final, tanto a los judíos como a los gentiles, el Mesías les ofrece la posibilidad de ser salvos, por el evento de la cruz, que hace que Dios mire hacia otro lado (Romanos 3,25), que deje un tanto de lado su Justicia y que haga actuar sobre todo la Misericordia, inducido a ello por la obediencia de su Mesías hasta la muerte en cruz. Por tanto, la posición de Pablo no se entiende bien por la interpretación que es doctrina luterana usual, al menos cuando se afirma que esta exige creer que la justificación es solo por la fe y que en el juicio no vale más que la fe y no las “obras”. Si se entiende así, hay que decir que esto no lo enseñó Pablo nunca. Lo que sí dice el Apóstol es que por la fe en el Mesías, a saber y en concreto, en el evento de la cruz como perdonador de los pecados del pasado, se justifica todo ser humano, sea judío o gentil. Pero luego —sostiene Pablo-- ha de seguir una vida de obras, de obras buenas, pues la ley del amor del Mesías (Gál 6, 2) exige una vida de fidelidad absoluta a las normas de esa ley mesiánica. Para los judíos esa fidelidad incluirá el seguir cumpliendo íntegra la ley de Moisés, pero interpretada a la luz y con la óptica del Mesías. Para el gentil converso consistirá en cumplir la parte de la Ley que le corresponde y practicar todas las buenas obras que le enseña su conciencia y la ley del Mesías. Así que Pablo --concluimos en esto Boccaccini y yo mismo--, no enseñó que había como “dos vías de salvación”, sino “tres vías de salvación”: • La primera para los judíos piadosos, justos, observantes de la Ley que no habían podido creer en Jesús como Mesías porque no lo habían conocido o habían vivido antes de su venida. • La segunda: para los gentiles piadosos, justos, observantes de la Ley en cuanto ley natural que no habían podido creer en Jesús como Mesías porque no lo habían conocido, o habían vivido antes de su venida. • La tercera: la de los judíos pecadores y los gentiles igualmente pecadores, que están en la era mesiánica, que han sabido de la venida del Mesías y que lo han aceptado (que no son muchos), que saben que estaban bajo el poder del Mal y del Pecado, (así, personificados, como lo entiende a veces Pablo), pero que son perdonados de sus faltas pasadas por la Misericordia divina por un Dios, que movido aún más a la misericordia por el evento de la cruz, mira hacia otro lado y perdona los pecados pasados. Gracias al Mesías y a la cruz, ya no están ni judíos ni gentiles, sin escapatoria apenas, bajo el poder del Mal, sino que saben que el Mesías ha acabado en principio con el poder del Mal, del Pecado y de la Muerte y los ha hecho merecedores de la vida en el paraíso, “siempre con el Señor” (1 Tes 4,17). Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 22 de Agosto 2014
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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