Notas
Escribe Antonio Piñero
Quiero comentar hoy el primer capítulo de un libro, publicado por la editorial Verbo Divino, libro que creo importante por dos motivos: por la relevancia de sus autores en los círculos y la investigación confesional de los orígenes del cristianismo (predominante en España / escaso número de historiadores profesionales que se dediquen a otros temas desde el punto de vista de la pura historia) y por los temas tratados. En otras postales trataré otras cuestiones planteadas en este libro, como el impacto de la muerte de Jesús y sus primeras consecuencias; los ritos de paso en el cristianismo de los orígenes (bautismo y comidas eucarísticas) y el candente tema de las creencias de los primeros cristianos. La ficha del libro es: Rafael Aguirre (editor). Título: “Así vivían los primeros cristianos. Evolución de las prácticas y de las creencias en el cristianismo de los orígenes”. Autores de los diversos capítulos: E. Miquel Pericás (“Experiencias extraordinarias en los orígenes”); Carlos Gil Albiol (“El impacto de la muerte de Jesús”); D. Álvarez Cineira (“El bautismo”); R. Aguirre (“Comidas eucarísticas”); C. Bernabé (“El cristianismo como estilo de vida”); L. E. Vaage (“El ascetismo en el cristianismo naciente”); S. Guijarro Oporto (“Las creencias de los primeros cristianos”), y F. Rivas Rebaque (“Creencias cristianas del siglo II”). Bibliografía fundamental relativamente amplia –siete páginas– aunque con notables ausencias de libros españoles. Editorial Verbo Divino, 2017, 414 pp. ISBN: 978-84-9073-342-4. Precio: . Los autores hacen constar en la Introducción que, aunque cada uno es responsable de su trabajo particular, el conjunto del libro es obra de un equipo, que ha consensuado de algún modo el contenido y el método para abordar las diversas cuestiones. Afirman que el contenido ha sido discutido ampliamente entre los componentes del grupo y que ha pasado por el tamiz de la experiencia en dos cursos de postgrado, lo que avala que el producto final sea algo muy reflexionado y meditado. Me parece acertado, e interesante, el que no se comience por las doctrinas en la consideración de los orígenes del cristianismo, sino por las experiencias vitales de los primeros cristianos, por sus ritos y prácticas de vida, cuya consideración llevará de la mano a preguntarse luego por el conjunto de esas doctrinas que sustentan las prácticas ya explicadas. Comento hoy, en la primera parte del libro, el capítulo dedicado a las experiencias extraordinarias de los orígenes, con la primera parte, del mismo título: un artículo escrito por Esther Miquel. Sin duda es un trabajo totalmente puesto al día en los aspectos sociológicos, e incluso psiquiátricos y neurológicos. El interés de la autora es poner de relieve la plausibilidad histórica de las experiencias religiosas extraordinarias que son como la gestación de la interpretación “cristiana” de Jesús, a su vez la base para el desarrollo doctrinal acerca del alcance de su figura y de su misión. Esas experiencias tuvieron tal impacto que son como el armazón que sostiene la novedad del cristianismo respecto a su religión hermana, el judaísmo. ¿Cuáles son esas experiencias extraordinarias? Según la autora, se trata de la viveza de que el Jesús que ha muerto, no está en esa situación, son que vive de nuevo; que existen, se han dado entre los miembros del grupo, y se dan, experiencias de encuentro con ese resucitado: apariciones, visiones, procesos de revelación por parte de ese resucitado. Y es importante que tales experiencias no son destructivas de la realidad, sino aclarativas; el grupo las considera muy positivas y beneficiosas… porque explican lo ocurrido; le dan sentido. En primer lugar afirma la autora que tales experiencias que no son patológicas, sino que se dan en personas sanas psicológicamente. Son extraordinarias tan solo por los sentimientos que las acompañan y las actitudes vitales que surgen de ellas. Y estas experiencias, al contradecir de muchas maneras la vida cotidiana revelan la creencia de que existe en verdad una realidad que trasciende lo que es corriente y usual en la vida. Algo hay detrás. Sin embargo, no cae la autora en la trampa del razonamiento que podría formularse del modo siguiente: “posible, luego probable, luego histórico”, sino que insiste en la argumentación de que si se desea argumentar que tras esas experiencias puede vislumbrarse algo histórico es necesario primero probar científicamente su posibilidad y el que se den entre gente normal, no enferma mentalmente. Por tanto, primera conclusión importante (contra los mitistas que sostiene que todo lo referente a Jesús es una pura creación literaria) es “que los autores neotestamentarios no tul utilizaron relatos falsos (voluntariamente pergeñados), metafóricos o meramente simbólicos de experiencia extraordinarias con el único fin de justificar unas creencias previamente adoptadas” (p. 44). Estoy muy de acuerdo con esta conclusión. Y me parece básica: se crea o no en la realidad trascendente a la que antes aludíamos, es imposible sostener –considerando los datos objetivos, históricos de la evolución de las creencias cristianas– que estas se basan en una mistificación pura y dura. No es posible. Es cierto que los psiquiatras afirman que el 10% de las personas sanas tienen alucinaciones alguna vez en su vida, y que no corresponden a un correlato externo real. Pero no se puede acusar a esas personas de ser unos mentirosos. Y para muchos esas “alucinaciones” son pruebas de la existencia de la trascendente. Aquí interviene la fe. Pero no es irracional, y como correlato se debe presumir la “buena fe” de los primeros cristianos. Respecto al modo de concebir la resurrección –las famosas y muy conocidas divergencias entre los evangelios o las afirmaciones de Pablo de Tarso– la autora afirma que se trata sencillamente de que, tras las diversas nociones de resurrección (en carne y hueso; con cuerpo espiritual), no hay sino diversas experiencias extraordinarias de contacto con el Resucitado. Y la creencia en que Jesús había vuelto a la vida era realmente más que plausible entre los judíos y los grecorromanos; unos, los primeros, porque estaban acostumbrados a la noción normal de la resurrección de todos los seres humanos (o al menos los justos; los otros serían simplemente aniquilados) para el Juicio Final previo al reino de Dios; y entre los grecorromanos porque era también usual la creencia en la resurrección por parte de los dioses de algunos humanos, sobre todo los héroes, que se convertían por ello en inmortales. En síntesis: queda claro –y estoy de acuerdo con ello– por el primer trabajo del libro “Así vivieron los primeros cristianos” que son totalmente plausibles tales experiencias extraordinarias que apuntan hacia algo trascendente, y que se dan entre personas no enfermas mentales, sino normales. Que esa realidad trascendente exista en verdad supera el ámbito de la pura historia (que solo trata de hechos empíricos, repetibles y contrastables) y es otra cosa; queda pues en el ámbito de la fe; pero no es irracional. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 4 de Abril 2019
Comentarios
|
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Secciones
Últimos apuntes
Archivo
Tendencias de las Religiones
|
Blog sobre la cristiandad de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |