CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
El autor del libro, cuyo material hemos resumido antes de ofrecer una crítica, me envía sus aclaraciones. Estimo que es conveniente que los lectores las tengan antes de que el viernes que viene (14 septiembre 2012) presente mi propia crítica


COPIA

Estimado D. Antonio.


Quiero agradecerle sinceramente su crítica de mi libro.
Por si pudiera servir para esclarecer algún que otro punto en el que acaso pudiera explicarme mejor, le hago el siguiente resumen sobre mi trabajo y posición particular:
En mi obra me planteo varias cuestiones que trato de responder a partir de los datos o evidencias e hipótesis o interpretaciones disponibles:
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- ¿Existió Jesús? (resumiéndose en una primera tabla, págs. 54-55, las razones para defender un “sí” o para inclinarse por un “no”.)

Mi “sí” va con reservas y sólo para una parte del personaje, presidida por aquellos aspectos que supera la “Lectio difficilior”.

- ¿Qué cuenta Pablo? (Y qué nos cuentan otros posibles autores: historiadores, literatura rabínica, evangelistas, “cristianos” de principios del segundo siglo: los gnósticos, Ignacio de Antioquía y otros primeros padres y apologetas...)

Realmente poco para construir cualquier biografía humana, aunque en el conjunto de tradiciones que recogen los evangelios, incluye un personaje que participa del credo paulino: un hombre-dios salvador que muere y resucita, y vendrá en breve a completar su misión, la esperanza y promesa redentora, los sacramentos (vivificantes y fraternizadores), el pacifismo universalista y cuasi conformista, etc.

- ¿Cómo se construye el material evangélico?

I. La primera de estas cuestiones comienza distinguiendo (como hacen los historiadores en general, y Vd. y Puente Ojea en particular) entre el Hombre-Dios que se encarna y muere por nuestra Salvación eterna, que forma parte de un mito preexistente en el tiempo a cualquier tradición sobre el Jesús evangélico, y el hombre concreto que pudo existir (y probablemente existió).

Pero el Jesús evangélico es un personaje mixto, complejo y contradictorio, que suma varias capas e incluso interpolaciones que han ido siendo explicadas a la luz de la evolución doctrinal del que se fue constituyendo (al menos desde mediado el siglo II) credo cristiano mayoritario.
Es por ello que, incluso despojado de cualquier deificación (y distorsión confesional, en general), seguimos estando ante un personaje complejo y poco creíble del estudio de las escasas fuentes disponibles para su reconstrucción.

Los estudiosos (filólogos e historiadores especializados) han ido depurando numerosas interpolaciones y hallando (o denunciado) numerosas copias parciales de textos preexistentes, tanto míticos y religiosos como literarios; tanto de origen griego o romano (a veces una remodelación de escritos o tradiciones cuyo origen es anterior y foráneo: egipcio, persa…), como judío. Pero, a la hora de separar lo más probable de lo menos factible, tanto en referencia a la biografía, como a las palabras y convicciones del personaje que buscamos, los estudiosos más serios siguen un método que distingue entre “lectio diffilior” (lecturas extrañas, que vayan a contracorriente de la propia evolución del pensamiento cristiano, o sean difíciles de justificar desde su idealización progresiva) y “lectio facilior” (las que favorecen las modificaciones explicables desde la evolución ideológica, confesional y cultual que conocemos), entre otras consideraciones, prefiriendo siempre la primera. Distinguen, además, diversas tradiciones, tipos de textos superpuestos o recosidos, capas y subcapas del relato sinóptico, etc.
Resumiendo mucho, tenemos un personaje verosímil que predicó la Buena Nueva, el advenimiento próximo del Reino prometido por los profetas para el Final de los Tiempos, que se movió por las aldeas próximas al Mar de Galilea (o Lago de Genesaret) y entró en Jerusalén con pretensiones de depuración y liderazgo nacional-religiosos, enfrentándose al sumo sacerdocio “ilegítimo” y al conjunto de judíos colaboracionistas (herodianos, saduceos…). Un personaje del que quedan frases probables (en especial las que surgen de su “lectio difficilior”), otras más discutibles y unas terceras bastante improbables (atribuidas falsamente y a veces demostradas como interpolaciones incluso tardías).

Un personaje que fracasa tanto en sus probables profecías esperanzadoras (para los judíos) como en sus posibles pretensiones mesiánicas; si bien es reconvertido en deidad en el marco de otra cultura y lengua, por seguidores que lo idealizan (hacen de él un Maestro pacifista y universalista; un hombre cuasi perfecto, además de un Dios).

II. Pablo cuenta bien poco. Cuesta adivinar si se refiere a un hombre recientemente muerto en la Tierra y no son pocos los autores que lo ponen en duda. “Sabe” mucho por inspiración mística directa, que hace derivar de la lectura de las Escrituras. Pero “sabe” que Jesús es judío, preexistente en el tiempo a su nacimiento terrenal, Segundo Adán, mediador, Hijo de Dios, Cristo celestial, Salvador, Cordero Pascual, sacrificado (traspasado o colgado) por los arcontes, que descenderá viniendo al encuentro de sus creyentes o escogidos para presidir, junto a los resucitados dignos de ello y a los creyentes (o “santos”) supervivientes de las iglesias paulinas, para inaugurar el Reino del Fin de los Tiempos.

No nos sirve Pablo para reconstruir el personaje histórico que buscamos. Sí, el dios y la doctrina de salvación que le es inherente, además de los principales sacramentos (no tan exclusivos del cristianismo, según se explicita).

III. Pero la doctrina que Pablo sigue, en fin, se incluye en los textos evangélicos. Su Dios, Salvación, Resurrección (con algunos matices considerablemente añadidos) y esperanza de regreso instaurador del Reino, son claramente recogidos, junto a milagros de diversos orígenes y frases que en buena parte tienen un origen incierto. Sobre los dichos de Jesús, parece reconocerse la existencia de una tradición que hoy se estima la primera de todas (mito mistérico-salvífico aparte) las que componen el material evangélico: una serie de dichos de sabiduría sobre la que se superpone otra de dichos de signo escatológico-proféticos y, por último, un relato biográfico final. Un relato que en un principio podría no incluir un tipo de muerte concreta (ni, menos, una ejecución); ni, tampoco, claro está, una resurrección.

La obra trata de explicitar de dónde proceden los añadidos literarios y las muertes teóricas, así como la evolución de estos relatos.

Finalmente, se incluyen tesis atrevidas, dándole algo más de extensión a la de Cascioli, referida a un personaje (Juan de Gamala) que, aunque muere en una fecha posterior y bajo otro gobernante romano (año 46, Tiberio Alejandro), guarda un cierto paralelismo en procedencia plausible, características de la ciudad (Gamala y el Nazaret descrito en los evangelios), nombre (y sobrenombres) de sus seguidores y lugares de predicación (Genesaret) con el Jesús evangélico.

Gracias por su atención y un saludo siempre admirado, D. Antonio.

FIN DE COPIA

Saludos cordiales de Antonio Piñero

Sábado, 8 de Septiembre 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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