CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe (supuestamente) Fernando Bermejo

Marcial Maciel Degollado es, ay, el más claro chivo expiatorio de nuestro tiempo. Ahora, cuando está de moda hablar de pederastia –como si no hubiera otros temas–, Marcial Maciel es la comidilla de todos los corrillos. “El depredador eclesiástico”, lo llaman calumniosamente.

Se le acusa de abusar sexualmente de decenas, de cientos de jóvenes. De haber inventado, para persuadirles y poder abusar de ellos, las historias más rocambolescas (por ejemplo, de que contaba a los niños y adolescentes que tenía grandes dolores en el vientre y que el papa Pío XII le había dado su autorización personal para que, con objeto de aliviarlo, lo masajearan en sus partes pudendas y poder proseguir así con su importante misión apostólica). Se le acusa de haber absuelto en confesión a los jóvenes que le manifestaban sus escrúpulos morales tras masturbarlo. De haber utilizado a sus ayudantes para disuadir a los padres de los jóvenes de interponer demandas legales, con la promesa de la concesión de becas y la obtención del sacerdocio para sus hijos (y, en caso de no resultar las promesas, proceder a las amenazas).

Se le acusa de ser un drogadicto, un morfinómano, a más tardar desde los años 50. De haber tenido relaciones con mujeres, y haberlas dejado embarazadas. De tener cinco hijos. De haber dilapidado el dinero de los confiados donantes, alojándose a lo largo de su dilatada vida en los mejores hoteles y viajando siempre en primera clase (y viajando sin cesar, para obtener su droga o ir a ver a sus amantes). De haber hecho cuantiosos regalos de dinero en efectivo a altos dignatarios eclesiásticos de la Curia romana. De haber intentado sobornar a funcionarios civiles de diversos gobiernos, incluido el español. De haber falsificado documentos, hasta firmas de cardenales. De haber amenazado de muerte a aquellos de quienes sospechaba que podrían hablar mal de él.

Ustedes no saben qué cantidad de infamias se están vertiendo contra él. No hay vicio que, dicen, Marcial Maciel no haya tenido. Pobre Padre nuestro, con lo bueno y lo santo que era. ¡Con el bien que hizo a nuestra Santa Madre Iglesia!

No crean los lectores que yo creo a pies juntillas en la inocencia de Nuestro Padre Marcial Maciel únicamente porque fuese a todas luces un hombre de Dios que irradiaba santidad, o porque fundó la benemérita congregación de los Legionarios de Cristo. No. Yo soy un ser racional, y me baso en argumentos irrefutables y en la lógica aplastante. Los propios Legionarios reconocen que, en multitud de ocasiones el Padre Maciel, recibió graves acusaciones. ¿Alguien me va a convencer a mí de que, si Marcial Maciel hubiera sido un delincuente de tal calibre a lo largo de más de 60 años, nuestros obispos y el Vaticano no lo habrían sabido? ¿Alguien me va a convencer de que a la Iglesia Católica, con el organismo burocrático no gubernamental más grande del mundo y quizás el mejor informado, le habrían pasado inadvertidos tales desmanes durante más de 60 años, –de haberse cometido–? ¿Y de que nuestros obispos, cardenales y papas, que representan a Dios en la tierra y cuyo ideario no es otro que la Verdad y la Justicia, no le habrían parado los pies para que no hiciera daño a nuestros queridos chamacos y a Nuestra Santa Madre Iglesia? ¿A mí me la van a dar con queso?

Por el contrario, obispos, cardenales y Papas lo tuvieron siempre en palmitas, sabedores de su profético carisma y de su santidad. Y, más que nadie, Su Santidad Juan Pablo II, un hombre de Dios merecedor ya no de una, sino de varias canonizaciones. Juan Pablo II, que lo quiso como a un hermano, como a un hijo (¿han visto ustedes las fotografías de los dos juntos, el afecto con que el Papa lo trataba?), en 1994 escribió una carta laudatoria, publicada en los diarios más importantes de México, en que lo llamaba “guía eficaz de la juventud” “que ha querido poner a Cristo como criterio, centro y modelo de toda su vida sacerdotal”. ¿Hay que recordar acaso quién fue Juan Pablo II, el timonel que con mano firme guió la Iglesia durante veinte años? Dicen que los rumores sobre Maciel comenzaron en los años 40 ¡y en 1994 Su Santidad habla maravillas de él!

Pero no solo eso. En 1997, un grupo de ocho personas (a las que prefiero, por caridad, no calificar), exlegionarios de Cristo, hicieron denuncias públicas –que llegaron, ¡vaya si llegaron! al Vaticano– denunciando de nuevo a Nuestro Padre Maciel de abusos sexuales. ¡Pero en el año 2004, al cumplirse el sexagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal del P. Maciel, se celebra una ceremonia en Roma, a la que asiste una nutrida representación de 25 obispos y 10 cardenales –entre ellos Angelo Sodano– y en la que el Papa vuelve a manifestar su apoyo a Marcial Maciel! ¿Acaso esto no es la prueba más contundente de que las acusaciones vertidas contra Maciel a lo largo de muchas décadas no merecían el más mínimo crédito?

Pero hay más. Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el entonces cardenal Joseph Ratzinger conocía muy bien el caso Maciel (contra el cual el Vaticano ya había recibido otras denuncias en décadas anteriores), especialmente tras las denuncias efectuadas a principios de 1997. Y, sin embargo, hasta finales del año 2004 Su actual Santidad Benedicto XVI no autorizó una investigación, y hasta el año 2006, el Vaticano no emitió una nota ordenando a Nuestro Padre retirarse a una vida de oración. ¿Alguien quiere convencerme acaso de que Joseph Ratzinger, a quien la prensa malintencionada llamó “el Rottweiler de Dios”, habría impedido –como de hecho impidió- durante más de siete años la investigación a Maciel de haber habido algún indicio de credibilidad en las acusaciones? ¿Acaso se le obstaculizó a Nuestro Padre seguir al frente de la gloriosa organización de los Legionarios de Cristo?

Las malas lenguas dicen que la investigación fue cerrada por las presiones realizadas por el cardenal Angelo Sodano. Pero ¿cómo puede haber alguien que crea que Angelo Sodano, cardenal de la Iglesia Católica, secretario de Estado del Vaticano, habría respaldado a un pederasta y morfinómano a sabiendas de que lo era…? ¿Acaso Su eminencia, ante la gravísima naturaleza de los delitos, se habría quedado callado –al igual que Juan Pablo II y Benedicto XVI- permitiendo así la continuación del sufrimiento de las víctimas? ¿Acaso también él habría sido cómplice? ¿Y acaso quiere alguien convencerme de que a Joseph Ratzinger alguien como Sodano le habría podido parar los pies y le habría impedido revelar la verdad?

Esto, como Vds. mismos reconocerán, no tiene ni pies ni cabeza. Lo siento, señores enemigos de la Iglesia, yo esto, simplemente, no me lo creo. Como dijo el cardenal primado de Méjico, Norberto Rivera, al periodista Salvador Guerrero, que en 1997 le preguntó por la publicación de las acusaciones contra Maciel, yo repetiré hasta el final: “Son falsas, son inventos, y tú nos debes platicar cuánto te pagaron”.

Se me dirá que últimamente el Vaticano anda haciendo visitas apostólicas a los Legionarios, y que incluso desde la Curia romana se empieza a hacer juicios sobre Maciel. Evidentemente, solo la presión de los medios de comunicación, laicistas y relativistas, puede explicar que actualmente se estén produciendo tales hechos. Ya lo dijo Nuestro Padre Maciel cuando algunos le acusaban de infamias y sodomía en los años 70: el Demonio está haciendo de las suyas… Pero ya resplandecerá la verdad, ya.

Dios bendiga a Nuestro Padre Maciel, que, a pesar de la maledicencia y la injusta persecución, ya está en la Gloria.

Saludos cordiales y feliz Año Nuevo

Jueves, 30 de Diciembre 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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