CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
507 Israel y los gentiles. Cuestiones disputadas en torno a Pablo de Tarso Diario de abordo de un diálogo (V)
Hoy escribe Carlos A. Segovia

9) ¿En qué medida puede decirse que el problema de la incorporación de los gentiles a Israel al final de los tiempos es el principal problema con el que Pablo trata de lidiar y el que vertebra de un extremo a otro todo su mensaje?

C. A. S. — Ésa es justamente mi propuesta. Mi interpretación se apoya aquí en dos pasajes que considero cruciales no sólo para interpretar correctamente la Carta de Pablo a los Romanos, sino también el mensaje paulino en su conjunto: Rm 15,8-12.15-18:

Pues digo que Cristo fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, 9 y los gentiles glorificaran a Dios por su misericordia, como está escrito: “Por eso te bendeciré entre los gentiles y entonaré un salmo a tu nombre” (Sal 17,50 + 2 Sm 22,50). 10 Y de nuevo dice: “Regocijaos gentiles con su pueblo” (Dt 32,43); 11 y de nuevo: “Alabad, gentiles todos, al Señor y entónenle alabanzas todos los pueblos” (Sal 117,1). 12 Y de nuevo Isaías dice: “Aparecerá la raíz de Jesé, el que se levanta para imperar sobre los gentiles.

15 Sin embargo, os he escrito con demasiada audacia, como para reavivar vuestra memoria en virtud de la gracia a mí dada por Dios, 16 de ser ministro de Cristo Jesús para los gentiles, ejerciendo el sagrado oficio del evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea aceptable, santificada por el Espíritu Santo. 17 Tengo, pues, el poder gloriarme en Cristo Jesús en las cosas de Dios. 18 Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya operado por mi medio para la obediencia de los gentiles de palabra y de obra

Pablo es muy claro en estos dos pasajes: su misión no consiste sino en conducir a los gentiles hacia el Dios de Israel proclamándoles lo que Cristo ha obrado para ellos con esa precisa finalidad. Pablo no se dirige propiamente a Israel.

A. P. – No niego que los destinatarios de la misión paulina sean casi “exclusivamente” los gentiles, pero con tal de que no se obtenga la exagerada conclusión de que nada de lo que diga Pablo, por ejemplo, en Romanos, no vaya a ser leído por los miembros judeocristianos de la comunidad de Roma y no les afecte para nada. Y lo mismo digo del resto de las cartas.


10) Cuando Pablo habla a favor de los judíos en Romanos, a saber que los gentiles no han de ser orgullosos con ellos y que deben aceptar que los judíos tienen cierta preeminencia, ¿podría pensarse que Pablo está simplemente tratando de complacer a los judíos de Roma para recabar fondos con vistas a su futura misión en Hispania?

C. A. S.- No a mi juicio, ya que los destinatarios de Romanos son exclusivamente los gentiles de Roma que han hecho suyo el evangelio, a quienes Pablo amonesta por su orgullo y su antijudaísmo.

A. P. — Pablo trata de incorporar a los gentiles a Israel, sí. Pero lo que pretende con ello, en último término, es que se salve Israel. Y en cuanto a tu pregunta: “¿Podría pensarse que Pablo está simplemente tratando de complacer a los judíos de Roma para recabar fondos con vistas a su futura misión en Hispania?”. ¡Naturalmente que en parte sí! Tiene que ganarse a sus lectores para que le consigan dos cosas: a) financiación para varias personas en un viaje caro y b) que intercedan ante los de Jerusalén para que acepten el dinero de la colecta (sobre el que tenían muchísimas dudas, porque provenía de incircuncisos; la iglesia de Jerusalén fue poco a poco siendo dominada por elementos más radicalmente judíos; había en ella sacerdotes y fariseos).

La Carta a los Romanos, con su núcleo en 9-11, que expresa claramente la aceptación de los gentiles por Dios gracias al mesías, y con la amonestación de que ellos, gentiles, son injertados como oleastros en el verdadero olivo, y que por tanto no pueden portarse de una manera orgullosa y necia con los judíos, es ante todo un canto impresionante a lo que ha hecho Dios por ellos por medio de su mesías, que ha venido sobre todo para ellos, pues a los judíos les “hacía menos falta”, por así decirlo, ya que tenían la Alianza.

Faltaba por cumplir una parte importantísima de la Promesa. Pablo dice a los gentiles conversos a le fe en el mesías que ahora está ocurriendo lo que deseaban siempre (los “clientes” de Pablo para la conversión son los “temerosos de Dios” y los “adeptos a la misteriosofía”, impenitentes anhelantes de su propia salvación): “¡Se está cumpliendo la promesa a Abrahán! ¡Vais a ser injertados, o estáis ya injertados, en Israel! ¡Por tanto, a portarse como se debe con los judíos que creen en Cristo también! Y ante todo ¡os vais a salvar, porque quien se salva es Israel! ¡Y estáis injertados dentro de él!”. Así, exaltando las mil maravillas que Dios y su mesías ha hecho por ellos, pretende Pablo conquistar el corazón de sus lectores indirectos, los judíos de Roma, con su teología para los gentiles pero que tanto exalta a Israel, para que cuando llegue el momento de aflojar la bolsa… ¡la aflojen!, es decir, para que le ayuden en su proyectado viaje a Hispania. Y para que interceden por él ante los miembros de la iglesia de Jerusalén para que no rechacen la colecta.

11) ¿En qué sentido cabe quizá hablar en Pablo de “dos vías para la salvación” y en qué sentido no cabe hacerlo? ¿Es la postura de los partidarios del “nuevo enfoque radical” sobre Pablo una y la misma a este respecto?

C. A. S. — A mi juicio, puede hablarse de dos vías para la salvación en la medida en que, aunque estrechamente relacionados entre sí, los caminos diseñados por Pablo para los judíos y para los gentiles no son exactamente uno y el mismo: los primeros deben comprender el momento histórico que ha llegado con la venida de Jesús, aunque no por ello abandonar su religión; los segundos pueden, por medio de Cristo, incorporarse a Israel sin asumir necesariamente la ley judía. Fíjate no sólo en Romanos 2,12 “Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados”, sino también 1 Cor 7,17-26, que podemos parafrasear así: “Que cada cual permanezca en su condición. Ésa es mi regla en todos los casos”. Por tanto el judío no tiene que dejar de ser judío.

A la vez y sin embargo, plantear así las cosas (“¿Cómo puede uno salvarse?”) supone proyectar peligrosamente sobre Pablo una inquietud que no es estrictamente suya sino muy posterior, por mucho que él mismo parezca apelar ocasionalmente a ella al interpelar a sus interlocutores gentiles. En efecto, si de lo que se trata es de las promesas de Dios y, en concreto, de hacer un sitio a los gentiles en el marco de la Alianza establecida por él con su pueblo, no puede decirse que la cuestión en juego ahí sea exactamente la de la salvación, aunque lo sea por extensión, dado el cariz apocalíptico del mensaje paulino. Pero, sobre todo, no se trata de cómo pueden unos y otros, los judíos y los gentiles, salvarse, sino de cómo pueden ellos participar conjuntamente, sin renunciar a su identidad, en el que Pablo considera el plan divino.

Entre los partidarios del “nuevo enfoque radical”, hay autores que apelan a la noción de dos vías para la salvación (Gaston, Gager); otros que lo hacen con reparos (Stendahl, Eisenbaum); otros que rehuyen abierta o implícitamente dicha noción (Campbell, Nanos y Rudolph); y otros que prefieren hablar más bien de dos caminos distintos pero relacionados entre sí (Stowers). Mi postura es en esto similar, de un lado, a la de Stowers, y, de otro, a la de Stendahl y Eisenbaum, si bien reconozco que la de Gaston y Gager no carece completamente de fundamento.

A mi juicio, Pablo piensa que Jesús es el mesías de Israel, pero ha renunciado a ejercer sus prerrogativas mesiánicas dando así más tiempo a todos, judíos y gentiles por igual, de volverse hacia el Dios de Israel; y dando así ocasión a los gentiles de incorporarse a Israel siempre y cuando ellos respondan fielmente a lo que el propio Cristo ha obrado de ese modo para ellos. El hecho de que algunos judíos, como él mismo, hubieran aceptado ver en Jesús al mesías esperado por ellos, no significaba sin embargo que, según Pablo, todos tuvieran que verlo así.

¡No olvidemos que no todos los judíos del siglo I eran mesiánicos, pues no todos creían que Dios enviaría un día a su ungido para invertir el curso de la historia y darle un nuevo comienzo! De lo que se trataba es de que algunos al menos lo vieran así y permitieran la entrada de los gentiles, o lo que es lo mismo, su incorporación a ciertas comunidades sinagogales. ¡Pablo no exige en ningún momento de Israel en conjunto un “acto de fe” (mucho menos un acto de fe contrario a la Ley o que pudiera tirar ésta por tierra) en el sentido en que hoy damos a este término: no les exige “creer en Cristo” del mismo modo en el que solicita esto de a los gentiles, sencillamente porque si se lo pide a estos últimos es porque sólo de ese modo podrán incorporarse a Israel sin necesidad de hacer suya la ley judía.

De ahí que, al final, todo Israel vaya a “salvarse” según Pablo aunque no acepten a Jesús como mesías. Por otra parte, no tenemos ningún argumento para pensar que Pablo rechazara personalmente la Ley (como he tratado de mostrar repetidamente analizando los textos en los que parece hacerlo y aquellos otros en los que la defiende, textos cuya articulación es necesario repensar), o para pensar que no murió tal y como siempre había vivido: como un judío observante. Cuando Pablo habla en contra de la Ley se refiere sólo y exclusivanebte en su aplicación a los gentiles, no a los judíos.

A. P. — Pablo fue un judío, un judío observante; aceptémoslo. Del conjunto de sus cartas, se deduce sin embargo que Pablo, todos sus colaboradores judeocristianos y toda la iglesia de Jerusalén aceptaban a Cristo como el mesías del final de los tiempos, se sentían salvados en Cristo y lo predicaban como el mesías de Israel. ¿Para qué exponían estos judeocristianos sus vidas si Cristo era prácticamente indiferente para los judíos, si éstos no tenían que aceptarlo como mesías de Israel, si la muerte de Cristo sólo significaba que debían volver estrictamente al cumplimiento de la Ley de Moisés como signo de conformidad con una Alianza otorgada por pura gracia?

Cuando al final de los tiempos, durante el reino del mesías (anterior al reino de Dios, como se dice 1 Corintios 15,24-28), este mesías aniquile a “todos los enemigos”, y sobre todo sean aniquilados el pecado y la muerte… Cito el texto:

Luego el fin, cuando entregue el Reino a Dios Padre, cuando haya destruido todo principado, toda dominación y potestad. 25 Pues debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies (Sl 110,1). 26 El último enemigo en ser destruido es la Muerte. 27 Pues sometió todas las cosas bajo sus pies (Sl 8,7). Y cuando diga que «todo está sometido», es evidente que salvo el que ha sometido a él todas las cosas. 28 Y cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá al que ha sometido a él todas las cosas, para que sea todo en todo

Continúo: ¿será efectivo esta situación así descrita sólo para aquellos que hayan reconocido a Cristo como mesías, es decir los gentiles y los judeocristianos, pero no para los judíos fieles a la Alianza, que sólo habrán aprovechado el tiempo prolongado que les ha concedido la muerte del mesías verdadero de Dios (que ellos no reconocen) para reconciliarse con Dios dentro de la Alianza y simplemente aceptar y comprender que su Dios es también el Dios de los gentiles?

O si es efectivo lo que ocurrirá, y también para ellos quedarán destruidos todos los enemigos y el pecado y la muerte, ¿no parece injusto y hasta cierto punto ridículo que unos judíos que no han reconocido a Cristo como el mesías de Israel se apropien de los beneficios que van íntimamente relacionados a su quehacer como mesías? ¿Cómo pudo pensar Pablo que el Israel de la plenitud de los tiempos estaría compuesto a la vez por israelitas genuinos, de genuina filiación, pero que no aceptaban como mesías a Cristo, e israelitas adoptados (cuya filiación es por adopción) que sí aceptaban a Cristo como mesías? O —hipótesis absurda desde el punto de vista paulino— ¿es que al final de los tiempos habrá dos Israeles, uno verdadero, por hipótesis, pero que no necesita creer en el mesías, y otro, también verdadero, pero que sí cree en el mesías? Cuando lleguen esos momentos finales… ¿para que se habrá creado todo el mesianismo a partir de los profetas… si Israel no necesita creer en el mesías para salvarse?

Si los judeocristianos de Jerusalén, Pablo y sus colaboradores, como judíos observantes, habían visto en Cristo al mesías de Israel, ¡es evidente entonces que el Espíritu, derramado sobre ellos al final de los tiempos, los ha engañado!… porque, por hipótesis, el resto de los judíos, con todos sus maestros y doctores de la Ley, fieles a la Ley a la Alianza, que han aprovechado el tiempo concedido por el mesías de Dios, se salvarán al final de los tiempos llegando a la conclusión de que Cristo les ha concedido tiempo suplementario, pero no es el mesías de Israel y hay que seguir esperándolo…

¿No es esta una consecuencia absurda? ¿Cómo van a seguir esperando al mesías verdadero si ya se han salvado, ya ha llegado el final y están en el paraíso sin necesidad de reconocer a Jesucristo como mesías? Pablo mismo, como judío absolutamente observante, dentro plenamente de la Alianza, no tendría por qué haber creído tampoco que Jesucristo era el mesías de Israel, sino sólo que él, Pablo, se salvaría como buen judío al final de los tiempos con tal de ser fiel a esa Alianza. Y debería haber rechazado también la llamada divina que le convertía en Apóstol de los gentiles, porque al fin y al cabo éstos también se iban a salvar cumpliendo la Ley inscrita en sus conciencias según se dice en Rom 2,27. ¡Habría tenido una vida estupenda, sin latigazos ni persecuciones y luego la vida eterna en el eón futuro! Visto desde fuera, ¡se equivocó plenamente aceptando la llamada! Piensa en ello: tu tesis y la de los “New radicals” incurren en estos absurdos y contradicciones...

12) ¿Era genuino el interés de Pablo por los gentiles? ¿Podemos saberlo?

C. A. S.
— Mi impresión es que sí, aunque, obviamente, no podemos saberlo con certeza. En efecto, me parece muy difícil poder reconstruir la psicología de Pablo hasta ese extremo. En todo caso, su preocupación por los gentiles es clara y constante de una parte a otra de su obra. A la vez y sin embargo, su mensaje se inscribe en la teología de la restauración de Israel. Ya sabes que yo también interpreto el mensaje paulino a la luz de esta última. Luego la pregunta tendría que ser: ¿jugaban para él los gentiles un papel puramente accesorio en el marco de dicha teología?; ¿buscaba únicamente Pablo simplificarles las cosas para garantizar la rápida incorporación a Israel, sea del mayor número posible de ellos o, al menos, de algunos? Una vez más es posible, pero, en mi opinión, no podemos afirmarlo con rotundidad.

A. P. — Estrictamente no podemos conocer sus motivaciones internas. Esto es evidente. Pero apuntaré aquí una posible solución del interés de Pablo por los gentiles: si es verdad que Pablo, como judío de alma entera, estaba obsesionado por el final de los tiempos y por la restauración/salvación de Israel, sabía que esa tal restauración no podría llegar si no se incorporaban a Israel un cierto número de gentiles (¡los suficientes como para representar a las naciones!). Se trataba para él, repito, del cumplimiento de la Promesa, que es por otra parte de lo que también habían hablado los profetas.

Y Pablo, él solito, con su pequeño equipo, ¡se propuso hacer lo que en toda la historia, desde Abrahán hasta sus días, no se había conseguido! En verdad era un iluso o un fanático ¡Pensaba que tras haber convertido al 0,0000007% de los paganos del Imperio “desde Jerusalén hasta el Ilírico” se le había acabado su tarea y que tenía que ir a Hispania para completarla! Visto desde hoy, ¡Pablo estaba “loco”!, es decir, era un fanático apocalíptico completo. Por tanto, Pablo se interesaba por los gentiles, sí, pero no por ellos mismos, sino en cuanto eran necesarios también para que llegara el final de los tiempos y se salvara Israel… La parte de la promesa a Abrahán, “Padre de muchos pueblos” habría de cumplirse sin duda… pero para un judío esta parte ocupaba un lugar secundario en el corazón.

Saludos cordiales,
Carlos A. Segovia


Sábado, 13 de Abril 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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