Baño ritual en Magdala (fotografía del autor).
Juan el Bautista fue quien, según la investigación independiente, amparó a Jesús el Galileo y lo instruyó (o le dio el punto final de instrucción) de manera que, llegado el momento, éste pudo continuar predicando la vuelta a los caminos de Yahvé.
Juan el Bautista, una figura bien oscura en la tradición cristiana pese a las referencias habituales a su persona. Si en
Marcos, primer evangelio, aparece como el certificador de la maravillosa persona que se convertiría en “el cordero de Pascua” (1 Cor 5, 7) para los seguidores de Pablo, la relación entre Juan y Jesús cambia a lo largo de los años para convertirse no ya en el presentador del gran personaje sino en un subordinado a éste.
La ceremonia que permite identificar a Juan fue después adoptada por el Galileo para acabar llegando a Occidente al menos por las manos de Pablo. Ahora bien: qué era y qué origen tenía esta ceremonia.
Debemos distinguir dos cosas al tratar este tema: la primera, el hecho en sí; la segunda, la palabra que nos ha llegado para designarlo.
La palabra es fácil de estudiar, pues se trata del verbo griego
baptídsein (βαπτίζειν), un intensivo de
bápto (βάπτω). Pero la etimología de estos dos verbos griegos es muy debatida. Una de las teorías la refiere a la palabra bathýs, (βαθύς), que significa profundo. La cuestión es que, en griego, estos verbos indican la idea de sumergirse en agua, en algunos casos de bañarse. El verbo apareció en la tradición judía como traducción de la palabra
tbl, con el significado de “bañarse”, “baño”. Esta palabra aparece en el
Antiguo Testamento indicando mojar un bocado en el vino (Jueces 2, 14) o meter los pies en el río (Josué 3, 15), o meter el dedo en la sangre de los sacrificios (Levítico 4, 7, etc.). Incluso para limpiar vasijas impuras, pero en este caso es más frecuente que se traduzca al griego mediante verbos que significar “lavar” o “limpiar”.
Pero en épocas más cercanas a los orígenes del cristianismo el término tbl (y sus derivados) adquirió un matiz más cercano a la limpieza de lo impuro, a la purificación, incluso de los prosélitos. De hecho, sabemos que los temerosos de Yahvé debían bautizarse. Pero esto es más bien pureza legal, es decir, referida a diversos pasajes de la Ley tal como se concebía desde el siglo IV-III a. C. No había en el judaísmo, por tanto, relación entre bautismo y limpieza de pecados, sino limpieza de impurezas referidas al presentarse ante los ritos exigidos por Yahvé y su Ley. Aunque no hay que olvidar que el judío Pablo pensaba que el pueblo de Yahvé se había bautizado en el Sinaí por obra de Moisés (1 Cor 10, 1-4), lo cual indicaría que la percepción del baño como paso trascendente se estaba dando ya en círculos judíos de la época.
En el mundo griego, por otro lado, sí había baños de carácter religioso, como sabemos por los rituales de Eleusis, la religión egipcia fuera de Egipto, etc. Pero la palabra
baptídsein se usa muy poco en contextos religiosos en nuestras fuentes griegas. Quizá el caso más significativo es el de Plutarco, escritor nacido durante el reinado de Claudio (41-54 d. C.). Este autor censura una costumbre como supersticiosa: en caso de sueños terroríficos o apariciones de Hécate, diosa relacionada con el más allá, bañarse en el mar para eliminar el miedo. Pero esto aleja la posibilidad de que
baptídsein hubiera alcanzado un significado sagrado.
En realidad, el verbo servía para indicar “sumergirse en el agua” ya desde el siglo V a. C. Más específicamente, significaba en algunos casos “hundir una nave”, incluso “naufragar”. Y, en el pensamiento mágico antiguo, llegó a significar arruinar a alguien o algo mediante su “naufragio” o “hundimiento”.
La traducción al español de este término es harto difícil, pues nada encaja exactamente con el verbo griego en contexto cristiano, de ahí que, con el tiempo, sólo nos haya quedado “bautizar”. Otros idiomas, sin embargo, tratan de actualizar su traducción, cuanto menos en el caso de Juan el Bautista: en inglés se escribe “John the Inmerser” y en alemán “Johannes der Täufer”, ambas expresiones muy malsonantes en español: “Juan el inmersor”.
Saludos cordiales.
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