El concepto de bosque sagrado (alsos) está más que bien representado en las fuentes literarias, en la arqueología y el arte de Grecia. Esta abundancia no oculta que en otras culturas también es una idea muy relevante. Ahora bien, qué pensar de una tradición religiosa como la judía, monoteísta, carente de imágenes de las divinidades y con un solo punto de veneración, el templo de Jerusalén. Dado que ahora estudiamos una palabra griega, he revisado su aparición en un autor judío que escribió en griego, Flavio Josefo.
Flavio Josefo escribió a finales del siglo I de nuestra era cuatro obras en griego que se han convertido en fuente muy importante para conocer el judaísmo de su época y, por extensión, los orígenes del cristianismo. La palabra alsos aparece en algunas ocasiones en ellas.
Hablando de la obra pública de Herodes, indica que en algunas ciudades extranjeras pagó parques y prados (BJ 1, 423). La traducción “parques” es la correspondiente a alsos. La noticia encaja en lo que ya hemos visto en otros post sobre zonas ajardinadas alrededor de templos.
Además, en Antigüedades judías evoca, por supuesto es mito, el palacio de Salomón, y entre sus bellezas incluye la presencia de varias zonas ajardinadas para disfrutar de la vista y descansar del calor (AJ 8, 138).
Más interesante quizá sea la explicación que da sobre el piadoso comportamiento del rey Josías (reinó entre 639 y 608), pues en cuestión de atenerse a la Ley mosaica superó a casi todos sus precedentes en el trono. Destaca Flavio Josefo que Josías destruyó los bosques sagrados de las divinidades extranjeras, los que anteriores reyes habían permitido al pueblo impío (AJ 10, 52).
Esta destrucción sistemática del politeísmo se atiene a las instrucciones que Yahvé dio al pueblo elegido antes de entrar en Canaán como tierra prometida. El mismo Josefo indica en AJ 4, 192 el mandato expreso de destruir los altares y los bosques (la misma asociación que vimos en Grecia), y quemar todo eso y los templos para demostrar que la tierra prometida ya no pertenecía a los cananeos. Parece que, para los santuarios extramuros, puede vislumbrarse el mismo valor territorial que ya observábamos en el caso griego.
Por último, voy a citar hoy un caso muy chocante. Frente a lo antes dicho, Se trata de la descripción que Flavio Josefo hizo de la batalla en el valle de Refaím, entre filisteos y hebreos, incluye una nota disonante. Josefo cuenta que la victoria de David se debió a la ayuda que Yahvé prestó al rey. Lo curioso es que esa ayuda llegó de una manera muy politeísta (AJ 7, 77):
El rey de Israel preguntó a Yahvé otra vez en relación con la batalla; y el sumo sacerdote le dio esta profecía: que él debía mantener su ejército guardado entre los bosques, llamados los bosques del Lamento, (no distaban del campamento enemigo) y que no debía moverse ni comenzar a combatir hasta que los árboles del bosque se movieran sin que soplara el viento; pero que, tan pronto como los árboles del bosque se movieran y se diera el momento que Yahvé le indicaba, él, sin dilación alguna, debía ponerse en marcha para lograr una victoria ya dispuesta y evidente.
La batalla, sin embargo, no está narrada así en la biblia hebrea, que en 2 Samuel 5, 17-22 y 1 Crónicas 14, 13-16 relata la victoria sin citar el milagro de los árboles movidos sin viento.
La escena, tal como la cuenta Flavio Josefo, recuerda mucho al oráculo de Zeus en Dodona, que, presidido por una encina, vaticinaba según el sonido de las ramas la voluntad del dios.
Saludos cordiales.