Bitácora
SANTOS, LAS FARC Y EL CUARTO TIEMPO
José Rodríguez Elizondo
Publicado en La Segunda, 7.9.2012
Para mejor ubicarnos en la actual relación del Presidente colombiano Juan Manuel Santos con las FARC, hay que hacerle elongaciones a la memoria. Tras el estiramiento, recordaremos que, a fines de los años 50 del siglo pasado, las izquierdas armadas inauguraron el Tiempo de Patria o Muerte, en La Habana. Subiéndose por el chorro, Fidel Castro dictaminó que el primer deber de todos los revolucionarios latinoamericanos era imitarlo. Bastaba “un puñado de hombres decididos” para derrotar a cualquier ejército.
Quienes le creyeron se convirtieron en víctimas del nuevo mesianismo y, sin querer queriendo, catalizaron el Tiempo de las Dictaduras Antisubversivas. Como escribiera un estupefacto Règis Debray, notorio castro-boy de la época, “todo sucedió como si el mínimo necesario para instalar un foco guerrillero fuera el óptimo para el éxito de las operaciones de contrainsurgencia militar”.
A partir de ahí, los izquierdistas armados comenzaron a vivir el Tiempo del Escarmiento en tres versiones básicas: unos se plegaron a las izquierdas democráticas en calidad de “renovados”, algunos de éstos se pasaron de rosca y durmieron con el enemigo y otros “se fueron para la casa”, tras quemar sus manuales de combate.
Excepcionalmente, los guerrilleros colombianos perseveraron en el manejo de “los fierros”, por dos razones copulativas: en su país no hubo dictadura y ellos estaban viejos para iniciar otro giro. Manuel “Tiro Fijo” Marulanda, ex Pedro Antonio Marín, ex funcionario público, ex montonero liberal y luego líder histórico de las FARC, fue el paradigma de esos irreductibles. Él había optado por la acción armada antes que el propio Castro y no se consideraba dependiente suyo.
Así, mientras las otras guerrillas desaparecían, Marín y sus samurais mutaban en latifundistas informales, con uniformes de camuflaje. Su objetivo retórico de “liberación nacional” apenas escondía un objetivo utilitario: la autodefensa de una forma de vida, en un espacio acotado y con cambio de proveedores. Por déficit de cooperantes políticos, pasaron a cobrar peaje a los narcotraficantes y se autoayudaron mediante el secuestro con fines de lucro.
En ese contexto, negociar una “reinserción” con los gobiernos de turno no tenía ningún brillo. Equivalía a canjear un poder de estirpe feudal, por una amnistía riesgosa, una carrera política tardía y una eventual parcela de pocas hectáreas. Por no entenderlo a cabalidad, fracasaron las negociaciones de todos los predecesores de Alvaro Uribe. Este, por el contrario, se apuntó éxitos notables, al fortalecer la acción punitiva del Estado bajo el mando directo de su ministro Santos.
Pero ahora es Uribe quien está planteando una falsa alternativa: la guerra interminable o la traición de su sucesor. Haciéndolo, soslaya tres factores esenciales: uno, que gracias a la gestión del propio Uribe, Santos negociará desde posiciones de fuerza. Dos, que muerto Marulanda y abatidos sus samurais, la endogámica militancia FARC busca liberarse de la disciplina verticalizada. Tres, que si Hugo Chávez se va a colgar del evento como “acompañante”, ahora estará equilibrado por Sebastián Piñera. El tema, por tanto, no es reprimir sin transar, sino asumir que ahora sí llegó el Tiempo de la Negociación.
¿Y para negociar qué? … Pues lo que parece obvio: el futuro civil de 8.000 colombianos armados y con destrezas militares, para reducir el alto riesgo social de una dispersión “por la libre”.
Para mejor ubicarnos en la actual relación del Presidente colombiano Juan Manuel Santos con las FARC, hay que hacerle elongaciones a la memoria. Tras el estiramiento, recordaremos que, a fines de los años 50 del siglo pasado, las izquierdas armadas inauguraron el Tiempo de Patria o Muerte, en La Habana. Subiéndose por el chorro, Fidel Castro dictaminó que el primer deber de todos los revolucionarios latinoamericanos era imitarlo. Bastaba “un puñado de hombres decididos” para derrotar a cualquier ejército.
Quienes le creyeron se convirtieron en víctimas del nuevo mesianismo y, sin querer queriendo, catalizaron el Tiempo de las Dictaduras Antisubversivas. Como escribiera un estupefacto Règis Debray, notorio castro-boy de la época, “todo sucedió como si el mínimo necesario para instalar un foco guerrillero fuera el óptimo para el éxito de las operaciones de contrainsurgencia militar”.
A partir de ahí, los izquierdistas armados comenzaron a vivir el Tiempo del Escarmiento en tres versiones básicas: unos se plegaron a las izquierdas democráticas en calidad de “renovados”, algunos de éstos se pasaron de rosca y durmieron con el enemigo y otros “se fueron para la casa”, tras quemar sus manuales de combate.
Excepcionalmente, los guerrilleros colombianos perseveraron en el manejo de “los fierros”, por dos razones copulativas: en su país no hubo dictadura y ellos estaban viejos para iniciar otro giro. Manuel “Tiro Fijo” Marulanda, ex Pedro Antonio Marín, ex funcionario público, ex montonero liberal y luego líder histórico de las FARC, fue el paradigma de esos irreductibles. Él había optado por la acción armada antes que el propio Castro y no se consideraba dependiente suyo.
Así, mientras las otras guerrillas desaparecían, Marín y sus samurais mutaban en latifundistas informales, con uniformes de camuflaje. Su objetivo retórico de “liberación nacional” apenas escondía un objetivo utilitario: la autodefensa de una forma de vida, en un espacio acotado y con cambio de proveedores. Por déficit de cooperantes políticos, pasaron a cobrar peaje a los narcotraficantes y se autoayudaron mediante el secuestro con fines de lucro.
En ese contexto, negociar una “reinserción” con los gobiernos de turno no tenía ningún brillo. Equivalía a canjear un poder de estirpe feudal, por una amnistía riesgosa, una carrera política tardía y una eventual parcela de pocas hectáreas. Por no entenderlo a cabalidad, fracasaron las negociaciones de todos los predecesores de Alvaro Uribe. Este, por el contrario, se apuntó éxitos notables, al fortalecer la acción punitiva del Estado bajo el mando directo de su ministro Santos.
Pero ahora es Uribe quien está planteando una falsa alternativa: la guerra interminable o la traición de su sucesor. Haciéndolo, soslaya tres factores esenciales: uno, que gracias a la gestión del propio Uribe, Santos negociará desde posiciones de fuerza. Dos, que muerto Marulanda y abatidos sus samurais, la endogámica militancia FARC busca liberarse de la disciplina verticalizada. Tres, que si Hugo Chávez se va a colgar del evento como “acompañante”, ahora estará equilibrado por Sebastián Piñera. El tema, por tanto, no es reprimir sin transar, sino asumir que ahora sí llegó el Tiempo de la Negociación.
¿Y para negociar qué? … Pues lo que parece obvio: el futuro civil de 8.000 colombianos armados y con destrezas militares, para reducir el alto riesgo social de una dispersión “por la libre”.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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