CONO SUR: J. R. Elizondo

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El nieto de Allende José Rodríguez Elizondo

Hace algunos años conocí al joven Alejandro Fernández. Excluyendo al cantante de rancheras, su nombre dice poco. Pero, si agrego que también se llama Salvador y que su segundo apellido es Allende, comienza a sospecharse que aludo al nieto del Presidente chileno que murió en La Moneda. El hijo de Beatriz Allende y del funcionario cubano Luis Fernández.

Alejandro vino a mi casa acompañando a su tía Isabel, diputada y líder de una tendencia socialista. De lo que conversamos me queda el recuerdo de un veinteañero inteligente, en trance de superar los estereotipos castristas de su educación en Cuba. Los mismos que rigidizaban su pensamiento y, quizás, coartaban la expresión de sus sentimientos.

Actualicé el recuerdo gracias a una extraordinaria entrevista que le hizo el diario chileno La Tercera, desde su nuevo hogar en Auckland, Nueva Zelandia. Sucede que, según pasaban los años, Alejandro se había establecido allí para vivir su condición de homosexual sin tapujos. En Cuba, imposible pensarlo.

Desde esa perspectiva, la entrevista enseña mucho sobre los contextos de discriminación en los cuales vivimos en toda la región. Además, muestra nuevas facetas admirables de la abuela Tencha –la viuda de Allende- y de la tía Isabel, la primera a quien comunicó su “opción”.

Pero, simultáneamente, el nieto da luces perturbadoras sobre el omnipotente “machismo-leninismo” de Fidel Castro. Es una omnipotencia que se manifestó desde su propio bautizo. Entonces, el líder “sugirió” invertirle los apellidos, para que se llamara Alejandro Salvador Allende Fernández.

“Alejandro” era un homenaje al propio Castro, pues fue su “chapa” de clandestinaje. En cuando a la subordinación del apellido del padre, serviría para mantener la estirpe onomástica del líder chileno, en símbólica unión con la estirpe guerrillera.

En resumidas cuentas, Castro no sólo inventó la muerte en combate de Allende, para levantar un nuevo mito político y porque veía el suicidio como una debilidad burguesa. Quiso, además, que esa invención empalmara con una dinastía cubano-chilena, de la cual Alejandro sería el ícono representativo.

Por cierto, el líder no contaba con la voluntad libre del humano concernido. Hoy, desde sus 35 años, Alejandro dice que el nombre asignado “no me gustó nunca (…) era abrumador”. Comprende que su padre debió aceptarlo, pues “no tuvo otra opción”. Consecuente con ello, a los 18 años y viviendo en Chile, recuperó su identidad. Cambió el orden de los factores y hoy se llama como debió llamarse: Alejandro Salvador Fernández Allende.

Pero, hubo algo mucho más dramático en su infancia cubana. Su madre se suicidó cuando tenía 4 años y lo hizo como el abuelo: “se puso el fusil debajo de la quijada y disparó dos veces”. Además, en un equivalente a “las últimas palabras” de Allende, dejó una carta con contenidos personales y políticos, que se mantiene en los archivos secretos de Castro.

Alejandro cree que su madre estaba con una depresión clínica no tratada, pues en la Cuba de su niñez “los revolucionarios no se deprimen”. En cuanto a la carta, a los 15 años consiguió que le mostraran el original “prácticamente ininteligible” y una versión escrita a máquina. No le dieron copia de ninguno de los dos textos, pues la carta “era del Estado cubano”. El hoy piensa que “es un documento histórico que pertenece al Estado chileno”.

Es otro de los misterios teológicos de Castro. Me hace recordar que el 26 de julio de 1980, efeméride por excelencia de la revolución cubana, Haydée Santa María decidió suicidarse. Como era la heroína máxima de la revolución, reventó el festejo máximo de Castro y también dejó una carta explicativa… quizás tan ininteligible y secreta como la carta de Beatriz.

Publicado en La Republica el 29.1.08.

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 30 de Enero 2008



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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