Cuando alguien contrata los servicios de otra persona como proveedora o trabajadora, ¿qué espera recibir, y qué ofrece a cambio a la otra persona? En la relación entre quien emplea y quien es empleada o entre un proveedor y su cliente existe una variable que determina la calidad de este vínculo: la dignidad.
Pasamos muchas horas de nuestra vida en el entorno laboral. Y todo lo que ocurre en relación a él, influye en nuestra vida y afecta a nuestra persona. No es ningún descubrimiento.
Desde la crisis económica que se desencadenó en 2008 las condiciones de trabajo por cuenta ajena se han ido degradando: contratos eventuales, menoscabo de la seguridad y salubridad, salarios bajos que convierten en pobres incluso a las personas que tienen trabajo y, la peor, desempleo.
El trabajo por cuenta propia no vive mejores circunstancias tampoco. En un trabajo realizado por un proveedor para un cliente también se dan situaciones poco dignas, como el “regateo” en los presupuestos o en las prestaciones ofrecidas o las exigencias desmedidas hacia el proveedor.
Nuestro punto de partida es que con unas condiciones precarias no se puede aportar valor ni abordar los retos que implica trabajar por la Sostenibilidad.
Trabajo digno o decente, un concepto actual
La dignidad en el trabajo es un concepto que puede parecer “de otros tiempos”, incluso no deberíamos estar hablando de él a estas alturas, pero lo traemos al blog porque pensamos que es una de las dimensiones olvidadas en la Sostenibilidad. Y no solo lo pensamos nosotros.
Encontramos numerosos ejemplos de entidades que defienden este principio para conseguir un desarrollo sostenible.
Actualmente está recogido como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados por la Agenda 2030. Estos objetivos fueron el resultado de consultas realizadas a la población, quien señaló el trabajo decente, que es el término usado internacionalmente para referirse al trabajo digno, entre sus prioridades.
Pero comencemos por la base. ¿Qué es la dignidad?
La dignidad es un derecho reconocido en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos […]”.
Además, en su artículo 23, dedicado al derecho al trabajo, la Declaración Universal reconoce: “Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure [...] una existencia conforme a la dignidad humana”.
Es decir, la dignidad es algo innato e indica el respeto y la estima que todos los seres humanos merecen. Cuando esta no se da, significa que otra persona la está quitando o pisoteando. Sin embargo, la dignidad no es un bien que se pueda acumular, es decir, quitar la dignidad no nos hace más dignos. Más bien al contrario. Se trata de un binomio ganar-ganar. Trabajar por la dignidad de las personas es lo que nos hace más dignos.
¿Cómo nos lleva la dignidad en el trabajo a la Sostenibilidad?
El trabajo digno está ligado al crecimiento económico y al desarrollo sostenible.
Retomando la Agenda 2030, esta marca en su Objetivo número 8 la importancia del trabajo decente para alcanzar el desarrollo sostenible. La finalidad de este objetivo es “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”.
Más aún. El trabajo decente no solo tiene que ver con la temática del Objetivo 8 sino que afecta a la consecución del Objetivo 1 —erradicación de la pobreza—, al Objetivo 5 —igualdad de género— y al 10 —reducir la desigualdad en los países y entre ellos—.
Es decir, sin trabajo digno, no existe igualdad, ni inclusión, ni podemos lograr la Sostenibilidad porque un trabajo precario aumenta las desigualdades y agudiza las diferencias sociales. Dicho de otra manera, el trabajo decente ayuda a construir la paz social porque supone dignidad, esperanza y justicia social, como defiende el Director General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el objetivo número 8 de la Agenda 2030.
Pero no es solo cuestión de que lo diga Naciones Unidas
Crear una sociedad más igualitaria, más inclusiva, más digna, no solo es una cuestión de ideología, de entender que la justicia social es un valor en sí mismo. Es, también, una cuestión de diseño cultural para la Sostenibilidad.
Solo tenemos una década para generar la transformación radical de nuestro modo de vida a escala global. Como ya hemos comentado en alguna ocasión, esta transformación disruptiva en nuestro modo de vida solo es posible si ahondamos en las raíces de nuestro comportamiento, lo que nos lleva, necesariamente, a transformar los valores que priman en nuestra cultura global.
Como ha demostrado la evidencia científica, los seres humanos, la humanidad, compartimos un sistema de valores común y en ese sistema de valores, aquellos que son claves para lograr la Sostenibilidad, como la conexión con la Naturaleza y el cuidado del Medio Ambiente, están totalmente engarzados con los valores que priman el cuidado, la justicia social o la igualdad. No podemos apuntar a unos sin contar con los otros. De hecho, si anulamos el cuidado, la justicia social o la igualdad, automáticamente anulamos la conexión con la Naturaleza y el cuidado del Medio Ambiente.
En consecuencia, cuando directa o indirectamente generamos situaciones indignas, no asegurándonos que pagamos justamente el trabajo de las personas que satisfacen nuestras necesidades o, lo que es lo mismo, pretendiendo comprar al precio más barato, automáticamente contribuimos a generar una cultura contraria a la Sostenibilidad.
Si además esto se produce dentro del sector que trabaja por la Sostenibilidad, esta situación no puede ser más paradójica y de efectos más perversos.
La Agenda 2030 hace hincapié en poner en el centro a las personas y al planeta. En Genea defendemos un Planeta Humano. Por eso nos preguntamos: ¿lograremos humanizar el trabajo en los 11 años que quedan? Si tienes alguna respuesta te agradecemos que la compartas con la comunidad de lectores en los comentarios.