La escucha activa se suele definir como una técnica y estrategia de comunicación, como una manera de escuchar con plena conciencia a nuestro interlocutor y demostrarle que le hemos entendido. Desde la manera como nosotras la utilizamos, es mucho más.
¿Qué tal si te contamos cómo se desarrollan nuestros procesos de participación para que entiendas la dimensión que damos a la escucha activa?
La esencia de un proceso participativo es construir nuevas realidades colectivas a partir de las visiones personales. No se trata de imponer una postura en detrimento de otra —ya dijimos que ganar no es el objetivo — ni de hacer una amalgama de visiones, sino de generar una nueva realidad.
Esas nuevas realidades las creamos usando como punto de referencia un relato compartido, un discurso que alinee lo que tienen en común las distintas posturas.
Por dar una pincelada que ilustre esto de lo que estamos hablando, el relato común de un proceso participativo podría ser «el reto de vivir de la naturaleza apoyándola al mismo tiempo». Este sería el gran tema de fondo que compartirían los participantes del proceso. Las posturas individuales serían tan diversas como crear más servicios de ocio en espacios naturales, sacar más provecho de la madera del monte o regular el acceso a las zonas recreativas.
Con todo esto, nuestra misión es llegar a una nueva realidad que integre todas las necesidades y cada parte satisfaga la suya sin dañar el bien común.
¿Cómo llegamos a crear ese relato común?
Antes de llegar aquí, existen visiones particulares del problema que descubrimos en entrevistas individuales donde nos abrimos a la diferencia, nos fascinamos con cada posición, sin juzgar y sin dar nada por sentado.
Es aquí donde empieza nuestra escucha activa y la observación de la diversidad. Nuestra labor como facilitadores del proceso es escuchar con cariño y asombro a cada parte y comprender sus porqués.
El verdadero ejercicio por ambas partes, por el entrevistado y por nosotros, consiste en deshacernos del disfraz, del personaje que interpretamos en este teatro del mundo —como lo llamó Calderón de la Barca—, y llegar a la grandeza humana que hay en cada persona.
Todos actuamos según un rol preestablecido y nos comportamos de acuerdo a lo que se espera de él. Sin embargo, la escucha activa deja fuera toda presión por mantener la postura que corresponde a cada rol para llegar a la esencia de las personas.
En la escucha, los participantes en el proceso dejan de ser vecino, político o empleado público para sentirse simplemente personas a las que cada una a su manera les duele esta problemática que les ha unido.
Esa actitud de escucha activa nos ayuda a crear una conexión genuina y una empatía que permite ponernos en su lugar y comprender su postura.
Pensamos que es aquí donde conectamos con la verdadera naturaleza de las personas, donde se encuentra su potencial, como dice nuestro eslogan. Y desde esa profundidad, comprobamos que en el fondo somos bastante iguales.
¿Qué es entonces para nosotros la escucha activa?
Desde esta manera de trabajar, la persona que escucha tiene un interés genuino en la persona que habla, disfruta conociendo su realidad, indaga y pregunta hasta comprender sus motivaciones finales, saborea cada descubrimiento.
Este elemento clave supone un cambio en las fuerzas que conducen el proceso.
Se trata de abandonar la parte directiva e impositiva, más asociada a la energía masculina, para dar cabida y acoger la llegada de la nueva realidad, asociada a la energía femenina.
Como una madre que gesta una nueva vida en su útero, así tratamos de facilitar la creación del nuevo relato compartido. Dejamos que el proceso se desarrolle sin imposiciones, aceptando lo que tenga que ser, lo que tenga que venir.
El resultado de todo este trabajo a veces nos sorprende y nos reconforta porque hemos llegado a ver cómo personas que estaban enfrentadas públicamente, que declaraban abiertamente su oposición a la otra parte, tras un proceso participativo han terminado por cambiar de actitud y reconocer la postura «contraria».
Esta es la magia que se produce cuando se genera una confianza real que permite a las personas hablar en un clima de respeto. Es cuando hablamos desde un lugar diferente al rol, desde la humildad y la autenticidad, cuando desaparecen las trincheras y aceptamos que no todo es perfecto, que todos estamos aprendiendo y que los procesos participativos son un intento más por hacer las cosas mejor.
¿Tú también estás intentando hacer las cosas mejor? ¿Has probado alguna vez a quitarte la máscara y buscar soluciones desde tu naturaleza como persona y no desde el rol que interpretas?
¡Esperamos tus comentarios!
¿Qué tal si te contamos cómo se desarrollan nuestros procesos de participación para que entiendas la dimensión que damos a la escucha activa?
El proceso del proceso
La esencia de un proceso participativo es construir nuevas realidades colectivas a partir de las visiones personales. No se trata de imponer una postura en detrimento de otra —ya dijimos que ganar no es el objetivo — ni de hacer una amalgama de visiones, sino de generar una nueva realidad.
Esas nuevas realidades las creamos usando como punto de referencia un relato compartido, un discurso que alinee lo que tienen en común las distintas posturas.
Por dar una pincelada que ilustre esto de lo que estamos hablando, el relato común de un proceso participativo podría ser «el reto de vivir de la naturaleza apoyándola al mismo tiempo». Este sería el gran tema de fondo que compartirían los participantes del proceso. Las posturas individuales serían tan diversas como crear más servicios de ocio en espacios naturales, sacar más provecho de la madera del monte o regular el acceso a las zonas recreativas.
Con todo esto, nuestra misión es llegar a una nueva realidad que integre todas las necesidades y cada parte satisfaga la suya sin dañar el bien común.
El momento de la escucha
¿Cómo llegamos a crear ese relato común?
Antes de llegar aquí, existen visiones particulares del problema que descubrimos en entrevistas individuales donde nos abrimos a la diferencia, nos fascinamos con cada posición, sin juzgar y sin dar nada por sentado.
Es aquí donde empieza nuestra escucha activa y la observación de la diversidad. Nuestra labor como facilitadores del proceso es escuchar con cariño y asombro a cada parte y comprender sus porqués.
El verdadero ejercicio por ambas partes, por el entrevistado y por nosotros, consiste en deshacernos del disfraz, del personaje que interpretamos en este teatro del mundo —como lo llamó Calderón de la Barca—, y llegar a la grandeza humana que hay en cada persona.
Todos actuamos según un rol preestablecido y nos comportamos de acuerdo a lo que se espera de él. Sin embargo, la escucha activa deja fuera toda presión por mantener la postura que corresponde a cada rol para llegar a la esencia de las personas.
En la escucha, los participantes en el proceso dejan de ser vecino, político o empleado público para sentirse simplemente personas a las que cada una a su manera les duele esta problemática que les ha unido.
Esa actitud de escucha activa nos ayuda a crear una conexión genuina y una empatía que permite ponernos en su lugar y comprender su postura.
Pensamos que es aquí donde conectamos con la verdadera naturaleza de las personas, donde se encuentra su potencial, como dice nuestro eslogan. Y desde esa profundidad, comprobamos que en el fondo somos bastante iguales.
El cambio de energía y el feliz desenlace
¿Qué es entonces para nosotros la escucha activa?
Desde esta manera de trabajar, la persona que escucha tiene un interés genuino en la persona que habla, disfruta conociendo su realidad, indaga y pregunta hasta comprender sus motivaciones finales, saborea cada descubrimiento.
Este elemento clave supone un cambio en las fuerzas que conducen el proceso.
Se trata de abandonar la parte directiva e impositiva, más asociada a la energía masculina, para dar cabida y acoger la llegada de la nueva realidad, asociada a la energía femenina.
Como una madre que gesta una nueva vida en su útero, así tratamos de facilitar la creación del nuevo relato compartido. Dejamos que el proceso se desarrolle sin imposiciones, aceptando lo que tenga que ser, lo que tenga que venir.
El resultado de todo este trabajo a veces nos sorprende y nos reconforta porque hemos llegado a ver cómo personas que estaban enfrentadas públicamente, que declaraban abiertamente su oposición a la otra parte, tras un proceso participativo han terminado por cambiar de actitud y reconocer la postura «contraria».
Esta es la magia que se produce cuando se genera una confianza real que permite a las personas hablar en un clima de respeto. Es cuando hablamos desde un lugar diferente al rol, desde la humildad y la autenticidad, cuando desaparecen las trincheras y aceptamos que no todo es perfecto, que todos estamos aprendiendo y que los procesos participativos son un intento más por hacer las cosas mejor.
¿Tú también estás intentando hacer las cosas mejor? ¿Has probado alguna vez a quitarte la máscara y buscar soluciones desde tu naturaleza como persona y no desde el rol que interpretas?
¡Esperamos tus comentarios!